El sol finalmente había salido, bañando el paisaje con un cálido tono dorado mientras regresábamos a la manada Luna de Plata. La sensación de victoria era palpable, una cosa tangible que llenaba el aire alrededor de nosotros. Pero debajo de mi alivio, una corriente de incertidumbre bullía. Sí, habíamos derrotado a la oscuridad, pero ¿a qué costo?
A mi lado, Mateo caminaba en silencio, su expresión pensativa y serena. Su presencia era un bálsamo reconfortante contra los recuerdos del abismo del que acabábamos de escapar. Lo miré, mil preguntas surgiendo dentro de mí, pero no podía obligarme a hablar.
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