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El despertar de Sylvia

En un mundo donde la realidad y la fantasía colisionan, Carlos, un jugador de videojuegos, se encuentra atrapado en el cuerpo de su avatar elfico, Sylvia. Despertando en un reino desconocido, debe navegar por una vida que es tanto familiar como extraña, enfrentando desafíos que ponen a prueba su identidad y su supervivencia. Capturada y acusada de espionaje, Sylvia es llevada ante los templarios y sacerdotes del monasterio, quienes ven en ella tanto una amenaza como una posible clave para un antiguo misterio. A través de juicios y tribulaciones, Sylvia se ve obligada a adaptarse a su nuevo entorno, aprendiendo las enseñanzas de Olpao y descubriendo paralelismos sorprendentes con su vida pasada. Mientras se sumerge en las profundidades de la fe y la política del monasterio, Sylvia descubre una profecía sobre los "Viajeros de Mundos", seres con el poder de alterar el destino de su mundo. Con esta nueva comprensión, se encuentra en el centro de una lucha por el poder, donde las alianzas son tan volátiles como las verdades que busca. Enredada en una red de manipulación y engaño, Sylvia debe discernir amigos de enemigos, especialmente cuando Günter, un templario con oscuros motivos, la arrastra hacia una trama de intrigas. Con cada capítulo, la tensión se intensifica, y Sylvia se encuentra en una carrera contra el tiempo y las sombras que buscan usarla como peón en un juego peligroso. "El Despertar de Sylvia" es una historia de transformación, descubrimiento y la lucha por la autenticidad en un mundo donde las apariencias pueden ser tan engañosas como la magia que lo impregna.

Shandor_Moon · Fantasia
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48 Chs

28 El desafío de Aurelia Vicus

Roberto miró con dolor su caballo cuando Morwen ordenó continuar. Estaba dolorido por todo el cuerpo, tenía rozaduras y la espalda era un tormento. A su lado pasaron Tirnel Estel y Sarah, camino de su carro. Aún no había hablado con ella de forma directa. Tenía muchas preguntas y necesitaba justificarse.

—¡Tirnel Estel! —llamó Roberto—. ¿Puedo intercambiar puesto contigo? El caballo me está matando.

La elfa lo miró con seriedad antes de hablar, su expresión firme y evaluadora.

—Se os ha asignado caballo por si debéis huir. ¿Por qué no pediste a Sylvia que te sanara? La he visto haciendo eso con ella y Harry.

Esa pregunta le sentó como un guantazo en toda la cara. Él era un sacerdote tan bueno o más que Sylvia, ¿cómo iba a pedirle eso a ella?

Sarah, al ver su reacción, se acordó de los continuos piques con Sylvia. Se apartó un mechón de cabello de la cara antes de hablar.

—¿Y has aprendido a curar o te has centrado en conjuros ofensivos? Sylvia siempre fue la mejor sanadora del clan.

Por supuesto era la mejor sanadora, era su única obsesión tener el mayor poder de cura. Con su orgullo herido, subió al caballo con un esfuerzo visible.

—Soy un sacerdote de Tasares, no soy un simple sanador. Tenemos otras habilidades más importantes en combate —sentenció, tras lo cual se acercó hasta Clara.

Tirnel Estel observó a Roberto alejarse, su figura encorvada sobre el caballo mientras se dirigía hacia Clara. Suspiró, volviendo su mirada a Sarah, que se preparaba para subir al carro.

—¿Roberto está interesado en Sylvia? —preguntó Sarah, aprovechando el momento de intimidad mientras se acomodaban en el carro.

—No sé cuáles son los sentimientos reales. Sylvia era popular cuando llegamos. Era la única mujer. En mi monasterio pasaba al revés; el popular era Harry. Ahora creo que somos más mujeres, supongo que Sylvia irá perdiendo popularidad. Además, Günter aleja a casi cualquier hombre que se le acerca —razonó Tirnel Estel, poniendo el carro en movimiento con habilidad.

El paisaje a su alrededor estaba compuesto por campos de cultivo, ahora vacíos debido a la estación. El sol, aún bajo en el cielo, iluminaba con una luz suave y dorada, proyectando largas sombras sobre la tierra sin arar.

