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Masacre en la posada

A donde sea que el Príncipe fuera, los soldados de Tinopai estaban allí como si conocieran y predijeran cada uno de sus movimientos. Era realmente frustrante.

Otra vez, no está de más volver a mencionar que su reino es famoso por muchas cosas (estaba orgulloso de ello y no se cansaría de repetirlo), y una de ellas era su enorme ejército. A diferencias de otras soberanías, Tinopai era de los pocos reinos que permitía el alistamiento tanto de hombres como mujeres para servir al país. De esta forma el incremento de soldados dispuestos a dar la vida por su patria crecía todos los años.

Como soldados no le faltaban, el Rey los había mandado a cada rincón para que lo encontraran. Anselin comenzaba a pensar en ellos como algo similar a las ratas: a veces no las ves, pero están ahí.

Tuvo que recurrir a diferentes métodos de camuflaje para escabullirse con libertad: máscaras, disfraces e incluso maquillaje.

Pero el día de hoy, Anselin pensó que sobrepaso sus límites.

Temprano en la mañana llegó a las puertas de una ciudad a orillas del mar. Pertenecía al reino de Ilac que era conocido por proveer alimentos marinos, pero sobre todo por ser una ciudad que continuamente era atacada y habitada por piratas. Era un reino débil de armamento y fuerza militar, por lo que los volvía una presa fácil.

Anselin se dirigió allí guiado por los rumores de que últimamente cosas extrañas sucedían y no todo se debía a los asaltantes. Pero al llegar a la gran puerta que daba entrada a la ciudad, se encontró con que estaban siendo resguardadas por centinelas, y dos de ellos eran de Tinopai.

Al ser una ciudad que solo era dividida por unos muros de la otra con la que limitaba, era natural que sea custodiada; sobre todo para asegurarse de que nadie indeseado saliera de Ilac.

Se quiso revolcar en el piso de solo pensar que a partir de ahora, estarían sus soldados parados frente a las puertas de todas las ciudades a esperarlo.

Chasqueó la lengua con desagrado y miró a sus alrededores.

Estaba en medio de un pueblito campestre de casas rusticas y puestos callejeros. Se escabulló por el jardín de una de las viviendas y robó del tendedero lo único que había colgado.

Cuando terminó de vestirse en la intemperie, pero oculto detrás de las precarias paredes, suspiró pesadamente.

Anselin no tuvo más opción que disfrazarse de mujer.

¡No era para nada humillante! ¡No hay razón para sentirse avergonzado! ¡Era una mujer muy guapa!

Su bella madre le había dado un rostro hegemónico que no levantaría sospechas si se fijaran en él omitiendo su altura. Entonces se cubrió la mitad con un velo turquesa que también utilizó para ocultar su cabello ahora más largo por el pasar de los meses, pero que seguía siendo muy corto para ser el de una mujer.

Se disculpó en voz baja con a quien le haya robado la ropa y volvió a las calles meneando ligeramente las caderas. Rogaba que nadie lo descubra, porque si lo hacían entonces él mismo acabaría con su vida en ese instante.

Cuando estuvo frente a la puerta, dos guardias de la ciudad se pararon en frente prohibiéndole el paso.

― ¿Qué asuntos tienes en Ilac?

Uno de ellos cuestionó mientras lo miraba de arriba abajo. Anselin tragó en seco y actuó con naturalidad.

Imitando una voz dulce, teniendo de referencia la de su prometida, dijo―: Mi hermana vive allí, supe que enfermó así que iré a visitarla.

Parecía que ninguno de los dos se tragaría la mentira con facilidad. Ambos soldados tinopatense ya habían comenzado a observarlo con notoria curiosidad.

Uno de los guardias de la ciudad sacó un registro con los bautices de todos en el pueblo― Nombre.

― ¿Mi... nombre? ―Los ojos del hombre se clavaron en él― Ah, sí. Mi nombre es... Anita.

El guardia recorrió el papel con la vista mientras Anselin sudaba debajo del velo y esperaba que hubiera alguna Anita allí.

En eso, uno de los soldados de Tinopai se metió y le preguntó―: ¿Por qué una mujer querría cruzar sola a ese reino?

Anselin vaciló al responder cuando vio que el guardia en la puerta había terminado de revisar el registro y ahora también esperaba su respuesta, como si estuviera dando tiempo para que metiera la pata en algo.

