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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantasia
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261 Chs

La marca

  La bestia detuvo el puñetazo del joven con su propio puño, creando una onda expansiva, muy parecida a la de una explosión. La bestia sintió adormecido su brazo, no sabía porque, pero se había dado cuenta que la fuerza del humano se había incrementado. El joven volvió a gritar con fiereza, mientras golpeaba nuevamente. Su ojo derecho oscurecido miraba la muerte en el cuerpo humanoide de la criatura, consumiendo lentamente su vida y, provocando que una leve línea roja escapara con lentitud. Entrecerró su ojo con ligera incomodidad, algo que aprovechó la bestia, pues, aunque había sido un movimiento casi imperceptible, además de muy rápido, le dio el tiempo suficiente para contratacar, golpeando con brutalidad su pecho y, lanzándolo en el acto a decenas de metros de distancia y, no conforme, creó varias estacas de hielo justo en el lugar donde el cuerpo del humano caería, que por desgracia o fortuna del joven, solo penetró su pierna derecha.

  --Aaaghh. --Jadeó de manera ahogada por el dolor, e intentó levantarse, pero le fue imposible.

La bestia no atacó de inmediato, el dolor en su estómago por los continuos golpes y el ardor por el furioso fuego que lo había atacado aún lo acompañaba, lo que le dificultaba su libre movimiento. Convocó la energía elemental del frío, cubriendo parte de su cuerpo y, tratando de sanar sus heridas.

  --¡Sal --Apuntó con su mano derecha a un lugar cercano, convocando una densa y poderosa energía de muerte-- Guardián! --Una neblina negra apareció, dibujando una estela oscura que al cabo de dos segundos se transformó en un enorme esqueleto, con una estela azul bailando al contorno de su cráneo.

  --Su excelencia. --Dijo Guardián con sumo respeto, mientras se colocaba de rodillas.

  --No hay tiempo para ceremonias, ayudame a matar a esa bestia. --Dijo con rapidez.

La criatura humanoide se detuvo lentamente, mirando con interés al esqueleto que parecía estar al servicio del humano.

  --Como usted lo ordene, Su excelencia --Dijo, volteando con lentitud y, al percatarse de lo que estaba enfrentando, se quedó de pie, estático, no por miedo, era más una sensación de familiaridad--. Simio Glaciar.

  --¿Lo conoces? --Preguntó algo asombrado, mientras trataba de levantarse.

La bestia resopló, había escuchado perfectamente el nombre de su raza en los labios inexistentes del esqueleto, por lo que se molestó, apoderándose de su cuerpo una sed insaciable de sangre.

  --A el no --Negó con la cabeza--, Su excelencia, pero si a su estirpe... en la batalla de las torres, el Alto Señor Oscuridad, mató a decenas de ellos. --Dijo con calma. Gustavo guardó silencio, asintiendo y, cerrando su herida con un sello de luz, que, aunque no era mejor que una poción, servía para seguir peleando, desgastando una cantidad considerable de energía pura.

  --Sabia que conocía la energía de tu cuerpo, humano, pero nunca pensé que serías un Adalid del maldito de Carnatk.

La estela azul que parecía un flama en el cráneo del esqueleto, se volvió oscura repentinamente, mientras sus globos oculares inexistentes se volvieron fríos y filosos.

  --¿Qué dijiste de Nuestro Señor, escoria? --Su comportamiento educado y recatado se esfumó tan pronto como escuchó las palabras de la bestia, decir que estaba furioso, era decir poco.

  --Guardián, oídos sordos a palabras vacías. --Dijo Gustavo. El esqueleto asintió de una manera cortés, mientras mirada al joven humano.

  --Sí, Su excelencia --Su mirada cambió nuevamente hacia el Simio Glaciar, materializando una espada negra en su mano derecha--, cumpliré con su orden. --Dijo y, en un instante desapareció.

La bestia sintió la muerta acercarse, por lo que rápidamente creó una cúpula de hielo, rodeándolo y protegiéndolo de cualquier ataque. El esqueleto apareció, intentando perforar con toda su fuerza la cúpula, pero lo único que logró fue hacer una ligera cuarteadura. El Simio Glaciar sonrió perversamente, aunque no atacó, pues sabía que si lo hacia, la defensa de hielo sería destruida, por lo que respiró, comenzando nuevamente a curar sus heridas con la energía pura de su cuerpo.

