12
La tercera planta del «Desert Mirage Hotel» estaba dedicada por completo a la dirección y al personal de oficinas. Allí no había destellos ni nada del encanto de Las Vegas. Era donde se trabajaba. El lugar que albergaba la maquinaria que cuidaba de los muros de la fantasía, más allá de los cuales los turistas brincaban.
Tina tenía un despacho de un moderado tamaño, con paneles de madera oscura, muebles cómodos y bajos y una iluminación ambarina. Una pared aparecía cubierta por unos cortinajes pesados, color vino que bloqueaban el paso del feroz sol del desierto. Las ventanas detrás de las cortinas daban a Las Vegas Strip.
Por la noche, el Strip resultaba una visión vertiginosa, un auténtico no de luz, rojo y azul, verde y amarillo, púrpura y rosa, y cualquier otro color del arco iris, de incandescencia y de neón, destellando, alumbrando; letreros de treinta metros de altura, señales de ciento cincuenta metros de longitud, anuncios colgados a una altura de cuatro o cinco plantas respecto del nivel de la calle que parpadeaban, brillaban, millares de resplandecientes tubos de cristal llenos de reluciente gas, guiñando y girando; centenares de miles de bombillas, con los nombres de los hoteles, e imágenes luminosas, con diseños controlados por ordenador, fluyendo y menguando, un enloquecedor pero curiosamente hermoso exceso de consumo de energía.
Sin embargo, durante el día, el implacable Sol no era muy amable con el Strip. Ante tan dura y aguzada luz, aquellas enormes construcciones arquitectónicas no siempre resultaban atractivas; a veces, a pesar de los miles de millones de dólares de valor que representaba, el Strip parecía algo sucio.
La visión del legendario bulevar se perdía para Tina; a menudo no lo veía en absoluto, dado que por la noche estaba sola en su oficina y los cortinajes permanecían raramente descorridos. Aquella tarde, como de costumbre, estaban echados, el despacho se encontraba en la penumbra y ella se sentaba detrás de su escritorio, ante un charco de luz.
Tina estudiaba la conformidad de una factura de carpintería para algunos de los decorados de Magyck!, cuando Ángela, su secretaria entró desde la oficina exterior.
-¿Necesitas algo más antes de que me marche? -preguntó.
Tina miró su reloj.
-Sólo son las cuatro menos cuarto.
-Lo sé -replicó Ángela-. Pero hoy saldré a las cuatro porque es Nochevieja.
-Oh, claro -repuso Tina-. Me había olvidado por completo de la fiesta.
-Si lo deseas, puedeo quedarme un poco más.
-No, no, no -dijo Tina-, Vete a casa a las cuatro con los demás.
-Entonces, sí que necesitas algo.
Tina se reclinó en su sillón y comentó:
-Sí. En realidad, hay algo... Una serie de nuestros habituales grandes jugadores no han podido asistir al preestreno de los VIP de Magyck! Me gustaría que sacases sus nombres del ordenador, más una lista de los aniversarios de boda de todos aquellos que estén casados.
-Se puede hacer -replicó Ángela-. ¿Qué se te ha ocurrido?
-Durante el año, enviaré invitaciones especiales para los casados, Evitándolos a que pasen sus aniversarios en el «Desert Mirage», con habitación y pensión completa por cuenta de la casa durante dos o tres días. Lo redactaría de esta forma: «Pase la mágica noche de su aniversario de bodas en el mundo mágico de Magyck!» o algo parecido. Haremos que resulte muy romántico. Les serviremos champaña durante el espectáculo. Sería una buena promoción, ¿no te parece?
Alzó las manos, como si pusiese un marco a sus siguientes palabras:
-«El "Desert Mirage", un lugar Magyck! para los amantes.»
-El hotel estaría muy satisfecho -replicó Ángela-. Eso nos daría mucha publicidad en todos los medios.