Se sintió acorralado.

Él solo quería cruzar pacíficamente ¿¡Por qué tenía que hacer todo este show!? ¡No quería golpearlos y hacer un alboroto, pero no le estaban dando opción!

Estaba a punto de mandar todo al diablo, cuando una voz joven pero masculina se escuchó a sus espaldas.

―Aquí estás. Te dije que me esperaras, cariño.

Los guardias miraron en su dirección, pero Anselin ni siquiera se molestó en voltear. Jamás se imaginó que un hombre lo llamaría a él "cariño", hasta que se llevó una sorpresa cuando sus hombros fueron rodeados cariñosamente por un brazo.

Giró el rostro sin salirse de su papel de damisela, y se encontró con un joven solo centímetros más alto que él, con la mitad del rostro cubierto por una capucha. Su aspecto le resultó familiar.

El muchacho le sonrió con complicidad, confundiendo un poco a Anselin.

―Mi prometida no cruzara sola, yo iré con ella ―musitó.

―¿Esta... mujer es tú prometida?

―Lo es. ―Respondió con un tono amable y contento.

―¿Y por qué intentó hacerlo sola? Una mujer no debe andar por ahí sin la compañía de un hombre... sin importar qué tan alta sea. Después de todo, sigue siendo mujer.

El joven se acercó un poco más a Anselin, atrayéndolo a su cuerpo. ―Mi amada es bastante caprichosa e inconsciente. Le gusta ir por ahí sin pensar demasiado en mí. Actúa como una verdadera princesa.

Anselin observó su perfil y por alguna razón sintió que ese tipo lo estaba atacando.

Los guardias negaron en silencio, como si entendieran el pesar del joven.― ¿Cuál es tu nombre?

―Aldous Bard.

Le dieron una ojeada rápida al registro, y como si no tuvieran nada más que cuestionar, se quitaron del camino para dejarlos pasar.

El Príncipe se sintió realmente indignado. No le permitían pasar no porque sospecharan de su identidad, ¡Sino porque era mujer! ¡Era realmente ofensivo! ¡Y qué si una mujer quería andar sola por ahí! ¿¡Por qué tendría que estar acompañado de un hombre!? ¡Era una persona independiente!

Cargado de indignación y con el orgullo herido por el ataque que sintió personal, cruzó las puertas a zancadas. Las oyó cerrarse detrás de él con un estruendo.

Volteó para verificar si había cruzado solo, o había sido acompañado. Comprobando que el joven ingresó también, y permaneció de pie a sus espaldas.

Le dio un vistazo de pies a cabeza. Estaba convencido de que era el mismo sujeto por el que las jovencitas peleaban en el burdel.

― ¿Por qué me ayudaste? ―Era inevitable no sospechar de él.

El joven caminó hacia él mientras decía―: ¿Cómo podría ignorar a un Príncipe en apuros?

Anselin se congeló en el lugar. El joven pasó por su lado, casi rosando su hombro y susurró algo que por el bullicio de la ciudad no logró comprender.

Cuando volteo, ya había desaparecido entre la multitud.

Pasó un casi un mes en Ilac viviendo como una mujer.

Por primera vez en su vida, supo lo peligroso y aterrador que se volvía el mundo puesto en los zapatos de una. No solo debía cuidarse de los soldados de su padre, sino que ahora también debía dormir con ambos ojos abiertos por si aparecía algún pervertido.

Había recibido propuestas, una más asquerosa que otra y tenido que aguantar "halagos" hacia su persona porque no quería llamar la atención.

Por supuesto que también los había llevado a un lugar apartado y les dio una paliza que los dejaría sin descendientes y sin deseos de hostigar a una mujer.

Nada que aparente extraño pasó desde su llegada. Al parecer solo había caído en un rumor falso y perdido el tiempo.

En el día, mientras descansaba sentado en las escaleras de una casa del té, se preguntaba si realmente llegaría al fondo de todo esto. Ya había pasado tanto tiempo y no tenía absolutamente nada en las manos. No había logrado limpiar su nombre, ni encontrado al asesino, ni sabido nada de Daimon desde entonces.

Estaba perdido y desanimado. Le entró a la cabeza la idea de volver a Tinopai y responsabilizarse por todos sus errores, aceptando cualquier castigo, incluso si se trataba de la muerte.

