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El despertar de Sylvia

En un mundo donde la realidad y la fantasía colisionan, Carlos, un jugador de videojuegos, se encuentra atrapado en el cuerpo de su avatar elfico, Sylvia. Despertando en un reino desconocido, debe navegar por una vida que es tanto familiar como extraña, enfrentando desafíos que ponen a prueba su identidad y su supervivencia. Capturada y acusada de espionaje, Sylvia es llevada ante los templarios y sacerdotes del monasterio, quienes ven en ella tanto una amenaza como una posible clave para un antiguo misterio. A través de juicios y tribulaciones, Sylvia se ve obligada a adaptarse a su nuevo entorno, aprendiendo las enseñanzas de Olpao y descubriendo paralelismos sorprendentes con su vida pasada. Mientras se sumerge en las profundidades de la fe y la política del monasterio, Sylvia descubre una profecía sobre los "Viajeros de Mundos", seres con el poder de alterar el destino de su mundo. Con esta nueva comprensión, se encuentra en el centro de una lucha por el poder, donde las alianzas son tan volátiles como las verdades que busca. Enredada en una red de manipulación y engaño, Sylvia debe discernir amigos de enemigos, especialmente cuando Günter, un templario con oscuros motivos, la arrastra hacia una trama de intrigas. Con cada capítulo, la tensión se intensifica, y Sylvia se encuentra en una carrera contra el tiempo y las sombras que buscan usarla como peón en un juego peligroso. "El Despertar de Sylvia" es una historia de transformación, descubrimiento y la lucha por la autenticidad en un mundo donde las apariencias pueden ser tan engañosas como la magia que lo impregna.

Shandor_Moon · Fantasia
Classificações insuficientes
48 Chs

06. Revelación Oculta

Mientras el alba se deslizaba por las grietas de la celda, Carlos, ahora Sylvia, se enfrentaba a la luz del nuevo día con una mezcla de temor y asombro. "¿Qué me está pasando?", se preguntaba, mientras sus dedos acariciaban la suavidad de su piel élfica. La noche de purificación había pasado, pero no había logrado limpiar la mente de aquel impulso irrefrenable que le llevó a besar a Roberto. "¿Son estas emociones mías, o son ecos de una vida que no recuerdo haber vivido?" 

 

La confusión de Sylvia se intensificaba al considerar su atracción hacia Roberto. "En mi mundo anterior, nunca me habría sentido así. Pero aquí, rodeada de estos muros antiguos y de la presencia exclusiva de hombres, algo dentro de mí ha cambiado." La idea de que su orientación sexual pudiera haberse transformado junto con su cuerpo era desconcertante, pero no podía negar la realidad de sus sentimientos. A veces, mujeres visitaban el monasterio, pero Sylvia era ocultada como una apestada, una sombra entre los muros sagrados, lo que solo añadía a su aislamiento y confusión. 

 

"Quizás es la soledad, el no tener contacto con otra mujer," reflexionaba Sylvia, "o quizás es la forma en que la luz de la luna se reflejaba en su torso a noche, revelando contornos y sombras que antes no habría notado, de cómo brillaban sus labios humedecidos en aquel atrio." La posibilidad de que su corazón anhelara lo que su mente aún no aceptaba era una paradoja que luchaba por resolver. 

 

"¿Y si esto es simplemente quién soy ahora?", se cuestionaba, su mirada perdida en el vacío de la celda. "¿Cómo navego por este mundo desconocido con deseos que me son igualmente extraños?" La respuesta, sabía, no vendría fácilmente, pero estaba decidida a enfrentar la verdad de su existencia, sin importar a dónde la llevara. 

 

Con la mente turbada por pensamientos de un posible encuentro con Roberto y el temor de no controlar su libido, Sylvia había encontrado refugio en la cocina durante el desayuno, ocultándose entre los fogones y el bullicio de las ollas. 