-Los jefes del casino se alegrarían porque un montón de nuestros peces gordos harían, probablemente, un viaje extra este año. El jugador medio no cancelaría otro viaje planeado a Las Vegas; simplemente, efectuaría un viaje aparte por su aniversario. Y yo estaría contenta porque todo el asunto generaría más comentarios acerca del espectáculo.
-Es una gran idea -convino Ángela-. Probaré ahora mismo en el ordenador.
Tina volvió a inspeccionar la factura de la carpintería y, al cabo de un minuto, el agudo sonido de la impresora del ordenador se escuchó desde el antedespacho.
Ángela regresó a las cuatro y cinco con la información requerida. Toda ella estaba contenida en una hoja de papel de impresora continuo de unos cinco metros de largo, que iba plegado en la forma de acordeón normal.
-Gracias -le dijo Tina.
-No hay de qué...
-¿Estás temblando...?
-Sí -repuso Ángela-. Debe de ser un problema del aire condicionado o algo parecido. Mientras estaba con el ordenador, mi despacho se ha quedado helado.
-Pues aquí hace bastante calor -respuso Tina.
-Tal vez se trate sólo de mí. Bueno, me voy...
-¿Irás a alguna fiesta?
-Sí, más tarde. Por Rancho Circle.
-¿En «Millionaire's Row»?
-Sí. Será algo de aupa. El jefe de mi novio vive por allí.
Se dio la vuelta para marcharse, miró hacia atrás y añadió:
-Feliz Año Nuevo, Tina.
-Lo mismo te deseo.
-Nos veremos el lunes.
-Eh... Oh, sí, eso es... Se trata de un fin de semana de cuatro días. Tendrás que cuidarte la resaca...
Ángela sonrió.
-Pues habrá algo de ello, será lo más seguro.
Tina acabó de comprobar la factura de la carpintería teatral y la conformó para que procediesen su pago.
Sola ahora en la tercera planta, se sentó ante el charco de luz ámbar de encima de su escritorio, rodeada de sombras. Bostezó. Otra hora. Trabajaría hasta las cinco y luego se iría a casa. Necesitaría dos horas antes de estar lista para su cita con Elliot Stryker. Sonrió al acordarse de él, luego cogió el montón de papel plegado impreso, ansiosa por terminar su trabajo.
Resultaba asombrosa la cantidad de información que el hotel tenía acerca de sus clientes. Si necesitaba saber cuánto dinero ganaba cada una de aquellas personas en un año, el ordenador se lo diría. Y lo mismo haría con las preferencias de cada cual con respecto a licores, flores y perfumes favoritos de sus esposas, qué coches conducían, los nombres y edades de sus hijos, la naturaleza de cualquier tipo de enfermedad u otras características de tipo médico que les pudiesen afectar, sus platos preferidos, sus colores favoritos, gustos musicales, afiliaciones políticas y docenas, quizá centenares, de otros detalles -tanto los importantes como los triviales- acerca de ellos. Se trataba de clientes a quienes el hotel tenía que mimar, y cuanto más cosas conociera el «Desert Mirage» acerca de ellos, mejor podría atenderles. Aunque el hotel recogía estos datos, pensando sobre todo en la felicidad de los clientes, Tina se preguntó lo complacidas que quedarían aquellas personas si se enterasen de los enormes expedientes que el «Desert Mirage» guardaba de ellos.
Repasó la lista de los clientes importantes que no habían asistido al estreno de Magyck! Con ayuda de un lápiz rojo rodeó con un círculo aquellos nombres que iban acompañados de las fechas de sus aniversarios, intentando hacerse una idea de lo importante que podría ser aquella promoción que tenía entre manos. Había contado sólo veintidós nombres cuando llegó un mensaje increíble que el ordenador había insertado en la lista.
Durante un momento, su corazón pareció que dejaba de latir.
Sintió dolor en el pecho. No podía respirar.
Se quedó mirando lo que el ordenador había impreso, y el miedo se apoderó de ella, un miedo sombrío, frío, pegajoso.
