13
Tina tenía un bien abastecido bar en un rincón de su despacho, para aquellas ocasiones infrecuentes en que alguno de sus ayudantes necesitaba tomarse un trago después de una larga sesión de trabajo. Ésa era la primera vez que ella había necesitado buscar en sus suministros de alcohol para ella misma. Ante su petición, Elliot sirvió un «Rémy-Martin» en dos copas y alargó una a Tina; la mujer no había podido hacerlo a causa de lo mucho que le temblaban las manos.
Se sentaron en el sofá beige, más bien en la zona en penumbra quff debajo del resplandor anaranjado de las lámparas. Tina se vio obligada a sujetar su copa de coñac con ambas manos para que no se le cayera al suelo.
-No sé por dónde empezar -explicó Tina-. Supongo que deberé hacerlo por Danny. ¿Sabes algo de Danny?
-¿Tu hijo?
-Sí.
-Helen Mainway me dijo que murió hace poco más de un año.
-¿Y te contó cómo sucedió?
-No.
-Era uno del grupo «Jaborski».
-¿El grupo «Jaborski»?
-Estoy segura de que has oído hablar de él -prosiguió Tina-. Apareció en la primera página del Review-Journal durante lo menos cuatro o cinco días. Bill Jaborski era un experto en lugares deshabitados y también un consumado jefe de scouts. Cada año se llevaba un grupo de exploradores al Norte, más allá de Reno, a las Altas Sierras. Efectuaban una excursión de supervivencia de siete días en el desierto.
-Sí -repuso Elliot en voz baja y triste-. Ahora me acuerdo...
-Se suponía que eso formaba el carácter. Y todos los chicos competían duro durante el año para tener la posibilidad de ser elegidos para el viaje. Y también se suponía que se trataba de algo seguro por completo. A Bill Jaborski le atribuían el encontrarse entre los diez mejores expertos a nivel mundial en supervivencia invernal. Eso es lo que todos decían. Y el otro adulto que iba también, Tom Lincoln, se suponía que era casi tan bueno como Bill. Por lo menos, se suponía que lo era... -exclamó con amargura.
-Sí recuerdo el asunto, habían estado llevándose a los chicos a la montaña durante años y años, y nadie recibió nunca ni el menor arañazo -la interrumpió Elliot.
Tina sorbió un poco de coñac; tenía un buen sabor, pero no acababa de disipar el frío que sentía en su interior.
-El año pasado -siguió Tina-, Jaborski se llevó a catorce muchachos comprendidos entre doce y dieciocho años. Todos eran unos curtidos scouts. Y todos murieron con Jaborski y Tom Lincoln.
-¿Las autoridades han podido llegar a la conclusión de lo ocurrido?
-Saben cómo -replicó Tina-. El grupo se adentró en las montañas en un minibús con tracción en las cuatro ruedas, que había sido construido para circular por carreteras comarcales en invierno. Con neumáticos anchos. Y cadenas. Incluso llevaban un quitanieves delante. No se suponía que se adentrasen por el corazón del páramo. Sólo en sus fronteras. Nadie en su sano juicio se llevaría a unos chicos de doce años a los lugares más apartados de las Sierras, sin importar los medios o lo bien preparados y entrenados que estuviesen; sin importar lo fuertes que pudiesen ser y sin importar, tampoco, los duchos hermanos mayores que los vigilaran. Jaborski planeó apartar el minibús de la carretera principal, a lo largo de una vieja senda Maderera, más o menos un par de kilómetros entre los árboles, tal vez incluso un poco más si las condiciones lo permitían. Desde allí harían excursiones durante tres días, provistos de raquetas de nieve y mochilas; realizarían un amplio círculo en torno al autocar, y regresarían a éste al acabar la semana. Llevaban las mejores ropas de invierno, los mejores y más anatómicos sacos de dormir, las mejores tiendas invernales, un montón de carbón y otras fuentes caloríficas, comida abundante y dos expertos en lugares desiertos para que los guiaran. Todo el mundo afirmaba que era una excursión por completo segura. Absoluta y perfectamente segura. Entonces, ¿cómo es que las cosas salieron mal?
