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Capítulo IV

Alma estaba muy triste, no podía casarse como sus padres querían, ella amaba al caballero y estaba segura de que jamás podría olvidarse de él y amar a otro hombre.

La semana pasó rápidamente y había llegado el día del baile, pero también era el día que podría verlo a él. No podía asistir ese día al mercado de Turion, pues estaba encerrada en su habitación, la cual custodiaban dos miembros de la Guardia Real. Estuvo pensándolo bien y llegó a la conclusión de que era hora de contarle la verdad al caballero, así que le escribió una carta contándole toda la verdad. También le mencionó en la carta el baile de esa noche, rogándole que asistiera para pedir su mano delante de todos los nobles del reino. Tenía la esperanza de que sus padres aceptarían que ella se desposara con él; era la única posibilidad que les quedaba para poder estar juntos. Le citó poco antes del baile en la valla de la pradera que separaba ambos reinos; le esperaría allí para reencontrarse con él e irían juntos al baile.

— Elvira, por favor, ves todo lo rápido que puedas al mercado de Turion y entrégale está carta al caballero— le suplicó Alma a su sirvienta—. Eres mi única esperanza…

— Esta bien, lo haré, princesa— le dijo Elvira a regañadientes.

— ¡No sabes cuánto te lo agradezco, amiga mía!— le dijo Alma entusiasmada dándole un gran abrazo a Elvira—. Ves todo lo rápido que puedas y entrégasela, es importante que la reciba lo antes posible. Y ten mucho cuidado amiga…

Ambas se despidieron dándose un fuerte abrazo y Elvira cogió la cesta de mimbre con las flores y la carta de la princesa, salió de la habitación y se dirigió al mercado de Turion a entregarle la carta al caballero.

Horas más tarde, Elvira llegó al mercado de Turion, justamente a la vez que llegaban los compañeros de caza del joven caballero, pero a él no logró verlo por ninguna parte.

— Hola, busco a la chica que vende flores…— le dijo un chico joven algo robusto de pelo castaño que se acercó a ella—. Soy el hermano del caballero que siempre le compra coronas de flores.

— Sí, es amiga mía, pero ella no ha podido venir— le dijo Elvira, aunque no quería darle explicaciones de nada, pues Alma le había hablado del día que lo conoció y le dijo que no le transmitía confianza—. Necesito hablar con vuestro hermano urgentemente. ¿Dónde está él?

— No ha podido venir porque le ha surgido un compromiso y me ha pedido que viniera y avisara a vuestra amiga…

— ¿Dónde puedo encontrarlo? Tengo que verlo, tengo que entregarle un mensaje muy importante...— dijo Elvira, pero no quiso decirle nada más, había algo en él que no le gustaba.

— Vivimos muy lejos, entregádmelo a mí, si gustáis, y yo le haré llegar el mensaje— le dijo el joven, aunque Elvira no estaba convencida de poder confiar en él.

— No, lo siento, pero debo entregárselo yo personalmente, se lo he prometido a la princesa— dijo Elvira, pero se calló en seco y se tapó la boca con la mano, había mencionado a la princesa sin pensarlo y no sabía ahora como arreglar semejante metedura de pata que había cometido—. Quería decir que se lo he prometido a mi amiga, donde tengo la cabeza…

— Suponía que era una equivocación. Entregadme la carta a mí y yo se la haré llegar— le dijo el joven con una sonrisa fingida, alargando el brazo para atrapar la carta que sostenía Elvira en sus manos, pero ella se apartó de él, no quería dársela—. ¡Dame esa carta!

La expresión del joven había cambiado, estaba muy serio y miraba a Elvira de una manera diabólica. Ella se asustó al ver que el joven se acercaba muy decidido hacia ella, así que echó a correr. Él la persiguió hasta salir de la plaza del mercado y después corrieron por las calles del pueblo. Ella corría todo lo que podía, pero él era mucho más rápido que ella y cada vez estaba más cerca.

