El día se tornó en noche y la luna brillaba intensamente en el cielo. Todo el mundo estaba fuera del Palacio para presenciar la verdad, mientras Rosina permanecía adentro y observaba a través de la ventana.
—Su Majestad, ¿desea que le caliente la leche? —preguntó Fina en voz baja mientras miraba la leche intacta que había traído antes. Sabía que la leche fresca era la bebida favorita de Rosina, y ella siempre se la terminaba. Ver que no le hacía caso demostraba que estaba preocupada por el asunto aunque no lo mostrara.
—No es necesario. Gracias por tu servicio, Fina. Pensé que renunciarías a ser sirvienta después de todo lo que has pasado —Rosina se enfrentó a Fina con una sonrisa.
—Lo pensé, Su Majestad, pero no puedo huir para siempre. Además, necesito el salario para mantener a mi hermano —respondió tímidamente Fina y se rascó la nuca.
—¡Jaja! Entiendo —Rosina respondió con una risa. Le divertía la sinceridad de Fina acerca de sus necesidades económicas, a diferencia de otros.
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