Tina no pudo seguir sentada. Se levantó y comenzó a pasear, mientras se tomaba otro sorbo de coñac.
Elliot se quedó callado. Sabía que Tina tendría que resumir toda la historia para conseguir apartarla de su mente, aunque él lo hubiera recordado todo ya y no tuviera necesidad de que se lo contara.
-Algo condenadamente seguro no funcionó -empezó ella-. En realidad, por alguna razón, se alejaron con el minibús más de seis kilómetros respecto de la carretera general y un montón de camino hacia arriba, en medio de una maldita niebla. Avanzaron por una senda maderera abandonada, una carretera en muy mal estado, tan peligrosa, tan llena de nieve, tan pesadamente revestida de hielo que sólo un loco hubiera tratado de probar por allí, ni siquiera a pie. Y el minibús se despeñó... por el precipicio.
Tina respiró hondo; aquello no resultaba fácil.
-El minibús se precipitó desde más de treinta metros de altura... encima de un mar de rocas. El depósito de la gasolina estalló. El minibús se abrió como una lata de conserva. Dio volteretas otros treinta metros entre los árboles. Los chicos..., todos... murieron.
Miró a Elliot Stryker con dureza.
-¿Por qué? ¿Por qué un hombre como Bill Jaborski iba a hacer una cosa tan condenadamente estúpida?
Elliot, que aún seguía sentado en el sofá, meneó la cabeza y se quedó contemplando su coñac.
En realidad, Tina no esperaba que contestase a su pregunta. A decir verdad, no se la formulaba a él, ni a nadie. De hecho, se lo preguntaba a Dios.
-¿Por qué? Jaborski era el mejor. El óptimo. Era tan bueno en eso que había estado llevando a los muchachos a las Sierras con la mayor seguridad durante catorce años, un desafio que otro montón de expertos en supervivencia no podían ni soñar. Bill Jaborski era listo, duro, inteligente y abrigaba un gran respeto por los peligros implicados en la operación en que murió. No era un alocado. ¿Por qué hizo algo tan estúpido, tan idiota, como seguir camino arriba en aquellas condiciones?
Elliot levantó la mirada hacia ella. En sus ojos brillaba la amabili-dad, una profunda simpatía.
-Es probable que nunca conozcas la respuesta -replicó él-. Comprendo lo duro que debe resultar para ti vivir sabiendo que nunca alcanzarás una explicación satisfactoria.
-Es duro -convino ella-. Muy duro. Tina volvió al so£á y se sentó.
Él le quitó la copa de la mano. Estaba vacía. Tina no recordaba haberse acabado el coñac. Elliot se puso en pie y se encaminó hacia el bar.
-No me pongas más -pidió Tina-, No deseo emborracharme.
-Tonterías -dijo él-. En tus condiciones, inmersa en toda esa energía nerviosa como te encuentras, dos coñacs no te afectarán lo más mínimo.
Regresó del bar con más «Rémy-Martin».
Esa vez, Tina pudo sujetar la copa con una sola mano.
-Gracias, Elliot.
-Lo que no puedes pedir es ningún combinado -explicó-. Soy el mejor barman del mundo. Puedo servir cualquier cosa, sola o con hielo. Pero soy incapaz incluso de mezclar vodka con jugo de naranja en la proporción adecuada.
-No te daba las gracias por la bebida. Te las daba por escucharme todo cuanto digo. Eres un oyente condenadamente bueno, Elliot.
-La mayoría de los abogados hablan demasiado -explicó-. Me percaté de ello incluso antes de ir a la Facultad de Derecho. Tal vez estén actuando siempre; creo que practican para estar en forma en los debates de la sala de juicios. De todos modos, decidí desde el principio ser un abogado que escuchase. A medida que los años han pasado, me he percatado que hago un trabajo mucho mejor para los clientes porque los escucho y aprendo a conocerles muy bien.
Durante un momento, permanecieron sentados en silencio, mientras tomaban su coñac.
