22
La tormenta de viento proseguía aún, pero ya no soplaba con tanta fuerza como cuando Elliot y Tina miraban a través de los ventanales del restaurante. Un viento vivo cruzaba la ciudad desde el Este; el aire tenía una cualidad tangible y un sabor desagradable, cargado como estaba de polvo y de la tamizada arenilla blanca que había barrido desde el desierto.
Bajaron la cabeza y corrieron para alejarse del restaurante, doblaron la esquina, atravesaron la luz púrpura que se extendía debajo de la única farola de vapor de mercurio y se introdujeron luego en las profundas sombras que se hallaban detrás del edificio.
Ya en el «Mercedes», en la oscuridad, con las puertas cerradas, Tina comentó:
-¡No es de extrañar que no pudiésemos imaginárnoslo...!
-Tina, ¿qué diablos farfullas?
-Hemos considerado todo esto como si se tratara de algo malo -continuó ella-. Lo hemos enfocado como un par de asnos. No es de extrañar que nos viésemos incapacitados para hallar una solución.
-¿De qué hablas ahora? ¿Has visto allí lo mismo que yo? ¿Has oído la máquina de discos? No comprendo qué puede alegrarte. Me ha dejado la sangre helada. Fue algo muy raro.
-Mira -prosiguió Tina, excitada-, pensamos que alguien me enviaba mensajes acerca de que Danny estaba vivo, sólo para refregarme por el rostro el hecho de que, en realidad, está muerto, o hacerme saber, de una forma indirecta, que la forma en que murió nada tenía que ver con lo que me habían contado. Pero esos mensajes no proceden de un disco. Ni tampoco de alguien que desea exponer la verdadera historia del accidente en la Sierra. Tampoco los ha enviado un completo desconocido, o Michael, o un conocido. Son exactamente lo que parecen ser...
Preguntó Elliot confundido.
-¿Y para tu forma de pensar, qué son?
-Gritos que piden ayuda.
-¿Qué?
-¡Proceden del mismo Danny\
Elliot la miró, atónito, con sus negros ojos reflejando una luz distante.
-¿Tratas de decirme que Danny... ha salido de la tumba para causar esa excitación en el restaurante? ¿De verdad crees que su fantasmas ha encantado un jukebox?
-No, no, no... Lo que digo es que Danny no está muerto.
-Espera un momento. Espera un momento -dijo él con cariño.
-¡Mi Danny vive! Estoy segura de ello.
-Ya hemos discutido esa posibilidad, y la rechazamos -le recordó Elüot.
-Estábamos equivocados -prosiguió Tina-. Jaborski, Lincoln y los otros muchachos deben haber muerto en las Altas Sierras, pero Danny no. Lo sé. Lo siento. Es como una... revelación..., casi una visión. Tal vez hubo un accidente, pero no se parece en nada a todo lo que nos han contado. Fue algo muy diferente, algo de lo más fuera de lo corriente.
-Eso ya resulta obvio. Pero...
-El Gobierno ha de ocultarlo, y esa organización para la que trabaja el juez Kennebeck, al parecer, tiene la responsabilidad de ocultarlo.
-En eso sí estoy contigo -replicó Elliot-. Ésa es una serie lógica de deducciones, si tenemos en cuenta lo que ha ocurrido durante las últimas horas. Pero, ¿cómo deduces el que Danny esté vivo? No es una consecuencia necesaria de lo anterior.
-Sólo trato de decirte lo que yo sé, lo que siento -siguió Tina-. Una tremenda sensación de paz y de tranquilidad me acometió en el restaurante, poco antes de que consiguieses, al fin, desenchufar la máquina de discos. Y no era sólo una sensación interior de paz. Era algo que procedía de fuera de mí. Como una ola. ¡Oh, demonios, no puedo explicarlo! Sólo sé que lo siento. Danny intentaba tranquilizarme, trataba de decirme que aún está vivo. Lo sé. Danny sobrevivió al accidente, pero no le dejaron regresar a casa porque le contaría a todo el mundo que el Gobierno era responsable de la muerte de los demás, y eso haría del dominio público el secreto de sus instalaciones.
-Te agarras a un clavo ardiendo -le explicó Elliot.
-No es así. No lo es -insistió ella.
-En ese caso, ¿dónde se encuentra Danny?