Entre los nombres de dos clientes importantes, aparecían cinco líneas mecanografiadas que no tenían nada que ver con la información que ella había solicitado:
MUERTO MUERTO MUERTO MUERTO MUERTO
NO ESTOY NO ESTOY NO ESTOY NO ESTOY NO ESTOY
El papel que tenía en la mano tembló.
Primero en casa. En el cuarto de Danny. Ahora, aquí. ¿Quién le estaba haciendo todo eso?
¿Ángela?
No, absurdo.
Ángela era muy dulce. Sería incapaz de hacer algo tan repugnante. Ángela no se había percatado de aquella aparición en el papel porque no había mirado la impresora cuando ésta funcionaba, y después había plegado la larga hoja papel continuo sin echarle un vistazo.
Además, aunque Ángela hubiese programado aquellas frases horribles en el ordenador, no hubiera podido penetrar en la casa. ¡Ángela no era, en absoluto, una ladrona de guante blanco, por el amor de Dios!
Tina desdobló de prisa el papel impreso, en busca de más cosas de aquel tipo. Y las encontró al cabo de unos veintiséis nombres.
DANNY VIVE DANNY VIVE SOCORRO SOCORRO AYÚDAME
Su corazón ya no estaba parado. Ahora, latía a toda velocidad. Tenía un martilleo constante, como si se tratase de una almádena automática industrial: ¡Burn... bum..., bum... bum!
De repente, tuvo conciencia de lo sola que se encontraba. Lo más probable era que ella fuese la única persona en aquella planta.
Se acordó del hombre de su pesadilla, del hombre de negro cuyo rostro relucía de gusanos, y la penumbra en los rincones de su oficina pareció más oscura y profunda que momentos antes.
Se levantó, dejó el largo impreso desplegado en el suelo, para hacerlo pasar entre las manos con mayor rapidez. Escudriñó otros cuarenta nombres y se encogió cuando vio lo que el ordenador había impreso.
TENGO MIEDO
TENGO MIEDO
SÁCAME
SÁCAME DE AQUÍ
POR FAVOR... POR FAVOR
SOCORROSOCORROSOCORRO
Aquélla era la última inserción. El resto de la lista aparecía normal por completo.
Tina tiró el papel continuo al suelo y se dirigió a la oficina exterior.
Ángela había apagado la luz. Ella la encendió.
Se acercó al escritorio de Ángela, se sentó en la silla de la mecanógrafa, la alejó de la impresora y la acercó al terminal del ordenador. Lo conectó y la pantalla se coloreó de verde.
En el cajón central del escritorio había un libro que contenía los números de código para que el programa extrajese información de los bancos de memoria del ordenador, que se hallaban alojados en otro cuarto, en el extremo más alejado del edificio. Tina hojeó el libro hasta encontrar el código que necesitaba para sacar la relación de los mejores clientes del hotel. El número de código era 1001012, y se identificaba como el acceso a «Invit», que significaba «huéspedes invitados», que era más bien un eufemismo de «grandes perdedores», a los que nunca se les exigía que pagaran la habitación y la pensión después de haber perdido una pequeña fortuna en el casino.
Tina tecleó su número personal de acceso a la terminal: EO13331555. Dado que un gran montón del material de los archivos del hotel era información confidencial acerca de los grandes jugadores, y además la lista de clientes favoritos resultaría muy valiosa para la competencia, sólo las personas autorizadas podían conseguir datos. Al cabo de un momento de vacilación, el ordenador preguntó su nombre, y ella lo tecleó; su número se formó con su nombre. Luego:
PREPARADO
Tecleó el número del código de la lista de huéspedes invitados y la máquina respondió al instante.
