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Cuarta parte (30)

30

Había dos buenas tiendas de artículos deportivos y dos armerías cerca del hotel. En el primer establecimiento no vendían mapas, y en el segundo solían tener, pero se les habían agotado. Encontraron lo que necesitaban en una de las armerías: una serie de doce mapas de los páramos de las Sierras, realizados para uso de excursionistas y cazadores. La serie iba en una caja de cuero y el precio era de cien dólares menos unos pocos centavos.

Ya de regreso en la habitación del hotel, extendieron uno de los mapas encima de la cama.

-¿Y ahora, qué? -preguntó Elliot.

Tina consideró el problema durante un momento. Luego, se acercó al escritorio, abrió el cajón del centro y sacó una carpeta con artículos de escritorio del «Harrah's». También había un bolígrafo barato de plástico, con el nombre del hotel impreso. Lo cogió, regresó a la cama y se sentó delante del mapa.

Tina dijo:

-La gente que cree en las cosas ocultas dice que hay un fenómeno denominado «escritura automática». ¿Has oído hablar de ella?

-Claro -replicó Elliot-. La escritura de los espíritus. Se supone que un fantasma guía la mano de algún viviente para hacerle llegar un mensaje desde el Más Allá. Eso es algo que siempre me ha parecido una imbecilidad.

-Pues voy a intentar algo de esa clase. Excepto, como es natural, que no espero que fantasma alguno guíe mi mano. Confio en que Danny lo haga.

-¿Y no tendrías que estar en trance, como una médium durante una sesión?

-No lo sé. Me limitaré a dejar mi mente tan en blanco como pueda. Me relajaré por completo e intentaré estar abierta y receptiva. Sujetaré el bolígrafo contra el mapa y es posible que Danny trace una ruta para nosotros.

Elliot acercó una silla a la cama y se sentó.

-No creo ni por un momento que eso vaya a funcionar. Pero me sentaré aquí tan silencioso como un ratón y concederé una oportunidad al asunto.

Tina miró el mapa y trató de no pensar en nada más que en los llamativos verdes, y azules, amarillos y rosas que los cartógrafos habían empleado para señalar los diferentes tipos de terreno. Dejó que sus ojos mirasen al vacío.

Pasó un minuto.

Dos minutos. Tres.

Otro minuto. Dos.

Nada.

Plegó el mapa y buscó otra zona.

Siguió sin ocurrir nada.

-Dame otro mapa -pidió.

Elliot retiró uno de la caja de piel y se lo tendió; después cogió el primer mapa y lo dobló.

Media hora y cinco mapas después, de repente, la mano de la mujer se deslizó por el papel como si alguien empujara su brazo.

Percibió una peculiar sensación que parecía proceder del interior de su mano, y la sorpresa la dejó rígida.

Aquella fuerza la abandonó.

-¿Qué pasa? -preguntó Elliot.

-Danny. Lo intenta.

-¿Estás segura?

-¡Claro que sí! Pero me ha desconcertado, y supongo que incluso esa leve resistencia que he ofrecido, ha sido suficiente para alejarle. Por lo menos, sabemos que éste es el mapa correcto. Deja que lo intente de nuevo.

De nuevo, apoyó la punta del bolígrafo en el mapa, y dejó que su mirada se desenfocara otra vez.

La habitación comenzó a enfriarse.

Tina trató de no pensar en aquel ambiente helado. Intentó, con todas sus fuerzas, no pensar en nada.

Su mamo derecha, la que sujetaba el bolígrafo, se puso con rapidez más fría que cualquier otra parte de su cuerpo. Sintió de nuevo aquella desagradable tensión surgir de ella. Sus dedos eran como de hielo, y estaban tan fríos que comenzaron a dolerle. De repente, su mano se extendió por el mapa, luego regresó y describió una serie de círculos; el bolígrafo hizo unos garabatos sin sentido por el papel. Al cabo de un minuto, notó que el poder abandonaba su mano una vez más.

El mapa voló por los aires, como si alguien lo hubiese tirado a impulsos de la ira y la frustración.

Elliot se puso en pie e intentó cogerlo.

Pero el mapa siguió girando en el aire. Chocó de manera audible contra el otro extremo de la habitación y regresó de nuevo, cayendo en el suelo como un pájaro muerto, a los pies de Elliot.

-¡Jesús! -exclamó éste en voz baja-. La próxima vez que lea un artículo en el periódico sobre algún tipo que diga que un platillo volante se apoderó de él y se lo llevó a dar una vuelta por el espacio, no me apresuraré a reírme. Y si veo algunos objetos inanimados que bailotean por ahí, comenzaré a creer en todo, por monstruoso que parezca.

Tina se levantó de la cama y empezó a darse masajes en la mano helada.

-Creo que ofrezco demasiada resistencia. Pero es que todo parece tan raro cuando él se hace con el control... No puedo evitar el envararme. Creo que tenías razón cuando afirmabas que necesitaba encontrarme en trance.

-Me temo que no pueda ayudarte en eso -contestó él-. Soy un maldito buen cocinero, pero en absoluto un buen hipnotizador.

Tina parpadeó.

-Un hipnotizador. Por supuesto... En eso consiste el truco.

-Tal vez funcione. Pero, ¿dónde esperas encontrar un hipnotizador? La última vez que busqué uno, no se sentaban en los cruces de las calles.

-Billy Sandstone -dijo ella.

-¿Quién?

-Es hipnotizador. Vive aquí mismo, en Reno. Tiene un número. «El Gran Sandstone». Es un número de lo más brillante. Yo quise contratarle para Magyck!; pero ya tenía un compromiso en exclusiva con una cadena de hoteles de Reno-Tahoe. Si encuentro a Billy, me hipnotizará. Y entonces tal vez me relaje lo suficiente como para llevar a cabo esta tarea de escritura automática.

-¿Sabes su número de teléfono?

-No. Tal vez ni aparezca en la guía. Pero sé el de su agente. Y daré con Sandstone de esa manera.

Se apresuró hacia el teléfono.