16
Tina había arreglado el desorden en el cuarto de Danny y casi había terminado de guardar sus pertenencias, que pretendía donar a «Goodwill Industries». Varias veces se sintió al borde las lágrimas ante la visión de uno u otro objeto que había suscitado una auténtica inundación de recuerdos, pero apretó los dientes y resistió sus ansias de salir del cuarto dejando el trabajo sin terminar.
Ya no le quedaba mucho que hacer, sólo unas cuantas cajas con varias cosas en la parte trasera del armario con mayor fondo. Trató de levantar una de aquellas cajas, pero resultaba demasiado pesada para ella. La arrastró por la habitación, a través de la alfombra, entre las rayas de luz rojodorada de un sol de atardecer que se filtraban a través de los árboles que estaba al otro lado de los cristales de la ventana, provista de una capa de polvo.
Cuando abrió la caja, vio que contenía parte de la colección de libros de cómics de Danny. Cómics de terror. Nunca había sido capaz de comprender aquella morbosa afición del muchacho. Películas de monstruos. Novelas de vampiros. Su fascinación por lo macabro no le había parecido a Tina del todo saludable, pero no le negó la libertad de dedicarse a sus aficiones. La mayoría de sus amigos parecían compartir aquel vivo interés por fantasmas y espíritus, y aquel tipo de cosas no era su único interés, por lo que ella había decidido que no valía la pena preocuparse al respecto.
La caja contenía dos filas de libros de cómics y las recias tapas en color para encuadernarlos. En una de éstas, un carruaje negro, tirado cuatro caballos, también negros, con diabólicos y relucientes ojos, corría por una carretera, de noche, bajo una pálida luna. Un hombre sin cabeza sostenía las riendas, fustigando a los caballos. Una sangre brillante se deslizaba desde el seccionado cuello del hombre, y manchas gelatinosas de sangre se pegaban a su camisa blanca y con encajes. La cabeza se encontraba colocada en el asiento, a su lado, y sonreía con fiereza, obviamente viva a pesar del hecho de haber sido seccionada del cuerpo.
Tina frunció el ceño. Eso era lo que Danny leía antes de acostarse por las noches... ¿Y cómo había podido dormir tan bien? Siempre dormía profundamente, sin intranquilizarse, sin verse turbado jamás por malos sueños. Resultaba asombroso.
Arrastró otra caja, sacándola del armario. Era tan pesada como la primera, y se imaginó que contenía más libros de cómics, pero la abrió para asegurarse.
Lanzó un chillido.
Él la miraba desde el interior de la caja. Desde la tapa de otro cómic de terror. Él. El hombre. El hombre vestido de negro. El mismo rostro. Casi todo él una calavera con carnes marchitas. Unas protuberancias de huesos, y aquellos ojos amenazadores e inhumanos que miraban con intenso odio. El racimo de gusanos en los pómulos y en el rabillo de cada ojo. Aquella sonrisa de dientes podridos y amarillentos. Era exactamente igual que la espantosa criatura que aparecía en sus sueños de las dos últimas noches, exactamente igual en cada espantoso detalle.
¿Cómo? ¿Cómo podía soñar con esa cosa horrible (la noche anterior por última vez), y luego descubrir que la esperaba ahí, sólo unas horas después?
Retrocedió unos pasos, apartándose de la caja de cartón.
Aquellos ojos ardientes y escarlata de la monstruosa figura del dibujo parecieron seguirla.
Debió de haberlo visto mucho tiempo atrás, se dijo. Debió de ver aquellas tapas tremendistas cuando Danny llevó los cómics a casa. «Seguramente», pensó, «el recuerdo de esto quedaría grabado en mi subconsciente, y ha permanecido ahí hasta que, finalmente, lo he incorporado a mis pesadillas».
Aquello parecía lógico. Y era la única explicación posible.
Pero sabía que no era cierto.
Nunca había visto aquel dibujo. Cuando Danny empezó a comprarse cómics de terror con su asignación, ella vigiló los libros, intentando decidir si resultarían o no perjudiciales para él. Pero en cuanto se hizo el propósito de dejarle leer aquellas cosas, si era eso lo que deseaba en realidad, ya, a partir de entonces, no dirigió la menor mirada a lo que el niño compraba.
Sin embargo, ella había soñado con el hombre de negro.
Y ahora lo tenía delante. Y sonreía.
Tuvo curiosidad por leer la historia de la que habían sacado aquella ilustración. Tina se acercó de nuevo a la caja y alargó la mano en busca del libro de cómics. Cuando sus dedos tocaban la tapa de brillante papel el timbre de la puerta de la casa sonó.
Dio un salto y jadeó.
El timbre sonó de nuevo, y se percató de qué se trataba. Mientras el corazón le latía con fuerza, acudió a responder a la llamada.
A través de la mirilla vio a un hombre joven, correctamente vestido que llevaba una gorra azul con un emblema identificable en ella. Sonreía a través de la mirilla, en espera de ser reconocido.
Tina no abrió la puerta. Habló a través de ella.
-¿Qué desea?
-Soy de la compañía del gas. Necesitamos comprobar el punto en que nuestras conducciones entran en su casa.
Tina frunció el ceño.
-¿El día de Año Nuevo?
-Equipo de emergencia -replicó el hombre a través de la cerrada puerta-. Estamos investigando una posible fuga de gas en la vecindad.
