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EL OSCURO DESIGNIO (9)

Estaban al pie de una colina. La alta hierba parecida al esparto había sido cortada recientemente, dejándola a un centímetro y medio de largo.

Tenemos algunas máquinas para hacer esto, aunque mucha parte del trabajo aún lo hacemos con hoces dijo David Schwartz. Hacemos cuerdas con la hierba.

No tenemos máquinas allá de donde vengo dijo Jill. Usamos hoces de piedra. Pero también hacemos cuerdas con ella, por supuesto.

Hacía frío allí a la sombra. Las ramas de un árbol de hierro se extendían cubriendo un pequeño poblado, un conjunto de cabañas de bambú redondas o cuadradas. Muchas de

ellas estaban techadas con las hojas verde y escarlata del árbol de hierro. Una escalera de cuerda colgaba de la rama más baja del coloso, a treinta metros de altura. Cerca de ella, había una cabaña edificada sobre una plataforma asentada entre dos ramas. Había otras escaleras de cuerda, y otras plataformas y cabañas aquí y allá.

Quizá te sea asignada una tras tu período de prueba dijo Schwartz . Mientras tanto, esta es tu casa.

Jill entró por la puerta que el otro le señalaba. Al menos, no tenía que agacharse para entrar. Había mucha gente que era baja y construía entradas poco altas.

Dejó su cilindro y sus bultos en el suelo. Schwartz la siguió al interior.

Pertenecía a una pareja que resultó muerta por un pez dragón. Salió fuera del agua como si hubiera sido disparado por un cañón. De un mordisco se llevó toda la parte delantera de la barca de pesca. Desgraciadamente, la pareja estaba precisamente en aquel extremo, y fueron tragados en el mismo bocado.

»Fue lamentable también que ocurriera después de que cesaran las resurrecciones. No van a aparecer en ningún otro lugar, supongo. ¿Has oído algo acerca de nuevos lázaros?

¿Recientemente?

No, no he oído nada dijo ella. Nada creíble, al menos.

¿Por qué supones que se han detenido? ¿Tras todos esos años?

No lo sé dijo ella secamente. Hablar de aquello la hacia sentir intranquila. ¿Por qué les había sido retirado tan repentinamente el don de la inmortalidad?. Al infierno con ello

dijo finalmente. Miró a su alrededor. El suelo estaba cubierto de hierba que le llegaba casi hasta la ingle. Las hojas arañaban sus piernas. Tendría que cortar la hierba muy cerca del suelo y luego traer tierra para cubrirla. Incluso entonces las hojas no morirían. Las raíces eran tan profundas y estaban tan interconectadas que la hierba podía florecer sin necesidad del sol. Aparentemente podía extraer su sustento de las raíces de aquella expuesta a la luz.

Había una hoz de acero colgada de una percha en la pared. El acero era tan común allí que aquella herramienta, de un valor incalculable en cualquier otro lugar, no había sido robada.

Recorrió la cabaña, lentamente, de modo que los afilados bordes de la hierba no hirieran sus piernas. Encontró dos vasijas de arcilla orinales entre la alta hierba. Una jarra para agua estaba sobre una mesa de bambú que la presión de la creciente hierba aún no había conseguido volcar. Un collar de vértebras de pez colgaba de otra percha. Dos catres de bambú, y almohadas y colchones hechos de piezas de ropa unidas magnéticamente rellenas con hojas, estaban parcialmente ocultos entre la hierba. Cerca de ellos había un arpa hecha con un caparazón de tortuga e intestinos de pez.

Bien, no es mucho dijo. Pero peor es nada, ¿no?

Al menos es bastante grande dijo Schwartz. Hay espacio suficiente para ti y tu compañero... cuando encuentres uno.

Jill tomó la hoz de la percha y dio un golpe contra la hierba. Los tallos cayeron como si hieran cabezas.

iJa!

Schwartz la miró como si se preguntara si él no iba a seguir a continuación.

¿Por qué supones que deseo un amante?

¿Por qué, por qué, por qué? Bueno, todo el mundo aquí lo tiene.

Todo el mundo no dijo ella. Volvió a colgar la hoz en su percha. ¿Cuál es la siguiente etapa de la gira?

