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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantasia
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261 Chs

Noticia impactante

Volvió a la oscuridad, fría y desierta, y la ira combinada con el abandono floreció en un desgarrador grito.

—¿Por qué? —Se lamentó, observando el oscuro techo—. ¿Por qué? ¡¡¿Por qué?!!

—¿Gustavo?

—¿Mi señor?

—Humano Gus.

Las voces fueron como un poderoso hechizo sanador para su cuerpo moribundo.

—¿Monserrat? —dijo al ver una extraña silueta acercarse.

Un par de orbes blancos iluminaron las cercanías.

La brumosa silueta pronto se transformó en una hermosa mujer de cabello negro, suelto. Su mirada de excesiva preocupación se posó sobre los ojos del enloquecido joven.

—Te extrañé tanto —dijo, y le abrazó, dejando muda a la maga, que no se había esperado semejante muestra de afecto—. No sé a dónde me mandaron, estaba muy oscuro, y tú sabes que odio la oscuridad... —Su expresión mostró confusión—. Monserrat, ¿qué haces aquí? La guerra está lejos de acabar, no deberías haber venido ¡Héctor! ¡Héctor! —gritó con furia, aterrado por algo que solo él sabía—. Maldición, ¿dónde se habrá metido?

—¿Qué le sucede? —preguntó Meriel con suma preocupación, no había entendido ninguna de sus palabras, percatándose al mirar sus ojos que, aunque abiertos, no podían apreciar la realidad.

—No lo sé —respondió Ollin con honestidad—. Es la mente humana más fuerte que he conocido...

—Gustavo —dijo la maga con el dolor en su tono—, soy yo, Amaris. La dama Cuyu.

—Maldición —Hizo a un lado a su enamorada con cariño—, el capitán volverá pronto, no puedo dejar que te vea aquí ¡Héctor! ¡Héctor! —Golpeó con el pie un objeto que rodó unos centímetros antes de detenerse, quedándose de piedra al observar el cráneo. Él no miraba huesos, sino piel y un rostro conocido, alguien que ya había aparecido en más de una ocasión en sus pesadillas—. No... —Perdió la fuerza en sus piernas, incrédulo—. No, tú no... —Se dejó caer sobre sus rodillas, sosteniendo el cráneo entre sus dedos, reteniendo el dolor en sus ojos.

—Gustavo... —Apretó los labios, incapaz de moverse por el nerviosismo, el dolor en su corazón al escuchar los gemidos del hombre al que amaba eran similares a sentir su cuerpo lacerado, y creía preferir este último a seguir viéndolo sufrir.

—¿Por qué? —Alzó el rostro con los ojos enrojecidos—. ¿Por qué?

No hubo respuesta, nadie tuvo el valor de acercarse, los presentes habían presenciando lo imposible en compañía del joven, lo habían visto hacerse con la victoria en batallas que otros considerarían perdidas, en palabras simples le admiraban, tanto por su fuerza, como por su voluntad, por lo que verlo destruido, balbuceando palabras inentendibles no hizo sino provocar terror en sus corazones, por si lo que le había afectado andaba cerca.

—Escúchame —dijo la maga al caer sobre sus rodillas con tranquilidad, mientras cubría con sus palmas las rasposas mejillas de su amado—, Gustavo, no hay nada en este lugar que pueda hacerte daño. Solo estamos los aquí presentes, aquellos escogidos por ti para recorrer los senderos inexplorados. —Su pecho experimentó un terrorífico golpe al ver aquellos ojos cambiantes, pudo ver sus emociones, aquello que había guardado durante años, lo vió todo y sintió que no podría mantenerse cuerda con tal dolor, por lo que se lanzó a sus brazos, impidiendo que se liberara, y él, que tanto lo necesitaba dejó que el calor corporal lo invadiera.

—Amigo, por favor perdóname...

Las lágrimas desembocaron de sus ojos, fluyendo hasta humedecer los hombros de la maga. El abrigo que conferían los brazos repletos de amor de Amaris habían hecho lo que ninguna pócima jamás podría hacer, sanar un corazón y una mente herida.

