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Tercera parte (20)

20

Mientras conducía, contó a Tina lo que había sucedido en su casa poco tiempo atrás: los dos hombres, su interés respecto de la posibilidad de la reapertura de la tumba de Danny, su admisión de que trabajaban para alguna agencia gubernamental, las jeringuillas hipodérmicas...

Tina le interrumpió y le hizo varias preguntas (las mismas que él se había efectuado a sí mismo y para las que no encontraba respuestas).

-Tal vez deberíamos regresar a tu casa -dijo ella-. Si ese Vince sigue aún allí, podríamos emplear drogas con él. Aun en el caso de que no sepa por qué su organización se halla interesada en la exhumación, por lo menos sabrá quiénes son sus jefes. Habrá un montón de cosas de las que nos enteraremos por él.

Se detuvieron ante un semáforo en rojo. Elliot le tomó una mano y se la oprimió con ternura. El contacto le dio fuerzas.

-Claro que me gustaría interrogar a Vince -contesto Elliot-, pero no podemos.

-¿Por qué no?

-Por dos razones primordiales. Primera, es probable que ya no esté en mi casa. Habrá recuperado el sentido y se habrá marchado. Y aunque la pérdida de conocimiento fuera más profunda, alguno de sus hombres ya habrá estado allí y le sacarían mientras yo iba a tu casa. Pero, lo más importante de todo, si regresamos a mi casa, en realidad, nos meteríamos en la guarida del lobo.

-Supongo que la vigilarán.

-Es lo más seguro.

El semáforo cambió a verde y Elliot, a desgana, soltó la mano de Tina.

-La única forma de que esos tipos nos echen el guante -prosiguió él- es si nos entregamos. Sin importar quiénes sean. Lo que resulta claro es que no son omniscientes; podemos escondernos de ellos durante un período largo de tiempo, si hay que hacerlo. Pero si dan con nosotros, nos matarán.

Mientras continuaban hacia el Oeste por Charleston Boulevard, Tina dijo:

-Antes me hablaste de que no podemos acudir a la Policía con este asunto.

-Eso es...

-¿Por qué?

-La Policía debe de estar involucrada en esto, al menos en lo que se refiere a que los jefes de Vince pueden presionarla. Además, estamos con una Agencia gubernamental, y las Agencias del Gobierno tienden a cooperar unas con otras.

-Pero esto resulta paranoico.

-Soy consciente de ello.

-Espías en todas partes.

-Si tienen a un juez en el bolsillo, ¿por qué no iban a tener a unos cuantos «polis»?

-Me dijiste que respetabas a Kennebeck, que era un buen juez.

-Y lo sigo diciendo. Es un gran técnico en leyes, y justo, además.

-En tal caso, ¿por qué coopera con esos asesinos? ¿Por qué viola su juramento del cargo?

-El que es agente una vez, siempre sigue siendo agente -explicó Elliot-. Es un dicho del Servicio, no mío; pero, en muchos casos, resulta cierto. Para algunos, constituye la única lealtad en su conducta de siempre. Kennebeck realizó varias misiones en diferentes organizaciones de espionaje. Y se vio profundamente implicado en ese mundo por espacio de treinta años. Una vez se retiró, oh, hace ya diez años, aún era un hombre joven, de cincuenta y tres años, y buscó alguna actividad que le ocupara su tiempo. Aunque licenciado en Derecho, no deseaba el atosigamiento de la práctica diaria de la abogacía. Por eso buscó un cargo electivo en los tribunales, y lo consiguió. Creo que se toma su trabajo bastante en serio; sin embargo, fue un hombre de la inteligencia durante un condenado montón de tiempo, mucho más que ahora de juez, y se identificó con ello. O tal vez, en realidad, nunca se retiró del todo. Quizás aún siga en la nómina de alguna agencia, y todo el plan, por su parte, fue fingir que se retiraba y luego conseguir que lo eligieran aquí, en Las Vegas, como juez, todo eso para que sus jefes tuviesen un magistrado en la ciudad en quien confiar.

-¿Y eso resulta probable? Quiero decir, ¿cómo sabían que ganaría en esas elecciones...?

-Tal vez las amañaron.

-No hablarás en serio, ¿verdad?

