Cuando llegó la mañana, las ojeras de Felissa eran visibles en su rostro, ya que no había dormido mucho durante la noche. Sentía que le habían succionado la energía y se sentía como gelatina, con ganas de dormir todo el día.
Vicenzo estaba detrás de ella y miraba a Felissa, bostezando por 15ª vez desde que había salido de su habitación.
—¿Qué vamos a hacer hoy? —preguntó Felissa con somnolencia a Idola, quien llevaba un equipaje.
—¿Eh? —Idola inclinó la cabeza, confundida—. ¿No has leído la carta que Su Majestad te envió, Señorita Felissa? —preguntó.
—¿Qué carta? —preguntó Felissa. Aún no podía comprender lo que estaba sucediendo.
—Su Majestad quiere que la acompañes a la 13.ª manada hoy —informó Idola y vio cómo el rostro de Felissa cambiaba a una expresión de asombro.
—¿¡QUÉ!? ¿¡Hoy!? —exclamó Felissa, y su somnolencia fue arrojada lejos como una piedra.
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