—¿Y le gustan los hombres? —preguntó Sarah, apartando otro mechón de su cara. Esa pregunta era muy recurrente; había perdido la cuenta de las veces que la había escuchado.

—Ella misma estaba muy confundida cuando yo llegué. Incluso cuando vosotros llegasteis, pero a día de hoy no me cabe duda —Tirnel Estel hizo una pausa, recordando una frase de Harry—. No sé si tú habrás sentido algo parecido, pero según Harry y Marina, ellos también sienten cosas distintas y tienen afinidades y gustos distintos.

Sarah pensó un momento. A ella también le había afectado algo, aunque no hasta el extremo de cambiar de gustos sexuales. ¿O tal vez sí le había afectado y por eso le había sido infiel a Roberto? Miró al horizonte, pensativa, mientras el carro avanzaba.

—No me lo había planteado, pero quizás sí haya cambiado un poco.

Tirnel Estel asintió a las palabras de Sarah, sus ojos observaban el paisaje con atención mientras hablaba.

—Ahora que no estás amordazada, puedes contarme qué te une a Sylvia y Roberto.

Sarah tomó aire antes de responder, sus ojos se encontraron con los de Tirnel Estel.

—¿Realmente te interesa más Roberto o Sylvia? Es igual, supongo que hay tiempo para ambos. Comenzaré por Roberto.

—Roberto y yo nos conocimos en el instituto —Tirnel Estel miró confundida—. Sí, claro, no sabes qué es el instituto. Digamos que es una escuela a la cual se va cuando terminas esta y antes de empezar la universidad. En este mundo me parece que carecéis de algo intermedio.

—¿Allí estudiabais técnicas de combate y estrategia? —preguntó con sinceridad la elfa, con su ceño fruncido por la curiosidad.

—Oh no, allí estudiábamos cosas horribles como trigonometría, derivadas o integrales —sonrió Sarah, recordando esos días.

—¿Trigonometría? ¿Derivadas? ¿Integrales? ¿Son algún tipo de magia arcana?

Sarah estaba a punto de estallar de la risa ante la comparación de su compañera.

—No, no. Aunque quizás pueda parecer magia arcana, es un tipo de matemáticas. Algo así como sumas, restas, multiplicación, divisiones, pero mucho más difícil.

—¿Y con esas trigonometría os enamorasteis?

Sarah empezaba a encontrar encantadora la ingenuidad de la elfa. Se acomodó mejor en el carro, sintiendo el vaivén del movimiento.

—No, pero sí nos conocimos enfrentándonos a esas cosas horribles y después compartiendo una infusión, pues nos fuimos conociendo más y nos enamoramos.

—¿A Sylvia la conociste también allí?

—No, a Sylvia la conocí jugando un juego online. Aunque entonces no se llamaba Sylvia, se llamaba Carlos, era hombre, humano y le gustaban las mujeres. Su avatar en el juego en cambio sí era de una elfa, sino exactamente igual, muy parecida a como es ahora. Sylvia y yo pasamos muchas noches jugando juntos. Teníamos el mismo nivel y ella, como sanadora, no podía subir en solitario. Bueno, poder podía, pero era un suplicio. Por eso solíamos ir las dos juntas; yo mataba y ella me curaba.

Tirnel Estel se acomodó mejor en su asiento, atenta a las palabras de Sarah.

—¿Matabas indiscriminadamente? ¿Y nosotros somos los malos? —se escandalizó.

—Era un juego, eran bits de información, no eran muertes reales. Todo era ficticio —se excusó Sarah—. El caso es que esas noches de juego en solitario nos hizo hacernos amigos. Éramos de ciudades distintas y era el único contacto. Para mí siempre fue solo eso, una amiga, pero creo que Roberto le tenía celos. Aunque como sacerdotes tenían funciones distintas, siempre estaba hablando mal de su diseño de personaje, pero a mí me daba igual. Con mi personaje se coordinaba muy bien para hacer misiones y conseguir objetos y dinero. No obstante, lo importante eran los buenos momentos. Incluso nos aconsejábamos con Roberto y Marina.