-Le esconden en algún sitio. No sé por qué no le mataron. No sé cuánto tiempo más piensan tenerle dentro de esa especie de botella. Pero eso es lo que están haciendo. Eso es lo que sucede. Tal vez no sean las circunstancias exactas, pero están condenadamente cerca de la verdad.
-Tina...
Ella no le permitió que le interrumpiera.
-Esa fuerza de Policía secreta, personas que están detrás de Kennebeck..., creen que alguien involucrado en el «Proyecto Pandora» les ha traicionado y que me ha contado lo que realmente le ocurrió a Danny. Por supuesto, están equivocados. No ha sido uno de ellos. Es Danny. De alguna forma..., no sé cómo, pero llega hasta mí.
Forcejeó por explicar aquella comprensión de las cosas que la había asaltado en el comedor.
-De algún modo... de alguna forma... se escapa..., con la mente, supongo... Danny fue el que escribió aquellas palabras en la pizarra! Con la mente...
-La única prueba que tienes de eso es lo que afirmas sentir..., esa revelación, esa visión que has tenido. Y no existe ninguna prueba de ello.
-Para mí, constituye una prueba más que suficiente -prosiguió Tina-. Y también lo sería para ti, de haber tenido la misma experiencia ahí, en el restaurante, si sintieras lo que yo siento. Fue Danny el que llegó hasta mí cuando me encontraba en el trabajo, me alcanzó en la oficina..., trató de emplear el ordenador del hotel para mandarme su mensaje. Y ahora el jukebox. Él debe ser... psíquico. Eso es... Claro, eso es Danny. Es psíquico. Tiene poderes psíquicos, y llega hasta mí, trata de decirme que está vivo, me pide que le encuentre y le salve. Y la gente que le retiene no saben lo que está haciendo... Echan la culpa de la filtración a uno de los suyos, o a alguien del «Proyecto Pandora».
-Tina, ésa es una teoría muy imaginativa, pero...
-Tal vez sea imaginativa, pero no es una teoría. Es la verdad. Es un hecho. Lo siento en lo más profundo de mis entrañas. ¿Ves agujeros en todo esto? ¿Puedes probar que estoy equivocada?
-En primer lugar -replicó Elliot-, antes de que Danny fuera a las montañas con Jaborski, durante todos los años en que le conociste y viviste con él en la misma casa, ¿dio Danny señales de ser psíquico en algún momento?
-Pues... no.
-Entonces..., ¿cómo se ha hecho de repente con todos esos asombrosos poderes?
-Recuerdo algunas cosas que hizo que parecían extrañas -respondió Tina.
-¿Como qué?
-Como la vez en que deseó saber con exactitud lo que su papá hacía en su oficio. Tenía unos ocho o nueve años, y sentía mucha curiosidad por los detalles de la profesión de crupier. Michael estaba sentado a la mesa de la cocina con él, y le enseñó qué era el blackjack. Danny tenía la edad suficiente para entender las reglas... Pero jamás había jugado hasta entonces. Y, ciertamente, no era lo suficiente mayor o lo bastante genio de las matemáticas como para recordar las cartas jugadas y calcular sus posibilidades a partir de ellas, como alguno de los mejores jugadores pueden hacer. Sin embargo, ganó una y otra vez. Michael empleó un bote lleno de cacahuetes para representar las fichas del casino, y Danny lo dejó vacío.
-El juego debería estar trucado -comento Elliot-. Michael le dejaría ganar.
-Eso fue lo que pensé al principio. Pero Michael juró que no hizo nada de eso. Y pareció realmente asombrado por aquella racha de suerte de Danny. Además, no es un mecánico de las cartas. No puede mantener el tablero en esas condiciones. Y luego ocurrió el caso de Elmer.
-¿Quién es Elmer?
-Era nuestro perro. Un chucho mestizo muy listo. Un día, hace unos dos años, me encontraba en la cocina, hacía un pastel de manzana, y Danny entro a decirme que Elmer no aparecía por ningún sitio del patio. Al parecer, el perro se había escapado cuando los encargados de limpiar la piscina fueron a poner los productos químicos en el agua. Danny explicó que Elmer no regresaría porque un camión lo había matado. Le dije que no se preocupara. Que encontraríamos a Elmer sano y salvo. Pero nunca fue así. Jamás lo encontramos.
-El que no le encontrarais no es una prueba de que un camión lo matase.
-Fue una prueba suficiente para Danny. Lloró por el perro durante semanas.