Creyó que podría, pero no estaba logrando pensar por sí mismo. Toda su vida había sido planeada y guiada por su padre. Esta vez, que decidió tener autonomía, estaba haciendo todo mal.

Anselin de repente comenzó a sentir que su pecho ardía. Era como si una tonelada de rocas estuviera presionándolo hasta asfixiarlo. La falta de aire lo desesperaba. Todo a su alrededor iba demasiado rápido y demasiado lento. Quería gritar por ayuda, pero el nudo en su garganta se tensaba dolorosamente hasta ahogarlo. Su vista se volvió borrosa, hasta tornarse en una oscuridad absoluta.

...

El susurro suave de las telas al rosarse, fue lo primero que oyó al moverse. Lentamente abrió los ojos de lo que pareció ser una siesta que duró una eternidad. Los parpados le pesaban y sentía los ojos hinchados, como si hubiera llorado por horas. Le costó enfocar su visión y que se aclarara para darse cuenta de que estaba acostado en una cama.

Al mirar hacia arriba, se encontró con un techo de madera en donde colgaba un pequeño candelabro con varias velas que iluminaban cálidamente el interior.

Frunció el ceño, honestamente desconcertado. Se levantó con cautela, deslizando las sabanas a un costado. Estaba en una habitación algo pequeña y sencilla; había solo dos muebles y una ventana que estaba cerrada. A través de las cortinas divisó entre la oscuridad la orilla del mar y el horizonte apenas iluminado por la luz de la luna que era débilmente ocultada por las nubes. Buscó a sus alrededores, pero estaba completamente solo. Entonces se acercó a la única puerta de la habitación y la abrió despacio.

El bullicio del exterior ingresó rápidamente. Frente a él se extendía un pasillo circular, cuyo medio era rodeado por unos barandales de madera. Más puertas eran visibles, dándole la sensación de que se encontraba en un hospedaje.

Pero Anselin no recordaba haber llegado a uno. Es más, ni siquiera puede recordar qué sucedió después de estar descansando en las escaleras de la casa del té.

Decidió acercarse hasta las barandillas y miró abajo: mesas, sillas, personas descansando y comiendo animadamente lo hicieron reafirmar sobre dónde se encontraba. Con desgracia en su rostro, también se percató de un grupo pequeño de soldados tinopatense descansando en una de las mesas.

Dio un paso atrás, y en ese momento una mujer con una escoba en la mano pasó junto a él.

―Disculpe ―Anselin la llamó. La mujer se dio la vuelta y lo miró de pies a cabeza―, ¿Sabe quién me trajo aquí?

Con mirada juzgadora, le echó un vistazo a la puerta que Anselin había dejado abierta y volvió a posar sus ojos en él. ―...Un muchacho te trajo en brazos. Dijo que eras su prometida.

Hizo una mueca de disgusto, al darse cuenta de que en realidad se trataba de un hombre vestido de mujer.

Anselin lo pasó por alto. ―¿Cómo se veía él?

―No pude verlo muy bien porque tenía el rostro cubierto. Pero la verdad, parecía un jovencito bastante apuesto.

― ¿Sabe dónde está?

La mujer negó con la cabeza y volvió a sus actividades.

Anselin sospechó de quien pudo tratarse, pero de solo pensarlo hacía que su cabeza doliera más.

Todavía se sentía algo mareado. Caminó volviendo a la habitación y esperar allí. Pero entonces, un estruendo que provocó unos vidrios al romperse y alaridos procedentes del piso de abajo lo paralizó.

¿Piratas?, pensó.

Si así era, no tenía de qué preocuparse. Sus soldados los pondrían en su lugar muy pronto. Ansioso por esta vez ser espectador y estudiar las capacidades de sus reclutas, se precipitó a hurtadillas hasta el barandal.

Anselin casi vomitó de la impresión y sorpresa cuando sus ojos se encontraron no con un grupo de piratas, sino con uno de demonios.

Habían ingresado bruscamente por una de las ventanas que daba al mar. Destruyeron y arrojaron todo lo que se cruzaba en su camino como si estuvieran rodeados de basura.

¿¡Qué carajo hacen demonios aquí!?

Jamás había visto uno en persona, pero estaba convencido de que eso eran. ¿¡Qué otra cosa podrían ser sino!? Tenían forma humanoide y grotesca, algo similar a las ilustraciones hechas hace siglos.