 

Tras completar sus tareas matutinas de limpieza, Sylvia se ofreció voluntaria para ayudar también durante el almuerzo, esperando continuar su evasión. Sin embargo, Elia, con una sonrisa socarrona que revelaba su conocimiento de los secretos del monasterio, la rechazó con una negativa teñida de diversión: 

 

—Asume las consecuencias de tus actos, Sylvia, — dijo Elia, su voz era ligera pero firme. — El refugio entre los fogones no es más que una huida. Y tú, mi querida niña, no eres de las que huyen. — Elia no sabía qué había ocurrido exactamente, pero era evidente que Sylvia estaba evitando a alguien, y su instinto le decía que había una historia interesante detrás. 

 

Sylvia, con el rostro tan rojo como las brasas que ardían cerca, intentó explicar su deseo de evitar un encuentro incómodo con Roberto, revelando sin querer los detalles de la noche anterior. Elia estalló en una carcajada aún más fuerte, su risa resonaba en la cocina como campanas al viento. 

 

—No te preocupes, querida, — añadió Elia con un guiño cómplice, — esta noche prepararé un vino especial para ti y Roberto. Un poco de coraje líquido nunca viene mal a los jóvenes corazones. — Su comentario, hecho con la picardía de quien ha visto muchos amores florecer y marchitar, dejó a Sylvia sin palabras. 

 

Con el rostro aún encendido por la vergüenza, Sylvia abandonó la cocina, su paso vacilante la llevó al comedor. Podría haberse saltado la comida, las comidas no eran obligatorias y muchos monjes optaban por el ayuno, pero la tarde prometía ser larga y la tarea de recolectar uvas para el vino requería de energía. Además, en el fondo, una parte de ella anhelaba ver a Roberto, aunque solo fuera desde la distancia segura de su mesa en la otra esquina del enorme comedor. 

 

Al entrar en el comedor, Sylvia buscó instintivamente un rincón lejos de Roberto, pero el destino tenía otros planes. Günter, con su presencia imponente, la interceptó con un agarre que, aunque no era doloroso, no admitía resistencia. — Hoy comerás con nosotros, —murmuró con una voz que mezclaba autoridad y mofa. Mientras la guiaba hacia su mesa, Sylvia notó la sonrisa cruel de Günter, un reflejo de su disfrute al ejercer poder sobre ella, una elfa en un mundo de hombres. 

 

—¿Así que te atreviste a besar a un acólito de Tasares? — Inquirió Günter con sarcasmo, con su tono cargado de desdén mientras se sentaba junto a ella, con Roberto y Hugo enfrente. La pregunta era una flecha envenenada, destinada a herir. 

 

—Fue un gesto de gratitud, nada más, — susurró Sylvia, su voz temblorosa traicionando su nerviosismo. — Estaba asustada y... 

 

—¿Gratitud? interrumpió Roberto, su orgullo apenas oculto tras una fachada de modestia. — Me aseguró que fue el beso más dulce que ha recibido. — Su sonrisa era la de un hombre que había conquistado un territorio desconocido, y Sylvia se sintió aún más expuesta bajo su mirada triunfante. 

 

Sylvia, atrapada en un torbellino de emociones, recordó la visión de la noche anterior: los cuatro hombres, torsos desnudos brillando bajo la luz de la luna, regresando de su práctica con las espadas. Las imágenes invadían su mente, despertando una excitación que solo servía para confundirla más. — Han pasado seis meses... — comenzó, pero su voz termino perdiéndose en un susurro mientras las imágenes de sus cuerpos atléticos inundaban su conciencia. 

 

De repente, la mano de Günter se deslizó por debajo de su falda, subiendo por su pierna con una osadía que la dejó helada. — Detente, por favor, — imploró Sylvia, intentando apartarse discretamente. — No soy digna de la atención de un templario, solo soy una sucia elfa. — Pero Günter solo sonrió, su tacto era una prueba, una forma de medir su reacción, su control. 

 

En ese momento, Frederick emergió como un faro de calma en la tormenta que se cernía sobre Sylvia. — Dejadme sitio, —dijo con firmeza, interponiéndose entre Sylvia y Günter con una protección que no necesitaba palabras. Su presencia era un escudo, y Sylvia se aferró a la seguridad que ofrecía. 

