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El Encanto de la Noche

``` —El cuerpo de una sirena es una caja de tesoros. Sus lágrimas formaron las perlas más espléndidas, su exquisita sangre un estimulante eufórico para los vampiros, su lujoso cabello tejido en la más fina de las sedas, y su tierna carne buscada por los hombres lobo más que el ambrosía del Cielo. Las criaturas de la noche se mezclaban dentro de la sociedad humana, vestidos con la lana de la aristocracia, velados en su inocencia y nobleza retratadas, su salvajismo continuaba depredando a los débiles e indefensos. Genevieve Barlow, Eve para abreviar, era una joven excepcionalmente extraña. Poseía una naturaleza seductora y cautivadora, donde apenas había cambiado de apariencia desde su decimoctavo cumpleaños a sus veinticuatro años. Había engañado a la administración y había obtenido un título para poder tener una vida mejor. Más extraño aún era que Eve tenía un secreto que no compartía con nadie. Entra en la casa de Moriarty, no solo para ganar dinero sino también para encontrar respuestas sobre lo que le sucedió a su madre hace casi dos décadas. Lamentablemente, las cosas no siempre salen como uno planea. A pesar de su naturaleza cautelosa y su deseo de permanecer inadvertida, una pareja de ojos fríos cae sobre ella, que pronto se niega a dejarla fuera de su vista. ```

ash_knight17 · Fantasia
Classificações insuficientes
546 Chs

Carroza de la Muerte

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Cuando llegaron a la parada del carruaje, éste llegó puntual. Rosetta le dijo a Eva:

—¡Espera! Deja que vaya contigo.

—¿Está bien? —Eva no quería que Rosetta o ella tuvieran problemas. La vampireza asintió rápidamente y dijo:

—No creo que deba haber un problema por ir y pasar tiempo con mi amiga, ¿verdad? —Y diciéndolo, giró rápidamente para mirar detrás de ella, mientras Eva sacaba su pequeña bolsa y ofrecía monedas al cochero para que dos personas viajaran en el carruaje.

Aunque Eva subió al carruaje y tomó asiento, Rosetta no se subió. Miraba de un lado a otro, no detrás de ella, sino al carruaje que tenía 'solo' dos caballos, y la terrible carpintería del carruaje, que no era como los carruajes a los que ella estaba acostumbrada a viajar.

El cochero le preguntó:

—¿Va a subir, señorita?

—Sí, voy a subir —Rosetta inclinó su barbilla con orgullo, pero no podía hacerse poner el pie en el carruaje.

Capítulo Bloqueado

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