Y como si un rayo le hubiera caído en la cabeza para poner a trabajar a su cerebro, comenzó a hilar todo.

Si estaban en tierras humanas, solo podían significar que abrieron las puertas de Pandemónium.

Los demonios se arrojaron sobre los huéspedes, acorralándolos. Las personas habían perdido todo el color de sus rostros, totalmente paralizados por el pánico.

Los soldados tinopatense temblaban de miedo mientras sostenían con firmeza sus espadas. Se habían interpuesto entre los demonios y las personas para protegerlos a pesar de que también estaban aterrorizados.

Ni siquiera tuvieron que esforzarse para destruir la poca valentía que habían reunido. Con solo un bufido de las criaturas, los soldados fueron arrasados.

Anselin no lo soportó más. No le importó si era descubierto porque su instinto y crianza como héroe no lo dejaban solo ser un espectador; lo obligaban a salir y defender a los más débiles con su cuerpo y alma. Había perdido su espada, la única capaz de hacerle daño a un demonio, pero sus principios lo hicieron actuar de manera precipitada.

Se arrojó por el barandal cayendo de pie en el piso de abajo, produciendo un golpe seco.

Un demonio de altura y cuerpo prominente, había sujetado a una mujer por el brazo con intenciones de arrancarlo. Al escuchar el golpe detrás de él, volteó a ver.

Anselin se paró con firmeza y autoridad, su voz salió limpia y resonante. ―No deberían estar en el reino humano.

Su expresión fue severa y detonaba su coraje. Sus puños se apretaron con fuerza, blanqueciendo los nudillos.

El resto de los demonios en la posada dejaron de atormentar a los humanos para prestarle atención. Sus caras eran adornadas con sonrisas desencajadas.

El de gran tamaño escupió con diversión y molestia―: Humano insignificante... ¿Qué te da el valor para decirnos en dónde deberíamos estar? ¿¡Se creen lo suficientemente fuertes para mandarnos!? ―Estiró el brazo de la mujer y lo arrancó de un solo tirón. La pobre gritó con agonía hasta que el demonio la arrojó contra el suelo. ―¡¡Somos dueños de estas tierras y podemos hacer con ustedes lo que se nos plazca!! ¡¡Córtenlos parte por parte, que no quede ni una pieza unida!!

Anselin sintió su sangre hervir dentro de todo su cuerpo. Las pupilas de sus ojos se volvieron pequeñas y su rostro se oscureció por completo.

El demonio que se preparaba para seguir descuartizando, no predijo que Anselin se arrojaría sobre él y lo golpearía con una fuerza que nadie imaginó. Su pie impactó sobre la cabeza de la prominente criatura, expulsándolo violentamente contra una viga de madera, partiéndola en dos.

Fue una sorpresa para todos esa escena tan inaudita. ¿Quién se hubiera imaginado que un hombre vestido de mujer tendría semejante fuerza?

El Príncipe volvió a aterrizar en el suelo y volteó hacia el resto de los demonios. Estaban rebosantes de ira y desconcierto por el atrevimiento del humano.

Anselin sabía que podría contra ellos, pero su pensamiento cambió cuando el demonio que pateó se levantó del suelo limpiándose los escombros. ―Es la primera vez que un humano me hace cosquillas. Me tomaste por sorpresa. ―Su boca se ensanchó en una sonrisa deforme y macabra que ocupaba la mitad de su rostro.

El Príncipe era el hombre más fuerte entre los humanos, pero no entre los demonios. Ni con la fuerza de mil hombres lograría hacerle frente a uno de ellos. Los demonios superaban en fuerza a los humanos muchas veces más. Eran seres inmortales que solo le temían al filo de La Lotus.

Anselin no traía la espada. Y por más que peleara con todas sus fuerzas, jamás haría la diferencia antes de terminar muerto. En este momento se hizo consciente de ello.

Mentalizándose en que el día de hoy daría su último aliento, estaba preparado para enfrentar su muerte por el bien de los demás.

Miró a las personas y disimuladamente les hizo señas (que rogaba que entendieran), para que supieran que debían escapar mientras él los distraía.

El demonio prominente caminó hacia él con soberbia― No voy a matarte tan rápido, primero me voy a divertir un poco. Es lo menos que puedo hacer por el humano que me hizo reír. Pero antes dime tu nombre.