Tina titubeó y luego abrió la puerta, sin quitar la gruesa cadena de seguridad. Estudió al hombre a través del pequeño hueco.
-¿Fuga de gas?
Él sonrió, tranquilizador.
-Es probable que no exista el menor peligro. Hemos perdido mucha presión en nuestras tuberías, y tratamos de averiguar la causa. No existen razones para evacuar a la gente, para el pánico, ni ninguna otra cosa parecida. Pero estamos comprobándolo casa por casa. ¿Tiene algún horno de gas en la cocina?
-No.
-¿Y qué me dice del sistema de calefacción?
-Sí. Tenemos una caldera a gas.
-Claro, creo que todas las casas de esta zona tienen calderas de gas. Me gustaría echar un vistazo, comprobar las conexiones, las tuberías de alimentación, todo eso.
Ella le miró con atención. Llevaba un uniforme de la compañía de suministro de gas, y una gran caja de herramientas, donde también aparecía el emblema de la compañía.
-¿Me podría mostrar alguna identificación? -preguntó Tina.
-Por supuesto...
Se metió la mano en el bolsillo de su camisa y sacó una tarjeta de identificación metálica, con el sello de la compañía de gas, su retrato, su nombre y sus rasgos físicos.
Sintiéndose un poco bobalicona, como una anciana fácil de asustar. Tina replicó:
-Lo siento. No se trata de que usted parezca una persona peligrosa o algo parecido. Sólo que...
-Bueno, muy bien -contestó el hombre-. No hace falta que se disculpe. Ha hecho lo correcto al pedirme el documento de identificación. Hoy, el que abre su puerta sin saber exactamente quién se encuentra al otro lado está loco por completo.
Tina cerró la puerta lo suficiente para descorrer la cadena de seguridad, luego, la abrió de nuevo y se hizo a un lado.
-Pase...
-¿Dónde está la caldera? -preguntó él-. ¿En el garaje?
-Sí.
-Si lo desea, puedo entrar por la puerta del garaje.
-Pues... -respondió Tina-. Se trata de una puerta automática y el mando a distancia que la abre se encuentra en el coche, y el coche está en el garaje, por lo que tendrá, de todos modos, que entrar por la casa.
El hombre traspasó el umbral. Tina cerró la puerta y pasó el cerrojo.
-Es una casa muy bonita...
-Gracias...
-Encantadora. Con muy buen sentido para el color. Y todos esos tonos siena. Me gusta. Se parece un poco a nuestra casa. Mi mujer tiene muy buena mano para los colores.
-Resulta relajante -comentó Tina.
-¿Lo ve? Es bonito y natural.
-El garaje está por aquí -le indicó Tina.
El hombre la siguió por la cocina, por el corto pasillo, hasta el lavadero y de éste al garaje.
Tina encendió la luz. La oscuridad desapareció, pero la penumbra siguió a lo largo de las paredes, al igual que en los rincones. El garaje olía a humedad, mas no se percibía olor alguno a gas.
-No huele a gas ni a nada parecido -dijo ella.
-Probablemente tiene razón -contestó el empleado-. Pero nunca se sabe. A lo mejor hay una fuga subterránea en su propiedad. El gas podría escaparse por debajo de los cimientos y almacenarse aquí debajo, en cuyo caso usted no lo detectaría en seguida. Sin embargo, en realidad estaría sentada sobre una bomba.
-Pues qué agradable perspectiva.
-Eso es lo que hace que la vida resulte interesante.
-Es una suerte que no trabaje en el departamento de relaciones públicas de la compañía del gas. Él sonrió.
-No se preocupe. Si creyese que existiera aquí la más mínima probabilidad de algo parecido, ¿me encontraría ahora gastándole bromas a usted?
-Supongo que no.
-Puede estar segura. De veras. No se preocupe. Sólo será una comprobación rutinaria.
Se acercó a la estufa, dejó su pesado maletín de herramientas en el suelo y se puso en cuclillas. Abrió una placa de metal y expuso mecanismos de la estufa. Allí resultaba visible un anillo de una llama azul
-¿Todo bien? -preguntó Tina.
Él alzó la mirada y respondió:
-Esto me llevará quince o veinte minutos.
-Oh Creí que se trataba de algo más sencillo.
-Lo mejor es investigar a fondo en un caso como éste.
-Sí, lleva razón.
-Mire, si tiene algo que hacer, no se preocupe por mí y siga con sus cosas. No necesitaré nada.
Tina pensó en el libro de cómics con el hombre de negro en la tapa. Sentía curiosidad por enterarse de la historia de donde habían extraído a aquella criatura, puesto que albergaba la peculiar sensación de que, de alguna manera, sería algo parecido a la historia de la muerte de Danny. Se trataba de una idea pintoresca, y no sabía de dónde procedía, pero no tenía la menor intención de darla de lado.
-Conforme -respondió-. Estaba haciendo un poco de limpieza en los cuartos trasteros. Si está seguro de que...
-Oh, claro que sí... -la tranquilizó él-. Siga, siga. No quiero interrumpir sus tareas domésticas.
Tina le dejó allí, en el penumbroso garaje, con su rostro iluminado por aquella brillante luz azul, con los ojos relucientes con el gemelo reflejo del fuego.