"Jovencito en 10 días más volverás a la academia estás seguro que quieres estar en tu habitación".
Le pregunto a Maya la misma sirvienta mi sirvienta personal de la que aprendí su nombre hace unos días.
Han pasado dos semanas desde que desperté como Adad y en ese tiempo he estado estudiando, descubriendo más sobre este mundo y sobre mí mismo.
Me he dedicado a estudiar sobre los monstruos, sus comportamientos, habilidades, hábitats naturales y debilidades. Puede parecer una pérdida de tiempo, pero incluso los plebeyos saben más que yo, ya que la información se transmite de boca en boca.
Resumiendo lo que he aprendido, los monstruos o bestias de maná se clasifican de la G a la l Ex, siendo las últimas bestias míticas de las que sólo hay unos pocos avistamientos registrados.
Los monstruos son partenogenéticos, es decir, se reproducen por sí mismos y no necesitan una pareja. Esto puede hacerse porque son mazas de maná que toman forma, cuanto más alto sea el rango del monstruo más inteligente será.
Los monstruos que son mazas de maná acumulan maná en sus cuerpos que con el tiempo forman una pequeña piedra similar a un núcleo, llamada piedra de maná. Cuanto más viejo es un monstruo, o cuanto más alto es su rango, mayor es la calidad de la piedra de maná.
Hay algunos que aprenden a controlar el mana del que está hecho su cuerpo para cambiar su forma, la mayoría de los monstruos que alcanzan este nivel se llaman Dämonen y según lo que se sabe de ellos tienen una sociedad similar a la de los humanos y cualquier otra raza.
"Jovencito, no es bueno quedarse encerrado cuando para algo como lo tuyo, es mejor salir a conocer...."
Los disparatados susurros de Maya me sacaron de nuevo de mis pensamientos. Haciéndome reflexionar sobre lo que había dicho antes.
Solo quedaban 10 días para volver a la academia, no estaba practicando mucho el control de manos porque solo la teoría descrita en los libros no era suficiente y decidí esperar a las clases prácticas y aprender a usar el maná de los instructores.
Pero no estaba de más practicar un poco. Además, tenía que comprobar algunas cosas.
Eché un vistazo al almacén, que estaba lleno de diferentes tipos de armas, desde hachas hasta bastones con sólo una pequeña piedra brillante en la punta.
Cogí lo que más me llamó la atención, una espada larga y curvada con una punta de madera de 1,20 cm, ya que mi altura era de apriximademente1,80 cm, se sentía bastante bien en mi mano.
El sonido de la espada cortando el aire atravesó mis oídos mientras la balanceaba de un lado a otro imaginando que cortaba algo.
Sentí que con cada balanceo el mana de mi cuerpo se movía más fácilmente hacia los lugares que quería fortalecer.
Sentí que el maná de mi cuerpo se congelaba. Pero por alguna razón no sentí frío, sino confort.
El aire que salía de mi boca ahora era visible junto con la espada que se estaba congelando gradualmente mostraba la efectividad de Ice Heart.
Gracias a esto pude comprobar mi teoría. Si cuando desperté en este mundo, me convertí en un hijo del maná debería ser capaz de fortalecer mi cuerpo con él, algo que Adad como mago no podía hacer.
Un hijo del maná es aquel que rompe la limitación del maná y puede tanto expulsarlo como almacenarlo y fortalecer su cuerpo.
Según los libros era normal que un hijo de mana tuviera una habilidad innata. Un claro ejemplo era la heroína que en este punto de la historia tenía al menos dos habilidades.
Solté la espada mientras me sentaba en el suelo de tierra. Moví mi maná hacia afuera mientras tomaba un poco de la atmósfera.
Imaginé fuego y una pequeña bola naranja apareció ante mí. Era difícil de controlar, quizás esto era lo que significaba la afinidad.
Lo mismo ocurrió con la tierra, de la que no pude hacer nada más que hacer pequeñas balas y alejarlas unos metros de mí.
El agua y el aire se movían con facilidad, sobre todo el agua y casi como un instinto se generaban los rayos, pero se volvían de un extraño color plateado como el hielo que conjuraba.
Veo que has estado entrenando con la espada, es bueno que a pesar de ser mago entrenes tu cuerpo.
Habló Elena, cortando el silencio que había en la mesa. Hoy toda la familia Hall se había reunido para comer.
Padre, quiero aprender un arte de la espada.
Hablé sin responder a mi Elena que aún no se había dado cuenta de que era un hijo del maná. Keith me miró, supe que se había dado cuenta de lo que yo era.
Es difícil conseguir un arte de buen nivel. Sólo se puede conseguir convirtiéndose en discípulo de algún dios de la espada.
¿Qué quieres decir con que aprendería un arte de la espada? Es un mago.
respondió Elena. Claramente Keith no había contado que era un hijo del maná. Sus cejas se fruncieron y pareció pensar si debía revelarlo o no.
Adad es, un hijo del maná.
Las caras de todos, incluso de los más jóvenes se llenaron de sorpresa e incredulidad. Pero pronto un rostro cambió, el de Elena se llenó de tristeza.
Así que era eso, despertar una habilidad innata de la noche a la mañana y ahora querer aprender un arte de la espada. Todo tenía sentido así.
Me sorprendí, pero eso no duró mucho. Sabía que algo estaba pasando, después de todo una habilidad innata sólo se despierta desde el nacimiento o en un momento extremadamente crítico en la vida de alguien.
Nunca había oído hablar de alguien que despertara como hijo de maná y no desde su nacimiento como es la norma. Pero es inútil dudar, sucedió y esa persona es mi hijo.
Elena, sabes que si alguien se entera de lo que es. Nosotros n.
Lo sé Keith. Lo sé.
Dije mientras mi corazón se retorcía por la tristeza que me inundaba. En este mundo los fuertes valen más y si alguien importante se entera de su potencial.....
Solo de pensarlo me dan escalofríos.
Lo siento Adad. Quizá sea cierto que estarás mejor en otro lugar, uno donde te hagan fuerte y puedas sobrevivir, pero....
Para entonces sentía que las lágrimas se me escapaban de los ojos y que la voz se me quebraba.
Sé que es egoísta, pero no quiero que te vayas. Es mejor que te quedes aquí y no te vayas, que no intentes ser fuerte para que nadie se entere y no te hagan daño, ¿verdad?
Seguía diciendo cosas que ni yo misma entendía. Podía oír el llanto de Terry en la distancia, pero ni siquiera eso me hizo apartar la mirada de los ojos de Adad.
Eran como un hermoso lago turquesa, tan tranquilo como su agua y sin ninguna fluctuación, aunque en el fondo veía algo que no podía identificar.
No pude evitar preguntarme si incluso era mi hijo, si esto hubiera ocurrido hace un mes sin duda habría corrido a consolarme con su característica sonrisa.
Pero ahora estaba de pie sin ningún signo de preocupación tan tranquilo como si estuviera dormido.
Era más bien un bloque de hielo.
Inamovible.
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