En la pequeña casa, un hombre se sentaba frente a la chimenea que se estaba apagando, luchando contra la fría noche. Era casi la hora del alba, pero James no había dormido en toda la noche. Sentado en la escasa luz del pasillo de su casa, miraba pensativo la chimenea hasta que escuchó toser a su padre en su habitación.
Al oír la tos que no cesaba, James rápidamente se dirigió a la habitación donde dormía su padre. El cuerpo de su padre se había encogido en la cama.
—¿Padre? —llamó James, antes de ir a la mesita de noche. Sirvió un vaso de agua y luego se lo llevó a su padre ayudándolo con su otra mano para que el hombre mayor se sentara derecho en la cama.
Notó cómo la mano de su padre temblaba. Por un momento, pensó que era por la fría noche, pero no era así. Cuando James fue a comprobar la temperatura de su padre, el hombre estaba ardiendo de fiebre.
—Tienes fiebre, padre —dijo James.
—Estoy bien —su padre hizo un gesto con la mano, pero ésta temblaba.
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