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El despertar de Sylvia

En un mundo donde la realidad y la fantasía colisionan, Carlos, un jugador de videojuegos, se encuentra atrapado en el cuerpo de su avatar elfico, Sylvia. Despertando en un reino desconocido, debe navegar por una vida que es tanto familiar como extraña, enfrentando desafíos que ponen a prueba su identidad y su supervivencia. Capturada y acusada de espionaje, Sylvia es llevada ante los templarios y sacerdotes del monasterio, quienes ven en ella tanto una amenaza como una posible clave para un antiguo misterio. A través de juicios y tribulaciones, Sylvia se ve obligada a adaptarse a su nuevo entorno, aprendiendo las enseñanzas de Olpao y descubriendo paralelismos sorprendentes con su vida pasada. Mientras se sumerge en las profundidades de la fe y la política del monasterio, Sylvia descubre una profecía sobre los "Viajeros de Mundos", seres con el poder de alterar el destino de su mundo. Con esta nueva comprensión, se encuentra en el centro de una lucha por el poder, donde las alianzas son tan volátiles como las verdades que busca. Enredada en una red de manipulación y engaño, Sylvia debe discernir amigos de enemigos, especialmente cuando Günter, un templario con oscuros motivos, la arrastra hacia una trama de intrigas. Con cada capítulo, la tensión se intensifica, y Sylvia se encuentra en una carrera contra el tiempo y las sombras que buscan usarla como peón en un juego peligroso. "El Despertar de Sylvia" es una historia de transformación, descubrimiento y la lucha por la autenticidad en un mundo donde las apariencias pueden ser tan engañosas como la magia que lo impregna.

Shandor_Moon · Fantasia
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48 Chs

03. Angustia y preparación de Sylvia

Sylvia se dejó caer sobre el incómodo catre de su celda, con la mente agobiada por el miedo y la incertidumbre. El juicio que determinaría su destino se cernía sobre ella como una nube oscura. "¿Qué va a ser de mí?" pensó, su respiración acelerándose mientras imaginaba todos los posibles resultados.

Los muros de piedra de la celda parecían cerrarse sobre ella, amplificando la sensación de claustrofobia. Cada ruido en el corredor, cada murmullo lejano, hacía que su corazón latiera más rápido. Sabía que no estaba sola en su angustia; otros prisioneros, cada uno con sus propios miedos y desesperanzas, se encontraban cerca, pero eso no aliviaba su soledad.

"Me juzgarán por algo que no puedo controlar," pensó Sylvia, las lágrimas acumulándose en sus ojos. "No pedí esto. No pedí ser arrancada de mi vida y arrojada a este mundo." Intentó respirar profundamente para calmarse, pero la ansiedad apretaba su pecho como un torno.

Su mente vagaba hacia el pasado, recordando su vida como Carlos. La simplicidad de su existencia anterior, los amigos, la familia, y sobre todo, su novia. "¿Qué estará haciendo ahora? ¿Pensará que he desaparecido para siempre?" La incertidumbre sobre el futuro y el dolor por lo que había perdido se entrelazaban en un torbellino de emociones.

Mientras el tiempo pasaba, la angustia se volvía casi insoportable. Sylvia se retorcía en el catre, tratando de encontrar una posición cómoda, pero el frío y la dureza del colchón no ofrecían consuelo. Cerró los ojos con fuerza, intentando ahogar los pensamientos negativos, pero las imágenes del juicio seguían apareciendo en su mente: rostros severos, voces acusadoras, y la inevitable sentencia.

"No puedo seguir así," se dijo a sí misma. "Debo encontrar una manera de calmarme y prepararme para lo que viene." Aunque la tarea parecía imposible, Sylvia sabía que debía intentarlo. No podía permitir que el miedo la paralizara.

Las horas pasaron lentamente y el hambre comenzaba a retorcer su estómago. Sylvia no había comido nada desde el desayuno, pero más urgente aún era su necesidad de orinar. La incomodidad se hacía insoportable cuando escuchó pasos acercándose a su celda. La puerta se abrió y vio a dos guardias entrar, sus expresiones contrastaban marcadamente.

Uno de ellos, con una mirada seria pero comprensiva, le entregó una palangana. Era un hombre de mediana edad, con el cabello castaño cortado al ras y una expresión de cansancio permanente en su rostro. Sus ojos grises, aunque duros, mostraban un destello de humanidad.

—Orina aquí —dijo, tratando de mantener un tono neutral.

Sylvia tomó el recipiente y miró a los guardias, esperando que se dieran la vuelta para tener un poco de privacidad. Pero el otro guardia, más joven y con una sonrisa malvada, interrumpió el momento. Tenía el cabello rubio y desordenado, y sus ojos azules brillaban con una crueldad evidente. Su postura era agresiva, casi desafiante.

—¿De verdad crees que necesita intimidad? —se burló—. Es una elfa, un animal. Los animales no necesitan privacidad para hacer sus necesidades. Hazlo de una vez, elfa.

El primer guardia suspiró, claramente incómodo con la situación.

—Dale un poco de espacio —sugirió, dándose la vuelta para no mirar.

Pero el segundo guardia no se movió.

—Eres un blando —dijo con desdén—. Esta criatura no merece más deferencia que un perro.

Sylvia, sintiendo la humillación y la presión, se agachó sobre la palangana, tratando de hacerlo lo más rápido posible. A pesar de todo, las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Cuando terminó, el primer guardia se giró para recoger el recipiente y le dirigió una mirada de disculpa antes de salir de la celda, seguido de su compañero que se reía entre dientes.

