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Capítulo 11: Vergüenza y engaños

¿Qué puedo hacer? Mi corazón se inquieta al saber que ahora le están lavando el cerebro a Lunae.

Esas personas, individuos avariciosos y codiciosos, solo buscan más y más poder, incluso estando en la cumbre de la cima... Debo descubrir quiénes son, esos consejeros seguramente están detrás de la retención del flujo de dinero.

Recostada en la cama de mi habitación, me sumerjo en pensamientos que atormentan mi ser.

Observo el libro que estaba leyendo, tirado en la cama. Se llama "Machiabello: Crecer y Destruir", trata de técnicas para avanzar en el poder elitista; el autor fue un duque muy reconocido del imperio Venus.

Las palabras del libro sugieren que, si una amenaza pone en peligro mis intereses, técnicamente debo deshacerme de ella, explicando varios métodos, desde alianzas y engaños, hasta estafas y asesinatos.

Llaman a la puerta.

—¿Sí? —elevo la voz.

—La princesa, Stella First, solicita su presencia —informa una voz detrás de la puerta.

Con un peso en mi pecho y el cansancio resonando en mi mente, accedo a atender su solicitud.

Me encamino a la dirección que se me indica, el zoológico del castillo. Es sorprendente que apenas me entere de la existencia de tal lugar en los páramos de la casa del imperio.

Quizás ella desee continuar la conversación, después de todo, fui demasiado obvia en mi intención de escuchar. Como si el simple acto de oír fuera un crimen. No es mi culpa que ellos hablen en tono tan alto.

Al llegar al lugar, quedo impresionada por lo que veo. Los alrededores están hechos de cristal, creando un ambiente único. Mi corazón late emocionado al ver animales de todo tipo, aquellos que solo había contemplado en ilustraciones. ¡Ah, qué hermoso!

Observo a mi alrededor en busca de la princesa y la encuentro sentada en una mesita junto a otras dos jóvenes, aparentemente de mi edad, tomando el té.

—¡Oh, señorita Fidelis! Por favor, acérquese —me llama con una gran sonrisa.

Como reflejo, asiento con la cabeza, sintiéndome un tanto desconcertada ante su entusiasmo.

—Permítame presentarlas, ellas son mis doncellas, como unas amigas —presenta a las demás—. Nea del Valle y Mina Orlando, ambas de familias distintivas —hace un énfasis en "distintivas".

Las dos jóvenes se levantan para presentarse por sí mismas.

—Soy Nea del Valle, de la capital, hija del ducado del Valle. Es un placer conocerla —su presentación me lleva a cuestionar por qué la hija de un duque querría ser doncella, pero este pensamiento lo guardo para mí.

—Yo soy Mina Orlando, hija del marqués Orlando —dice la otra joven, en un tono tímido.

El apellido Orlando me trae a la memoria recuerdos incómodos... Si no fuera porque lo vi en la plaza, en aquella ocasión cuando estaba con don Adonis, no lo habría recordado.

Aquel incidente que atentó contra lo poco que nos quedaba en aquel momento: el refugio, el restaurante del burdel.

—Es un placer conocerlas. Soy Ana —inconscientemente me presento.

—Un grave error —Stella interviene—. Ella es Fidelis de la Luna, doncella personal de su excelencia el emperador —me presenta ante ellas—. Por favor, tomen asiento —ordena con delicadeza, indicándome que me una a la mesa.

Me sirven una taza de té, y empieza una plática en la que cada una cuenta testimonios de familiares o amigos cercanos relacionados con la temática de la "infidelidad". Nea menciona que su tío tuvo una relación con una asistente y cómo después cambió a su tía por esa misma mujer. Luego, Mina relata una historia de amor ampliamente conocida en la que un príncipe engañó a una princesa con una allegada que había salvado, pero la princesa finalmente se vengó de ambos, resultando en un final feliz y merecido.

Me siento un tanto excluida, percibo que sus amigas están hablando intencionalmente de temas que pueden provocarme malestar. Al ser yo la doncella personal del emperador, parece que quieren menospreciarme o demostrar que pueden desvirtuar mi posición.

