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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantasia
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261 Chs

La armonía de un cuerpo roto

  En medio de un tranquilo bosque, las aves cantaban con sonidos melodiosos, armonizando con el lugar. La fauna correteaba, disfrutando del cálido sol. A los pocos segundos, justo al lado de un par de árboles, un enorme vórtice se fue creando, expulsando en el acto dos siluetas humanoides, que cayeron al pasto de manera brusca y violenta. Una de ellas se colocó de pie con algo de dificultad, yendo en auxilio hacia su compañera de viaje.

  --¿Estás bien? --Preguntó con un tono bajo, mientras de su frente resbalaba una línea de sangre.

Al no haber recibido respuesta por parte de su compañera, acercó su oído para escuchar su respiración y, al asegurarse que aún continuaba con vida, palpó su cuerpo en busca de heridas, lo que lo sorprendió al encontrar demasiadas, teniendo la incógnita en su mente, sobre como había sobrevivido. Rápidamente sujetó su bolsa de cuero y tomó de ella unas cuantas camisas, rompiendo la mayoria para hacerlas tiras y, así tener vendas improvisadas para impedir que su compañera continuara desangrándose, terminando en pocos minutos aquel proceso. Al acabar, miró inconcientemente su brazo derecho, observando la catástrofe de la bendición de la muerte, tomó una de las tiras que aún sobraban y, comenzó a envolverlo, protegiéndolo de la luz de sol.

  --Me tomara un poco más de dos días llegar con ellos. --Dijo en voz baja.

Estiró un poco su cuerpo, colocó la vaina con la espada de Xinia en su bolsa, al igual que su escudo y, al sentir que estaba listo, la cargó, colocándola en su espalda con gentileza.

El camino era largo y peligroso, pero Gustavo confiaba en su voluntad, así como en su suerte, pero si aquello no funcionaba, siempre existían otras formas de sobrevivir, por lo que no estaba muy preocupado.

El primer día pasó en un parpadeo, tomando pequeños descansos para cazar e hidratarse y, colocar un poco de agua en los labios de la dama, quién aún continuaba inconsciente y, con la mala fortuna de ir perdiendo la vida con cada minuto que pasaba.

  --Sé que puedes sentirme amigo mío --Sonrió al mirar la luna--, así que espérame, porque voy en camino.

Acostó con cuidado el cuerpo de la dama al lado de la fogata, ya que era una noche fría, mientras que él se recargó sobre un tronco grueso, con su sable desenvainado, descansando en sus piernas por si un desafortunado se atrevía a molestarlos. Al perder la batalla contra el sueño, se durmió, despertando en la madrugada por pequeños lapsos para verificar que todo se encontrara bien y, así fue. Despertó a la mañana siguiente con un leve dolor de espalda, que no tomó en consideración.

Se levantó y refrescó su cara con un poco de agua, aseando sus brazos y piernas con un paño húmedo, así como limpiar sus dientes con la ayuda de sus dedos. Miró al cielo en busca de inspiración, pensando en su amada en el acto, su corazón se sintió pesado de repente, pero al suspirar recobró su compostura, acomodando sus cosas y, llevando de vuelta a la dama a su espalda.

  --Resiste.

El joven comenzó a caminar, sus pasos eran decididos, pero con pisadas suaves para no incomodar a la bella durmiente. Algunas bestias los comenzaron a acechar, mostrando sus dientes e intenciones hostiles, Gustavo solo tuvo que desatar toda su intención asesina, lo que provocó que las cinco bestias cobardes huyeran en el acto, no durando ni un solo segundo para escapar al sentir aquella escalofriante sensación. Continuó con su camino, silbando por momentos la canción que su madre le cantaba cuando era pequeño, sintiendo su compañía y protección.

La noche había llegado, una noche fría, con el cielo despejado. Acomodó el cuerpo de la dama al lado de un árbol, haciéndole descansar con la máxima comodidad posible, mientras él limpiaba sus heridas y cambiaba las tiras de telas por nuevas, sintiendo una incomodidad al tocar partes que un caballero no debía tocar sin la autorización y, sin estar en sagrado matrimonio, pero se gritó a si mismo que debía hacerlo, al igual que como la primera vez, por lo que respiró y, continuó, dejando de lado su debate moral para otra ocasión. Al terminar, colocó todas sus prendas de ropa sobre el cuerpo de la dama, esperando que soportará así el frío.

  --Su pierna está en un muy mal estado, debo conseguir pócimas lo más rápido posible. --Se dijo en voz baja, como si estuviera escribiendo en su mente una lista de pendientes.