Elliot suspiró.
-El ganar unas cuantas manos al blackjack... es suerte, como has dicho... Y predecir que un perro que se ha escapado muera atropellado en un accidente de tráfico..., eso constituye sólo una presunción razonable de lo que podía ocurrir dadas las circunstancias. Y aunque esos dos fueran ejemplos de habilidad psíquica, pequeños trucos de esa clase se hallan a años luz de lo que ahora atribuyes a Danny.
-Lo sé -repuso ella-. De alguna manera, sus habilidades se han desarrollado mucho más. Tal vez a causa de la situación en que se encuentra. El miedo. El estrés.
-Si el miedo y el estrés incrementaron la fuerza de sus poderes psíquicos, ¿por qué no empezó a tratar de ponerse en contacto contigo hace ya meses? -preguntó Elliot.
-Tal vez costara un año de estrés y de miedo el desarrollar esa habilidad. No lo sé. Cristo..., ¿cómo conocer la respuesta a esto?
-Calma -le recomendó Elliot-. Me has pedido que encontrara agujeros en tu teoría. Y eso es lo que hago.
-No -contestó Tina-. Por lo que veo, todavía no has encontrado agujero alguno. Danny está vivo. Le tienen encerrado en alguna parte, y trata de llegar hasta mí con su mente. Es capaz de mover objetos sólo con pensar en ellos. ¿Cómo llamas a eso? ¡No hay un nombre para esa habilidad?
-Telequinesia -replicó Elliot.
-¡Sí! Eso es. Telequinesia. ¿Tienes una explicación mejor para lo que ha ocurrido en el restaurante?
-Pues no...
-¿Vas a decirme que fue una coincidencia que el disco se rayara en aquellas tres palabras?
-No -repuso Elliot-. No fue una coincidencia. Eso incluso sería más difícil que la posibilidad de que Danny lo hiciese.
-Luego admites que tengo razón.
-No -rebatió Elliot-. No puedo pensar en una explicación mejor pero no estoy dispuesto a aceptar la tuya. Nunca he creído en esa mierda de lo psíquico.
Durante unos momentos, ninguno de los dos habló. Se quedaron mirando el oscurecido estacionamiento y el cerrado almacén, lleno de bidones de 250 litros, que se encontraba más allá de la zona de los vehículos. Hojas, bocanadas y embudos de fosforescente polvo se movían como espectros a través de la noche.
Al final, Tina dijo:
-Tengo razón, Elliot. Sé que es así. Mi teoría lo explica todo. Incluso las pesadillas. Es otra forma que Danny tiene de tratar de llegar hasta mí. Me ha enviado pesadillas durante las últimas semanas. Ésa es la razón de que sean tan diferentes de los sueños que he tenido antes, mucho más fuertes y más vividos.
Elliot pareció encontrar esta nueva declaración todavía más ultrajante que todo lo que Tina había dicho antes.
-Espera, espera, espera. Ahora me hablas de otro poder, además del de la telequinesia.
-Si tiene una habilidad, ¿por qué no va a tener la otra?
-Porque, muy pronto, acabarás por decirme que es Dios.
-Sólo telequinesia y poder para influir en mis sueños. Eso explica el porqué soñé con la espantosa figura de la Muerte de aquel libro de cómics. Si Danny me está enviando mensajes en sueños, es de lo más lógico que emplee imágenes que a él le resultan familiares, como el monstruo sacado de su historieta favorita de terror.
-Pero si puede mandarte sueños -insistió Elliot-, ¿por qué no transmitirte, simplemente, un mensaje claro y nítido, en el que te dijera lo que le había sucedido y dónde está? ¿Por qué no iba a conseguir la ayuda que desea un poco más de prisa? ¿Por qué había de ser tan poco claro y tan indirecto? Debería mandar un conciso telegrama mental. Eso sería mucho más fácil para conseguir que le comprendieses.
-No seas sarcástico -le contestó ella.
-No lo soy. Sólo planteo una pregunta importante. Se trata de otro agujero en tu teoría.
Pero Tina no se desanimó.
-No es un agujero. Hay una explicación. Obviamente, Danny no puede emplear la telepatía. Pero sí la telequinesia; es capaz de mover objetos con la mente. Y puede influir en los sueños. Pero no es telépata. No puede transmitir pensamientos detallados. No puede enviar «telegramas mentales concisos» porque no posee tanto poder o control. Por lo tanto, ha de llegar hasta míi de la mejor manera que pueda conseguirlo.