-Sí. Diablos, hace sólo un par de años que la Junta electoral de Texas hizo pública la historia de cómo se prepararon las primeras elecciones locales de Lyndon B. Johnson. El Presidente de la Junta dijo que sólo quería tranquilizar su conciencia después de tantos años. Pero también hubiera podido ahorrarse palabras. Apenas hubo nadie que alzara ni una ceja. Son cosas que suceden de vez en cuando. Y en una elección pequeña y de tipo local, como aquella en que Kennebeck ganó, el hacer trampas debe de ser algo sencillo, siempre que poseas bastante dinero y los poderosos músculos del Gobierno detrás.

-Pero, ¿por qué querrían a Kennebeck en un tribunal de Las Vegas en vez de en Washington, o en Nueva York o en cualquier lugar más importante?

-Oh, Las Vegas es una ciudad muy importante -repuso Elliot-. Si quieres lavar dinero sucio, éste es, con mucho, el lugar más fácil para hacerlo. Si deseas comprar un pasaporte falso, un permiso de conducción falsificado, o cualquier otro documento por el estilo, puedes escoger y elegir de entre varios de los mejores artistas falsificadores de documentos del mundo; aquí es el lugar en donde viven gran cantidad de ellos. Si buscas un pistolero a sueldo, o alguien que trate con armas a gran escala, o un mercenario para hacerse cargo de una pequeña fuerza expedicionaria para una operación en ultramar, los encontrarás aquí a todos ellos. Nevada tiene menos leyes en los códigos que cualquier otro Estado del país. Sus índices de impuestos son bajos. No existe un impuesto sobre la renta. Las actuaciones de los Bancos, de los agentes inmobiliarios y de algunos otros «oficios» -excepto la propiedad de los casinos-, son actividades menos problemáticas aquí que en los demás Estados, te lo facilitan casi todo, y resulta especialmente atractivo para la gente que trata de gastar e invertir dinero sucio en efectivo. Nevada ofrece mayor libertad personal que en ningún otro lugar del país, todo lo cual es bueno, según mi modo de pensar. Pero, aunque aquí hay una gran cantidad de libertad personal, también es probable que existan elementos que toman gran ventaja de una estructura legal de tipo liberal. Las Vegas es una importante oficina para cualquier organización estadounidense secreta.

-¿Y realmente hay espías por todas partes?

-En cierto sentido, sí.

-Pero, aunque los jefes de Kennebeck tenga un montón de influencia sobre la Policía de Las Vegas, ¿permitirán los «polis» que nos maten? ¿Dejarían llegar las cosas tan lejos?

-Tal vez no nos prestaran la suficiente protección como para librarnos de cualquier eventualidad -explicó Elliot.

-¿Y qué clase de Agencia gubernamental tendría tanta autoridad como para infringir la ley de esta manera? ¿Qué clase de Agencia poseería facultades para matar a ciudadanos inocentes que sólo se ocupan de sus cosas?

-Intento imaginármela -replicó, sombrío-. Y es algo que me produce un miedo infinito.

Se detuvieron ante otro semáforo en rojo.

-¿En realidad, qué tratas de decirme? -le preguntó Tina-. ¿Que tendremos que apañárnoslas nosotros solitos?

-Por lo menos durante algún tiempo.

-Pero eso resulta descorazonador… ¿cómo lo conseguiremos?

-No es tan descorazonador.

-¿Dos personas corrientes contra ellos?

Elliot miró por el espejo retrovisor, lo cual había estado haciendo cada uno o dos minutos desde que desembocaron en Charleston Boulevard. Nadie les seguía, pero no podía evitar comprobarlo.

-No resulta desesperanzador -prosiguió-. Sólo necesitamos tiempo para pensar sobre ello, tomarnos un respiro para elaborar un plan. Tal vez demos con alguien que nos ayude.

-¿Cómo quién?

El semáforo se puso en verde.

-Como los periódicos, por ejemplo -dijo Elliot, acelerando en el cruce y mirando por el retrovisor-. Hemos logrado pruebas de que aquí está sucediendo algo fuera de lo normal: la pistola equipada con silenciador que le quité a Vince, el que hayan volado tu casa... Estoy casi seguro de que encontraremos un periodista que quiera seguir adelante con esto y que escriba un artículo acerca de una serie de desconocidos, gente sin rostro, que trata de impedirnos abrir la tumba de Danny. Si publican mi teoría de que el relato del accidente de la Sierra es falso, que por encima de todo eso hay algo más oscuro. En ese caso, un montón de gente pedirá la exhumación de todos aquellos muchachos. Habrá peticiones de nuevas autopsias, de investigaciones. Los jefes de Kennebeck quieren pararnos los pies antes de que sembremos cualquier semilla de duda acerca de la versión oficial del accidente. Pero, una vez que esas semillas sean esparcidas, una vez que los padres de los demás boy scouts y toda la ciudad sea un auténtico clamor al pedir una investigación, los tiparracos de Kennebeck no ganarán nada eliminándonos. Existe una esperanza, y no es propio de ti el dejarse vencer con tanta facilidad.

