De repente, el aire de la habitación estaba tan frío. El aire frío me tocó y no pude evitar estremecerme al deslizarse desde entre mis piernas hacia mi estómago.
—¿Cuánto más lucharás contra esto, cariño? —susurró el alfa fríamente en mi oído y las lágrimas comenzaron a caer libremente de mis ojos.
—Yo... yo no estoy luchando —grité al recibir otra bofetada en mi trasero.
—¿Cómo te pedí que me llamaras? —rugió el alfa tan fuerte que casi caigo al suelo de miedo.
—Lo siento —suplicaba y temblaba—. Papá.
Él se calmó, bajó su voz y murmuró suavemente,
—¿Ves ese dulce néctar deslizándose por tus blancos y hermosos muslos, cariño? —preguntó—. ¿Por qué luchas contra tus ganas de venirse? Sé que te gusta el dolor. Sé que estás disfrutando mis manos azotando tu lindo culo hasta ponerlo rojo. Podrías venirte de esta paliza y eso es lo que te da miedo, ¿verdad, cariño?
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