Los ojos que parecían estar inyectados en sangre. ―Soy Anselin Tinop, Príncipe Heredero y descendiente de Aston Tinop. Pueden venir y atacarme al mismo tiempo, no serán un problema para mí.

Sus palabras sentenciaron su futuro. Los demonios se miraron entre ellos con los ojos descolocados y expresiones siniestras; una extraña mezcla entre la ira, el rencor y perversión.

Los soldados tinopatense que ya habían descubierto su identidad pero habían guardado silencio con temor, exclamaron el nombre de Su Alteza, suplicando ser salvados.

El demonio lo inspeccionó de arriba abajo buscando algo. Al ver que no traía una espada consigo, su sonrisa demoniaca se alargó todavía más. ―Tendrás un destino peor que la muerte. Serás nuestro...

Un escalofrío recorrió el cuerpo del Príncipe y sintió repulsión. Por primera vez en su vida, se vio frente a un peligro real.

Decir que no tenía miedo sería mentir con descaro. Él siempre sentía miedo, solo era bueno ocultándolo. Pero el día de hoy, sus sentidos estaban desbordados y solo quería llorar.

La criatura se precipitó a él de un salto y Anselin se preparó para detener el golpe.

Inesperadamente, una sombra apareció de la nada cayendo desde el segundo piso para interponerse entre ambos. Con un movimiento rápido, Anselin lo vio sujetar el cuello del demonio y arrojarlo al otro lado de la posada, incrustándolo entre las paredes de piedra y madera.

Anselin parpadeó en alerta, y todavía estaba a la defensiva cuando lo vio voltear en su dirección y recorrerlo con la vista, como si se estuviera asegurando de que no había sufrido ningún daño.

Sintió como un aura familiar se desprendía del cuerpo del joven que lo protegía. Un iris rojo brillante se dejaba ver desde debajo de la sombra de la capa; centellaba con malicia y preocupación.

El resto de los demonios al ver que le había hecho un verdadero daño al más grande de ellos, se defendieron aunque aún no habían sido atacados. Uno se percató de algo y bramó desconcertado―: ¿¡Uno de nosotros protegiendo a un humano!?

Escuchando eso, Anselin volvió a mirar al joven. Él lo negaría rotundamente, pero en ese momento, sus ojos brillaron y su corazón palpitó con fuerza.

Una voz viril e imponente que incluso hizo que el Príncipe se estremeciera, salió del joven que no dejaba de cruzarse en su camino. ―Si lo tocan, seré yo quien no deje ni una pieza unida.

―¡Maldito bastardo!

Los demonios pronunciaron algo más en una lengua que Anselin desconocía, antes de lanzarse sobre ellos. Con solo un par de movimientos, el joven les arrancó las extremidades. Detrás de él, Anselin contempló el salvajismo y elegancia con que lo hizo. La sangre demoniaca salpicó en todas las direcciones, pero sobre él no cayó ni una gota.

Mientras esto sucedía y el Príncipe permanecía allí parado como un adorno, procesando tanta violencia, era la primera vez que veía a alguien pelear con tal crueldad; los desmembraba como si de papel se tratase, vio desde el rabillo del ojo algo moverse en el exterior de uno de los ventanales. Los vidrios estaban estallados a causa de la intromisión de los demonios. En cuanto volteó, descubrió a una "persona" con enormes alas a sus espaldas. Cuando se dio cuenta de que Anselin lo miraba, alzo vuelo hasta desaparecer. El Príncipe corrió hasta allí demasiado tarde. Solo habían quedado un par de plumas negras que se precipitó a tomar antes de que el viento se las llevara.

Eran similares a las que halló en el burdel, y también olían a azufre.

Cuando se volvió a girar al oír silencio, la escena frente a sus ojos era toda una carnicería. Había cadáveres y partes mutiladas por todas partes. El joven permanecía de pie justo en el medio del caos, sujetando una columna vertebral ensangrentada en su mano izquierda.

A la vista del resto de las personas que se habían escondido, y de los soldados que dudaban en quién era la verdadera amenaza; Anselin caminó hasta el joven y se paró frente a él.

No le llevaba mucha diferencia de altura. Inclinando un poco la cabeza, por primera vez desde que comenzaron a cruzarse pudo ver su rostro.

Su semblante se iluminó, aunque sin comprender.