Sarah hablaba con nostalgia de esa época. Habían pasado apenas unos meses, pero en su cabeza parecían años.

—Entonces, por tu forma de hablar, quieres a Sylvia.

—Sí, claro. Era una buena amiga, aunque solo fuera por internet.

—Si por mi culpa ella sufriera, ¿tú querrías hacerme sufrir a mí?

Sarah, aunque se temía hacia dónde iba esa reflexión, se limitó a asentir.

—Entonces ya sabes. No la metas en problemas. Te voy a dar un voto de confianza, pero si ella vuelve a ser castigada por ti o la pones en peligro, no te daré una muerte rápida. Te haré sufrir como no te puedes imaginar.

Los ojos de Tirnel Estel no dejaban duda; no era una amenaza vacía, estaba dispuesta a cumplirla si se daban las circunstancias. Sarah asintió antes de añadir:

—Puedes aplicarte lo mismo, aunque espero estar en el mismo bando. Si de verdad quieres proteger a Sylvia, ambas cooperaremos.

Tirnel Estel sonrió.

—¿Y con Roberto? Entre tú y yo, tengo un candidato mejor para Sylvia.

—¿Ese tal Günter? No lo he tratado mucho, pero parece un capullo integral —soltó Sarah—. Sinceramente, no me gustaría que Roberto saliera con ella, pues aunque yo estoy ahora liada con Evildark, es mi exnovio y me resultaría raro ver a mi amiga con mi exnovio. Aun así, ese Günter parece un tanto tóxico.

—No, mi candidato es Frederick, el guerrero que cabalga junto a ella. Günter... —realmente no le caía bien a Tirnel Estel, pero también le veía preocupación por su protegida—. Si fuera posible, aunque le excita mucho, lo querría bien lejos.

—¿Y Harry? —propuso Sarah.

—Mejor no metamos más pretendientes. Bastante tiene ya con tres —sentenció la elfa, ante lo cual rio.

En ese momento, Roberto se colocó junto al carro, su caballo trotando a un ritmo constante. Miró a Sarah, alternando entre su mirada y el camino para seguir adelante.

—Sarah, en verdad yo no he tenido nada con Sylvia, pero sí la he cortejado y pretendido —dijo Roberto, desviando la mirada entre Sarah y el frente—. Solo quería disculparme si te ha molestado mi coqueteo con Sylvia.

—Tranquilo, puedes seguir intentando salir con ella o con otra. La verdad, no te he pedido una disculpa —respondió Sarah con un tono neutral. ¿Cómo iba a pedir una disculpa? Ella se había acostado con Evildark más de una vez. A estas alturas, consideraba totalmente rota la relación—. Podemos seguir siendo buenos amigos, pero está claro que no deberíamos seguir siendo pareja.

—¿Por qué no? —Roberto había entrado en pánico. Sylvia parecía fuera de su alcance y ahora Sarah no quería seguir con él. No quería quedarse sin ninguna.

—Ahora estoy saliendo con otra persona —Sarah trató de no entrar en detalles—. Ambos hemos vivido en estos meses emociones y cambios que me parecen años. Sinceramente, nuestra relación me parece tan antigua en el tiempo que cuando escuché en el juicio sobre tu relación con Sylvia me alegré por ambos.

—¿Estás cortando conmigo? —Roberto no podía creerlo—. No me dejas tú. Te dejo yo.

Sarah sonrió con una mezcla de tristeza y resignación. —De acuerdo, aceptaré tu decisión. A partir de hoy, soy tu exnovia y no me meteré en cualquier coqueteo con otras mujeres.

Roberto apretó las riendas y aceleró el paso de su caballo, dejándolas atrás. Sarah y Tirnel Estel se miraron un momento antes de estallar en carcajadas.

—De verdad, Sylvia es experta en atraer a pretendientes estúpidos —comentó Tirnel Estel.

—¡Oye! Que ese fue novio mío. Pero sí, ahora que lo veo en perspectiva, un poco idiota sí es —Sarah terminó de darle la razón—. ¿Y Frederick es igual de malo?