Tina estaba tensa aún, pero ya no sentía frío por dentro. Elliot fue el primero en hablar:
-El perder a tu hijo de esa forma debió resultar devastador en verdad. Incluso aunque haga ya más de un año, estoy seguro de que no has aprendido a vivir conforme con esa pérdida. De todos modos, no creo que fuese ningún recuerdo de tu hijo lo que te alteraba tanto cuando entré hace un momento.
-En cierto modo, sí.
-¿Quieres hablar de ello?
Ella estuvo conforme. Le contó todas aquellas cosas extraordinarias que le habían sucedido últimamente: los mensajes en la pizarra de Danny y el revoltijo con qué se encontró en el cuarto del niño; las odiosas y burlonas palabras que habían aparecido en los listados del ordenador.
Elliot miró los papeles impresos con ella y examinaron la terminal del ordenador en el despacho de Ángela. Lo enchufaron e intentaron repetir lo que había hecho hacía un rato; la máquina funcionó exactamente como se suponía que tenía que hacerlo.
-Alguien ha podido programarle para que saliera toda esa porquería acerca de Danny -explicó Elliot-. Pero lo que no comprendo es cómo la terminal ha podido conectarse por sí sola.
-Pues así sucedió -replicó Tina.
-No dudo de ti. Sólo que no lo comprendo.
-Alguien pudo entrar por la noche y efectuar algunas conexiones especiales en la consola de programar.
-Parece inverosímil.
-No más inverosímil que el resto de la historia.
-¿Y qué me dices de los cambios de temperatura que has mencionado?
-¿Qué pasa con eso?
-¿Cómo ha podido alguien hacerlo?
-No lo sé.
-¿Y por qué se iban a preocupar por eso?
Tina se encogió de hombros.
-Quiero decir -prosiguió Elliot- que aunque hubiesen encontrado alguna forma de manipular en el aire acondicionado, y me has dicho que no funcionaba, ¿por qué buscarse todas esas complicaciones? ¿Qué objeto tendrían?
-No lo sé -repitió Tina.
-¿Pudieron ser subjetivos los cambios de temperatura?
Tina frunció el ceño.
-¿Me estás preguntando si me los he imaginado?
-Como te he visto tan asustada y...
-Estoy segura de que no me lo imaginé. Ángela ha sido primera en notar el frío, cuando sacó el primer listado con aquellas líneas acerca de Danny. No es muy probable que Ángela y yo imaginásemos ambas la misma cosa.
-Es cierto -respondió él.
Durante segundos, se quedó mirando, pensativo, la terminal del ordenador; sus ojos oscuros, parecieron mirar a través de él.
-Vamos... -dijo luego.
-¿Adonde?
-Regresemos a tu despacho. Me he dejado el coñac allí. Lo necesito para lubrificar mis pensamientos.
Ella lo siguió hasta el interior del despacho particular con paneles de madera.
Elliot cogió su copa de coñac de la mesita baja que había delante del sofá y se sentó en el borde del escritorio de Tina.
-¿Quién? -preguntó-. ¿Quién te está haciendo esto?
-No tengo la menor idea.
-Pero pensarás en alguien -insistió Elliot.
-Quisiera hacerlo.
-Pues, es obvio que existe alguien a quien no caes bien, si es que no te odia en realidad. Un bromista ordinario no se tomaría tantas molestias. Se trata de alguien que tiene un ardiente deseo de verte sufrir. Me aventuraría a decir que esa persona, quien quiera que sea, un hombre o una mujer, te echa la culpa de la muerte de Danny. Y siente la muerte del niño como una pérdida muy sentida, muy personal. Por lo tanto, es difícil que se trate de un desconocido.
Tina quedó turbada a causa de su análisis porque parecía muy sensato; sin embargo, la llevaba al mismo callejón sin salida que había alcanzado ya antes. Tina comenzó a pasear entre el escritorio y las ventanas recubiertas por los cortinajes.
-Esta tarde decidí que debía ser un extraño. No puedo pensar en nadie que conozca capaz de realizar este tipo de cosas, aunque me odien lo suficiente como para considerar el hacerlas. Y no sé de nadie, excepto de Michael, que me atribuya cualquier tipo de culpa por la muerte de Danny.
