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Las Malvadas Intenciones de Samuel Altamirano

Si Verónica pensaba que sería blanco fácil ser la esposa del millonario Miguel Altamirano estaba muy equivocada. Nunca imaginó encontrarse con el alacrán.

GerardoSalazar · Urbano
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14 Chs

Capítulo 12 Astuto

Al abrir la puerta de la casa, Don Miguel y Verónica quedaron de una pieza al hallar sobre la mesa del centro un hermoso y gigantesco arreglo floral.

En un primer momento, Verónica sonrió de oreja a oreja, y quiso expresar su asombro por el detalle, pero en cuanto vio el rostro desencajado de Miguel, se contuvo  de inmediato. 

Miguel arrebató de un movimiento brusco la tarjeta:

-¿Sergio Beltrán?- La miró contrariado. -¡¿Cómo se atreve éste tipo a mandarte florecitas?!

Verónica se puso tensa de inmediato. Se quedó en silencio unos segundos.

-¿No vas a decir nada?

Veronica suspiró desesperadamente antes de comenzar a hablar.

-Seguramente el tipo está agradecido por haberlo ayudado. No me explico otra razón. 

-¿Y con qué intención dedica frases insinuantes en su tarjeta? "Para la mujer más hermosa que mis ojos han visto"-. Leyó en voz alta la dedicatoria. Había en su voz un tono de ironía. -¡Y no solo eso, además te deja su número telefónico!

-Tampoco es para que te pongas así. 

-¿Qué dices? ¿Cómo quieres entonces que me ponga? ¿Feliz de que un tipo esté seduciendo a mi prometida?

-Entiendo tu reacción, Miguel, pero debes controlar tus celos. Ya te dije que el tipo solo está siendo agradecido y lo que dice esa tarjeta es solo un cumplido. ¡En realidad no significa nada! 

-¡Vaya, lo defiendes! 

-¡No! Solo no quiero que le des importancia. ¡No echemos a perder la tarde! ¡Por favor! 

Miguel apartó rápidamente la mirada de Verónica, atravesó la sala hasta llegar al teléfono y levantó el auricular.

-¡Será necesario desde un principio marcarle un fin a sus intenciones!

Pero Verónica se apresuró a arrebatarle el aparato.

-¡Espera, Miguel! Quien debe poner un límite soy yo. Hablaré en su momento con él y le informaré que estoy a punto de casarme. Lo haré solo si lo considero necesario.

Miguel captó una actitud convincente de ella y se apaciguó. Suspiró sonoramente y cayó encima del sofá, reconociendo su equivocada actitud. 

-Discúlpame, Verónica-. Bajó la cabeza y enseguida se talló la cara con las manos. -¡Moriría si otro hombre me robara tu amor!

Verónica se le acercó y se sentó a un lado suyo. Lo abrazó con afecto. 

-Miguel, ya hemos hablado de esto. Yo estoy muy enamorada de ti. Eres el hombre que yo quiero para el resto de mi vida. Tu sabes que te amo y nunca  te haría daño. No permitamos que estas situaciones insignificantes desestabilicen la relación que estamos construyendo. Muero por ser tu esposa y no hay nada que me haga cambiar de opinión ni de sentimientos. 

Él la miró con unos ojos enternecidos. 

-Te amo, mi amor. Otra vez perdoname. 

Ella iba a besarlo pero el sonido de un celular interrumpió su intención. Don Miguel sacó el aparato del estuche atado a su cintura y contestó:

-Hijo, ¿Qué ocurre?... Ok, enseguida iré para allá-. Colgó.

Verónica se levantó apartándose de su lado y colocándose frente a él. 

-¿Qué pasa? ¿Sucede algo, Miguel?

-Era Samuel. Dice que quiere hablarme de algo muy importante relacionado con la señora Micaela y su hijo. 

-¿La mujer a la que atropelló al hijo?

-Ella. ¿Me acompañas?

Verónica giró el cuerpo y le habló por encima del hombro:

-No. Tal vez Samuel quiera platicar a solas contigo y no quisiera importunar.

Miguel comprendió que aún era difícil para ella abordar el tema del hijastro. Por lo que también consideró pertinente aquellas palabras. Asintió.

-Tienes razón. Sin embargo, llegará el momento en que tengas que interactuar con él.

-Sí, amor. Eso será cuando lo consultes con él y no ahora que te ha llamado para hablar contigo. No sabemos qué es lo que desee. 

-Entiendo. 

-Amor, yo quisiera ir poco a poco con tu hijo. 

Miguel se acercó y le besó la frente, después los labios. Y salió.   

Media hora más tarde, ingresaba en su BMW i4 por el portón principal de la mansión. Samuel lo esperaba en el jardín. 

-¿Qué es eso tan importante que deseas decirme?- Le dijo en cuanto se sentó a su lado en la mesa del jardín. 