∆∆∆

El blanco en las copas de los árboles decoraban espectacularmente la arboleda, concediendo un toque único a las casas sobre sus ramas, aunque las edificaciones tenían una apariencia de abandono. El camino de tierra, teñido de blanco y poblado de flores de colores se encontraba vacío, siendo el único constante el ruido del riachuelo que pasaba por el medio de la villa.

Al principio del sendero, justo en el umbral del arco formado por las ramas de dos altos árboles, una mujer de porte militar apareció, cubierta de sudor y sangre. Su primera acción al encontrarse en terreno seguro fue arrojar el casco al suelo, pateándolo con frustración. Gritó, desgarrando su garganta.

—Herzit, permita que yo informe —dijo el macho luego de aparecer debajo del umbral.

—Soy Calos para ti hasta que me quite la armadura —dijo con severidad. Él asintió—. Y no —negó con la cabeza. Inspiró y recuperó la calma, y el temple de su título—, lo haré yo.

El masculino fue a por el casco de su superiora, levantándolo para inmediatamente seguir a la fémina que avanzaba sin emoción en su rostro.

Ante los presentes aparecieron cinco siluetas, escondiendo el rostro en capuchas verdes. Con carcaj decorando sus espaldas y largos arcos en posición para una efectiva maniobrabilidad.

—Herzit —dijo la líder del escuadrón con sumo respeto—, Nuestra Señora nos bendice con su sano regreso.

—¿Sano? —sonrió con frialdad, pasando de largo sin dignarse a conceder la apropiada ceremonia.

El soldado hizo una pequeña señal a los cinco encapuchados, con respeto, pero sin exagerar, pues, al igual que su superiora, no tenía el humor necesario.

Cruzaron el primer puente, la emoción de la batalla casi había abandonado su cuerpo, concediéndole el lugar al extremo agotamiento, que le hizo detenerse por un momento para respirar profundo y llenar sus pulmones del limpio aire de la villa.

—Calos...

La hembra levantó la mano y le apuntó que siguiera, impidiéndole preguntar por su estado, pero él no se movió ni un centímetro, al igual que el séquito de cinco.

—Muévete —dijo con severidad, percibiendo las nuevas siluetas a lo lejos —. ¿Cuántos muertos desde mi partida? —Su mirada fue atrapada por el solitario infante, que a falta de algo más entretenido observaba el riachuelo con ojos soñadores, pero melancólicos.

—Cuarenta guerreros, y doscientos veinticinco voluntarios —respondió la líder del grupo sin mucha emoción, aunque por dentro hervía de ira y frustración.

El soldado sonrió con impotencia, le dolía escuchar que su raza poco a poco estaba siendo aniquilada, y para colmo, reconocía la superioridad del enemigo, estaba convencido de que solo era cuestión de tiempo para que las últimas cinco villas también cayeran.

Los residentes que transitaban de un lugar a otro se detuvieron al observar a la hembra de armadura y de expresión recia. La conocían y respetaban, sabían de su valor, como de su capacidad, por lo que no dudaron en bendecirla en nombre de su diosa protectora, deseando la buena fortuna y la persistente protección.

—La diosa Vera retribuya sus buenos deseos. —Falsificó la sonrisa en su rostro, consciente de que su expresión podría afectar el estado de ánimo de los lugareños.

Continuaron el trayecto, dejando atrás a los individuos que con diligencia trabajaban para seguir fabricando flechas, arcos y demás materiales para la guerra.

La soldado apresuró la marcha al notar la llegada de un mensaje mágico al lugar de su destino, entendiendo que si había sido ocupado era porque algo realmente terrible había sucedido.

El inmenso palacio cubierto por la naturaleza se hizo visible a lo lejos, pero la belleza con la que decoraba el paisaje no fue apreciada por ninguno de ellos, ni un solo pensamiento en su mente había sido ocupado para meditar sobre la maravillosa historia que guardaba cada piedra y material con el que fue edificado. La puerta, tallada de imágenes de aventuras pasadas se encontraba abierta, custodiada por dos altos individuos de armadura color verde opaco.