Elliot alzó las cejas.
-¿Michael es tu exmarido?
-Sí.
-¿Y te echa la culpa por la muerte de Danny?
-Dice que nunca debí dejarle irse con Jaborski. Pero no ha sido Michael quien ha llevado a cabo todo este trabajo sucio.
-Pues a mí me parece un candidato excelente.
-No.
-¿Estás segura?
-Por completo. Se trata de otro.
Elliot saboreó su coñac.
-Al parecer, tal vez necesitarás ayuda profesional para pillarle en alguno de sus trucos.
-¿Te refieres a la Policía?
-No creo que la Policía sea de mucha ayuda en un caso así. En primer lugar, probablemente no creerán que sea una cosa lo bastante seria para ellos como para desperdiciar de esa manera su tiempo. A fin de cuentas, no te han amenazado con ningún daño o algo de ese tipo.
-En todo esto existe una implícita amenaza.
-Oh, claro que sí. Estoy de acuerdo. Da miedo. Pero los «polis» se atienen mucho a la literalidad de las palabras. No se impresionan por las amenazas implícitas. Además, para vigilar tu casa apropiadamente, pues sólo eso requiere mucho personal, que la Policía no puede dedicar a algo que no sea un caso de asesinato, un secuestro o una investigación sobre drogas.
Tina dejó de pasear y se situó delante de él.
-Entonces, ¿a qué te has referido al decirme que probablemente necesitaría de ayuda profesional para atrapar a ese desgraciado?
-A detectives privados.
-¿No se trata de algo un poco melodramático?
Elliot sonrió con amargura.
-La persona que te acosa tiene un estilo melodramático a un kilómetro de distancia. Nunca es desaconsejable combatir las cosas en su propio terreno.
Tina suspiró, tomó un sorbo de coñac y se sentó en el borde del sofá.
-No sé... Tal vez contrate a unos detectives privados, pero quizá no atrapen a otra persona aparte de a mí.
-Sírveme otro trago.
Tina tuvo que tomarse otro pequeño sorbo de coñac antes de ser capaz de expresar lo que pensaba. Se percató de que él llevaba razón acerca de que el licor le hacía poco efecto; se sentía más relajada que diez minutos atrás, pero no estaba ni levemente embriagada.
-Se me ha ocurrido -empezó- que tal vez yo fuese quien escribiera aquellas palabras en la pizarra de Danny. Y quizá también fui yo la que puso su cuarto patas arriba.
-No te capto...
-Pude hacerlo dormida...
-Eso es ridículo, Tina.
-¿De veras? Creo que empecé a no darle vueltas a la muerte de Danny por el mes de septiembre. Por aquella época, comencé a dormir bien. No estaba obsesionada por ello cuando me encontraba sola, como me había sucedido durante un largo período de tiempo. Pensé que ya había dejado a la espalda la mayor parte de aquella pena. Pero hace un mes comencé a soñar con Danny otra vez. La primera semana me ocurrió dos veces. La segunda, cuatro noches. Y durante las dos últimas semanas he soñado con él cada noche sin falta. Y los sueños son peores cada vez. Ahora constituyen auténticas pesadillas.
Elliot se deslizó del escritorio, regresó al sofá y se sentó al lado de ella.
-¿Y cómo son?
-Sueño que está vivo, atrapado en alguna parte, por lo general en un pozo profundo o en un barranco o en un manantial, en algún lugar subterráneo. Y me llama, me suplica que lo salve. Pero yo no puedo. Soy incapaz de llegar hasta él. Y luego la tierra comienza a caer sobre él, a cerrarse a su alrededor, y me despierto gritando, empapada en sudor. Y... siempre tengo una enorme sensación..., una sensación casi psíquica de que Danny no está realmente muerto. Nunca dura mucho tiempo, pero, cuando me despierto, estoy segura de que vive en alguna parte. Verás, he convencido a mi consciente de que mi hijo está muerto, pero, cuando duermo, es mi subconsciente el que rige las cosas. Y mi subconsciente no está convencido de que Danny se haya ido para siempre.