-Se trata de la señora Micaela-. Samuel miró a los ojos de su padre mientras hablaba. -Tú sabes que lamento tanto lo que sucedió, es por eso que deseo ayudar en todo lo posible a esa pobre mujer.

-En lo cual estoy totalmente de acuerdo… continúa, hijo.

-La señora Micaela no tiene a donde ir. 

-¿Cómo es eso? ¿No tiene casa? 

-No. Hace un momento me comentó que la echaron injustamente de la vivienda que ocupaba. Comprenderás que dicha situación no favorece en lo absoluto la recuperación de su hijo.

-Estoy de acuerdo contigo, y es una pena que además de haber pasado por momentos de angustia por el accidente del pequeño, ahora esté viviendo esto. 

-Papá, me gustaría que la alojemos como huésped en nuestra casa durante los días en que el pequeño se repone. 

-¿Aquí? ¿En esta casa?

-Si. La casa es muy grande y estoy seguro que el jardín le encantará al niño. ¿Qué te parece la idea?

Don Miguel se turbó un poco por la propuesta de Samuel. Nunca imaginó que tuviera compasión por alguien como Micaela. Mucho menos un gesto de esa naturaleza. Invitar a vivir una temporada en casa a una desconocida. Eso sí que era algo realmente asombroso viniendo de su hijo, que se caracterizaba por ser todo, menos altruista. 

-No niego que me sorprende tu propuesta. Entiendo que estés impresionado por el accidente.

-Estoy de verdad muy interesado en la recuperación de ese niño y quiero ayudar en todo. Que nada les haga falta mientras el niño vuelve a caminar. No me perdono el descuido. Y estoy pensando en apoyar a Micaela para que mejore su situación económica y pueda darle algo mejor a Raúl más adelante. 

-Se hará como tú digas. Encárgate de ordenar todo lo necesario para que se sientan a gusto.

Una extraña sonrisa de satisfacción cubrió el rostro de Samuel. De sus ojos brotaba una mirada brillante y penetrante que avisaba lo que su mente maquinaba. Todo estaba saliendo a pedir de boca. Sus Malvadas Intenciones iban por buen camino. 

Ambos se pusieron de pie. Don Miguel le rodeó los hombros y juntos atravesaron el inmenso jardín teñido de verde. 

Cuando entraron a la mansión, Miguel se llevó una sorpresa al encontrarse a Micaela y a Karina instaladas en la sala.

Miró a Samuel y él le sonrió, divertido. 

No le quedó más remedio que salir de su asombro y saludar al par de mujeres con cordialidad.  

-Buenas tardes. Hola Karina. 

-Hola señor. Me da mucho gusto verlo. 

-Igual a mí, muchacha. Señora Micaela... siéntase como en su casa. Samuel me ha informado de su penosa situación. Será un honor tenerla a usted y a su hijo como distinguidos huéspedes.

-¡¿Cómo dice?!- La noticia provocó asombro en la mujer. 

-Micaela- intervino Samuel sonriente. –Es buena idea que usted y su hijo se queden unos días en ésta casa. Así, mientras el niño se recupera, usted tendrá tiempo suficiente para conseguir un lugar donde vivir.

La mujer abrió más los ojos y miró a su alrededor.

-¡Yo no podría aceptar tal cosa! Mi presencia incomodaría.

-Su compañía nos será muy grata-. Añadió gentil don Miguel. –Piense en su hijo. Es un buen lugar para su recuperación. Traeré al mejor especialista para ello.

Karina le tomó de la mano.

-Mi novio y su padre son personas muy amables y con un gran corazón. Te aseguro que lo hacen de buena fe.

-Jeremías, el Mayordomo, se encargará de arreglar uno de  los cuartos de huéspedes-. Miguel se dirigió al mayordomo: -Que la señora Micaela disponga de una habitación hoy mismo y de todo lo que necesite en esta casa. 

Jeremias, desde que apareció Samuel por la puerta acompañado de su novia y aquella desconocida, no dejaba de analizar la escena. Sus ojos iban y venían de observar la cara de Samuel y la de las mujeres, sobre todo la de Micaela, que desde que la vio entrar pudo percibir que era una mujer muy humilde, cosa que lo extraño de sobremanera, pues conociendo al engreído hijo de su patrón era inimaginable que él trajera a alguien asi a casa.

-Enseguida señor-. Respondió Jeremías con su característico acento servicial y ceremonioso. -Se hará como usted diga-. Después sonrió a ambas mujeres. 

-Asegúrate que tenga todo lo necesario-. Ultimó Samuel, enérgico. Hubo en su voz una nota despectiva. 

El anciano no le contestó a él. Se alejó para cumplir la orden. 

Micaela no dijo más. Estaba tan apenada que no atinó a articular ni una sola palabra. 

Samuel estaba satisfecho. Pareciera que el destino estuviese de acuerdo con sus intenciones.