Suspiro interiormente, recordando que son solo adolescentes, y decido limitarme a escuchar, sin darles el gusto de reaccionar a su juego. El ambiente se torna espeso, y una tensión palpable flota en el aire.

—Señorita Mina, ¿y su familia a qué se dedica? —intervengo, intentando cambiar el rumbo de la conversación hacia algo más neutral, pero a la vez buscando información relevante sobre los Orlando.

La princesa me lanza una mirada frívola. No entiendo por qué me invitó a la mesa si mi presencia parece molestarle. Quizás quiere comprobar y sentirse superior, o más bien, dejarme en claro que es superior.

—Mi padre es un comerciante de la marina. Se dedica a la importación y exportación en su puerto del mar oeste, además de administrar una pescadería exótica. Es un buen negocio en estos tiempos —responde Mina con emoción.

—Eso es impresionante —me uno en su emoción.

—Sí, por otro lado, mi madre es una diseñadora muy conocida de vestidos. De hecho, el que usted usó en la ceremonia de bienvenida y bautismo lo confeccionó ella —me cuenta con orgullo.

Que talento tiene esa mujer.

Pienso en qué decir para ganarme un poco de su confianza y afecto, con el fin de encontrar una grieta para poder entrar en su círculo cercano y tener la oportunidad de hablar personalmente con su familia en algún futuro cercano.

Si mi intención es avanzar, primero debo recolectar información de los miembros del consejo, una información que se vería sospechosa si la preguntara directamente. Siendo nueva en este mundo de nobleza, es obvio que no conozco a ninguna persona de altos mandos, a excepción del emperador. Por eso, creo que el señor Orlando podría ser una pieza fundamental en la trama, porque, poseo información que podría obligarlo a cooperar en brindarme los detalles que necesito.

Con la esperanza de que no me traicione, planeo chantajearlo. La información que poseo es incriminatoria, y menoscaba la reputación del jefe de la familia Orlando. Tengo conocimiento de su oscuro secreto: su asidua visita a los burdeles en la región Perla.

Si doy a conocer este hecho, podría afectar su dignidad, por esto, es de suponer que estará inclinado a colaborar, ya que, en la nobleza, después del dinero, lo más preciado es el estatus y la permanencia en la alta sociedad.

Además, al ser ahora la doncella personal del emperador, estoy en una posición en la que él no puede hacerme daño.

—Sería un honor expresar mi gratitud personalmente a su madre por haber creado tan magnífica obra. El vestido parecía haber sido tejido por las mismas manos de los dioses.

—De hecho, podrías verla —la voz de Nea se hace presente—. Habrá una fiesta en una de nuestras casas y está invitada la familia Orlando.

Mi oportunidad perfecta, estaba a punto de responder afirmativamente, pero la princesa Stella fue más rápida en intervenir.

—No creo que pueda asistir —informa con una mirada penetrante hacia mí—. Para salir del castillo se requiere un permiso especial otorgado por el emperador, ya que eres su doncella.

¿Qué está diciendo? Nadie me ha informado de tal requisito. ¿Será cierto?

—¿Por qué? Nadie me notificó que necesitaba realizar un trámite de este tipo... —bien, pensándolo detenidamente y conociendo la naturaleza de Lunae, es posible...

—En cierto, Fidelis. Para asegurar la seguridad del emperador y de quienes le rodean, se implementaron estas medidas. No es una formalidad que debas pasar por alto —explica Stella con una seriedad que deja claro que no hay excepciones.

Necesito averiguar cómo obtener ese permiso.

Le hago preguntas sobre el proceso, pero sus respuestas son evasivas o no del todo convincentes, como si no quisiera que completara tal trámite o que tuviera acceso a más información. Vamos, a esta niña le ciegan los celos y se desahoga minuciosamente conmigo, aprovechando cualquier oportunidad para desatar su animosidad.

—Espera, no me queda claro. ¿Dijiste que tenía que hablar con alguien pero que esa persona no está disponible en este momento?

—Para hablar con don Luke, debes vivir en el castillo al menos tres meses.

—¿Es un requisito obligatorio?

