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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantasia
Classificações insuficientes
261 Chs

Preguntas sin respuesta

Se refugiaban entre las cálidas pieles de la tienda de campaña, resistiendo al embate implacable de la ventisca, atrapados en un espacio que, aunque suficientemente amplio, carecía de la comodidad deseada.

Primius, en voz apenas perceptible, susurraba palabras misteriosas al oído de Xinia, quien respondía con una tenue sonrisa a cada frase. Meriel, incómoda, reposaba con la espada desafiante sobre sus piernas, lista para ser extraída de su vaina si la necesidad se manifestaba. Lucan, sin apartar la mirada del enigmático individuo de piel oscura que, yaciendo a su lado, se encontraba en un sueño profundo. Había algo en aquel hombre que despertaba su curiosidad, pero no lograba dilucidar el motivo de tal sentimiento. Amaris, por su parte, anidaba en el abrazo de Gustavo, sus ojos fijos en él, maravillada por la profundidad de su mirada, que parecía diluirse en un vacío de irrealidad.

Su mirada permanecía inmutable, clavada en la diminuta águila de luz en el medio de la sala. Sin embargo, su mente vagaba por un abismo de recuerdos fragmentados, zambulléndose en ellos con la desesperación de quien desea recordar, aunque teme las consecuencias. Intentaba desesperadamente rememorar sin utilizar ni una pizca de magia, pero el avance era nulo. Solo había tinieblas, dejando un vacío que no sabía cómo llenar.

Inhaló con brusquedad, tratando de atestar sus pulmones de aire. Pero estaba tan absorto en su propio tormento que ni siquiera era consciente de su propia acción. Su mente se sumergía aún más en ese oscuro abismo, interrogándose sobre el origen de esta enfermiza sobreprotección de su cordura. ¿Qué había sucedido para que su mente lo resguardara de manera tan ferviente? No lo comprendía, y comenzó a sospechar que nunca lo haría.

La idea de la magia se afianzó en su mente de manera repentina, junto con una respuesta que le hizo acelerar el pulso. ¿Acaso había sido víctima de un hechizo mental ejecutado por un enemigo? ¿O tal vez estaba atrapado en una ilusión poderosa? Sintiendo la posibilidad de estar envuelto en una pesadilla infinita y terrible. Sin embargo, un suspiro cansado escapó de sus labios, dejando en claro que su corazón afirmaba lo contrario. Por más irreal que pareciese, había muerto y revivido gracias a la gracia del Más Alto, quien lo había destinado a cumplir una misión imposible, que en su momento creyó alcanzable. Acompañado por subordinados que no quería tener, y abandonado de manera forzada por el único que si deseaba a su lado.

En un suspiro retornó a la realidad. Se sentía agotado, su mente le pesaba. Notó de reojo la mirada inquisitiva de la maga que, desde la comodidad de su brazo, lo observaba.

—¿Qué pasa? —preguntó en un susurro.

—Nada —respondió ella, sin apartar la mirada.

—No parece ser así.

Amaris soltó un breve resoplido que hizo oscilar sus cabellos.

—Como desees —dijo Gus, cerrando los ojos.

—¿Algún día confiarás en mí?

—No entiendo tu pregunta.

—Claro que la entiendes —replicó ella, aún más enfada.

Suspiró, claramente cansado.

—No tengo ganas de discutir.

—¿Lo notas? Evades una conversación que te obliga a hablar conmigo —Elevó la voz, superando el estruendo del viento fuera de la estancia. Sus compañeros despiertos tuvieron la consideración de ignorar la disputa—. Antes solías hacerlo...

Gustavo observó lo que aparentaba ser una lágrima cristalina sobresalir de sus ojos.

—Por favor, basta, me duele demasiado la cabeza.

—Patrañas.

—¿Cómo dices?

—Lo que has escuchado.

Se alejó del brazo de Gustavo, con el orgullo plasmado en cada centímetro de su rostro. Gus deseó ir a su lado de inmediato, era débil ante tales tácticas, pero el caos en su mente fue superior, desistiendo en cualquier intento por reconciliación del problema que creía haber inventado la maga.

Chocó mirada con Xinia, había una sutil sonrisa en su rostro, él le ignoró, prefiriendo cerrar los párpados para encontrar consuelo en la tormentosa oscuridad.

La claridad y la calma irrumpieron con la llegada del nuevo amanecer, como una bocanada de aire fresco en medio del caos que los rodeaba. Primius sacudió con suavidad el delgado cuerpo de Gustavo, llamándolo de vuelta a la realidad.