Había esperado que, cuando estuvieran solos en la cabaña, él le preguntara si quería acostarse con él. Muchos hombres lo hacían. Era evidente ahora que le gustaría proponérselo, pero que no tenía el valor suficiente para hacerlo. Sintió alivio mezclado con desprecio. Luego se dijo que era un extraño sentimiento, más bien contradictorio. ¿Por

qué tenía que despreciar a alguien por el hecho de que se comportara como esperaba que lo hiciera?

Quizá también había presente algo de decepción. Cuando un hombre se mostraba demasiado agresivo, pese a sus advertencias, le golpeaba en la nuca con el filo de su mano, le estrujaba los testículos, le pateaba el estómago mientras él se revolcaba por el suelo. No importaba cuán grande y fuerte fuese el hombre, siempre era tomado por sorpresa. Todos estaban indefensos, al menos mientras duraba la agonía del dolor de los testículos. Luego... bien, la mayoría de ellos la dejaban sola. Algunos habían intentado matarla, pero ella estaba preparada. No sabían lo hábil que era con un cuchillo... o con cualquier otra arma.

David Schwartz no sabía por cuán poco había escapado de un profundo dolor en sus testículos y en su ego.

Puedes dejar tranquilamente tus cosas aquí. Todavía hemos tenido nunca un caso de robo.

Tomaré el cilindro. Me siento nerviosa si no puedo mantenerlo al alcance de mi vista. El se alzó de hombros y tomó un puro de la bolsa de piel que colgaba de su hombro.

Uno de los ofrecimientos matutinos de su cilindro.

No aquí dentro dijo ella suavemente. Esta es mi casa, y no deseo que apeste.

Él pareció sorprendido, pero se alzó nuevamente de hombros. Tan pronto como hubieron salido, sin embargo, lo encendió. Y se trasladó de su lado izquierdo hacia el contrario al viento, chupando vigorosamente, arrojando el humo en su dirección.

Jill reprimió la observación que tanto deseaba hacer. Hubiera sido indiscreto ofenderlo demasiado, darle una oportunidad de convertirse en su enemigo. Después de todo, estaba a prueba; era una mujer; no podía permitirse el lujo de enemistarse innecesariamente con un hombre de tan alta posición, un buen amigo de Firebrass. Pero no pensaba renunciar a sus principios, no tenía intención de inclinar la cabeza ni un milímetro.

¿O sí? Había tenido que doblegarse multitud de veces en la Tierra porque había deseado convertirse en un oficial de aeronave. Y había sonreído, y luego se había marchado a casa y había roto platos y tazas y había escrito palabras sucias en las paredes. Infantil, pero satisfactorio. Y aquí estaba, en una situación similar, con sus sueños convirtiéndose lentamente en realidad a medida que iban llegándole los rumores. No podía ir a ningún otro lugar, porque no había ningún otro lugar. Allí era el único sitio donde podía ser construida una aeronave. Y era una oportunidad única, porque habría un solo viaje.

Schwartz se detuvo en la cima de la colina. Señaló hacia una avenida formada por hileras de pinos. A su final, a medio camino en la ladera de la colina opuesta, había un largo cobertizo.

Las letrinas de tu zona dijo. Cada mañana deberás vaciar aquí tu vaso de noche, y será lo primero que hagas. La orina en un orificio y los excrementos en el contiguo.

Hizo una pausa, sonrió, y dijo:

Normalmente los que se hallan a prueba tienen que retirar los excrementos de aquí cada dos días. Deben llevarlos a la montaña, a la fábrica de pólvora. Los excrementos son dados como alimento a los gusanos de la pólvora. El producto final de su digestión es nitrato de potasio, y...

Lo sé dijo ella, hablando entre dientes apretados. No soy tonta. De todos modos, ese proceso es utilizado únicamente donde hay azufre disponible.

Schwartz oscilaba sobre sus talones, chupando alegremente su puro, echando hacia afuera la barriga. Si hubiera tenido tirantes, los hubiera hecho chasquear.

La mayoría de los que están en período de prueba pasan al menos un mes trabajando en la fábrica. Es desagradable, pero es una buena disciplina. Además, desanima a aquellos que no siente dedicación.