-Así que crees que es tu subconsciente el que te convierte en sonámbula. Opinas que es tu subconsciente el que te hace escribir ese rechazo de la muerte de Danny en la pizarra del niño.
-¿No crees que eso sea posible?
-Supongo que sí -respondió Elliot-. No soy psicólogo; sin embargo, me parece una teoría viable. Aunque no acabo de aceptarla. Admito que aún te conozco muy poco, pero creo que es bastante para saber que no reaccionarías de esa manera. Eres una persona que se enfrenta con los problemas. Si tu incapacidad para aceptar la muerte de Danny constituyese un serio problema, no lo esconderías en tu subconsciente; intentarías enfrentarte con ello.
Tina sonrió.
-Tienes una opinión muy elevada de mí.
-Sí -repuso-. Así es. Además de haber sido tú la que escribiera en la pizarra y destrozara las cosas del cuarto del niño, también habrías sido la que viniese aquí por la noche y programase el ordenador del hotel para que imprimiera todas esas porquerías acerca de Danny. ¿Y crees que estás tan por completo ida como para hacer algo así y no recordarlo? ¿Te parece que eres una esquizofrénica?
Tina se recostó en el sofá.
-No.
-Muy bien...
-Y eso, ¿adonde nos conduce?
-No te desesperes. En realidad, estamos consiguiendo auténticos progresos.
-¿De veras?
-Claro -siguió él-. Vamos eliminando posibilidades. Te hemos eliminado a ti de la lista de sospechosos. Y a Michael. Y estoy seguro de que no puede tratarse de un desconocido, lo cual amplía la cosa a todo el resto del mundo.
-También estoy segura de que no se trata de un amigo o de un pariente. ¿Sabes lo que nos deja esto?
-¿Qué?
Tina se inclinó hacia delante, dejó su copa de coñac encima de la mesita y, durante un momento, permaneció sentada con el rostro entre las manos.
-¿Tina...?
La mujer alzó la cabeza.
-Sólo trato de pensar lo mejor posible para poner en palabras lo que tengo en mi mente. Se trata de una idea loca. Ridicula. Tal vez hasta enfermiza. Ahora que me has convencido de que no estoy a punto de echar espuma por la boca, no deseo decir algo que cambie la opinión que ambos tenemos con respecto de mi cordura o mi carencia de ella.
-No voy a pensar que estás mal de la cabeza -le aseguró Elliot-. ¿De qué se trata? Cuéntamelo...
Tina titubeó; trataba de imaginarse cómo sonaría aquello antes de decirlo, y se preguntaba si, en realidad, lo deseaba lo suficiente como para transformarlo en palabras. La posibilidad de que iba a sugerir algo que resultaba tan remoto... Que... Al fin, se lanzó de cabeza:
-¿Y qué ocurriría si lo que estoy pensando es que, tal vez, Danny está vivo en realidad?
Elliot ladeó la cabeza y la estudió con sus oscuros y sondeadores ojos.
-¿Vivo?
-Nunca vi su cadáver.
-¿De veras? ¿Por qué no?
-El coroner y el de la funeraria me dijeron que se encontraba en un estado..., horriblemente mutilado, destrozado por el frío y por el accidente. No creían que se tratase de una buena idea, ni para mí ni para Michael, el verlo. En realidad, ninguno de nosotros dos ansiaba ver el cuerpo, aunque se hubiera encontrado en buen estado, por lo que aceptamos los consejos de la funeraria. Y celebramos un funeral con el ataúd cerrado.
-¿Y cómo identificaron el cadáver las autoridades?
-Pidieron fotos de Danny. Pero, sobre todo, me parece que se basaron en las pruebas dentales.
-Esas pruebas son casi tan buenas como las huellas digitales.
-Casi -prosiguió ella-. Pero tal vez Danny no muriera en aquel accidente. Quizá sobrevivió. Y tal vez alguna persona sabe dónde se encuentra. Es posible que alguien trate de decirme que Danny está vivo. Tal vez no exista ninguna amenaza en todas esas cosas que me han sucedido. Quizás alguien me esté facilitando una serie de pistas, e intenta prepararme ante el hecho de que Danny no está muerto.
