Rosa lamentaba haber sido quien sugirió compartir cama, ya que ahora no podía retractarse de lo que había comenzado. Se había sentido tan segura hasta que Zayne señaló que solo la estaba molestando.
Rosa se acostó en el borde del lado izquierdo de la cama, dándole la espalda a Zayne para mirar por la ventana su perfecta vista del cielo. Ver el cielo ayudaba a calmar sus pensamientos sobre compartir cama con Zayne.
Se había vuelto tan silencioso desde que ambos se acostaron y Rosa se preguntaba si Zayne se había dormido, pero no intentó girarse para ver si estaba despierto. No quería ser descubierta mirándolo.
Rosa cerró los ojos, fingiendo dormirse, esperando el momento en que pudiera regresar a hurtadillas a su habitación. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que cerró los ojos, pero Rosa se sentó, lista para escapar.
—¿Ya te vas? —preguntó Zayne, con los ojos aún cerrados—. Soy de sueño ligero, Rosa. ¿Debería habértelo dicho antes para que pudieras planear mejor tu escape?
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