 

Günter, con una mirada que silenciaba cualquier protesta, declaró con frialdad: — Yo decido quién es digna de mi atención, sucia elfa. No lo olvides. — A regañadientes, cedió el espacio a Frederick, pero su sonrisa de suficiencia revelaba que disfrutaba del juego de poder. 

 

El almuerzo transcurrió en un silencio incómodo para Sylvia, las palabras de Günter resonando en su mente como un eco amenazante. Roberto, por su parte, se regodeaba en la atención que su 'conquista' le había granjeado, mientras que Hugo observaba la escena con una neutralidad que Sylvia no podía descifrar. Atrapada en un juego peligroso, Sylvia se encontraba en la encrucijada de sus propios deseos y las maquinaciones de aquellos que la rodeaban. 

 

Cuando el almuerzo finalmente terminó, Sylvia se deslizó fuera del comedor como una sombra, ansiosa por dejar atrás las miradas inquisitivas y los murmullos apenas audibles. La tarde se extendía ante ella con la promesa de un trabajo físico que, aunque agotador, ofrecía un respiro de sus tumultuosas emociones. 

 

Bajo el ardiente sol del mediodía, se sumergió en la monotonía de los viñedos. El acto de cortar racimo tras racimo se convirtió en una meditación, cada movimiento un mantra que le permitía reflexionar sobre su situación y planear su próxima interacción con Theodor. Las hojas de parra rozaban sus manos, dejando un rastro de jugo pegajoso que se mezclaba con el sudor de su frente. 

 

La cena llegó como un oasis después de un largo día en el desierto de los viñedos. Sylvia se sentó con una determinación recién forjada, su postura erguida desafiando las sombras del día. Se alimentó no solo para saciar el hambre, sino para nutrir su espíritu, preparándose para enfrentar las horas de estudio que tenía por delante y las miradas de Günter, cuya crueldad parecía no tener fin, y de Roberto, cuya sonrisa complaciente era un recordatorio constante de su vulnerabilidad. 

 

Con el sonido de la campana marcando el final de la cena, la noche envolvió el monasterio en su manto oscuro, prometiendo conocimiento y secretos ocultos en sus pliegues. Con pasos que resonaban con una mezcla de ansiedad y determinación, Sylvia se dirigió a la biblioteca. Al abrir la puerta, el murmullo de voces le golpeó como una ráfaga de viento inesperada: Theodor, Balduin y Waldemar estaban enfrascados en una discusión acalorada, sus palabras chispeantes de tensión y urgencia. 

 

Las voces cesaron abruptamente cuando Sylvia cruzó el umbral de la biblioteca. Los tres sacerdotes, Theodor, Balduin y Waldemar, se dispersaron con una sincronía que hablaba de un entendimiento tácito. Sus miradas se cruzaron, cargadas de un significado no dicho, y Sylvia sintió un escalofrío de presagio. Algo se cernía en el aire, algo que quizás estaba destinado a permanecer oculto a sus ojos. 

 

—Sylvia, — dijo Theodor, su voz un velo de calma sobre la agitación anterior. — Es hora de continuar con tus estudios. 

 

Balduin asintió, su solemnidad era una máscara que apenas ocultaba la urgencia de su conversación previa, mientras que Waldemar le lanzó una mirada penetrante, como si evaluara cuánto había percibido antes de abandonar la estancia. 

 

Sylvia se aproximó a la mesa de estudio, pero la tensión persistía, un zumbido silencioso en el fondo de la sala. 

 

—¿Qué discutían con tanta pasión? — preguntó, su curiosidad luchando contra la cortesía. 

 

Theodor y Balduin intercambiaron una mirada cargada de palabras no dichas. 

 

— Son asuntos del monasterio, preocupaciones que nos incumben a nosotros, los guardianes de la fe, — respondió Theodor, su tono buscaba ser disuasorio. — Pero ahora, debemos centrarnos en tu aprendizaje. 

 

A pesar de la aparente tranquilidad en las palabras de Theodor, Sylvia no pudo sacudirse la sensación de que algo se mantenía deliberadamente fuera de su alcance. El libro abierto sobre la mesa parecía ser el epicentro de su inquietud. La página revelaba palabras sobre una antigua profecía y seres conocidos como los "Viajeros de Mundos". 