—Bueno, más allá de lo parado, no es mala pareja, pero si debe ser él quien dé el paso. Cuando lo haga, será ya un viejo. Aunque, de todas formas, cuando él sea un viejo, Sylvia aún será joven.

—Entonces deberíamos buscarle un elfo. ¿Harry? —propuso Sarah nuevamente—. No veo más elfos en el grupo.

Estaba a punto de contestar a Tirnel Estel cuando de repente el carro de delante paró y tuvo que concentrarse en detener su propio carro.

Ambas se levantaron para ver el motivo por el cual habían parado pero no podían ver mucho con el carro de delante, por lo cual se bajaron para buscar una mejor visión.

Delante del primer carro había un par de soldados hablando con Morwen. —Señora, debo insistir en que el paso por estas tierras está ahora mismo restringido. El pueblo de Aurelia Vicus está sufriendo una terrible plaga —decía uno de los guardias.

—Pero solo somos un grupo de penitentes, no pararemos en Aurelia Vicus. Nuestro próximo destino es la Fortalitium Petrae Albae; nos desviaremos antes de llegar a Aurelia Vicus —trataba de razonar Morwen.

—Si dais un paso más en estas tierras, deberéis permanecer en ellas hasta que haya muerto el último contagiado o se haya curado la plaga.

—Si retrocedemos ahora para tomar el desvío más próximo y coger el camino viejo, perderemos diez días de viaje. Suponiendo que nuestros carros puedan subir esas pendientes. ¿De verdad no hay otra forma?

—Que la plaga quede totalmente erradicada.

—Algunos integrantes de este grupo somos sacerdotes. ¿Podríamos intentar poner fin a la epidemia?

—Señora, conozco perfectamente los símbolos de Nerthys, sé que vuestros dominios son la muerte, pero nos gustaría ver si se pueden salvar. Si fuerais seguidores de Olpao os lo dejaría intentar, pero no voy a dejar que os reunáis con vuestra diosa tan pronto.

Morwen tomó aliento, empezando a perder la calma. —Todos los sacerdotes podemos curar en mayor o menor medida. No soy tan buena como una sacerdotisa de Olpao, pero si no ha llegado la hora a una persona, Nerthys también ayuda a sanar a esa persona.

Seraphina, que viajaba a su lado, le puso una mano en el hombro para relajarla. —¿Si en el grupo hubiera un par de sacerdotisas de Olpao, nos dejaríais pasar?

Los dos soldados se miraron. —¿Tenéis un par de sacerdotisas de Olpao? —Morwen no quería tirar el engaño por tierra tan pronto, pero finalmente asintió.

—No son sacerdotisas de Olpao ahora, pero lo fueron hasta hace no mucho —Seraphina había dicho dos, iba a poner en riesgo a ella y Sylvia—. Podemos acercarnos hasta Aurelia Vicus. Acamparemos fuera de las puertas de la ciudad. Una vez allí, nuestras sacerdotisas irán curando a todos.

—No, os acamparéis aquí y las dos sacerdotisas de Olpao me acompañarán y entrarán a la ciudad para tratar de sanar a toda la población. Si lo logran, tendréis permiso para continuar. Si fracasan... Bueno, ellas se reunirán con Nerthys y vosotros daréis media vuelta.

Morwen meditó la posibilidad. Aurelia Vicus no era una ciudad muy grande, apenas una aldea. ¿Qué podría albergar, doscientos habitantes?

—Ve a buscar a Sylvia, no nos queda más remedio —le indicó Morwen a Sigfried—. ¿Qué enfermedad es? ¿Pueden acompañarla un par más a modo de protección?

—Se trata de la muerte roja —Morwen comenzó a pensar si acababa de cometer un terrible error—. Y no dejaré pasar más personas. Dos muertes ya es un precio demasiado caro.

Mientras Morwen seguía discutiendo con el guardia, Sigfried había llegado hasta Sylvia.

—Tapa bien tus orejas con la capucha de la capa. Te necesitamos en el frente —le ordenó Sigfried—. Tú quédate aquí —añadió dirigiéndose a Frederick mientras se daba la vuelta para acompañar a Sylvia hasta la cabeza de la comitiva.

