El rostro de Vera estaba tan rojo al mirarlo que parecía como si pudiera gotear sangre. Ahora estaba desnuda... ¡y encima de la mesa, nada menos!
Él había levantado su pierna después de desnudarla por completo y ahora sus maliciosos labios recorrían hacia sus pies. Le estaba provocando deliciosos escalofríos y cosquilleos que la hacían ansiar por más.
—Oh, Vera... mi dulce compañera... mírate... luces tan hermosa —susurró mientras su mirada azul recorría su cuerpo como si fuera alguien a quien él debía adorar y venerar. Su boca aún estaba en su pierna, besando su suave piel satinada.
—Yo... no puedo creer que... que quieras hacerlo... aquí —balbuceaba Vera, y él solo sonrió y lamió su piel en respuesta antes de que su voz resonara tan ardientemente de nuevo.
—¿Por qué no aquí? ¿Eh? ¿Mi dulce Roja?
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