-Son demasiadas posibilidades.
-Quizá no.
Elliot le puso una mano sobre el hombro, y le dio un cariñoso apretón.
-Tina, sabes que esa historia carece de sentido, Danny está muerto.
-¿De veras? Entonces crees que estoy loca...
-No. Creo que estás destrozada, y eso es comprensible; desde luego tienes razones suficientes como para estar enloquecida.
-¿No consideras lo más mínimo la posibilidad de que esté vivo?
-¿Y cómo podría estarlo?
-No lo sé.
-¿Cómo habría podido sobrevivir al accidente que has descrito? -preguntó Elliot.
-No lo sé.
-¿Y dónde habría permanecido durante todo este tiempo... si no está... en la tumba?
-Tampoco lo sé.
-Sí estuviese vivo -prosiguió Elliot con paciencia- simplemente, esa persona vendría y te lo diría. No haría cosas tan misteriosas como éstas, ¿no crees?
-Tal vez.
Consciente de que su respuesta lo había decepcionado, Tina se miró las manos, entrelazadas con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.
Elliot la agarró de la barbilla e hizo que volviese su rostro hacia él.
Sus bellos y expresivos ojos aparecían llenos de preocupación por ella.
-Tina, sabes que no hay ningún «tal vez» acerca de esto. Considera mucho mejor las cosas. Si Danny estuviera vivo, y si alguien tratara de hacerte llegar la noticia, no se comportaría de una forma así, no emplearía todas esas dramáticas insinuaciones. ¿Tengo razón?
-És probable.
-Danny ya no está con nosotros...
Tina no replicó.
-Si intentas convencerte de que está vivo -prosiguió Elliot-, sólo te buscarás otra recaída.
Tina miró los ojos de Elliot con fijeza durante un momento. Luego suspiró y asintió:
-Tienes razón.
-Danny murió...
-Sí -repuso Tina en voz baja.
-¿Estás totalmente convencida de ello?
-Sí.
-Estupendo...
Tina se levantó del sofá, se acercó a la ventana y descorrió las cortinas por completo. Sentía una súbita urgencia de ver el Strip. Después de hablar tanto acerca de la muerte, tenía que conseguir una visión de movimiento, de acción, de vida. Y aunque el Strip, a veces Parecía sucio al crudo resplandor del sol del desierto, el bulevar, día y noche, se encontraba lleno de gente y rebosante de vida. Cuando descorrió los pesados cortinajes color vino, el crepúsculo de comienzos de invierno caía sobre la ciudad, y millones de luces parpadeaban en los enormes letreros. Centenares de coches avanzaban lentamente Por la bulliciosa calle; los taxis corrían de acá para allá, en infatigable usqueda del menor resquicio; y auténticas muchedumbres circulaban por las aceras, de un casino a otro, de una sala a otra, de un espectáculo a otro.
Al cabo de un momento, Tina se volvió otra vez hacia Elliot.
-¿Sabes qué deseo hacer?
-¿Qué?
-Abrir la tumba.
-¿Que exhumen el cadáver de Danny?
-Sí. Nunca lo he visto. Por eso he pasado tantas angustias al intentar aceptar el hecho de su muerte. Ésa es la razón de que sufra de pesadillas. Si viese el cuerpo, estaría segura; mi subconsciente no tendría ya la menor posibilidad de fantasear respecto de que Danny siga vivo.
-Pero el estado del cadáver...
-No me preocupa -respondió.
Elliot frunció el ceño. Resultaba claro que no se hallaba convencido de lo prudente de aquella exhumación.
-Un cadáver, incluso en un ataúd herméticamente cerrado, es probable que presente un aspecto mucho peor que hace un año, cuando te recomendaron que no lo vieras.
-Tengo que verlo...
-Te encontrarás metida en una horrible...
-Ésa es la idea -se apresuró Tina a contestar-. Una conmoción. Un fuerte tratamiento shock. Un shock que, finalmente, disipará todas las dudas que aún me quedan. Si viese... los restos de Danny, sé que sería capaz de no abrigar más dudas, ni consciente ni inconscientemente. Las pesadillas desaparecerían.
