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El sabor del reencuentro

— Será o no será.

Analizo en mi mente las múltiples posibilidades que hago en mi cabeza al pensar lo que probablemente hubiera sucedido si antes de marcharme yo le hubiera dicho a Alexander la verdad de quien yo era en realidad, a pesar de que hace ya unos cuantos días que regrese a mi vida cotidiana junto a Emely, Jean Pierre y los demás.

— Pero aun así dudo de que en realidad nosotros dos hubiéramos podido tener un futuro con lo especialmente diferentes que somos y hablo de nuestros mundos que como él agua y el aceite difícilmente se mezclan.

Hace un rato ya que me encuentro sentada con la mirada perdida en el horizonte y olvide por completo lo que eh venido a hacer a este lugar pues ahora mismo curiosamente me encuentro en La Perl, lo que traería algunas consecuencias para mí.

— Si sigues hay suspirando de esa manera Milena, nos dejarás sin oxígeno a todos aquí.

— ¡Eh! Como, suspirando yo, no para nada — dije queriendo mentirle a Emely quien se había acercado a mí de la nada y sigilosamente.

— Milena, llevas media hora sentada hay y no le haces caso a nada y a nadie a pesar de que te eh pedido ayuda ya dos veces.

— ¡Eh! Y ha pasado tanto tiempo — murmure algo avergonzada, al no poder colocar mis pensamientos en orden tan rápido como yo quisiese.

— No me crees, mira tú reloj.

Y si, como ella lo dijo aconteció, sorprendentemente ya había transcurrido media hora desde que nosotras llegamos a este lugar y teníamos el tiempo contado ya que debíamos salir despedidas de aquí.

— Tengo curiosidad por saber qué es lo que te mantiene tan perdida en tu propia mente, desde que llegaste desde la casa de tus abuelos pareciera que una mitad tuya se quedó extraviada en alguna parte de aquel lugar.

— Amiga créeme que no querrás saberlo.

Dejando aquel misterio en el aire enmarcando una sonrisa en mi rostro pretendí dejarla con el suspenso bien marcado, ya que, aunque sabía a la perfección que era lo que Emley quería saber yo por el contrario no quería dejar cada uno de aquellos acontecimientos tan expuestos ante ella, no porque fuera algo malo sino más bien porque quería que aquello se mantuviera como algo especial para mí lo cual pudiera rememorar cada que quisiera sin tener sobre mí el ojo acusador.

Por un momento agaché la cabeza y por nueva vez volví a suspirar, ante nada quería relajarme y retomar las cosas con algo de calma, pero para Emely no era algo que podía hacer.

— Te vas a quedar hay como si nada. Milena levántate, tenemos que irnos ya, recuerda que Jean Pierre fue bien especifico con su pedido, especialmente con el asunto relacionado contigo.

— Y es para mañana.

— Pues claro, por eso estamos con todo este ajetreo y la mudanza de la tienda a la nueva cede no es que ayude mucho y sabes perfectamente que no le puedes fallar, recuerdas que dijo que haría contigo sino te dabas prisa.

Pensativa y con algo de terror replique — dijo que me volvería picadillo y me tiraría al acuario más cercano para que los tiburones no dejarán nada de mi ­­— a causa de aquello hice un gesto algo fallido de querer llorar y un frío tremendo recorrió mi espalda.

— De solo pensarlo me dan ñañaras, así que es mejor no provocarlo. Aquí tengo todos los vestidos de la exhibición de mañana, así que movámonos, toma tus cosas y larguémonos de aquí.

Tomando nuestras cosas Emely y yo salimos despedidas e imaginaras que correr en taconees y con un uniforme que en su parte inferior lleva una falda no es una cosa fácil de hacer, además de que nuestras manos iban cargadas con aquellos trajes los cuales no podíamos siquiera pensar en arruinar.

— Bien, lista — indicó aquella mientras arribamos a su viejo auto, un Toyota clásico de los setenta en color rojo que a pesar de los años aún seguía siendo cómodo y manejable.

Ahora ya con los cinturones puestos iniciamos aquel recorrido rumbo a quien durante toda una semana sería nuestro lugar de trabajo Tower Square White donde La Perl constaba con un establecimiento y donde Emely y yo haríamos uso de nuestras profesiones.

Yo como Gerente de Ventas sabía a la perfección que nuestra tarea sería más que ardua y Em como encargada del Marketing también lo tenía algo difícil pues debía de captar la atención del público tanto como pudiese, así que ambas sabíamos que sin dudas tendríamos mucho trabajo para realizar.

La tarde llego mientras nosotras nos encontrábamos tan inmersas en llevar nuestras labores a cabo que no nos dimos cuenta de que el día había pasado con tanta prisa, muy diferente a como todo sucede dentro de la tienda.