—¿Podréis con la muerte roja? —estaba preguntando Morwen a Seraphina cuando Sigfried y Sylvia llegaron hasta ellos.

—El problema no es si podremos curar esa enfermedad, es cuántos aldeanos hay contagiados —contestó Seraphina mirando las casas de adobe y tejados de paja tras una empalizada no muy lejana—. Sylvia es una niña y esa enfermedad requiere canalizar mucha energía. Quizás ella pueda curar a unos veinte y yo a unos ciento cincuenta. Por encima de esos ciento setenta no sé cuántos más podremos curar. —Cuando contestó a Morwen, se dirigió a los soldados—. ¿Cuántos quedan en Aurelia Vicus?

Sylvia miró la situación con preocupación. ¿Qué era la muerte roja? ¿Por qué Seraphina y Morwen se mostraban tan preocupadas?

—La población de hace unas semanas de Aurelia Vicus era cercana a los quinientos, pero ya quedan pocos, quizás doscientos, no más de doscientos veinte.

—¿Y un círculo de sanación? —preguntó Morwen—. Puedo pedir ayuda a Nerthys, pero necesitaríais sanar a cinco personas para ser sacrificadas. Eso además evitaría quemar toda la aldea. Aunque consiguierais curar a todos, la enfermedad aún estaría latente en la aldea.

—El círculo de sanación es una plegaria a dos dioses y nos haría falta cinco sacerdotes de Nerthys y Olpao. Solo estamos nosotras tres. Si Olpao o Nerthys no quedan satisfechos, pagaremos con nuestras vidas, y Sylvia es muy novata.

—¿Y si contamos con Lyanna y Lysandra? Son buenas aunque no sean sacerdotisas de Olpao ni de Nerthys. Además, Lyanna es extremadamente buena con las runas.

—Con el poder de las cinco podríamos curar a toda la población sin correr tanto riesgo. Cada una de vosotras podéis con veinte casi seguro. Eso eleva a doscientas treinta las que podríamos curar.

—Pero aun así habría que quemar toda la aldea. ¿Dónde pasarán el invierno estas personas? ¿De dónde sacarán el alimento para el invierno? Si se llevan el grano, quizás extiendan la enfermedad. El sacrificio de cinco salva a toda la aldea.

—Si fallamos, moriremos las cinco y los cinco sacrificios.

—Seraphina, ¿Olpao no te exige sacrificarte por salvar al prójimo? —Lysandra se había cansado de escuchar excusas. Solo estaban retrasando la única solución válida—. Si entráis en la aldea tú y Sylvia solas y no lográis salvar a todos, lo más probable es que terminéis contagiadas y muertas.

—Yo estoy dispuesta a dar mi vida, pero no voy a tomar ninguna vida si no es voluntaria. Que venga Lyanna, se le explique la situación y decida —tras esto, miró a Sylvia con lágrimas en los ojos—. No voy a pedírtelo. Si algo sale mal, Theodor no me lo perdonará.

—Soy sacerdotisa de Olpao. Mi juramento me obliga —la frase había salido fácil de los labios de Sylvia, pero por dentro se encontraba totalmente asustada ante la posibilidad de morir.

Cuando Lyanna llegó, se le explicó la situación. Esta no dudó un momento en aceptar el reto, por lo cual Morwen se dirigió a los guardias.

—¿Nos dejaréis intentar salvar a toda la aldea?

—A toda menos a cinco. Si estáis tan locas de dar vuestra vida por una aldea insignificante, no me opondré. En cuanto a los cinco voluntarios, yo seré uno de ellos. Nací y me crié en esa aldea, moriré por ella. Me acercaré a las murallas y pediré otros cuatro voluntarios. Si los tenéis, vendré a buscaros. Si no... —No terminó la frase. Giró su caballo y avanzó hacia el pueblo.

Morwen observó al guardia partir, sintiendo la gravedad de la situación. El destino de la aldea y de sus propios compañeros dependía de las próximas horas. La caravana, que había detenido su avance, esperaba en silencio mientras los rayos del sol comenzaban a acercarse a su cenit, presagiando una tarde llena de desafíos y decisiones cruciales.