EN FUNCIONAMIENTO
Tenía los dedos húmedos. Se los enjugó en los pantalones y luego tecleó su petición. Le pidió al ordenador la misma información que Angela había requerido hacía un rato. Los nombres y direcciones de los clientes VIP que habían dejado de asistir al preestreno de Magyck!, junto con los aniversarios de boda de aquéllos que estaban casados, comenzaron a destellar en la pantalla. Al mismo tiempo, el ordenador procedió a imprimir los nombres y direcciones en el papel continuo que alimentaba la impresora.
Con rapidez, escribió, veinte nombres, cuarenta, sesenta, setenta, con ausencia de las líneas acerca de Danny que habían aparecido en los anteriores impresos. Tina aguardó hasta que el listado alcanzó los cien nombres, antes de llegar a la conclusión de que el sistema había sido programado para escribir aquellas líneas sobre Danny una sola vez, sólo en la primera petición de datos de su oficina por la tarde, y no se había producido otra. Pulso la tecla que servía para CANCELAR. La máquina se detuvo; las palabras en el tubo de rayos catódicos se desvanecieron y sólo dejaron el resplandor verde de fondo.
Dos horas antes, había llegado a la conclusión de que la persona que se hallaba detrás de aquella cruel gamberrada era un desconociodo. Pero, ¿cómo podía cualquier extraño conseguir entrar tanto en su casa como en el ordenador del hotel? ¿No se trataría, a fin de cuentas de alguna persona que ella conociera?
Pero, ¿quién?
Y, ¿por qué?
¿Qué desconocido podría odiarla tanto?
El miedo, como una serpiente, se retorció y se deslizó dentro de ella. Tina se estremeció.
Luego se percató de que no sólo era el miedo lo que producías aquellos escalofríos. El aire estaba helado.
Recordó la queja que Ángela había formulado un rato antes. Enj aquel momento, no le había parecido nada importante.
Pero el cuarto estaba caliente cuanto Tina entró por primera vez al usar la terminal del ordenador; sin embargo ahora rezumaba helor. ¿Cómo podía haber bajado la temperatura tanto en tan escaso espacio de tiempo? Trató de oír el zumbido del acondicionador del aire, pero el delator susurro no salía de los registros de las paredes. A pesar de eso, quedaba claro que la estancia se encontraba mucho más fría que un par de minutos antes.
De repente, con un agudo sonido electrónico, taladrador, quel desconcertó a Tina, el ordenador comenzó a emitir unos datos adicionales, aunque ella no los había pedido. Miró con fijeza a la retumbanbante impresora automática y luego a las palabras que empezaban a destellar en la pantalla:
NO ESTOY MUERTO NO ESTOY MUERTO
NO ESTOY MUERTO NO ESTOY MUERTO
NO ESTOY EN EL SUELO
NO ESTOY MUERTO
SÁCAME FUERA DE AQUÍ
SÁCAME FUERA DE AQUÍ DE AQUÍ DE AQUÍ
El mensaje se detuvo. La impresora quedó en silencio. El cuarto, a cada segundo que pasaba, se helaba más.
¿O sólo era su imaginación?
Tuvo la loca sensación de no encontrarse sola. El hombre de negro. Aunque sólo se tratara de la criatura de una pesadilla, aunque fuese del todo imposible que estuviese allí en carne y hueso no pudo sacarse de encima la sensación, que parecía detenerle el corazón, de que el hombre se encontraba en el cuarto. Trató de reírse de sí misma. Pero no pudo. El hombre de negro. El hombre con aquellos ojos diabólicos y feroces. Con aquella sonrisa de dientes amarillentos. A su espalda. Alargando hacia ella una mano que estaría húmeda y fría. Miró locamente a su alrededor, pero nadie había entrado en la habitación.
Por supuesto.
Sólo era el monstruo de una pesadilla.
Qué estúpida era...
Pero sentía que no se hallaba sola.
No quería mirar a la pantalla, pero lo hizo; tenía que hacerlo.
Las palabras seguían pulsando allí.
Luego, desaparecieron.