Tina suspiró.

-No me dejo vencer.

-Estupendo.

-No pararé hasta saber lo que realmente le sucedió a Danny.

-Así está mejor -siguió Elliot-. Se parece más a la Christina Evans que yo conozco.

El atardecer se estaba convirtiendo en noche cerrada y Elliot encendió las luces del coche.

-Es sólo que... bueno -dijo Tina-, durante el último año he estado luchando por aceptar al hecho de que Danny murió en ese estúpido accidente, sin ningún objeto. Y ahora, justo cuando comentaba a pensar que me enfrentaría con todo y lo dejaría detrás, descubro que, a fin de cuentas, pudo no haber muerto en un accidente. De repente..., todo se encuentra de nuevo en el aire.

-Ya se aposará.

-¿Tú crees?

-Sí. Llegaremos al fondo del asunto.

Echó un vistazo por el espejo del retrovisor.

Nada sospechoso.

Era consciente de que ella le observaba.

-¿Sabes una cosa? -preguntó Tina al cabo de unos pocos minutos.

-¿Qué?

-Creo..., en cierto modo..., que, en realidad, disfrutas con todo esto...

-¿Qué disfruto de qué?

-De la persecución.

-Oh, no. No disfruto por arrebatarle un arma a alguien que tiene el doble de tamaño que yo.

-Estoy segura de que me engañas. Eso no es lo que yo te he dicho.

-Y, desde luego, tampoco he elegido que me pongan patas arriba mi estupenda, pacífica y tranquila vida. Más bien desearía ser un ciudadano acomodado, importante y preocupado que un fugitivo.

-No he dicho nada respecto de que lo hubieras elegido de haber estado en tu mano -repuso Tina-. Pero ahora que ha sucedido, ahora que se ha precipitado sobre ti, no te sientes desgraciado por completo. Existe una parte de ti, una parte muy profunda, que responde al desafio con cierto grado de placer. Lo veo. Resulta evidente por la manera que tienes de actuar, por como te dominas, por el modo de hablar. Se trata de una cualidad que esta misma mañana no resultaba visible.

-Tonterías... -dijo él.

-No. Es verdad. No puedo llegar a describirlo..., pero es una especie de... conciencia animal..., una nueva clase de energía..., una astucia que no parecías tener antes.

-Lo único cierto acerca de mí es que esta mañana no estaba asustado, y ahora sí lo estoy.

-El estar asustado... forma parte del juego -prosiguió Tina-. El peligro ha pulsado una tecla muy sensible en ti, ¿verdad? Y supongo que, en cierto modo, te traslada a otros tiempos, consigue que te sientas más joven.

Elliot sonrió.

-¿Los buenos viejos tiempos de espías y contraespías? Lo siento, pero te equivocas, no suspiro en absoluto por eso. Me temo que fantaseas, buscas cosas más románticas, lo conviertes en un melodrama. No soy un hombre de acción nato. Sólo soy el mismo viejo tipo de siempre.

-De todos modos -siguió Tina-, estoy condenadamente contenta de que te encuentres a mi lado.

-Me gusta más cuando estás encima -bromeó él.

-¿Siempre has tenido una mente tan sucia?

-No. He tenido que cultivarla.

-Pues se desarrolla muy bien.

-Gracias a ti.

-Dios mío, escúchanos -exclamó ella.

-¿Qué?

-Hasta nos reímos.

-¿De veras?

-Bromeamos en medio de este desastre -insistió ella.

-«La risa es un bálsamo para los afligidos, la mejor defensa contra la desesperación, la única medicina contra la melancolía.»

-¿Quién ha dicho eso? -preguntó Tina-. ¿Shakespeare?

-Me parece que Groucho Marx.

-Pues es muy bueno -replicó Tina.

Suspiró, se inclinó hacia delante y recogió algo del suelo, entre sus pies.

-¿Y luego está esta maldita cosa?

-¿Qué has encontrado?

