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Mientras tanto, regresar a casa había sido un asunto sencillo para Calipso y Aurelia. Después de un buen trecho de viaje, finalmente llegaron a la frontera entre Ebodía y Cordon. No les llevó tanto tiempo como la primera vez que atravesaron por allí en su viaje, pero eso no significaba que todo a partir de entonces sería un camino de rosas.
Sin duda. Justo cuando menos lo esperaban, se encontraron emboscados por el peor grupo de personas que nunca hubieran imaginado que intentarían atraparlos. Verdaderamente, el destino se la tenía jurada a Calipso, quien maldijo su pésima suerte.
—No es tu culpa que vinieran aquí, ya sabes —señaló Axel.
—Lo sé, pero eso no significa que no debería haber sido precavido —gruñó Calipso para sus adentros—. ¡Podrían habernos sorprendido! ¡Ni siquiera los habría detectado acercarse si no fuera por el viento a favor que me ayudó a captar su olor!
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