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El despertar de Sylvia

En un mundo donde la realidad y la fantasía colisionan, Carlos, un jugador de videojuegos, se encuentra atrapado en el cuerpo de su avatar elfico, Sylvia. Despertando en un reino desconocido, debe navegar por una vida que es tanto familiar como extraña, enfrentando desafíos que ponen a prueba su identidad y su supervivencia. Capturada y acusada de espionaje, Sylvia es llevada ante los templarios y sacerdotes del monasterio, quienes ven en ella tanto una amenaza como una posible clave para un antiguo misterio. A través de juicios y tribulaciones, Sylvia se ve obligada a adaptarse a su nuevo entorno, aprendiendo las enseñanzas de Olpao y descubriendo paralelismos sorprendentes con su vida pasada. Mientras se sumerge en las profundidades de la fe y la política del monasterio, Sylvia descubre una profecía sobre los "Viajeros de Mundos", seres con el poder de alterar el destino de su mundo. Con esta nueva comprensión, se encuentra en el centro de una lucha por el poder, donde las alianzas son tan volátiles como las verdades que busca. Enredada en una red de manipulación y engaño, Sylvia debe discernir amigos de enemigos, especialmente cuando Günter, un templario con oscuros motivos, la arrastra hacia una trama de intrigas. Con cada capítulo, la tensión se intensifica, y Sylvia se encuentra en una carrera contra el tiempo y las sombras que buscan usarla como peón en un juego peligroso. "El Despertar de Sylvia" es una historia de transformación, descubrimiento y la lucha por la autenticidad en un mundo donde las apariencias pueden ser tan engañosas como la magia que lo impregna.

Shandor_Moon · Fantasia
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48 Chs

04. En el umbral del destino

La mañana de su comparecencia ante el tribunal no fue más clemente. Los guardias continuaron tratándola como si fuera un animal salvaje, despreciándola, humillándola y mostrando total indiferencia hacia sus sentimientos. Solo hubo dos cambios. El primero fue una vuelta más a la humillación; cuando trajeron el jarro de agua fría para que se lavara, esta vez fueron ellos quienes la bañaron, tocándola de forma impúdica mientras evaluaban la calidad de su cuerpo como hembra y se quejaban de que perteneciera a una "asquerosa hembra elfa". El segundo cambio fue el tiempo de espera; tras lavarla, le ordenaron ponerse la túnica y le ataron las manos a la espalda para conducirla ante el tribunal.

La sala del tribunal, aunque más modesta que la capilla, seguía siendo impresionante, especialmente para una pobre elfa que solo esperaba una sentencia condenatoria. El espacio era vasto, dominado por grandes columnas de mármol blanco que se elevaban hasta un techo abovedado, adornado con intrincados frescos que retrataban escenas de justicia divina y mortal.

Al frente, un estrado elevado sostenía una larga mesa de madera oscura, lustrada por años de uso. Detrás de la mesa, sillas altas y decoradas estaban dispuestas para los jueces; cada una con tallados que representaban a los diferentes dioses de la religión del reino, mirando solemnemente hacia la sala. El centro del estrado estaba dominado por una silla más grande y ornamentada, reservada para el Gran Maestre, cuya autoridad parecía emanar desde su lugar aún vacío.

A ambos lados del estrado, enormes estandartes colgaban del techo al suelo, mostrando el blasón de la orden y diversos símbolos religiosos en tela dorada y azul. La luz que entraba por altas y estrechas ventanas creaba haces que iluminaban partículas de polvo en el aire, bañando la sala en una luz casi celestial.

El área destinada a los espectadores consistía en filas de bancos de madera, sencillos pero robustos, que miraban hacia el estrado. Estos bancos estaban casi vacíos, excepto por unas pocas figuras encapuchadas que murmuraban entre sí, llenando el aire con un sentido palpable de expectativa.

El ambiente en la sala era de respeto mezclado con un temor reverencial, y cada elemento arquitectónico y decorativo parecía diseñado para recordar a todos los presentes el poder y la seriedad de la justicia que se administraba aquí. Mientras Sylvia era acompañada por los guardias hacia el centro de la sala, sus pasos resonaban en el silencio que se iba tejiendo a su alrededor, marcando el inicio de un juicio que podría decidir su destino.

En medio de la sala, Sylvia quedó visiblemente abatida y flanqueada por los dos guardias, a la espera de la llegada del tribunal. Con cada segundo que pasaba, la fortaleza en su espíritu se desvanecía. Comentarios que ya la sentenciaban sin haber escuchado su defensa llegaban hasta ella.

Cuando finalmente se abrió una puerta lateral y los jueces entraron con el Gran Maestre al frente, las piernas de Sylvia amenazaron con fallarle. Solemnemente, todos tomaron sus asientos y el Gran Maestre tomó la palabra.

—Esta elfa tuvo la desfachatez de pedir asilo en nuestro santuario esperando cometer sus fechorías entre nuestros muros. No solo eso, de alguna manera mezquina consiguió hacerse con una insignia de sacerdotisa de Olpao. Este juicio tiene como propósito demostrar toda su vileza y sentenciarla a morir en la hoguera.