-Lo traje de mi casa -explicó.

En la carrera por salir de la casa antes de que la explosión de gas la derribara, Elliot no se había percatado de que la mujer llevase nada. Arriesgó una rápida mirada, apartando los ojos de la carretera durante sólo un instante, pero en el coche no había la suficiente luz para que viese lo que Tina tenía en las manos.

-No puedo ver de qué se trata.

-Es una publicación de cómics de terror -explicó ella-. La encontré cuando desalojaba el cuarto de Danny. Estaba en una caja con otras revistas de terror.

-¿Y qué?

-¿Te acuerdas de las pesadillas de las que te hablé?

-Sí.

-El monstruo que apareció en mis sueños durante las dos últimas semanas se encuentra en la cubierta de esta revista. Es él. Detalle a detalle. No hay ni un ápice de diferencia.

-En ese caso debes de haber visto la revista antes, y simplemente tú...

-No. También me decía eso a mí misma. Pero no la había visto hasta hoy. Lo sé con toda certeza. Nunca miré la colección de Danny. Cuando él llegaba a casa del quiosco, yo no inspeccionaba lo que había comprado. Nunca lo fisgaba.

-Tal vez tú...

-Aguarda -lo interrumpió ella-. Aún no te he dicho lo peor.

El tráfico se hacía menos denso a medida que se alejaba del centro de la ciudad, y avanzaban hacia las altas montañas negras, que se Acortaban entre la última luz púrpura del firmamento occidental.

Tina le contó a Elliot lo referente a El muchacho que no estaba muerto.

Los parecidos entre la historia de terror y su interés por exhumar el cadáver de Danny dejaron helado a Elliot.

-Y ahora -prosiguió Tina-, al igual que la Muerte trataba de detener a los padres en el cuento, alguien quiere impedir que abra la tumba de mi hijo.

Estaban alejándose demasiado de la ciudad. La oscuridad se extendía a ambos lados de la carretera. El paisaje comenzaba a elevarse hacia el monte Charleston, donde, a menos de una hora, de distancia, había bosques de pinos nevados. Elliot hizo dar la vuelta al coche y retrocedió hacia las luces de la ciudad, que se extendían como un vasto y reluciente hongo surgido de los negros llanos desérticos.

-Existen parecidos -comentó. -Tienes razón. Demasiados.

-Pero también hay una gran diferencia. En la historia, el muchacho fue enterrado vivo. Pero Danny está muerto. Lo único dudoso es la manera en que murió.

-Pero es la única diferencia entre el argumento básico de esa historia y todo por lo que estamos pasando. Y las palabras «No estoy muerto» en el título. Y el chico del relato tenía la edad de Danny. Simplemente, creo que es demasiado -concluyó Tina.

Circularon en silencio durante, por lo menos, un minuto. Finalmente, Elliot dijo:

-Tienes razón. No puede tratarse de una coincidencia. Tus sueños, los cómics de terror... Aborrezco decir algo así, pero son demasiadas coincidencias para tratarse de una casualidad.

-Y entonces, ¿cómo lo explicas?

-No lo sé -respondió Elliot incómodo.

-Pues bien venido al club...

A la derecha apareció un restaurante de carretera. Elliot se salió del asfalto y condujo el coche por la zona de estacionamiento. Sólo había una farola de vapor de mercurio en la entrada, la única luz, púrpura, por encima del primer tercio de la zona de aparcamiento. Elliot rodeó el edificio del restaurante y metió el «Mercedes» en una plaza de la parte más oscura del estacionamiento, entre un «Toyota Célica» y un coche pequeño nacional, donde no lo viesen desde la carretera.

-¿Tienes hambre? -preguntó.

-No puedo creerlo, a pesar de todo lo que hemos pasado durante el último par de horas, estoy muerta de hambre.

-Lo mismo que yo. Y no me sorprende. Habremos quemado por lo menos diez mil calorías con el miedo y la tensión nerviosa.

-Tal vez haya un libro de dietas que lo explique.

-La dieta del terror.

Tina esbozó una débil sonrisa.

-Antes de entrar, echemos un vistazo a la lista de preguntas que querían que contestases. Quizá nos enteremos de algunas otras cosas.

-Ya lo miraremos en la cafetería -replicó Elliot-. Tendremos más luz. Parece que no hay demasiada; podremos hablar sin que nos oigan. Tráete la revista también. Quiero ver esa historieta.