Exhaló por la boca, dejando salir un vapor blanco traslúcido, sus manos y pies estaban tan helados que podían considerarse carámbanos de hielo, pero en realidad él no sentía frío, era como si su cuerpo fuera resistente a cualquier clima. Al encontrar el lugar adecuado, inicio la fogata con las ramas y troncos que había conseguido momentos antes y, con la ayuda de una daga, comenzó a quitarle la piel a uno de los conejos que había cazado. Al terminar el proceso los empaló, colocándolos al fuego, observando y escuchando como caían aquellas gotas de grasa a las furiosas llamas.

  --Otro día extrañando tu sabrosa comida, madre mía. --Dijo al morder la jugosa carne del conejo.

Su mirada se volvió fría al sentir una poderosa presencia en las cercanías, pero al sentir aquella energía familiar, una sonrisa se dibujó en su rostro, por lo que rápidamente dejó de comer y se levantó, volteando al segundo siguiente.

  --Wityer. --Dijo, repleto de alegría y calidez.

Un pequeño y peludo lobo saltó y cayó en los brazos de su fiel compañero. Rápidamente lo llevo a su rostro, frotándolo en su mejilla.

  --Yo también te extrañé, querido amigo. --Dijo.

  --Mi señor, es un gusto verlo a salvo. --Dijo una voz femenina con una sonrisa, acercándose a pasos lentos.

  --Lo mismo digo, Meriel. --Sonrió.

  --El lobo del señor se percató de su presencia hace dos días, por lo que nos acercamos lo más rápido que pudimos. --Explicó. Gustavo la miró y asintió, notando ligeras marcas en su armadura.

  --¿Se encontraron con problemas? --Meriel asintió, con un poco de duda al responder.

  --Sí, mi señor, fueron unas cuantas bestias mágicas y algunos bandidos a los que enfrentamos, pero casi todos ellos fueron asesinados por el lobo del señor, dejándome pelear solo una vez, la primera para ser exacta, donde recibí un par de heridas. --Bajó la mirada con vergüenza, no eran las primeras noticias que quería darle a su señor.

  --Estoy feliz de que ambos se encuentren bien y, Meriel --Se acercó--, estoy agradecido por haber cuidado a mi querido compañero. --La dama sonrió, recuperando su alegría inicial, sin embargo, no todos estaban felices, pues Wityer se sentía algo disgustado con aquellas palabras--. (Sé que fuiste tú quién la cuido y, también te estoy agradecido) --Le envió un mensaje mental. El pequeño lobo rápidamente se sintió a gusto de nuevo.

  --Mi señor, sino le molesta, podría contarnos ¿Dónde estuvo estos últimos meses? --Preguntó con una sonrisa curiosa. Gustavo asintió, pero antes de comenzar la historia, recordó que no era el único sobreviviente de aquel lugar, por lo que con rapidez se dirigió hacia su compañero.

  --(Amigo mío, podrías ayudar a aquella dama a recuperarse) --Le pidió con una sonrisa suplicante.

El pequeño lobo pareció asentir y, con una agilidad increíble se acercó a Xinia.

  --Claro --Dijo con un tono calmo-- Meriel, déjame comenzar por el principio...

Gustavo comenzó a relatar todos los hechos, empezando por los dos extraños hermanos rojo y verde y, terminando con la traición de Erza. De inicio a fin Meriel experimentó un torbellino de emociones, sintiendo miedo, odio, furia, sorpresa, etcétera, por lo que al acabar la historia, la dama quedó sin palabras.

El pequeño lobo regresó al lado de su compañero, colocándose en su hombro para descansar.

  --(Gracias) --El pequeño lobo asintió, pero en el momento en que decidió dormirse, su conexión con el humano reveló algo que había pasado por alto, por lo que se sintió alarmado--. (Tienes razón, no puedo liberar mi energía pura, ni puedo hacer uso de mi habilidad de invocación) --Dijo con una expresión de pesar.

El pequeño lobo se sintió ligeramente enojado con su compañero/madre, por lo que, sin dudar un solo instante, comenzó a estabilizar el cuerpo de Gustavo con la ayuda de su propia energía. El joven se sorprendió por la repentina sensación, sintiendo como si algo dentro de él se liberara y, al notar que la estabilidad energética dentro de él había vuelto a la normalidad, creó un par de llamas de sus manos, sonriendo con alegría al verlas con su máximo poder.

  --He vuelto. --Dijo, entusiasmado por el futuro incierto.