-Tal vez. O quizá te veas acosadas por unos sueños peores aún.
Tina meneó la cabeza.
-Nada sería peor que éstos de ahora.
-Por supuesto -siguió él-, la exhumación del cadáver no responderá a la pregunta principal. No te ayudará a descubrir quién te acosa.
-Lo hará -repuso Tina-. Quien quiera que sea ese sinvergüenza, cualquiera que sean sus motivaciones, no está muy equilibrado mentalmente. Es un enfermo de una especie o de otra. ¿Quién sabe qué induciría a una persona así a revelar su personalidad? Si se entera de que se llevará a cabo una exhumación, tal vez reaccione con violencia y lo abandone todo. Cualquier cosa es posible.
Elliot pensó acerca de aquello durante un momento.
-Sí. Supongo que tienes razón.
-De todas formas -prosiguió ella-, en el caso de que abrir la tumba no me ayude a encontrar al responsable de estas bromas macabras, por lo menos asentaré mi mente respecto a Danny. Esto es seguro que mejorará mi estado psicológico, lo cual me dejará en mejor forma para hacer frente a ese canalla. Por lo tanto, la cosa funcionará desde todos los puntos de vista.
Se apartó del ventanal y se sentó de nuevo en el sofá, al lado de Elliot.
-Necesitaré un abogado para que se haga cargo de todo el papeleo, ¿no te parece?
-¿Para la exhumación? Sí, un abogado te facilitaría las cosas.
-¿Me representarías?
Elliot no vaciló.
-Sí.
-¿Y cómo sería de difícil el asunto?
-Verás, no existe una razón legal urgente para pedir la exhumación del cuerpo. Me refiero a que no hay ninguna duda acerca de la causa de la muerte, y tampoco un nuevo sumario pendiente del informe del coroner. Si ésta fuese la situación, podríamos abrir la tumba en seguida. Pero, incluso así, no sería demasiado difícil. Presentaríamos el caso desde el horrendo sufrimiento de la madre, y el tribunal nos mostraría sus simpatías.
-¿Has tenido algún caso de este tipo antes?
-En realidad, sí -replicó Elliot-. Hace cinco años. Una niña de ocho años murió, súbita e inesperadamente de una enfermedad congénita de los ríñones. Sus dos ríñones le fallaron, de la noche a la mañana, literalmente hablando. Un día era una chiquilla feliz y normal; al siguiente, parecía tener la gripe. Al tercer día, estaba muerta. Su madre quedó tan aplastada que no pudo soportar la visión del cadáver en el ataúd, aunque su hija no hubiera sufrido ningún daño físico sustancial y exterior, como le ocurrió a Danny. Incluso fue incapaz de asistir a los servicios fúnebres. Un par de semanas después del entierro de la niña, su madre empezó a sentirse culpable por no haberle brindado sus últimos tributos de cariño.
Al recordar sus propios malos momentos, Tina comentó: -Lo sé. Sé cómo es eso.
-Llegado el momento, aquel sentimiento de culpabilidad se desarrolló hasta desembocar en serios problemas emocionales. Puesto que la madre no había visto el cadáver en la funeraria, no podía tener la certeza de que su hija estuviera muerta. Su incapacidad para aceptar la verdad fue mucho peor que la tuya. La mayor parte del tiempo estaba histérica, al borde de un desequilibrio nervioso. Yo dispuse que la tumba fuera abierta. Mientras preparaba el procedimiento ante las autoridades para la petición de exhumación, descubrí que la reacción de mi cliente era muy típica en situaciones de esta clase. En apariencia, cuando un hijo muere, una de las cosas peores que un padre puede hacer es negarse a ver el cuerpo mientras está en el féretro. Necesitas pasar un tiempo con el fallecido, lo bastante como para aceptar el hecho de que el cadáver nunca más regresará a la vida.