Como mañana se llevaría a cabo una pasarela de moda para mostrar la colección de verano de vestidos de novia nueva de Jean Pierre, Emely y yo pues nos encontrábamos fuera de la sucursal de La Perl en tan dichosa plaza facilitando a los interesados las boletas con las que se presentarían al dichoso show.

Ambas estábamos muy perdidas en nuestro mundo atendiendo a cada uno de los interesados que se acercaban a nuestro lugar a preguntar acerca del evento cuando en un momento tras haber llegado nuestra hora de partir y mientras Emely y yo recogíamos las cosas que quedaban una voz llamo mi atención.

— Pensé que nunca te volvería a ver Milena.

La sola presencia de aquella voz me obligo a enderezarme como si en mis oídos se hubiera escuchado un sonido aterrador cosa que en pleno día era algo casi imposible, pero que al ver el rostro de Emely tan desfigurado por la impresión que la presencia que aquella persona le produjo me hacía dudar.

En la cara de Em se había formado una extraña imagen de sorpresa, sobre salto, lujuria, miedo, deseo y el querer "querer" todo combinado en una sola expresión, lo que me hacía pensar, que para que ella mirase de tal manera la persona de pie detrás de mí realmente debía de ser alguien bastante importante.

Como era esperado me di la vuelta y lo que vi me dejo boquiabierta.

Christian y Alexander se encontraban justamente allí con los ojos totalmente fijos en mí, figurando este último tener aquella actitud de prepotencia que lo caracterizaba cosa que a la larga yo sabía que no iba a esfumarse y que probablemente no se esfumaría nunca, total ahora Alexander se encontraba en sus aguas pues estábamos en su territorio.

Y aunque lo quiera negar o parezca un cliché verlo en todo su esplendor con su actitud de jefe mandón me hizo casi imposible no contemplarlo, pues al mirarle se me hizo difícil no querer jugar con fuego al verle puesto aquel traje negro elegante que marcaba con especial énfasis aquellas zonas interesantes suyas, como lo son su fornido pecho, su bien contorneados glúteos y su bien marcada entre pierna que me hacía pecar en silencio de la peor manera, ahora más luego de que tuve una pequeña probada suya tras mi última noche en la isla me hacía desearlo abiertamente, lo que me hizo cambiar con creces la perspectiva que tenia de él.

Sí, me gustaba era lógico y durante todos estos años por eso lo esperaba, pero ahora de la nada lo veo sin dudas más varonil y peligroso para mí y mi dichosa castidad.

Alexander se observaba radiante su pelo se encontraba delicadamente pulido hacía atrás, su barba se mantenía rebaja y aparentaba que durante todo aquel día esfuerzo había hecho mucho más que poco, a fin de cuentas, la vida de rico no era para nada estresante al menos en su figura era lo que entre comillas podía deducirse, aunque la realidad sin dudas podría bien ser otra.

— Tú ¿Qué haces aquí?

Cuestione, pero Alexander Richmond solo me miraba con aquella sonrisa tonta que empeñaba probablemente sus verdaderas intenciones.

Emely al notar aquello se acercó, tenía curiosidad respecto a lo que veía y era evidente de que aquello sería un tema a discutir entre las dos.

— ¿Qué hace él aquí y porque te llamo por tu nombre? — en un susurró casi en mi oído lo comentó una vez rodeo la mesa y se prendió de mi brazo.

— No lo sé, pero lo voy a averiguar, ahora por lo pronto te pido paciencia más tarde te explico todo esto.

— Espero que cumplas con tu palabra, porque necesito entender que es lo que ocurre.

Emely de seguido se alejó pues, aunque tenía curiosidad respecto del porque el hombre de su vida se encontraba buscándome precisamente a mí, pretendió hacernos espacio. Sí, el demonio de carne nombrado así por la sociedad se encontraba interesado precisamente por mí en aquel instante.

Habiéndose acercado, aquella sonrisa tonta seguía aún muy enmarcada en su rostro.

— ¿Qué haces aquí? — volví a cuestionar por segunda vez queriendo obtener una respuesta en este momento.

— Hablar, no es evidente, o caso pensabas que ibas a poder desaparecer tan fácilmente.

Entre dientes comente — al menos debía de intentarlo — mientras guiaba mis ojos al lado contrario.

— ¿Qué has dicho?

— Nada; más bien dime que buscas aquí.

— No es evidente, te busco a ti.

— No entiendo, como es que me has encontrado si no hay forma de que des conmigo tan fácilmente porque el abuelo sé muy bien que no me delataría.

— ¿Cómo? Entonces el abuelo Carlos si sabía dónde te encontrabas.

— Pues claro que sabe, es el primero a quien se lo dije.

Alexander frunció el ceño mis palabras aparentemente le habían molestado — ese viejo alcahuete — alcance a escuchar.

— Como le has dicho.

— Que es un alcahuete, le pregunte por ti, quería saber dónde encontrarte y el muy... no me dio ni la más mínima pista, en cambio prefirió escudarse detrás del yo no sé nada, ella simplemente se mudó.