Aplausos resonaron en la sala tras las palabras del Gran Maestre, solo un pequeño murmullo de una voz que llegó hasta los finos oídos de Sylvia parecía pedir clemencia: "Sylvia es una inútil, pero no merece morir. Ella jamás ha hecho daño a nadie, ni siquiera a sus atacantes". Sylvia buscó entre las pocas personas situadas detrás de ella y a su derecha a quien podría haber dicho eso, pero no reconoció a nadie.

¿Qué esperanza podía albergar cuando incluso el tribunal parecía tener decidida su condena? Cuando el Gran Maestre se sentó en su trono y la sala quedó en silencio, una persona conocida se levantó en el estrado. Era el hombre que había discutido con el Gran Maestre sobre ella en la capilla.

—Creo que corremos mucho al acusar a esta mujer de ser una vil elfa, como aquellas contra las que tanto hemos combatido. No descartemos la posibilidad de que se trate de otro tipo de elfa. Difícilmente una persona vil podría portar el símbolo de sacerdotisa de Olpao —El hombre hizo una pausa mientras miraba a sus compañeros en el estrado y al público—. Los sacerdotes de Olpao no podemos realizar actos viles, ni por acción ni por omisión, y esta elfa porta nuestro símbolo sin sufrir ningún dolor. Solo si es auténticamente una sacerdotisa, o al menos una acólita de Olpao, puede llevar ese colgante sin sufrir un terrible castigo.

Sylvia miró el símbolo que lucía en el pecho del sacerdote. Efectivamente era idéntico al suyo. ¿Era ella realmente una sacerdotisa? En el juego lo era, pero ahora sabía poco o nada sobre esta religión y aún menos sobre el dios Olpao.

Un hombre de cabello oscuro, situado a la izquierda de Antón, se levantó riendo y caminó alrededor del estrado para acercarse a Sylvia, a la cual agarró de la oreja izquierda, haciendo girar su cabeza para ofrecer una mejor vista al tribunal.

—Querido amigo Theodor, hemos luchado codo con codo contra estas asquerosas criaturas. ¿Me quieres decir que estas orejas no son de elfa? —Soltó la oreja de Sylvia para volverse hacia el público—. Que su pelo rojo no os engañe. Eso es fácilmente teñible. ¿Acaso en las lejanas tierras del oeste, hombres y mujeres no lucen el pelo con colores extravagantes? Es sencillo demostrar su mentira.

El hombre se agachó para coger la parte baja de su falda y alzarla.

—¡Miren cómo su...! —El sacerdote de Tasares pretendía mostrar que su vello púbico era blanco o negro, pero sorprendentemente para él, también era pelirrojo— ¡Te has teñido también esa parte!

Sylvia negó con la cabeza, sin atreverse a hablar. Creía recordar que desde el principio hizo a su elfa pelirroja, pero no sabía si el color de su pelo era natural o teñido.

—Sigfried, hermano, deja de hacer el ridículo. ¿Por qué no empezamos por escuchar su historia? —Quien acababa de hablar era un anciano situado inmediatamente a la izquierda de Antón, en la silla que representaba a la diosa Tevaraia, diosa de la sabiduría y la estrategia militar—. Me llamo Balduin, sacerdote de Tevaraia. ¿Podrías decirnos cómo ese símbolo llegó a tus manos?

Sylvia miró cómo Sigfried volvía a su sitio, visiblemente enfadado. No podía explicar cómo había llegado a este mundo ni cómo había obtenido el colgante. Seguramente, cuando eligió su personaje, la cinemática lo explicaba, pero ella prefirió saltársela.

—Mi historia es complicada de creer. Posiblemente, aunque os voy a contar la verdad, mi destino sea el fuego por mentirosa, pues seguramente eso es lo que creeréis. Pero os contaré mi historia —Carlos narró todo desde cómo, hace unos años, creó un personaje femenino en un juego. El concepto fue complicado de entender para los sacerdotes, pero lo explicó como un juego de interpretar personajes en una realidad alternativa. Les contó cómo él y sus amigos habían jugado durante años hasta luchar finalmente con el villano final del juego, y al derrotarlo, despertó desorientado en este mundo, convertido en una elfa mujer—. Y finalmente llegué hasta este santuario, en el cual aprendí sobre mis poderes, como ya he dicho, en el juego.

Los sacerdotes se miraron extrañados. No era la primera vez que escuchaban esa historia en los últimos tres días. Aproximadamente unas horas antes, Sigfried encontró a un joven desmayado, aunque en este caso con el símbolo de los sacerdotes de Tasares y totalmente humano.

—¿Ese humano no se llamaría Virgilio? —El otro sacerdote del grupo era un tipo bastante desagradable que siempre le estaba regañando por tener una configuración de Olpao que solo permitía sanar y dar algunas bendiciones.

—Sí, Sylvia soy yo —gritó una voz a sus espaldas—. Aunque ahora me llamo Roberto.

Sylvia miró extrañada al joven de tez morena, pelo y ojos marrones. ¿Estaba loco? Hacer eso lo ponía en un riesgo estúpido.

