Rosa se sentó en la sala de estar de su casa, vestida con un vestido rojo y emborrachándose con vino.
En su mano estaba la foto arrugada de ella y Valerio.
Sus labios se curvaron en una media sonrisa, y se burló.
—¡Valerio! De verdad pensaste que podrías encontrar una mujer mejor que yo. Admito que es bonita y todo eso, pero nunca podría ser mejor que yo —movió su cabeza negando en estado de ebriedad—. ¡Yo soy la única mujer en tu vida, y no importa qué, siempre me amarás! —gimió y abrió la foto doblada.
La miró y soltó una risita.
—Realmente lucíamos muy tiernos juntos, pero supongo que cometí un error. Sin embargo, independientemente, todavía soy tu compañera, y nunca podrás dejar de amarme, te guste o no. Jaja —se rió y giró la cabeza cuando una serie de golpes agresivos resonaron en la puerta.
—¿Quién es? —se levantó del sofá y preguntó con enojo—. ¿Quién diablos vendría a casa de alguien tan temprano por la mañana?! —chasqueó la lengua irritada y abrió la puerta de golpe.
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