Brisa adoraba la navidad por las razones equivocadas. No le importaban los hermosos adornos, sino el dinero que las personas estaban dispuestas a pagar por ellos. Como vendedora de artículos de decoración por excelencia, Brisa estaba muy orgullosa de poder decir que había ganado el premio de "Empleada Festiva" tres navidades seguidas, lo cual no era un triunfo menor.
El carisma que no poseía durante el resto del año iluminaba y teñía su rostro de amabilidad y emoción por estas fechas. Una alegría falsa que, aunque la hacía refunfuñar por dentro, vendía bien y hacía que los clientes se vayan a sus casas contentos.
Era un día normal cuando Brisa volvió a su casa al final de su jordana. Tenía las mejillas doloridas de tanto sonreír, pero con el bolsillo lleno con su paga del día (y quizás algún chocolate o dos, si el mercado de la esquina seguía abierto).
Se quitó las botas y se tumbó en su cama, cuando su teléfono comenzó a sonar. Sus parpados amenazaban con cerrarse e ignorar el llamado, pero algo le decía que este estaba relacionado con su trabajo. Aunque muchos filósofos modernos afirman que hay que dejar "al trabajo en el trabajo", Brisa pocas veces podía darse ese lujo.
Lamentablemente y como ella temía, la amigable voz de su jefe la esperaba del otro lado.
—Buenas tardes, Brisa… Lo siento por llamarte en estas horas, solo necesito que sepas que mañana habrá una nueva empleada en la tienda. Ya sabe manejar la computadora y la caja, solo necesita un poco de confianza.
Había falta de profesionalismo en los hábitos de su jefe, y eso podía ser probado con el hecho de que le estaba avisando sobre una nueva empleada un día antes. Conociendo al hombre, a él nunca le había importado mucho el negocio. Muchas veces Brisa se preguntaba como había sobrevivido tantos años aquel local.
Al terminar la despreciable llamada, noto que había una segunda notificación en el teléfono. Una tal Carla Macchiato que quería seguirla en la red social. Brisa se preguntó quién podría ser esa mujer y por qué razón le importaba su perfil. Concluyo con que la gente era simplemente chismosa y molesta.
Cuando abrió el perfil de la tal Carla, se encontró con una bonita chica de pelo rosa pastel un poco por encima de los hombros y unos grandes y redondos ojos castaños. Su estilo al vestir era bastante tierno, colorido e infantil, pero Brisa sabia lo que era mantener una imagen y que dentro de ti haya algo totalmente distinto. Por ende, decidió desconfiar de la chica.
Su investigación rindió frutos cuando leyó la descripción del perfil y vio que en la sección de "Trabajo" figuraba "Empleada en la Tienda Jones". Brisa mantuvo su mirada en aquella frase. Así que esa era la… cosa con la cual debía trabajar el resto del año.
…
Brisa comenzó la monótona rutina de su día a día. Tomo una ducha, desayuno su diaria taza de leche con chocolate y miro series animadas hasta que se hizo la hora para ir a la tienda.
El camino hacia su trabajo consistía de una tranquila caminata donde lo más interesante eran las similares casas que se encontraban en el barrio. Cada una decorada más fea que la otra. Todas tenían algo en común: el Santa Claus sonriente diciendo "¡Ho ho ho!", y "¡Feliz Navidad!", y demás cosas horrorosas.
Mientras recorría las calles del pueblo, su mente pensaba en Carla. La pobre ya era víctima del odio infundado de Brisa, la cual ya la detestaba solo por el simple hecho de que existía. Eso era normal en ella, si hubiera una persona que le cayera bien, sería un asunto preocupante. Seguramente sería algún demonio que se haya apoderado de ella. Las personas le cansaban, por lo tanto, era extraño que sintiera afecto alguno por ellas. Solo quería quedarse dentro de su casa sin que nadie la molestara.
El señor Mico, el empleado de limpieza, la saludo mientras entraba. Brisa asintió en cortesía y siguió su camino hasta la caja. El negocio era enorme, y la complicada distribución de sus pasillos hacían que varias veces los clientes se encontraran perdidos.
Se preguntaba donde estaría Carla, cuando en ese preciso instante la campana de la puerta de la tienda sonó. Luego de atravesar todos los pasillos, una chica con un vestido rojo cegador se asomó. Los volados del vestido eran blancos, y las mangas eran tan largas que ni siquiera dejaban ver sus dedos. Brisa se quedó mirando a aquella ridícula y curiosa figura que acababa de entrar al local.
Carla se acercó, y Brisa pudo notar unas sutiles pecas que le cubrían las mejillas. Ambas eran de la misma altura.
—Carla Macchiato —aclaro la chica y le extendió la mano.
Brisa no necesitaba ninguna aclaración, ya que había estado revisando su perfil de la red social hasta altas horas de la madrugada, intentando sonsacarle alguna otra información. Ignoro la mano extendida frente a ella.
—Brisa Latte, ahora, ayúdame a colocar en las estanterías la mercadería de las cajas.