Stella tarda unos momentos en responder, como si estuviera evaluando sus palabras cuidadosamente.

—Así se considera, a menos que tengas un rango superior. Podrás ser la doncella personal del emperador, pero eso no tiene tanta relevancia aquí. También se te prohíbe el acceso a ciertas áreas y, como ya sabrás, algunas personas pueden sentirse incómodas con tu presencia y llegada... —admite apenada.

"Paciencia", me susurra mi mente.

A pesar de sus intentos por desacreditar y menospreciar mi posición como doncella personal del emperador, Stella sigue siendo una niña, con todas las inseguridades y celos propios de su edad. Mientras ella busca llamar la atención y demostrar su superioridad, yo decido mantenerme serena y mostrar madurez.

Asiento a sus palabras con calma, reconociendo la importancia de las medidas de seguridad en tiempos tan inciertos. Si bien por dentro me siento frustrada, no dejo que eso se refleje en mi expresión. En lugar de eso, tomo un sorbo de mi té con tranquilidad y cambio de tema.

—Indudablemente, estas precauciones son necesarias. Te agradezco por aclarármelo, Stella. Si el permiso es un requisito, me encargaré de obtenerlo sin demora. No sería responsable de mi parte pasar por alto estas medidas de seguridad —comento con una sonrisa serena.

—Tres meses —destaca Stella.

—No te preocupes —añado con seguridad. Hallaré la manera de manejarlo.

Stella parece desconcertada ante mi reacción calmada. Esperaba una respuesta diferente, quizás una muestra de enojo o frustración. Pero no le daré el gusto de obtener esa reacción de mí.

La tensión en el ambiente disminuye mientras continúo participando en la conversación de manera amigable.

No soy una adolescente inmadura, soy una adulta que entiende la importancia de mantener la compostura y la dignidad en cualquier situación.

La "agradable" plática está a punto de concluir cuando la princesa me informa que Lumine, el multifuncional asistente o mayordomo del emperador, necesita mi presencia con urgencia. O eso es lo que logro percatar entre sus palabras ambiguas. Aunque no estoy del todo segura, le aseguro que acudiré. El encuentro está programado en el segundo piso del ala norte.

De camino, apresuro el ritmo de mis pasos, notando cómo los días últimamente se han vuelto más cortos y la noche cae rápidamente.

Ingreso al lugar designado, un rincón encantador de tonos amarillo pálido, toques dorados y sutiles destellos verdes provenientes de las exóticas plantas que lo rodean. Los muebles y las mesas de cristal transparente brindan luminosidad al ambiente y, al fondo, vislumbro una sombra detrás de una cortina de finos hilos adornados con diamantes que cuelgan del techo hasta el suelo.

"¿Qué honorífico debería usar si tenemos más o menos la misma edad?" Indecisa sobre si debo usar "excelencia", "don" o "señor" para dirigirme a él, y con el fin de no hacerlo esperar, decido rápidamente hablar para evitar que espere más.

—Se me solicita, Lumine —digo mientras abro la cortina, pero me detengo en seco, sorprendida por la escena ante mí.

Me quedo atónita. Lumine está sumergido en una bañera redonda, desnudo, con el vapor elevándose a su alrededor.

La sorpresa en el rostro de Lumine es evidente, y en un movimiento brusco se levanta de repente, causando que mis mejillas se enciendan de vergüenza.

—Inculta —reprocha con un tono despectivo.

Sin pensarlo dos veces, cierro la cortina con rapidez, ocultando la escena.

—¡LO SIENTO! —exclamo, sintiendo cómo la vergüenza y la confusión se mezclan en mi voz.

Un silencio incómodo se apodera del ambiente, como un velo de tensión suspendido en el aire. Escucho un murmullo apenas audible que emerge de su parte de la cortina, y poco a poco sus palabras toman forma.

—He sido profanado —musita, con tono apenas audible.

—Lo siento —insisto, buscando disculparme y aclarar la situación—. Pero ¿por qué me llamaste a esta hora?

—¡Dónde está mi honor? ¡No podré casarme! —lloriquea en palabras, anulando mis intentos de esclarecer el malentendido.