-¿Has escuchado lo que hablamos?
-Claro que lo he escuchado -respondió Tina.
-Pues parecemos una pareja de candidatos a una celda acolchada.
-No, no creo que lo seamos.
-Toda esta conversación acerca de poderes psíquicos..., no es propia de dos personas que estén bien de la cabeza -concluyó Elliot.
-En ese caso, explícame lo que ha ocurrido en el restaurante.
-No puedo. ¡Maldita sea...! No puedo explicar eso -reconoció él, con el tono de un sacerdote cuya fe se hubiera transtornado por completo.
Sin embargo, la fe que Elliot estaba empezando a poner en tela de juicio no era religiosa sino científica.
-Deja de pensar como un abogado -pidió Tina-. Deja ya de encerrar los hechos en nítidos corrales de lógica.
-Eso es exactamente aquello para lo que he estado entrenándome durante la mayor parte de mi vida.
-Lo sé -admitió ella con simpatía-. Pero el mundo está lleno de cosas ilógicas que, sin embargo, son ciertas. Y ésta es una de ellas.
El viento se estrelló contra el coche deportivo, gimió a lo largo de las ventanillas, en busca de una rendija para penetrar por ella.
-Si Danny tiene ese increíble poder -prosiguió Elliot-, ¿por qué te manda mensajes sólo a ti? ¿por qué no se pone también en contacto con Michael?
-Tal vez no se sienta tan cercano a Michael como para que intente alcanzarle -repuso Tina-. A fin de cuentas, el último par de años en que estuvimos casados, Michael iba de acá para allá con otras mujeres, y se pasaba la mayor parte del tiempo fuera de casa; por ello Danny se sintió incluso más abandonado que yo misma. Nunca le hablé en contra de Michael. Incluso traté de justificar alguna de sus acciones porque no quería que Danny le odiase. Pero él se sintió igualmente dolido. Supongo que le resultaba más natural llegar a mí que a su padre.
Elliot pensó en aquello durante un momento.
Una pared de polvo cayó con suavidad sobre el coche.
-¿Aún crees que puedes encontrar mi teoría llena de agujeros? -le preguntó Tina.
-No. Defiendes tu caso muy bien.
-Gracias, señoría.
-Pero sigo sin creer que tengas razón. Oh, conozco mucha gente inteligente que cree en la ESP (Extrasensory Perception = Percepción extrasensorial). Pero yo no. No puedo conseguir la aceptación de esa idea psíquica que tú tienes. Por lo menos, aún no Seguiré buscando algunas explicaciones menos exóticas con respecto de lo que está sucediendo.
-Y si das con alguna -dijo Tina-, la someteré a una consideración muy seria.
Elliot apoyó sus manos en los hombros de Tina.
-La razón de que discuta contigo acerca de todo esto es porque..., verás..., porque estoy muy preocupado por ti, Tina.
-¿Por mi cordura?
-No, no. Por supuesto que no. Estas explicaciones psíquicas me preocupan, sobre todo, porque te dan esperanzas de que Danny continúa vivo. Y eso parece peligroso. Me da la impresión que acabarás por enfrentarte a una recaída, a un inmenso dolor.
-No -dijo Tina-. No es así. En absoluto. Porque Danny, realmente, está vivo...
-Pero, ¿qué pasará si no es así?
-Lo está.
-Si descubres que está muerto, será como perderle de nuevo.
-Pero no lo está -insistió ella-. Lo siento. Lo noto. Lo sé, Elliot.
-¿Y si está muerto? -insistió y empleó tanto énfasis en su pregunta como la propia Tina.
Ella permaneció pensativa durante unos segundos, y luego respondió:
-Podré enfrentarme a ello.
-¿Estás segura?
-Del todo.
En la penumbra, donde lo más brillante eran unas sombras de color malva, Elliot encontró sus ojos y los mantuvo dentro de su intensa mirada. Tina sintió como si no la estuviera mirando simplemente a ella, sino más bien a través de ella. Finalmente, Elliot se inclinó, la besó en las comisuras de los labios y luego en las mejillas y en los ojos.
-No quiero verte con el corazón destrozado -dijo él.
-No ocurrirá así.
-Haré todo lo posible porque no ocurra.
-Lo sé.
