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Leveling Death

En un mundo donde los humanos pueden fusionarse con entidades sobrenaturales como ángeles, demonios, dragones y otras criaturas, hay una organización secreta que se encarga de regular y controlar estas fusiones. Los fusionados tienen acceso a poderes y habilidades increíbles, pero también deben cumplir con ciertas reglas y misiones, o de lo contrario serán eliminados por la organización.

JuanRomero · Ação
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1 Chs

El Jugador

Me llamo Daniel García, y soy un cazador de rango E. Sí, has oído bien, un cazador de rango E. El rango más bajo de todos, el que nadie respeta ni valora. El que solo sirve para hacer de carnada o de escudo humano en las misiones más peligrosas. El que apenas puede pagar el alquiler y la comida con lo que gana. El que vive al día, sin esperanza ni futuro.

No siempre fui así. Hace unos años, cuando descubrí que tenía el potencial para fusionarme con una entidad sobrenatural, pensé que mi vida cambiaría para mejor. Pensé que podría acceder a un mundo nuevo y fascinante, lleno de aventuras y oportunidades. Pensé que podría ser alguien importante, alguien respetado, alguien admirado.

Pero pronto me di cuenta de que no era así. Me di cuenta de que el mundo de los fusionados era un mundo cruel y despiadado, donde solo los más fuertes sobreviven. Me di cuenta de que las entidades sobrenaturales no eran más que herramientas para obtener poder, y que muchas de ellas eran malvadas y sanguinarias. Me di cuenta de que yo era uno de los más débiles, y que nadie me ayudaría ni me protegería.

Así que me resigné a mi destino. Acepté mi papel de peón, de basura, de desecho. Acepté las misiones más sucias y peligrosas, las que nadie más quería hacer. Acepté arriesgar mi vida a cambio de unas monedas, sin importarme nada más.

Hasta hoy.

Hoy, todo cambió.

Hoy, conocí a la Muerte.

Y me convertí en el Jugador.

***

Todo empezó como una misión más. Una misión de rango D, en una mazmorra de nivel medio. Nada fuera de lo común. Solo tenía que acompañar a un grupo de cazadores de rango C y D, y hacer lo que me dijeran. Entrar, explorar, combatir, salir. Fácil y sencillo.

O eso creía yo.

La mazmorra estaba ubicada en un edificio abandonado, en las afueras de la ciudad. Era una de esas que aparecían de vez en cuando, sin previo aviso, y que contenían monstruos y tesoros. La organización, el ente que regulaba y controlaba las fusiones, se encargaba de asignar las misiones a los cazadores, según su rango y habilidades.

Yo estaba en el grupo 3, el más bajo de todos. Éramos cuatro cazadores de rango E, los únicos que habíamos aceptado la misión. Los demás nos miraban con desprecio y burla, como si fuéramos basura. Y quizás lo éramos.

El líder de la misión era un cazador de rango C, llamado Carlos. Era un tipo alto y musculoso, con el pelo rapado y una cicatriz en la mejilla. Se había fusionado con un demonio menor, lo que le daba una fuerza y una resistencia superiores a las de un humano normal. También tenía unos colmillos afilados y unas garras negras, que usaba como armas.

Carlos nos reunió a todos en la entrada de la mazmorra, y nos dio las instrucciones.

- Escuchen bien, basura -dijo con voz ronca-. Esta es una misión sencilla, pero no por eso menos peligrosa. Dentro de esta mazmorra hay monstruos de todo tipo, y no sabemos cuántos ni dónde están. Así que sigan las órdenes, y no hagan nada estúpido. ¿Entendido?

Todos asentimos con la cabeza, sin atrevernos a replicar. Carlos nos miró con desdén, y continuó.

- Bien. La misión es simple: explorar la mazmorra, eliminar a los monstruos, y recoger los tesoros. El grupo 1, formado por los cazadores de rango C, se encargará de la vanguardia. El grupo 2, formado por los cazadores de rango D, se encargará de la retaguardia. Y el grupo 3, formado por los cazadores de rango E, se encargará de... bueno, de lo que sea que hagan ustedes.

Carlos hizo una pausa, y soltó una carcajada. Los demás cazadores se rieron con él, y nos miraron con burla. Yo bajé la cabeza, y traté de ignorarlos. No era la primera vez que me trataban así, ni sería la última.

- En fin -continuó Carlos-. La mazmorra tiene cinco pisos, según la información que nos ha dado la organización. Cada piso tiene una puerta que se abre al eliminar a todos los monstruos. La misión termina cuando lleguemos al último piso, y encontremos el núcleo de la mazmorra. El núcleo es una esfera brillante, que contiene la esencia de la entidad que creó la mazmorra. Es el tesoro más valioso, y solo lo puede tocar el líder de la misión. O sea, yo. ¿Alguna pregunta?

Nadie dijo nada. Carlos asintió, y se dirigió a la puerta de la mazmorra. Era una puerta metálica, con un letrero que decía "Peligro. No entrar". Carlos la abrió con una patada, y entró sin vacilar. Los demás cazadores lo siguieron, según el orden de sus grupos. Yo fui el último en entrar, junto con los otros tres cazadores de rango E.