-¿Y la exhumación ayudó a tu clienta?
habían tenido ganas de reír desde que Elliot entrara en el despacho, y aquello cambiaba la calidad de la conversación. Toda aquella charla sobre muerte, miedo, locura y dolor parecía haberse desarrollado en un tiempo remoto, en vez de sólo unos cuantos segundos antes. Desearon pasarlo bien durante la noche que les aguardaba, y la mejor manera era ponerse en el debido estado de ánimo para ello.
Cuando Elliot alzó la segunda copa y la colocó en el escurridor, Tina dijo:
-Lo haces muy bien.
-Pero no limpio ventanas.
-Me gusta ver a un hombre realizando tareas domésticas.
-Pues, en ese caso, tendrías que verme cocinar.
-¿Cocinas?
-Como los ángeles.
-¿Y cuál es tu plato favorito?
-Cualquiera de los que hago.
-Es obvio que sabrás hacer pastel de humildad.
-Cualquier gran chef debe ser egomaníaco en lo que a su arte culinario se refiere. Ha de estar del todo seguro en la estimación de su talento, si debe hacer un buen trabajo en la cocina.
-¿Y qué pasaría si cocinases algo para mí y no me gustara?
-En ese caso, comería lo que tú me sirvieras como si se tratase de algo mío.
-¿Y qué comería yo?
-Tu corazón.
Tina se echó a reír de nuevo. Sentaba bien hacerlo después de tantos meses de tristeza. Y sentaba aún mejor compartir de nuevo una velada con un hombre atractivo.
Elliot dejó a un lado el líquido de fregar la vajilla y el paño de cocina. Mientras se secaba las manos en una toalla, comentó:
-¿Por qué no nos olvidamos de salir a cenar? Déjame que cocine algo para ti.
-¿Con tan poca antelación?
-No necesito mucho tiempo para planear una comida. Soy como un rayo. Además, podrías ayudarme en el trabajo pesado, como limpiar las verduras y cortar las cebollas.
-Bueno, no sé -replicó Tina, tomándole el pelo-. ¿A qué restaurante iríamos, caso de salir?
-Pensaba en «Battista's Hole», en el «Wall». Conozco a Rio y Battista muy bien. Es probable que conseguiéramos algún servicio especial, uno o dos platos.
-Mmmmmmm -repuso Tina, aún de broma. El «Hole», en el «Wall», sirve la mejor comida de la ciudad. - ¿Podrías hacer algo que fuese igual de bueno?
-Prepararía unos estupendos fettuccine Alfredo.
Ella sonrió.
-Tal vez sea una de esas noches en que Battista canta para los clientes -replicó-. Odiaría perdérmelo. Tiene una voz muy bonita.
-Pues yo silbaría -contestó Elliot.
-Battista canta ópera. Y amo la ópera.
-Pues silbaré ópera.
-Oh... ¿Así que silbas ópera?
Elliot se lamió los labios, los frunció y se esforzó por silbar la conocida melodía de Vesti la guibba.
Tina no pudo reprimir una carcajada.
-¡Es espantoso!
-Cocino mejor que silbo.
-Tendrá que ser así.
-Di que irás a mi casa y me dejarás cocinar para ti, o silbaré más y más. Algo de Turandot.
-¡No, no! Por favor, no... Turandot es una de mis óperas favoritas.
Él la obsequió con una burlona y siniestra mirada.
-Está bien... ¿Me dejarás que cocine para ti?
-Sí, sí. Cualquier cosa. Con tal de que no silbes más ópera...
-De acuerdo.
Salió de detrás de la barra y le tendió una mano.
-Entonces, vayamos a mi cocina.
-Debería ir a casa a arreglarme -comentó Tina.
-Ya estás bastante arreglada para mí.
-Mi coche...
-Pues ve en él. Sigúeme hasta mi casa.
Apagaron las luces y salieron del despacho, cerrando la puerta tras de ellos.
Mientras cruzaban el despacho de Ángela, camino del pasillo, Tina lanzó una nerviosa mirada a la terminal del ordenador. Temía que comenzase a tecletear de nuevo, por sí solo, y les arruinara toda la velada. Pero ella y Elliot salieron de la oficina exterior, apagaron las luces y anduvieron por el largo pasillo hacia los ascensores sin escuchar el ruido de las teclas de una impresora automática.