Consiguió quitarse de encima algo del aferramiento del miedo, aquella garra de hierro que la paralizaba, y colocó los dedos en el teclado del ordenador. Trató de teclear una pregunta. Deseaba saber quién había generado aquella explosión de datos no requeridos. Trataba de preguntar si, tal vez, las palabras acerca de Danny procedían de una cinta de alguna clase, cuyas odiosas líneas habían sido tecleadas en el ordenador, unos segundos antes, por obra de alguien que estuviese ante la terminal de otra oficina.
Si las líneas no procedían de una cinta magnética pregrabada (y tenía casi la sensación psíquica de que el ejecutor de aquella broma cruel estaba en ese mismo instante en el edificio), en ese caso, el hijo de puta se encontraría en la tercera planta. Tendría que levantarse, buscarle y atraparle antes de que escapara. Se figuró a sí misma por los larguísimos pasillos, dedicada a abrir puertas, a mirar en los silenciosos y desiertos despachos, hasta que al final encontraba a un hombre sentado ante otra consola de ordenador. Se volvería hacia ella, asombrado de haber sido atrapado; ella vería su rostro y, finalmente, sabría de quién se trataba. Y entonces, ¿qué? ¿La mataría? Luego, un nuevo pensamiento la asaltó: la posibilidad de que su ultimo objetivo fuese algo mucho peor que el solo hecho de asustarla.
Titubeó, con los dedos en el teclado, insegura de si debería hacerle preguntas al ordenador. Era probable que no consiguiera las respuestas que necesitaba, y sólo sirviera para revelar su presencia a quienquiera que se encontrara delante de otra consola. Luego se percató de que, si aquel sujeto se hallaba cerca, ya sabría que ella se encontraba en su despacho, sola. No tenía nada que perder preguntándole al ordenador. Pero cuando trató de teclear la primera pregunta la máquina no se lo permitió. Empezó a imprimir otro mensaje por si sola. Si había un hombre ante otro teclado, o bien no quería comprometerle en un diálogo, o no era capaz de manipular el ordenador lo suficiente como para hacer algo así.
El cuarto estaba cada vez más y más frío. En la pantalla apareció:
TENGO FRÍO Y ESTOY HERIDO
-¿MAMÁ? ¿PUEDES OÍRME?
TENGO TANTO FRÍO
ME DUELE MUCHO
SÁCAME DE AQUÍ
POR FAVOR POR FAVOR POR FAVOR
NO ESTOY MUERTO NO ESTOY MUERTO
La pantalla brilló con aquellas palabras durante un segundo, entonces se oscureció.
Una vez más, trató de introducir sus órdenes. Pero el teclado parecía haberse petrificado.
Aún sentía otra presencia en el cuarto. Incluso aquella sensación crecía y crecía cada vez más a medida que el cuarto se quedaba cada vez más y más helado.
¿Cómo podía el despacho hallarse cada vez más frío sin emplear e acondicionador de aire? Fuera quien fuese, podía emplear una conso la para programar; eso lo aceptaba. Pero, ¿cómo conseguía que el aire se enfriara tan de prisa?
De repente en tanto la pantalla comenzaba a llenarse con e mismo mensaje de siete líneas que acababa de borrarse poco antes Tina ya no pudo resistir más. Desconectó la consola y el brillo verde se extinguió en la pantalla. Mientras se levantaba de la silla, terminal entró en funcionamiento por sí sola:
TENGO FRÍO Y ME DUELE
SÁCAME DE AQUÍ
POR FAVOR POR FAVOR POR FAVOR
-¿Qué te saque de dónde? -gritó Tina-. ¿De la tumba?
SÁCAME DE AQUÍ DE AQUÍ DE AQUÍ
Tuvo que serenarse. Acababa de hablarle a la máquina como si en realidad pensara que conversaba con Danny. Y no era Danny el que tecleaba aquellas palabras que aparecían en el tubo de rayos catódicos. Danny no sabía cómo podía usarse un teclado de ordenador. Y, maldita sea: ¡Danny estaba muerto!