Salió del coche y su atención se dirigió hacia la ventanilla sin cortinas del todo terreno junto al que había aparcado. Miró a través del cristal al interior del coche, a oscuras por completo. Tuvo la desconcertante sensación de que alguien, escondido allí, le miraba.

«No sucumbas a la paranoia», se previno a sí mismo.

Cuando se apartó del todo terreno, sus ojos se fijaron en una zona particularmente densa de oscuridad en torno al bidón de la basura, en la parte posterior del restaurante, y de nuevo le asaltó la sensación de que alguien, allí escondido, le vigilaba.

Había contado a Tina que los jefes de Kenneback no eran omniscientes. Debía recordarlo. Él y Tina, en apariencia, se hallaban enfrentados con una poderosa y peligrosa organización, que no se atenía a ningún tipo de reglas, obsesionada por mantener el secreto de la tragedia de la Sierra. Pero cualquier organización se componía de hombres, y ningún hombre poseía la todopoderosa mirada de Dios.

Sin embargo...

Mientras Tina y él recorrían la zona del aparcamiento hacia el restaurante, Elliot no pudo quitarse de encima la sensación de que alguien o algo les observaba. No se trataba necesariamente de una persona... Sólo... algo... raro... extraño. Algo más y menos que humano a un tiempo. Constituía un pensamiento pintoresco, que no se parecía en nada a la noción que de ordinario tenía en mente acerca de las cosas, y no le gustaba en absoluto.

Tina se detuvo al llegar a la zona de luz púrpura, bajo la farola de vapor de mercurio. Miró hacia atrás, al coche, con una curiosa expresión en el rostro.

-¿Qué ocurre? -preguntó Elliot.

-No lo sé...

-¿Ves algo?

-No -respondió Tina.

Miraron en dirección de las sombras.

-¿Lo sientes? -preguntó ella al fin.

-¿Sentir qué?

-He tenido esa... delicada sensación.

Elliot no respondió.

-Tú también lo percibes, ¿verdad? -insistió Tina.

-Sí.

-Es como si no estuviéramos solos.

-Parece cosa de locos -afirmó Elliot-, pero siento unos ojos clavados en mí.

Tina se estremeció.

-En realidad, aquí no hay nadie.

Continuaron mirando hacia la negra oscuridad, en busca de cualquier tipo de movimiento.

-¿Nos estaremos derrumbando a causa del esfuerzo? -prosiguió preguntando Tina.

-Se trata de la tensión -la tranquilizó él, pero, en realidad, no estaba convencido de que sólo fueran imaginaciones.

Se alzó un suave viento frío, que les llevó el olor de las marchitas hierbas del desierto. Silbó a través de las ramas de una cercana palmera datilera.

-Es una sensación muy fuerte -añadió Tina-. ¿Sabes qué me recuerda?

-¿Qué?

-Es la misma maldita sensación que tuve en el despacho de Ángela, cuando la terminal del ordenador empezó a operar por sí sola. No me siento exactamente como si me estuvieran mirando. Me refiero a que es algo más que eso. Más como una... presencia.

Elliot sabía con exactitud a qué se refería, pero no quiso pensar en ello; no había forma de llegar a sentirlo, sin importar lo mucho que se esforzase. Era un hombre al que le gustaba enfrentarse a los hechos difíciles, a las realidades; ésa era la razón de ser tan buen abogado, tan dispuesto a recopilar un buen montón de pruebas y conseguir ganar los pleitos con todas ellas.

-Ambos estamos muy cansados -repitió.

-Pero eso no cambia lo que siento.

-Entremos a comer algo.

Tina permaneció varios segundos mirando hacia la oscuridad, donde la luz púrpura no alcanzaba.

-¿Tina...?

Una ráfaga de viento hizo correr una bola de hierbas secas y las impulsó a través del alquitranado. Un ave se abatió en la negrura, por encima de sus cabezas; no llegaron a verla pero sí escucharon el batir de sus alas.

Tina se aclaró la garganta.

-Es como si... la misma noche nos observara... la noche, las sombras, los ojos de la oscuridad.

El viento alborotó el cabello de Elliot. Hizo que un trozo de metal suelto chocase contra el bidón de la basura. El enorme letrero del restaurante crujió hacia delante y hacia atrás entre sus dos postes.

Finalmente, Elliot y Tina entraron en el restaurante, e intentaron no volver a mirar atrás.