La mazmorra era oscura y húmeda, con un olor a podredumbre. El suelo estaba cubierto de polvo y escombros, y las paredes estaban llenas de grietas y agujeros. No había ninguna fuente de luz, salvo la que provenía de las entidades de algunos cazadores. Algunos tenían ojos que brillaban en la oscuridad, otros tenían llamas o rayos que salían de sus manos, y otros tenían objetos mágicos que emitían luz.

Yo no tenía nada de eso. Mi entidad era un ángel menor, que apenas me daba una leve protección contra el daño físico. No tenía ningún poder ofensivo, ni ninguna habilidad especial. Era una entidad débil, para un cazador débil.

Avanzamos por la mazmorra, siguiendo a Carlos. No tardamos en encontrarnos con los primeros monstruos. Eran unas criaturas parecidas a ratas, pero del tamaño de perros. Tenían el pelo gris y sucio, los ojos rojos y brillantes, y unos dientes afilados y amarillos. Eran rápidos y ágiles, y atacaban en grupo.

Carlos y los otros cazadores de rango C se encargaron de ellos con facilidad. Usaron sus poderes y sus armas para destrozarlos, sin piedad ni compasión. La sangre y los pedazos de carne salpicaron el suelo, y el aire se llenó de gritos y chillidos.

Yo me quedé atrás, junto con los otros cazadores de rango E. Nuestro trabajo era recoger los cadáveres de los monstruos, y guardarlos en unas bolsas especiales. Los cadáveres de los monstruos eran una fuente de recursos, que podían venderse o usarse para fabricar objetos. No eran muy valiosos, pero algo era algo.

Así fue como pasamos el primer piso de la mazmorra. Sin ningún problema, sin ningún contratiempo. Todo iba según lo planeado.

Hasta que llegamos al segundo piso.

El segundo piso era diferente al primero. Era más amplio y más alto, con un techo abovedado y unas columnas que lo sostenían. El suelo estaba cubierto de baldosas, y las paredes estaban decoradas con pinturas y relieves. Después de entrar en el segundo piso de la mazmorra, Daniel y los demás cazadores se encuentran con un monstruo mucho más poderoso y aterrador que las ratas del primer piso. Es una especie de araña gigante, con ocho patas peludas, ocho ojos rojos y una boca llena de colmillos venenosos. La araña los ataca sin piedad, y los cazadores tienen que luchar por sus vidas.

En medio del caos, Daniel se separa del grupo, y se pierde por los pasillos de la mazmorra. Allí, se topa con una puerta oculta, que lo lleva a una habitación secreta. Dentro de la habitación, hay una figura encapuchada, que lo saluda con una voz fría y siniestra.

Hola, Daniel -dice la figura-. Soy la Muerte, y he venido a ofrecerte un trato.

Daniel se queda paralizado, sin poder creer lo que está viendo y oyendo. La figura se quita la capucha, y revela su rostro. Es un esqueleto humano, con una guadaña en la mano. Sus ojos son dos agujeros negros, que lo miran con una mezcla de curiosidad y diversión.

No tengas miedo, Daniel -dice la Muerte-. No he venido a matarte, al menos no todavía. He venido a darte una oportunidad, una oportunidad única e irrepetible. Una oportunidad de cambiar tu vida, de convertirte en el fusionado más poderoso y temido del mundo. Una oportunidad de ser el Jugador.

Daniel no entiende nada, y le pregunta a la Muerte qué quiere decir con eso. La Muerte le explica que es la entidad creadora de la mazmorra, y que ha estado observando a los cazadores desde el principio. Le dice que ha elegido a Daniel como su nuevo huésped, y que si acepta fusionarse con él, le otorgará poderes y habilidades ilimitadas, que superan a cualquier otra entidad. Le dice que podrá controlar el tiempo, el espacio, la vida y la muerte, y que nadie podrá detenerlo. Le dice que será el Jugador, el único que podrá modificar las reglas del juego, y que tendrá acceso a un sistema mágico que le dará misiones, recompensas y desafíos.

¿Qué dices, Daniel? -pregunta la Muerte-. ¿Aceptas mi oferta? ¿Quieres ser el Jugador?

Daniel se queda pensativo, sin saber qué hacer. Por un lado, siente miedo y desconfianza, y no sabe si la Muerte le está diciendo la verdad, o si tiene alguna intención oculta. Por otro lado, siente curiosidad y deseo, y no puede negar que la propuesta de la Muerte le resulta tentadora. Piensa en su vida actual, en lo miserable y aburrida que es, y en lo que podría ser si se fusionara con la Muerte. Piensa en el poder, la libertad, la aventura, y la emoción que podría experimentar. Piensa en lo que podría hacer, y en lo que podría ser.

Y toma una decisión.

Está bien -dice Daniel-. Acepto tu oferta. Quiero ser el Jugador.

La Muerte sonríe, y le extiende la mano.

Muy bien, Daniel -dice la Muerte-. Bienvenido al juego. Bienvenido a la Muerte Niveladora.

Y así comienza la historia de Daniel, el fusionado más poderoso y temido del mundo, el Muerte Niveladora.