—No fue intencional.

—¡Qué dirá mi futura esposa si llego a tener una! —sigue lamentándose, mientras sus palabras caen en un mar de desesperación.

—No seas... dramático.

Lumine se apresura al otro lado de la cortina, provocando pasos rápidos que resuenan en la habitación. Es evidente que se está vistiendo. La cortina finalmente se abre, revelando sus ojos azules penetrantes, los cuales entrecierra mientras me escruta con dudas.

En mi mente, maldigo en silencio a la princesa Stella. No parece ser coincidencia que me llamara justo antes de este encuentro. Sabía que algo no iba bien...

Su rostro, que ahora me observa a centímetros de distancia, hace que sienta su aliento. Es difícil mantener contacto visual con él en esta situación.

—Habla —dice, su tono de voz suena como si hubiera cometido el peor de los crímenes.

Si le digo que la princesa me envió aquí, no me creerá. Stella es muy querida, y culpar a una niña... eso no funcionará.

—Me dijeron que si tenía alguna consulta, debía venir aquí.

—¿Quién te dijo eso? —aún está muy cerca de mí. ¿Puede dejar de invadir mi espacio personal? Oh, por favor...

—No recuerdo —nadie me lo dijo, pero si menciono cualquier nombre, encontrará a una persona con ese nombre y le culpará. Se nota que es alguien de ideales muy estrictos.

—Ajá... —sospechando—. ¿Y cuál es tu consulta?

Finalmente se aleja un poco.

—Sobre... —pienso rápido—. ¡Ah, sí! Sobre el permiso para salir del palacio. Escuché algo sobre ese requisito.

Debo aprovechar esta oportunidad para aclarar mis dudas mientras estoy aquí con él, que conoce todo, aunque sea incómodo.

—¿Ah? —parece que le cuesta entender.

—Ya sabes... lo de esperar tres meses para solicitar el permiso a la administración y firma del emperador para que me conceda salir a la capital o a cualquier otro lugar.

Me mira de manera extraña.

—No existe tal cosa, y veo que necesitas clases de lenguaje y ética. Tu forma de hablar, gesticular y explicar necesitan modales —da un suspiro cansado y se sienta en un pequeño sofá.

No digo nada, prefiero guardar silencio. Solo aprieto mis puños en ira y mantengo una sonrisa perpleja.

Claro, él nació en un mundo totalmente diferente al mío. Si pudiera, lo mandaría a la cuarta región a ver si mantiene sus tan queridos modales.

Tras el silencio, vuelve a hablar.

—Ósea sí, pero esos documentos ya se realizaron bajo tu nuevo nombre. ¿Por qué?, ¿a dónde quieres ir?

Era evidente que la princesa me engañaba, lo veía venir, por eso no me sorprende tanto el hecho de que no se deba realizar tal papeleo.

—El ducado del valle dará una fiesta. Su hija, la señorita Nea, me ha invitado —añado, tratando de explicar la razón de mi consulta.

—Ah, entiendo. ¿Y planeas asistir?

Asiento con la cabeza, sintiendo cómo la duda se disipa y la solución se acerca. Sin embargo, no todo está resuelto aún, y es hora de marcharse.

—Sí, si me disculpa, debo regresar... —inclino ligeramente mi cabeza en reverencia y me encamino hacia la cercana puerta.

Lumine se levanta y me sigue, su expresión parece un tanto incómoda.

—Oh... sobre lo que viste... —su rostro se tiñe de rojo, casi tanto como el mío lo hizo antes—. Ignóralo, vamos a dejar eso atrás. Solo así podré tolerarlo —evade mi mirada.

—No se preocupe, nada sucedió —le respondo seria e indiferente, dejando en claro que no permitiré que el incidente me afecte.

Él asiente en respuesta, aceptando mi postura, y con eso, concluye un encuentro que resultó ser mucho más embarazoso de lo que anticipé. A pesar de todo, logré obtener la información necesaria y resolver mi consulta original.

Ahora solo me queda seguir adelante y prepararme para la fiesta en el ducado del Valle.