—Herzit —dijeron al unísono con respeto, bajando la cabeza—, Nuestra Señora bendice su regreso.

Ella asintió, y prosiguió con su camino. Estaba más que intrigada sobre la noticia que podría traer el mensaje, deseaba conocer la información, solo así podía estar preparada para los días futuros. Al llegar a la misteriosa pared de ramas se detuvo, desabrochando el cinturón de su vaina, para colocarlo al costado de la ahora entrada, mismo lugar donde estaban apostadas las demás armas.

El séquito de cinco había desaparecido de la vista al instante que la fémina se dispuso a cruzar el umbral. El soldado suspiró, rompiendo la cansada postura, para alejarse a un lugar tranquilo, en espera de nuevas órdenes.

La habitación se encontraba bien iluminada con luz natural, mientras un aura imponente de energía elemental gobernaba cada centímetro del salón. El individuo a lo lejos, que conversaba acaloradamente con sus iguales detuvo la charla al percibir a la recién llegada.

—Lizvell —dijo con un tono afectuoso, pero su rostro no mostró la misma emoción, había tristeza y desolación en lo profundo de su mirada.

—Padre, —Se medio arrodilló, tocó su corazón, y volvió a verle—. Venerables —Bajó el rostro ante los ancianos del consejo—. Estoy aquí presente para informar que las fuerzas enemigas han cruzado el Río Separado.

El gobernante de la villa asintió con calma, mientras escuchaba el inicio de nuevos murmullos.

—Puedes retirarte —dijo sin mucha fuerza.

—Padre —repuso al instante—, con total respeto solicito que se me informe sobre las nuevas noticias.

El gobernante observó a los ancianos, y ellos a él, estaban igualmente cansados, y reconocían que su paisana tenía tanto derecho de saber como ellos.

—Calos —Inspiró profundo, recobrando un ápice de majestuosidad—, Lucan ha desaparecido, y la villa de las Hojas Rojas a caído.

—¿Lucan? —Su rostro mostró incredulidad, y su corazón tembló—. ¿Está muerto? —No quería escuchar la respuesta, aunque por la mirada de todos los presentes ya la intuía.

—Es lo que creemos, sí...

—Eso es imposible —replicó—. No puede haber muerto, su poder sobrepasaba el de cualquiera, debe estar vivo, debe estarlo... No puede, porque si es así...

—Estamos muertos. —Completó su padre.

—Pero, ¿y la profecía?

—Las profecías también erran, y lamentablemente en está ocasión lo hizo. —Suspiró con pesadez al decidir lo que su corazón pedía por callar—. Lizvell, tengo algo más que decirte —La hembra levantó su hermoso rostro—, hemos ordenado destruir el mecanismo de ingreso, más bien, yo lo ordené.

—¿Qué? —Tragó saliva, sus piernas comenzaron a perder fuerza, sintiendo una fuerte opresión en su pecho—. Pero todavía hay cientos de los nuestros ahí fuera. Tú hija, mi hermana Ariz también lo está. No puedes destruirlo... —Sus ojos recobraron la vida al notar la triste mirada de su padre, así como las pesadas expresiones de los ancianos.

—Está hecho, Lizvell —dijo al ver sus intenciones por marcharse—, lo decidimos en cuanto recibimos el mensaje. No teníamos otra alternativa.

—Claro que la tenían —Alzó la voz, un acto que otra circunstancia habría sido suficiente para serle merecedora de una fuerte castigo—, podíamos haber encontrado otra forma...

—Hija... No hay otra forma, la Suma Sacerdotisa lo dijo hace tiempo, el vínculo del Señor del Bosque desapareció hace meses, Lucan está muerto, y las tropas de los oscuros están a nuestras puertas. Ya no queda esperanza, pero al menos está generación vivirá...

—¿A qué costo?

—Uno muy alto —aceptó—, pero era lo que debía hacerse.