—Roberto, por favor, acérquese al estrado —lo llamó el Gran Maestre, y él se acercó rápidamente—. ¿Estás diciendo que eres amigo de una elfa?

—Bueno, amigo exactamente de esa patosa únicamente buena para curar no me declararía. Éramos compañeros de hermandad. Realmente odiaba ir con ella. Pero cuando no se equivocaba, era realmente buena en su trabajo —Roberto pensó un momento sus siguientes palabras—. Realmente, si la matáis, no me dolería demasiado, pero es la única conocida del mundo del cual vengo.

—Es más fácil desconfiar de un sacerdote de Tasares que de una sacerdotisa de Olpao —sonrió el Gran Maestre a Roberto—. Esas afirmaciones como compañero de una elfa te acercan también a la hoguera.

—¡No! —gritó Sylvia—. Mátenme a mí. Soy una elfa, pero él no es culpable de ser compañero de una elfa inútil. Ninguno somos un peligro para vosotros, pero si debéis acabar con uno, hacedlo conmigo.

Roberto se llevó la mano a la cabeza y negó, avergonzado.

—Sin duda actúa como una sacerdotisa de Olpao, pero asegura no saber nada sobre Olpao ni sobre nuestra religión —quien había hablado era Balduin—. A mí su historia me parece creíble, y contar con una elfa siempre puede ser interesante para alguna misión de infiltración.

—Yo estoy dispuesto a educarla en el culto de Olpao —afirmó Theodor—. No sé si será fácil, ni si tendrá potencial, pero no voy a votar a favor de quemar a una acólita o sacerdotisa de Olpao.

—Por mí, de acuerdo. Démosle una oportunidad; una mujer siempre será divertida para ciertas celebraciones en lugar de tanto hombre —afirmó el sacerdote de Vushal.

—No tienes decoro, hermano Waldemar. Disfrutaría hasta con una goblin —se quejó Sigfried—. Pero si Theodor la vigila estrechamente y por la noche está encerrada bajo llave, aceptaré la opinión de la mayoría.

Poco a poco, todos los votos fueron de abstención o a favor de dar una oportunidad a Theodor para educar a la elfa pelirroja. Aun así, en esta abadía, la palabra del Gran Maestre era la última. Todos observaban atentos la sentencia de Antón. Sabían que nadie cuestionaría su decisión abiertamente, pero ¿cómo se tomaría la orden monasterial la presencia de un elfo entre sus muros y más aún de una mujer elfa? Por otro lado, condenar a muerte a una elfa inocente de las salvajades de su raza le parecía tremendamente horrible.

El Gran Maestre Antón se levantó lentamente, su figura imponiéndose sobre todos en la sala. Su mirada recorrió el tribunal, deteniéndose brevemente en cada uno de los presentes antes de fijarse finalmente en Sylvia. La tensión en la sala era palpable, cada respiración parecía contenerse esperando su veredicto.

—Hemos escuchado testimonios y discutido largamente —comenzó con voz grave y calma—. La presencia de una elfa entre nosotros, portadora de un símbolo sagrado de Olpao, plantea tanto un desafío como una oportunidad para nuestra orden.

Hizo una pausa, asegurándose de que cada palabra dejara su peso en los oídos de los presentes.

—Sylvia ha demostrado poseer ciertas cualidades que, aunque son difíciles de reconciliar con nuestra experiencia previa con los elfos, no pueden ser ignoradas a la ligera. Sin embargo, su ignorancia sobre nuestras costumbres, leyes y, lo más importante, nuestra fe, no puede ser excusada simplemente porque porta un símbolo de Olpao.

Miró fijamente a Sylvia, quien mantenía la cabeza baja.

—Por lo tanto, he decidido que Sylvia no será ejecutada hoy. Pero esta clemencia viene con condiciones estrictas y no negociables.

Un murmullo se levantó entre los asistentes, algunos de alivio, otros de consternación.

—Sylvia será asignada a la tutela directa de Theodor, sacerdote de Olpao, quien será responsable de su educación en nuestra fe y leyes. Durante este período de instrucción, que durará no menos de tres años, Sylvia no tendrá permitido salir de los límites del monasterio sin la compañía explícita de un sacerdote o templario. Además, para asegurar su compromiso y penitencia, Sylvia deberá someterse a servicios comunitarios diarios y participar en rituales de purificación mensuales.

El Gran Maestre miró alrededor, asegurándose de que su decisión era clara y que no habría objeciones.

—Esta es una oportunidad para que Sylvia demuestre su valía y, posiblemente, para que nuestra orden demuestre su capacidad de redención y guía. No la toméis a la ligera. Que los dioses nos asistan en esta prueba —concluyó.

Los guardias levantaron a Sylvia, quien, aún en shock por la gravedad de su situación, no pudo más que seguirlos, ahora encadenada no solo por las restricciones físicas, sino también por el peso de una sentencia que, aunque le había salvado la vida, la encerraba en un futuro incierto y lleno de desafíos.

Con eso, el capítulo se cerró, dejando a Sylvia en un camino lleno de penitencia y aprendizaje, bajo la sombra siempre vigilante de los ojos del monasterio.