  --Deja que me encargue. --Dijo Gustavo, prendiendo en llamas nuevamente sus brazos y, con la fiereza de un volcán, lanzó una poderosa ráfaga de fuego a la cúpula semi-transparente, golpeando con fuerza aquella superficie curvilínea, sin embargo, no fue suficiente para destruirla, aunque estaba a suspiros de hacerlo.

El esqueleto levantó una vez más su espada, golpeando el mismo punto donde estaba la cuarteadura, las líneas de rotura comenzaron a aparecer en toda la superficie y, al poco de unos segundos, la cúpula desapareció, dejando atrás pequeñas esporas de hielo, pero tan pronto y como fue destruida, también fue enviado a volar el pobre esqueleto, quién no fue lo suficientemente rápido para esquivar el puñetazo de la terrible bestia. Gustavo conjuró nuevamente el poder del fuego, creando dos águilas ígneas, las cuales flotaban a un metro de sus hombros y, con su aprobación, salieron volando, intentando consumir con sus furiosas llamas, el enorme cuerpo del Simio Glaciar. La criatura humanoide miró con ojos fríos la aproximación de ambos proyectiles animalescos, por lo que levantó su brazo derecho, invocando la energía del hielo en su palma, la cual no se hizo presente por la inestabilidad de su orbe vital, impidiendo así que lograra defenderse del inminente ataque. Las águilas ígneas impactaron contra su cuerpo, haciéndolo retroceder con renuencia. Las furiosas llamas comenzaron a consumirlo, provocando que por primera vez en muchísimo tiempo, el Simio Glaciar se sintiera ansioso, indeciso al no saber cómo actuar y, con el extremo dolor de ser quemado vivo. Se forzó a si mismo a ocupar la energía pura que aún poseía, extinguiendo el furioso fuego que azotaba su cuerpo. Poco a poco las llamas fueron desapareciendo, dejando a la vista un cuerpo cubierto de quemaduras y bello/pelaje achicharrado.

  --Seras maldito. --Dijo con furia ciega.

Gustavo sonrió de una manera fría, mientras respiraba con algo de dificultad, él tampoco la estaba pasando bien y, aunque no podían verse las consecuencias del mal manejo de energía, su cuerpo lo resentía internamente.

  --Permítame acabar con este monstruo, Su excelencia, déjeme mostrarle las habilidades que logré pulir bajó su mando en este último año. --Dijo con una voz seria, pero decidida. Se colocó un paso detrás de Gustavo, con la hoja de su espada posada en su hombro y, liberando de su cuerpo, una intensa energía de muerte.

  --Aun puedo combatir. --Dijo el joven, con el tono de un necio y, la mirada de un hombre deshonrado.

  --Como usted diga, Su excelencia, continuaré brindando apoyo. --Dijo, con su tono natural, sin emoción.

  --¡Ratas, tráiganme el orbe! --Habló casi rugiendo.

  --Hermano rojo. --El hombrecito miró a su consanguíneo, esperando por su aprobación para actuar.

   --No lo hagas, hermano verde. --Dijo con calma.

  --¡Ratas! ¡El orbe! --Su voz se hizo más profunda y siniestra.

Gustavo tomó una postura defensiva, apoyándose con su pierna izquierda y, creando con su mano derecha una bola de fuego negro, algo que sorprendió y desconcertó al joven al notar como flotaba en su palma, podía sentir la extrema opresión de la muerte en aquella esfera, así como las ardientes llamas del infierno.

  --Su excelencia, el sello de contención en su brazo se ha roto. --Dijo Guardián con un toque sutil de preocupación, sabía que el débil cuerpo del humano no resistiría la inmensa bendición del Dios de la muerte, por lo que sintió que necesitaba ayudarlo.

  --Ya no necesito contenerme, ya no más. --Su cuerpo hirvió con intensión asesina, cargada con un fuerte sentimiento de desinterés por la vida y, acompañada por un ojo tan oscuro como el abismo. La sangre se apoderó de la mitad de su rostro, cegando parcialmente su vista, mientras una túnica ilusoria, compuesta puramente de energía del elemento oscuridad cubría su cuerpo.