-Pero no hay mucho que yo pueda hacer. La mayor parte de las cosas se encuentran fuera de mi alcance; tenemos que enfrentarnos con las circunstancias.
Ella le devolvió los besos, le apoyó una mano en la nuca y mantuvo el rostro del hombre cerca de sí. El sabor de los labios de Elliot y su calor hicieron a Tina feliz hasta lo indecible.
-¿Sabes qué me gustaría hacer ahora? -le preguntó él.
-Me lo imagino.
-Me gustaría ir a un hotel, registrarnos como Mr. y Mrs. Smith, y permitirnos una noche salvaje y abandonada de prohibida pasión.
-De lujuria desenfrenada -añadió ella.
-De depravación sexual.
-Todo eso suena como si estuviésemos leyendo los mismos libros baratos y sucios -aclaró Tina.
-¿No sería maravilloso si la vida, de vez en cuando, pudiera ser tan clara y abierta como en los libros baratos y sucios?
A pesar de la consola que había entre sus asientos, él se inclinó aún más, la rodeó con el brazo y la mantuvo muy junto a él, con el rostro enterrado en el hueco de su cuello.
Aunque bromeaban sobre el sexo, Tina se percató de que no era sexo lo que él necesitaba ahora de ella. Lo que precisaba era estar cerca, abrazarla, tocarla, para obtener consuelo de ella. Y eso era algo que Tina necesitaba también: una profunda y suave exhibición de afecto; seguridad, una clara negación de la soledad de la existencia; un acurrucamiento asexuado que satisfaciera el alma, como lo que, de alguna manera, uno cree que los topos practican cuando invernan en sus madrigueras. Pero ella siempre había estado bajo la impresión de que un afecto así de inocente, tan disociado del sexo, constituía sólo una necesidad de la mujer. En cierto modo, quedó sorprendida al ver cómo Elliot buscaba esa clase de compasión y ternura en ella. Michael no había sido así. Con Michael, aquello siempre conducía, de manera inexorable, a la cama; para él, la ternura, la mayor parte de las veces, era sólo una técnica inteligente de los «cachondos» para la seducción. En ese momento, mientras abrazaba a Elliot, y era abrazada por él, se percató, más profundamente que nunca, de que se había perdido una cosa grande de la vida.
-Algún día nos registraremos en una de esas suites para la luna de miel en un hotel del Strip -explicó Elliot, continuando su leve chanza sexual, que pretendía tan sólo divertirla, y no seducirla-. Ya sabes, uno de esos lugares con espejos en el techo, una cama gigantesca...
-Un vibrador en el colchón.
-Aceites aromáticos.
-Algún día -prosiguió ella, consciente de que, de una manera indirecta, trataban de asegurarse el uno al otro que, llegado el momento, tendrían tiempo para semejantes caprichos y que sobrevivirían para disfrutar de ellos.
Elliot suspiró y se apartó de Tina.
-Sin embargo, ahora mismo tenemos unas cuantas compras que efectuar. Abrigos de invierno. Un par de cepillos de dientes.
-Es casi tan excitante como una suite nupcial.
-Casi -convino él. Arrancó el motor del coche-. Pongámonos en acción. Una vez estemos en Reno, deberemos alojarnos en alguna parte. Tal vez también allí dispongan de habitaciones de hotel con techos de espejo. A fin de cuentas, Las Vegas no tiene el monopolio de la perversidad y de la lúbrica degeneración.
A pesar de sus intentos por animarse el uno al otro, y del hecho de que Tina era sostenida por la inquebrantable creencia de que Danny estaba vivo, ella sintió cómo el miedo se introducía otra vez en ella mientras recorrían Charleston Boulevard de nuevo en coche. Ya no tenía miedo de enfrentarse a la horrible verdad que les aguardaría en Reno. Lo que le había sucedido a Danny demostraría ser terrible, penoso, conmovedor, pero ya no creía que resultara tan duro de aceptar como lo había sido el hecho de su «muerte». Lo único que le producía pavor ahora radicaba en la posibilidad de que encontraran vivo a Danny, y no fueran capaces de rescatarle. En el proceso de localizar al niño, ella y Elliot podían resultar muertos. Si hallaban a Danny y perecían en el intento de salvarle, eso constituiría, indudablemente, una fea jugarreta del destino. Por su experiencia, Tina sabía que el destino tenía siempre montones de sucios trucos en la manga, y aquello la aterraba.