 

—Theodor, ¿qué significa esto? — inquirió Sylvia, señalando el texto revelador. 

 

Con un movimiento rápido y decidido, Theodor cerró el libro. 

 

—Son meras fábulas, historias para asustar a los novicios, — dijo, aunque su voz traicionaba una nota de tensión. — Concentrémonos en las escrituras que fortalecerán tu espíritu. — Pero la semilla de la duda ya estaba plantada en la mente de Sylvia. 

 

Esa noche, el monasterio estaba envuelto en un silencio sepulcral, solo perturbado por los pasos furtivos de Sylvia. La elfa, movida por una curiosidad insaciable, se deslizó fuera de su celda y atravesó el claustro bañado por la luz de la luna, que se filtraba a través de los arcos, tiñendo su cabello pelirrojo de plata y sombras. 

 

Günter, oculto en las sombras, la observaba con una mezcla de interés y maquinación. Aunque sabía que podría delatar su transgresión nocturna, la idea de manipular la situación para su beneficio le resultaba mucho más atractiva. 

 

Sylvia, ajena a la vigilancia de Günter, encendió una vela al entrar en la biblioteca. La llama parpadeante proyectaba sombras danzantes sobre los lomos de los libros antiguos, creando un aura de misterio mientras buscaba el texto prohibido en la sección restringida. 

 

La Profecía de los Viajeros de Mundos se reveló ante ella, sus palabras resonando en el silencio: 

 

En tiempos de sombras y luz vacilante, surgirán los Viajeros de Mundos, heraldos de un cambio que sacudirá los cimientos del tiempo y del espacio. Desde confines desconocidos, más allá del entendimiento mortal, vendrán portadores de dones ocultos y habilidades latentes, esenciales para la trama del destino. Su llegada marcará el alba de un nuevo equilibrio, un crisol de destinos entrelazados que definirá el curso de los mundos. En sus manos reside la balanza, oscilando entre la creación y la destrucción, entre la esperanza y el abismo. Así se ha escrito, y así será. 

 

Pero el destino es una senda plagada de sombras y luces entrelazadas. Desde las profundidades del misterio, poderes ocultos emergerán, tejiendo hilos invisibles para influir en los Viajeros de Mundos. Sectas arcanas y sociedades secretas, guardianes de secretos ancestrales, acecharán en la penumbra, deseosos de torcer el equilibrio en favor de sus propios designios. Con promesas de poder y conocimiento prohibido, intentarán seducir a los Viajeros, desviándolos de su noble propósito. 

 

El enfrentamiento será inevitable, y solo aquellos de espíritu puro y corazón firme podrán resistir las tentaciones del poder corruptor. La batalla no se librará solo en el mundo físico, sino en el alma y la mente de los elegidos. La senda hacia el equilibrio será ardua, y la lucha entre la luz y la oscuridad definirá el destino de todos los mundos. Así se ha escrito, y así será. 

 

Mientras Sylvia leía, Günter la seguía con cautela, su presencia apenas perceptible entre las estanterías. La elfa, ahora inmersa en la profecía, comenzó a sospechar de sus mentores. ¿Podrían ser ellos parte de las sectas arcanas mencionadas? ¿Qué papel estaba destinada a jugar en esta trama de destinos? 

 

Günter, por su parte, contemplaba cómo podría utilizar a Sylvia para sus propios fines. Si jugaba bien sus cartas, podría tenerla bajo su control, distanciarla de Roberto y Frederick, y si se rebelaba, no dudaría en verla caer. 

 

Sylvia, con el libro en mano, no encontró más información que pudiera aclarar sus dudas. La profecía era un enigma que parecía conectar directamente con su ser. 

 

En un momento de reflexión, Günter decidió actuar. Se acercó sigilosamente a Sylvia, que aún estaba absorta en la lectura. Con un movimiento rápido y decidido, la agarró de la cintura y la volteó hacia él. El rostro de Sylvia reflejó una mezcla de sorpresa y miedo, mientras una sonrisa malévola se dibujaba en los labios de Günter.