  --Su excelencia. --Guardián cayó de rodillas, con el mayor respeto que un ser vivo podía demostrar, pues ahora no sentía que estaba en presencia de un humano, sino en la presencia del mismísimo Carnatk, el Dios de la muerte.

  --De pie. --Dijo, mientras sus ojos se posaban en el cuerpo humanoide de la bestia.

Extinguió la bola de fuego negro de su palma y, dio un paso al frente, desapareciendo de la vista de todos y, apareciendo nuevamente frente al Simio Glaciar, quién todavía estaba gritando y rugiendo lleno de cólera. Gustavo llevó su palma derecha al abdomen de la bestia, con un movimiento sumamente rápido, pero tan sutil que parecía lento a los ojos, comenzó a drenar la vida de su oponente, secándolo a los pocos segundos, el Simio Glaciar solo pudo abrir los ojos por la sorpresa, muriendo a manos de quién pensó sería su próxima comida. Gustavo cayó de rodillas, recuperando tenuemente su cordura y, jadeando por la perdida de aire.

  --Su excelencia. --El esqueleto se aproximó con rapidez, pero fue detenido por la mano del joven, quién la levantó para no ser interrumpido.

  --No puedo... no puedo --Dijo, aflijido y en tono bajo, con el dolor punzante de su brazo derecho, la increíble pesadilla de la muerte en su mente y, la imponente presencia de la locura. Con la poca sangre que logró reunir de la bestia y con la energía que le arrebató, dibujó con rapidez un par de sellos de contención en su brazo derecho--, no soy yo --Mordió su labio, mientras su sangre, resbalando de sus mejillas, comenzó a gotear la superficie dura del suelo--... No era yo --Entrecerró nuevamente su ojo, el dolor era insoportable, la lucidez se estaba escapando y, aquella oscuridad quería volver a apropiarse de su cuerpo--... No era yo maldita sea... --Habló en alto, casi gritando.

Al cabo de unos minutos de estar observando, el hombrecito rojo optó por acercarse, dejando a su hermano atrás para que no sufriera daño alguno.

  --Lograste matar a nuestro señor, felicidades.

Guardián volteó con rapidez, sintiendo la extraña hostilidad detrás suyo, siendo una patada en su costado, lo último que logró ver antes de desaparecer. Gustavo sintió la desaparición de su subordinado, por lo que rápidamente volteó, pero al desconcentrarse, el equilibrio del sello se rompió, provocando una inestabilidad en la energía que lo había creado y, provocando una grave y misteriosa consecuencia en el brazo derecho del joven.

  --¡Aaaaaaahhhh! --Gritó de dolor, podía sentir como su brazo era quemado por dentro, mientras miles de cuchillas lo atravesaban. Aunque el dolor no se comparó a la escena que miraron sus ojos, ya que parte de su mano derecha estaba completamente sin piel, pareciendo una mezcla entre la mano de un esqueleto y la de alguien con carne.

El hombrecito rojo arrojó el sable del joven, el cual cayó justo a su lado, deslizandose hasta tocar su cuerpo.

  --Maestro te va a buscar --Apareció frente al humano y, con un movimiento suave, tocó su frente con su palma, dejando un extraño símbolo que solo duró un segundo siendo visible--, así que ve, vuélvete más fuerte, porque no creo que te perdone por matar a su mascota. --Levantó sus palmas y aplaudió, mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro.

Una extraña energía consumió el cuerpo del joven, así como su sable, haciendo que desaparecieran de la sala.

  --Hermano rojo. --El hombrecito de piel verdosa se acercó con rapidez--, maestro estará furioso.

  --Por supuesto que lo estará --Sonrió--, pero no será con nosotros --Miró a su hermano--, después de todo, tenemos su sello en nuestras mentes. --Se tocó la frente con su dedo índice, haciendo que por un breve instante, una marca roja apareciera. El hombrecito verde asintió, no había entendido la profundidad del acto de su hermano, solo había entendido que él no había tenido la culpa en la muerte de su señor, por lo que su maestro no lo castigaría de nuevo.