Desconectó la máquina.
Y ésta volvió a conectarse.
Se echó a llorar. Debía de estar volviéndose loca. Aquel maldito» chisme no podía ponerse en marcha por sí solo.
Dio una rápida vuelta al escritorio, golpeándose la cadera contra una esquina, se situó junto al enchufe de la pared mientras la impresora automática lanzaba su mensaje con un frenesí demoníaco:
SÁCAME DE AQUÍ
SÁCAME DE AQUÍ
FUERA
FUERA
FUERA
Tina se agachó al lado del enchufe de pared del que la terminal recibía la corriente eléctrica y la alimentación de datos. Cogió los dos cables, uno pesado y otro de aislamiento ordinario y, entre sus manos, éstos parecieron animados de vida, como un par de serpientes que se le resistían. Tiró de ellos con fuerza y los arrancó de sus enchufes.
La consola se oscureció.
Y siguió oscura.
De inmediato, con rapidez, el cuarto comenzó a caldearse.
-Gracias a Dios -musitó, temblorosa.
Rodeó el escritorio de Ángela, no deseando otra cosa en aquel momento que desentumecerse las piernas y sentarse. De repente, la puerta del pasillo se abrió y ella emitió un grito de alarma.
¿El hombre de negro?
Elliot Stryker echó un vistazo al interior, sorprendido por su grito y, durante un instante, Tina quedó aliviada al ver que se trataba de él.
-¿Tina? ¿Qué ocurre? ¿Te encuentras bien?
La mujer dio un paso hacia Elliot, pero se percató entonces de que podía haberse presentado allí procedente de la consola de un ordenador, situado en cualquiera de los otros despachos de la tercera planta. ¿Se trataría del hombre que la acosaba?
-Tina... Dios mío, estás blanca como el papel.
Dio un paso hacia ella.
-¡Detente! -gritó ella-. ¡Aguarda!
El se detuvo perplejo.
-¿Qué haces aquí? -continuó Tina con voz temblorosa.
Él parpadeó.
-Estaba en el hotel por asuntos de negocios. Me pregunté si todavía te encontraría en tu despacho. Y me he detenido para comprobarlo. Sólo deseaba saludarte.
-¿Has jugueteado con alguno de los otros ordenadores..., con alguna otra terminal?
-¿Cómo? -inquirió con un desconcierto obvio ante su pregunta.
-¿Qué hacías en la tercera planta? -siguió ella con su interrogatorio-. ¿Qué andabas buscando? Todos se han ido a sus casas. Estoy aquí sola.
Aún intrigado, pero con un ápice de impaciencia con Tina, Elliot replicó:
-Lo que tenía que hacer no estaba en la tercera planta. He celebrado una reunión con Charlie Mainway, después de tomarnos un café, abajo, en el restaurante. Hemos acabado nuestro trabajo hace unos minutos, y he subido a ver si estabas aquí. ¿Qué te sucede?
Tina lo miró con mucha atención.
-Tina... ¿Qué está ocurriendo?
La mujer escudriñó su rostro, en busca de alguna señal de que mintiera, pero su consternación parecía auténtica. Y si mentía, en ese caso no le habría contado aquello de Charlie y de tomarse un café, porque podría verse desmentido con sólo un mínimo de esfuerzo; se habría presentado con una coartada mucho mejor, si es que, en realidad, la precisaba. Decía la verdad.
-Lo siento... -contestó Tina-. Sólo... Lo que pasa... es que... acabo de tener una experiencia, ha sucedido una cosa muy rara...
Él se le acercó.
-¿Y qué ha sucedido?
Al aproximarse más, le abrió los brazos, como si se tratara de la cosa más natural del mundo para él abrazarla y consolarla, y lo hubiera realizado muchas veces antes. Ella se apoyó contra él con igual espíritu de familiaridad y consuelo. Ya no se encontraba sola.