Antes de llegar al bosque que había que atravesar para llegar a la valla que separaba ambos reinos, aquel joven atrapó a Elvira y le arrebató la carta. Ella intentó quitársela pero él golpeó a Elvira en la cabeza y ella cayó al suelo. Él abrió y leyó la carta y descubrió quien era realmente la chica de las flores, quedó muy sorprendido al descubrir que aquella campesina era, en realidad, la princesa del reino Bórtur. Entonces, arrugó la carta y se la guardó dentro de la túnica.

— ¡Devolvedme la carta! ¿Quién os habéis creído que sois?— le gritó Elvira desde el suelo y él le respondió dándole una patada en el vientre, lo que hizo que ella gritara por el dolor.

— Soy Edgar, príncipe de Turion. Y estoy harto de que mi hermano siempre consiga todo lo que quiere, estoy harto de ser su sombra. No voy a permitir que se case con la princesa y acabe siendo rey en ambos reinos, no mientras yo viva. ¡No lo voy a permitir!— se decía enfadado, siempre había tenido muchos celos de su hermano mayor, incluso había llegado a odiarlo.

Mientras tanto, Elvira se había incorporado y se disponía a escapar para alejarse del príncipe Edgar y para contarle todo lo que había descubierto a la princesa, pero él la agarró y le tapó la boca con la mano para que no gritara y ambos se internaron en el bosque.

La arrastró hasta que estuvieron en la parte profunda del bosque, donde nadie pudiera verlos ni oírlos. Él tiró a Elvira sobre unas hojas secas que había en el suelo y se tumbó encima de ella, abriéndole sus piernas y tapándole la boca con todas sus fuerzas para que no gritara. Le levantó la falda del vestido y la violó. Ella intentaba soltarse y gritar para pedir ayuda, pero él era mucho más fuerte que ella y no logró liberarse de él. Edgar la violó sin piedad durante un buen rato, haciendo caso omiso a sus lágrimas y gritos de dolor. No paró de hacerlo hasta quedar satisfecho. Cuando terminó, ella no se movía ni tampoco respiraba; él le había tapado la boca tan fuerte que no le había permitido respirar y había muerto ahogada. Él se incorporó y miró el cuerpo de Elvira inerte en el suelo, tenía los ojos abiertos y la parte superior de sus piernas llenas de sangre, señal de su virginidad pérdida, o más bien, arrebatada.

Edgar no sintió ni una pizca de remordimiento. Cogió el cuerpo de Elvira y lo arrastró hasta llegar a unos grandes arbustos y escondió el cuerpo entre ellos, donde sería muy difícil de encontrar. Entonces, salió del bosque y volvió hasta la plaza para tomar su caballo. Faltaban sólo unas pocas horas para que comenzara el baile en el reino de Bórtur. Tenía que darse prisa y llegar allí antes que su hermano, pues el príncipe Peter iba a asistir allí para pedir la mano de la princesa Alma, ambos iban a casarse obligados por sus padres. Peter no quería casarse con la princesa del reino de Bórtur, pero le obligaban a hacerlo para asegurar la paz entre reinos, así que él, finalmente, había accedido a hacerlo por el bien de su reino, aunque su corazón pertenecía a la chica de las flores.

Si Peter y Alma se reencontraban antes del baile, descubrirían sus verdaderas identidades y se casarían, ambos serían felices y gobernarían juntos ambos reinos. Edgar no iba a permitir que algo así ocurriera, él haría todo lo posible para evitarlo, así que se montó en su caballo y cabalgó rápidamente en dirección al reino de Bórtur.

Belami y Felipe, los dos caballeros que habían acompañado al príncipe Edgar, al cual llevaban un buen rato buscando, vieron como se iba con su caballo a toda velocidad sin decir nada a nadie y decidieron seguirlo, pues ellos habían jurado protegerle y no dejarían que le pasara nada. Corrieron para montarse rápidamente sobre sus caballos y fueron tras él.