Non carborundum illegitimatus dijo ella.

¿Qué? dijo Schwartz, por un ángulo de su boca.

Un proverbio yankee. Latín de entrecasa. Traducción: No dejes que los bastardos te pisen. Puedo enfrentarme a cualquier cosa... si vale la pena. Luego vendrá mi turno.

Eres dura.

Muy cierto. Una tiene que serlo si quiere sobrevivir en un mundo de hombres. A veces llegué a pensar que las cosas serían diferentes aquí. No lo han sido ni lo son, pero lo serán.

Todos hemos cambiado dijo Schwartz, con voz lenta y algo triste. No siempre para mejor. Si me hubieras dicho en 1893 que iba a estar escuchando a una mujer, a una mujer de clase elevada, no a una puta o a una operaria textil, vomitando sucia y subversiva...

En vez de servil, quieres decir observó ella secamente.

Déjame terminar. Subversiva podredumbre sufragista. Y si me hubieras dicho que esto no iba a importarme particularmente, te hubiera respondido que eras una mentirosa. Pero vive para aprender. O, en nuestro caso, muere para aprender.

Hizo una pausa y la miró. El lado derecho de la boca de Jill se curvó; sus ojos se entrecerraron.

Podría decirte que te fueras a tomar viento dijo. Pero prefiero que sigamos siendo buenos amigos. Aunque no tires demasiado de la cuerda, de todos modos.

No has comprendido todo lo que he dicho respondió él. He dicho que ahora no me importa demasiado. Y he dicho, vive para aprender. No soy el David Schwartz de 1893. Espero que tú no seas la Jill Gulbirra de... ¿cuándo moriste?

En 1983.

Bajaron caminando la colina en silencio, Jill llevando su cilindro al extremo de su lanza, apoyada contra su hombro. Schwartz se detuvo en una ocasión para señalar un arroyo que bajaba de las colinas. Su fuente era una catarata en las montañas. Llegaron a un pequeño lago entre dos colinas. Un hombre permanecía sentado en un bote de remos en mitad del lago, con una caña de pescar de bambú en su mano, el flotador derivando lentamente hacia unos arbustos que colgaban sobre la orilla. Jill tuvo la impresión de que era japonés.

Tu vecino dijo Schwartz. Su auténtico nombre es Ohara, pero prefiere ser llamado Piscator. Está loco por Izaak Walton, al que puede citar de memoria. Dice que un hombre necesita tan sólo un nombre en este mundo, y ha elegido Piscator, Pescador en latín. Es un fanático de la pesca, como puedes ver. Por eso ha sido encargado de la pesca del pez dragón del Río en Parolando. Pero hoy es su día libre.

Eso es interesante dijo ella. Schwartz, tenía la impresión, estaba llevando el diálogo hacia algo desagradable para ella. Su sonrisa parecía sádica.

Probablemente será el primer oficial de la aeronave dijo él . Era un oficial naval japonés, y durante la primera parte de la Primera Guerra Mundial fue asignado a la Marina Británica como observador y recibió entrenamiento a bordo de dirigibles. Más tarde, fue observador en una aeronave de la marina italiana que efectuó incursiones de bombardeo sobre bases austríacas. De modo que, como puedes ver, tiene suficiente experiencia como para situarse muy alto en la lista de candidatos.

Y es un hombre. Jill sonrió, aunque hervía por dentro. Y aunque mi experiencia es muy superior a la suya, sigue siendo un hombre.

Schwartz retrocedió unos pasos.

Estoy seguro de que Firebrass establecerá su lista de oficiales únicamente por sus méritos.

Ella no respondió.

Schwartz agitó su mano en dirección al hombre del bote. Este se alzó de su asiento y, sonriendo, hizo una inclinación con la cabeza. Luego volvió a sentarse, pero no antes de

dirigir a Jill una mirada que pareció barrería como un radar metafísico, situando su lugar en el mundo, identificando su constitución psíquica.

Imaginaciones, por supuesto. Pero Jill pensó que Schwartz estaba en lo cierto cuando dijo:

Un hombre extraordinario, ese Piscator.

Los negros ojos del japonés parecieron producir ardientes agujeros en su espalda mientras se alejaban.