No tardó mucho en que Neveah llegara a la celda abierta de donde provenía el grito, y, tal como pensó, Menarx estaba allí, su mirada inexpresiva fija en el hombre maltratado que colgaba de algún aparato, suspendido a unos centímetros del suelo.
Neveah entrecerró los ojos y tardó un momento en identificar el rostro detrás de toda la sangre. Como había supuesto, era efectivamente el noble Fae que le había presentado la flor de Ixora en la ceremonia.
El hada ya era irreconocible, maltratado y quebrado en distintos lugares, con la sangre acumulada en el suelo debajo de donde colgaba y aún goteando rápidamente.
Para Neveah era un misterio cómo el hada todavía no había muerto por la pérdida de sangre.
El estado en el que se encontraba el hada era apenas aferrándose a su vida por un hilo, y claramente el propio hada estaría agradecido por la muerte, pero no se le permitía ese privilegio.
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