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Abrió los ojos y la miró. —¿Cómo están tus piernas? Sé honesta.
—Solo las rodillas y ese tobillo torcido... luego algunos rasguños menores…
—¿Realmente puedes tratar esos por tu cuenta?
—Lo intentaré… Quiero decir, puedo alcanzarlos así... —respondió ella, esperando que él no la obligara.
Al final, Arlan cedió a los deseos de la terca mujer.
—Como quieras.
Sus ojos mostraron gratitud, y luego una pizca de vacilación.
—Ehm, pero entonces, ¿te importaría? Mi bolsa y agua limpia, ¿podrías traerlos…?
Resultaba vergonzoso. Después de rechazar su ayuda, todavía terminó pidiendo ayuda.
Sin mediar palabra, Arlan trajo el lavabo limpio con agua y su bolsa de la mesa, colocándolos en el espacio vacío junto a ella. También dispuso el paño de limpieza y la pasta de hierbas a su lado.
—¿Algo más? —preguntó él, obviamente molesto.
Oriana sonrió incómodamente. —Gracias, Su Alteza.
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