—Señor, señor —susurró Primius con serenidad, como quien no desea perturbar un estado de profundo reposo.

El muchacho entreabrió los ojos, todavía atrapado en las turbias profundidades de un sueño desconocido.

—¿Qué sucede? —balbuceó, al mismo tiempo que un gran bostezo se escapaba de sus labios.

—Estamos atrapados —respondió Primius con una leve sonrisa—. Solo su magia puede liberarnos sin dañar este cálido refugio.

Gustavo se incorporó lentamente, frotándose los ojos y observando al expríncipe con una expresión inquisitiva.

—¿Qué nos ha atrapado?

Primius respondió al instante, sin titubear:

—La nieve, señor. Y lamento la impertinencia, pero estoy lleno y necesito vaciarme.

Llevó sus dedos a los lagrimales, entrecerrando sus ojos para tener un mejor enfoque del interior oscuro.

—Claro —dijo con total calma.

Se colocó en pie, caminando hacia la entrada escrupulosamente cerrada por un rústico mecanismo de hilos entrelazados. Notó la nieve referida por Primius regada sobre el verde pasto, que también pisaban sus botas. Tocó con su palma la afelpada superficie del refugio, para de inmediato deshacer el simple pero eficaz mecanismo de cerradura.

Al instante su mano derecha se cubrió en un mar de llamas ennegrecidas que impidió que el torrente de nieve cayera al interior de la tienda, pasando directamente de nieve a vapor en una sola ráfaga.

Las llamas desaparecieron de su extremidad como si nunca hubieran existido.

—Ve.

Primius asintió, y como flecha disparada por un arco salió del lugar.

Gustavo se sentó, no estaba del todo bien, sus sueños se habían vuelto demasiado pesados para una mente en recuperación —si es que ese era su estado—. Hoy se cumplía el décimo día después de perder de su lado a su fiel amigo Wityer. Ansiaba recuperarlo, pero, por algún motivo no tenía la motivación suficiente para hacerlo. Estaba cansando, y prefería cerrar los ojos y dormir.

—¡Señor! ¡Señor!

Abrió los párpados de forma repentina al escuchar el grito nervioso de su compañero. Se colocó en pie y fue en su búsqueda. La ráfaga de fuego había creado un pasillo único sobre la masa de nieve que lo pasaba en altura, por lo que fue fácil dar con el paradero de Primius, quién había seguido el camino creado, deteniéndose en algún punto del sendero. Su mirada estaba influenciada por un cúmulo de emociones, pero destacaba una en particular, la pena.

Llegó hasta él, y observó lo que estaba mirando. Un cuerpo femenino recostado sobre la fría nieve, que probablemente había sido despejada por las manos del expríncipe. La fémina estaba muerta, y se encontró dolido por tan inmisericorde muerte. Se santiguó como costumbre, pero pronto se hizo cuestionar la razón detrás de la llamada de su compañero.

—¿Qué sucede?

—Mírale, señor. Tan hermosa, parece una diosa, de aquellas descritas en las historias antiguas. Su cabello dorado, opacado por este inclemente clima...

—¿Qué ocurre? —repitió la preguntar, ligeramente molesto por haber sido ignorado.

—No lo ve. Murió congelada —inspiró, y Gustavo logró observar el terror en sus ojos—. ¿Dónde estamos, señor?, ¿dónde nos encontramos para que esto suceda? —No aguantó la mirada de Gustavo, debiendo desviar su atención a la etérea dama inerte—... Lo siento, no soy tan fuerte como ustedes, pensé que así era, pero no. —Apretó los puños, tanto que le dolió—. Me he estado engañando por mucho tiempo, señor, pero no soy un héroe. Y esto me hace aceptarlo. Por favor, ponga fin a todo esto... Ya no creo soportar más.

Sus ojos comenzaron a tener una influencia fúnebre, y Gustavo fue consciente de ello. Acercó su mano a su rostro, y le sujetó, forzándole a verle.

—Mírame, Primius, escucha con atención. Encontraremos a Wityer y saldremos de este lugar.

Le soltó, y él expríncipe negó con la cabeza.

—¿De que sirve? Lo más seguro es que este muerto.

El sangre regia cayó al suelo de inmediato, su labio inferior sangraba y sus cabellos obstruían su visión.

—No vuelvas a decir cosa semejante. Levántate y comienza a comportarte como un hombre.

Se dio media vuelta y se alejó, dejando al desolado Primius en el suelo.