Faltaban unas horas para el baile y los hermanos de la princesa Alma le rogaron que saliera a jugar con ellos. Les habían regalado unas pequeñas ballestas de madera y estaban deseosos de salir a probarlas. Alma estaba muy nerviosa porque se acercaba el baile y aún no había recibido noticias de Elvira, cosa que la tenía muy preocupada. Pensó que le vendría bien distraerse y decidió salir con sus hermanos, Unai y Liam. Tan solo tenían diez y doce años y eran las primeras ballestas que les regalaban, así que estaban emocionados por utilizar armas por primera vez.

Los tres salieron a la pradera, acompañados por sus guardias reales y colocaron unas dianas de madera para que los príncipes pudieran practicar el tiro de ballesta. Llevaban un buen rato practicando y su puntería cada vez era mejor; estaban pasando un buen rato los tres juntos, pero Alma estaba distraída mirando continuamente en dirección hacia la valla. No había rastro de Elvira ni de su caballero, así que aprovechó que los guardias estaban distraídos recogiéndolo todo, pues ya empezaba a oscurecer, para escabullirse y acercarse hasta la valla.

Alma se acercó a la valla y le pareció escuchar un ruido, miró al otro lado de la gran valla y le pareció ver a alguien al otro lado, pero no lograba distinguir de quien se trataba pues estaba algo oscuro. Entonces, salió de detrás de la valla la figura de un hombre al que no logró reconocer, pues llevaba una capucha oscura sobre su cabeza y con la oscuridad no lograba verle la cara.

— ¿Caballero, sois vos?— preguntó Alma un tanto asustada, pues aquel hombre se dirigía a ella sin pronunciar palabra alguna.

— ¿Para que quieres a un simple caballero si puedes tener a un príncipe?— le dijo una voz que Alma no reconoció—. Cásate conmigo princesa y gobernaremos juntos ambos reinos…

— ¿Sois el príncipe de Turion?— le preguntó, pero él se acercaba decidido hacia ella y no le contestaba— ¡Jamás me casaría con alguien de vuestra familia! ¡No os acerquéis a mí o llamaré a mis guardias!

— Tú lo has querido, princesa— dijo aquel desconocido riendo y se abalanzó sobre ella, tirándola al suelo.

Alma intentó escapar, pero él la tenía atrapada con su cuerpo. Ella pidió auxilio a gritos pero enseguida le tapó la boca con la mano para que no pudiera gritar. El príncipe le levantó la falda del vestido con la intención de violarla, pero Alma pudo soltarse y agarrar una piedra con la que golpeó al príncipe en la cabeza, haciendo que este cayera al suelo. Ella enseguida empezó a gritar pidiendo ayuda y también intentó escapar, pero él le agarró de un pie e hizo que volviera a caer al suelo. Él cogió la piedra con la que le había golpeado la princesa y se disponía a golpearla en la cabeza, pero entonces, una flecha de madera se clavó en el cuello del príncipe Edgar, y este cayó al suelo. Empezó a ahogarse con su propia sangre y Alma fue corriendo hasta donde se encontraban sus hermanos; a Unai, su hermano más pequeño, se le había disparado la ballesta accidentalmente y había acertado justamente en el cuello del príncipe de Turion.

— ¡Han disparado al príncipe Edgar!— gritó alguien que había saltado desde el otro lado de la valla. Los dos caballeros que habían seguido al príncipe Edgar hasta allí, habían llegado justamente en ese momento y habían visto sólo lo último que había ocurrido.

Los caballeros miraron hacia donde estaban la princesa y los príncipes, que llevaban aún las ballestas en sus manos y supieron que ellos le habían disparado. Alma cogió de las manos a sus dos hermanos y huyeron al castillo, pues este terrible incidente no iba a traerles nada bueno y debían de avisar a sus padres lo antes posible.