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Leyendas de Heureor

El mundo de Heureor se ve azotado por una horda de mal ancestral que pone en jaque al mundo tal y como se conoce. Elemor, un paladín enviado por los Dioses de Luz para servir a los humanos, se ve inmerso en una guerra de la que no tiene escapatoria.

franxl44 · Fantasia
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Capítulo IV

Medito mentalmente sobre las palabras que el rey acaba de pronunciar. La paz entre nuestros reinos ha perdurado durante años. Si han decidido romper relaciones con nosotros, debe haber algún motivo de peso que les haga arriesgar la estabilidad de sus reinados.

—De manera que no tenemos alternativa a la lucha, ¿verdad? —respondo aún entre cavilaciones.

—Con toda probabilidad, no —sentencia el monarca—. Llegados a este punto, ya no hay retorno posible. Es muy posible que en estos momentos sus unidades ya hayan comenzado a moverse a lo largo de la región, por lo que el tiempo apremia.

El rey comienza a errar a lo largo de la sala del trono, ensimismado en sus pensamientos. Mientras tanto, yo continúo en los míos, dándole incontables vueltas al tema en cuestión para intentar tratar de adivinar las intenciones que los han llevado a tales acciones. Tras unos instantes de silencio únicamente interrumpidos por los pasos del soberano, me dispongo a hablar.

—Sinceramente no se me ocurre ninguna explicación posible a lo acontecido, sin embargo —hago una pausa en el discurso para realzar lo que digo a continuación—, más que nunca necesitamos el apoyo del resto de nuestros aliados, y conseguir más ayudas para nuestra empresa.

—Tienes toda la razón, Elemor. Afortunadamente, aún quedan reinos fieles a sus principios y a nuestra causa. Por el momento Doleghran no nos proporcionará ayuda, puesto que sus intereses ahora mismo se reflejan en el nuevo mal que se acerca por el norte, pero tampoco se posicionará en nuestra contra. Enviaré mensajeros a las ciudades vecinas y veremos con cuánta ayuda podremos contar. Acompáñame —zanja.

Le escolto a través del largo pasillo hasta la salida al exterior. Una vez aquí, el rey chasquea los dedos y dos mozos que se encuentran en las proximidades acuden al servicio de su mandatario. Los chicos agachan la cabeza y esperan pacientemente las órdenes del rey.

—Decid a los guardianes de los establos que preparen los caballos más rápidos, y buscad a los mensajeros, comunicadles que requiero de su presencia.

Acto seguido los zagales corren apresurados para cumplir su tarea, mientras tanto, el rey acude a una mesa cercana dispuesta en el patio, y cogiendo un trozo de pergamino y haciendo uso de tinta y pluma que se encuentran en ella escribe un mensaje presuroso. Una vez terminado, vuelve a llamar a otro de sus sirvientes que aguarda en la proximidad el precepto de su señor.

—Te confío este pergamino, mi leal súbdito —Dice con firmeza mientras extiende el brazo para entregarle el manuscrito—. En él guardo la esperanza de la salvación de nuestro reino, acompáñame al interior de la torre. Tras colocar el sello real, deberás llevar este mensaje a los establos lo más aprisa posible, puesto que el tiempo juega en nuestra contra y cada segundo ahorrado se hace breve. Tendrán que llevarlo a Normia, y esperemos que acudan en nuestra ayuda sin poner objeciones, puesto que en años atrás mis antepasados se prestaron para solucionar una guerra civil que se llevó a cabo para destronar al monarca de aquel entonces, y que finalizó con la victoria del padre del gobernante actual.

Tras ello, los ojos del rey me buscan impacientes, y me transmite el siguiente mensaje antes de volver a adentrarse en las entrañas de sus dependencias:

—A tí Elemor, en quien confío plenamente y deposito mis últimos recursos, te pido que acudas a la región de Isengamor, y que transmitas mis intenciones de resistir y prevalecer sobre la traición que se nos echa encima a las ciudades del este. Empieza por Qartal, y luego continúa tu viaje por los caminos que conducen a las ciudades enanas próximas. Puede que tengas que atravesar el bosque pálido. Sé cauto, pues los viajeros que osan adentrarse en la arboleda sin conocer a fondo sus caminos y entresijos, por no mencionar sus peligros conocidos tales como depredadores y bandidos, en el mejor de los casos, rara vez vuelven a ver la luz del día.

Al oír el mensaje, asiento con la cabeza, y tras una emotiva y heroica despedida, emprendo mi viaje hacia Qartal.

Los establos se encuentran en las afueras del castillo, custodiados únicamente por la muralla más exterior y los guardias que la protegen. Se trata de una pequeña edificación de piedra y madera de roble que alberga en su interior las bestias de transporte del reino. Se pueden diferenciar varias partes: una humilde vivienda de escasa amplitud para el cuidador de la cuadra, la caballeriza, de gran tamaño, dotada de animales y bestias destinadas al combate, transporte de materiales o labores de labranza, y un pequeño patio interior visible en parte desde donde me encuentro, dedicado al adiestramiento de las criaturas mencionadas.

Me acerco con paso decidido a la entrada y pronto me encuentro enfrentado a una puerta de madera visiblemente carcomida y desgastada. Haciendo uso de mis nudillos llamo tres veces y doy un paso atrás para aguardar al morador del edificio. Tras unos instantes, la puerta se abre y deja ver a un hombre pelirrojo, de mediana estatura y complexión delgada. Al verme, el hombre esboza una sonrisa y se aparta a un lado para dejarme paso hacia dentro.

—Por todos los Dioses, Elemor —dice el hombre con tono jocundo—, que alegría me trae tu regreso. Oí que partiste hacia el este para mediar en una batalla, sin embargo me preguntaba por qué fuiste a pie y no a lomos de tu montura.

—Yo también me alegro de verte, Bascal —respondo mientras me adentro en la estancia y le doy una palmada amistosa en la espalda—. Salí hace tres noches con una partida de exploradores, los cuales huyeron prácticamente al instante de ver la contienda que se cernía sobre el grupo. Un total acto de cobardía sin duda, puesto que se trataba apenas de un conflicto de pequeña escala. Intercedí en la disputa de manera neutral y acabó sin embrollos.

—Como siempre tomando la justicia por tu mano, típico de paladines —replica Bascal entre bromas—, pero qué sería de nosotros sin vuestra ayuda.

Pronto dejo de lado la jovialidad y mi rostro se ensombrece al recordar mi cometido. El encargado de los establos parece notar perspicazmente el cambio y se vuelve a dirigir a mí:

—Creo que no es difícil averiguar que tu visita no se debe a mera cortesía. ¿Qué te trae hoy por aquí?

Me detengo a mirarlo fijamente durante unos segundos. El asunto a tratar es de suma importancia y solo tengo órdenes de entregar el mensaje, no debo filtrar la información a la plebe, pues en poco tiempo las noticias volarían y con toda seguridad cundirá el pánico antes de lo debido.

—Me temo que se trata de información confidencial, sin embargo, como amigo que te considero, he de advertirte de que se avecinan tiempos sombríos. Es hoy más que nunca importante el rodearse de familiares y amigos y huir de la división.

—Te deseo suerte para tu encargo, y tomaré tu consejo como si de oro se tratase. Ahora —añade mientras señala una puerta próxima—, vayamos al patio.

Andamos una decena de pasos y entramos al pato interior, de dónde surgen fragorosos relinchos. En él se encuentra un joven tirando fieramente de las riendas de un caballo prieto que lucha por escapar mientras da vueltas en círculos sobre la arena, levantando una polvareda. Al vernos, el chiquillo nos saluda con la mirada y continúa rápidamente en sus labores de adiestramiento.

Seguimos caminando hasta toparnos con la cuadra, morada de las bestias que sirven al reino. Varias decenas de puertas dobles de tamaño reducido impiden la salida de caballos, los cuales al oírnos entrar comienzan a asomar sus cabezas dotadas de elegantes crines cuidadas mimosamente. Un poco más adelante los habitáculos se pueden distinguir más amplios y altos, siendo aquellos los destinados para Snolks y otras criaturas de carga de mayores dimensiones que los corceles. Otras criaturas de curiosas características se encuentran apostadas a lo largo del recinto, durmiendo en sus respectivas piezas. Sin embargo, lo que me trae aquí es algo más peculiar. Continuamos avanzando hasta que llegamos al final de las cuadras, y nos encontramos frente a un espacio sin techo, con el suelo totalmente cubierto de paja. Encima de ella se encuentra una majestuosa bestia cuadrúpeda con torso de águila y parte trasera de caballo. Se trata de un hipogrifo, criaturas altamente escasas debido a su complicada naturaleza. El hipogrifo nace de la unión de un caballo y un grifo (bestia mitad águila, mitad león), siendo un acto antitético, ya que por lo general el caballo es la presa favorita de los grifos, y por tanto, su unión es algo que rara vez llega a suceder.

El majestuoso animal se encuentra apaciblemente tumbado en posición de esfinge, manteniendo unos grandes y azulados ojos fijos en los visitantes que acaban de llegar. Sus plumas son de un sublime color azul real, mientras que su pelaje se compone esencialmente de un elegante color gris oscuro que hace juego con su pico plomizo. Tras inspeccionarnos de manera rauda, se sienta sobre sus patas traseras y levanta su cabeza a la espera de órdenes.

—Lo hemos alimentado bien todos estos días. Además, me aseguré personalmente de que el chico lo mantuviera limpio y distraído el mayor tiempo posible. Para ser una criatura salvaje no ha dado ningún tipo de problema, ¿de dónde lo sacaste, si no es mucha indiscreción? —pregunta tímidamente—.

—No es de extrañar su comportamiento, pues ha sido criado austeramente por los mejores domadores de grifos de Qartal. Según su vendedor, fue hallado malherido por una partida de caza en la profundidad de los bosques de Isengamor, con apenas una decena de años de edad. Fue una verdadera suerte encontrarlo, ya que rara vez alguien se adentra en aquellas arboledas y además tiene el privilegio de hallar un ser como este —respondo al tiempo que paso cuidadosamente la palma de mi mano por el plumaje del hipogrifo—.

Dirijo la mirada a la esquina del lugar, donde sobre un soporte de madera reposa una gran montura de color marrón oscuro, adornada con finas líneas doradas en sus bordes. Hábilmente lo cojo con ambos brazos y con sutileza lo coloco a lomos del animal sin que este se altere. Una vez hecho, procedo a despedirme del cuidador de los establos:

—Espero que nos veamos pronto amigo, agradezco tus cuidados sobre mi cabalgadura, y a mi vuelta haré conocedor de ello al rey para que se te recompense como es debido.

—Suerte en tus andanzas Elemor, aguardaremos tu llegada y esperamos que salgas victorioso de ellas, sea lo que sea lo que se te haya cometido. Pero espera —añade mientras comienza a correr en dirección a la casa—, no te puedes ir con las manos vacías.

Bascal sale corriendo apuradamente y vuelve al cabo de pocos minutos con una bolsita de cuero cerrada con una cuerda y una cantimplora de vidrio rodeada por un tahalí para poder ser colgada. Me hace entrega de ellas y con cuidado coloco ambos enseres en una mochila portaequipaje que va sujeta a la silla de montar del hipogrifo.

—Te entrego estas provisiones para tu viaje, pues desconozco cuán largo será, y ahora sí, parte ya, ¡y que tus dioses estén contigo!

—Eso haré, y recuerda las palabras que te dije, mantente cerca de tus seres queridos.

Tras asentir a mi mensaje, me monto diestramente en el hipogrifo, a lo cual él responde irguiéndose y colocándose sobre sus cuatro patas. Emito un estruendoso y casi melódico silbido, y el animal comienza a batir sus alas enérgicamente haciendo que la paja y el polvo del suelo salgan despedidos. Casi de manera instantánea, despega con fuerza usando sus patas como impulso y salimos despedidos hacia el cielo azul. Una vez en el aire contemplo desde arriba la totalidad del reino.

Destino: Qartal.