Mientras los dos guardias se marchaban, Sylvia escuchó parte de su conversación.

—No sé por qué te molestas en ser tan cruel, Günter —dijo el primer guardia con voz cansada.

—Porque es divertido, Frederick —respondió Günter con una risa burlona—. Y porque esa elfa necesita saber cuál es su lugar.

Sylvia se quedó en silencio, grabando esos nombres en su mente. Frederick, el que parecía tener algo de compasión, y Günter, cuya ferocidad la aterrorizaba. Su presencia había dejado una marca en ella, una mezcla de miedo y determinación.

Después de un rato, Sylvia se levantó del catre y se acercó a la pequeña ventana de su celda. El sol de la tarde se filtraba a través de los barrotes, proyectando sombras alargadas en el suelo de piedra. Se abrazó a sí misma, tratando de encontrar algo de calor en la frialdad de la celda.

El desprecio con el que la miraban los templarios y monjes del monasterio era palpable. Cada comentario despectivo, cada mirada de odio, se clavaba en su corazón como una espina. "Soy una elfa en un mundo que no me acepta," reflexionó. "Para ellos, no soy más que una intrusa, un ser indigno."

Recordó los insultos que había oído desde su llegada: "sucia elfa", "engendro del mal", "criatura indigna". Cada palabra era como una bofetada, un recordatorio constante de que no pertenecía a ese lugar. "Me odian por lo que soy, no por lo que he hecho," pensó Sylvia, apretando los dientes. "No entienden que yo tampoco pedí esto."

Las actitudes de los templarios no eran solo de desprecio, sino también de miedo y desconfianza. Sylvia podía sentirlo en cada interacción, en cada gesto. Sabía que muchos la veían como una amenaza, un enemigo potencial que debía ser vigilado y controlado. "Si tan solo pudieran ver más allá de mi apariencia," se dijo. "Si pudieran ver que soy más que una simple elfa, que soy una persona con sentimientos y miedos."

Buscando distraerse de sus pensamientos, Sylvia decidió explorar su nuevo cuerpo más detenidamente. No había espejos en la celda, pero podía tocar su piel, sentir las diferencias. Se sentó en el borde del catre y comenzó a pasar las manos por su rostro, notando la suavidad de su piel, diferente a la que recordaba. Su cabello, largo y ondulado, se sentía extraño entre sus dedos. Lo acarició, tratando de acostumbrarse a la sensación.

Bajó las manos por su cuello y sus hombros, sintiendo cada contorno. Su cuerpo era más delgado y ágil que el de Carlos, y cada movimiento le recordaba que ya no era el mismo. Sus manos recorrieron su torso, deteniéndose en los pechos, una realidad que aún le costaba aceptar. "Esto es real," pensó, apretando ligeramente. "Soy una mujer."

Las lágrimas comenzaron a caer mientras sus manos continuaban explorando. Bajó por su cintura, notando las curvas que antes no estaban allí. Cada descubrimiento era una mezcla de fascinación y tristeza, un recordatorio constante de lo que había perdido y de lo que había ganado. "¿Cómo puedo adaptarme a esto?" se preguntó, su voz quebrada por la emoción. "¿Cómo puedo ser yo misma en un cuerpo que no reconozco?"

Justo cuando Sylvia empezaba a recuperar algo de compostura, los pasos de los guardias volvieron a resonar en el pasillo. La puerta se abrió y vio a Günter y Frederick entrar de nuevo, esta vez llevando una bandeja con algo de comida y agua. En la bandeja había un tazón de sopa aguada, un pedazo de pan duro y una jarra de agua.

—Mira, la perra tiene ganas de sexo —dijo Günter, con una sonrisa cruel al notar la expresión avergonzada de Sylvia.

Sylvia, ruborizándose de vergüenza, trató de excusarse.

—Yo... yo antes era un hombre, como ustedes. Solo estaba tratando de ver si había cambiado totalmente.

Frederick intervino rápidamente, tratando de calmar la situación.

—No te preocupes, no tienes que excusarte —dijo, con un tono más amable.

Cuando Frederick le tendió la bandeja con la comida, Günter se la arrebató y dijo con una risa burlona:

—Pon la bandeja en el suelo y come la sopa como los perros.

Frederick intentó interceder.

—Günter, no es necesario...

Pero Günter no se quedó contento hasta ver a Sylvia de rodillas, lamiendo el plato. La humillación era casi insoportable, pero Sylvia, hambrienta y sin fuerzas para luchar, comenzó a comer de la manera que se le ordenaba. El sabor de la sopa aguada era insípido y el pan estaba duro como una piedra, pero no tenía otra opción.

Finalmente, Frederick le arrebató la cuchara a Günter y se la dio a Sylvia.

—Ya la has visto humillarse, es suficiente, Günter —dijo Frederick, con firmeza.

Sylvia, con la mano temblorosa, tomó la cuchara y terminó de comer y beber el agua mientras los guardias la observaban. Una vez que terminó, los soldados recogieron la bandeja.

—Duerme bien —dijo Günter, con una sonrisa maliciosa—, mañana haremos una bonita barbacoa de elfa.

Sylvia se estremeció ante sus palabras, sintiendo el miedo como un frío gélido que se apoderaba de su ser. Günter y Frederick salieron de la celda, dejando a Sylvia sola una vez más, sumida en una mezcla de humillación, miedo y determinación.

Gracias a su fino oído de elfa, Sylvia pudo escuchar la conversación entre Günter y Frederick mientras se alejaban por el pasillo.

—¿Por qué insistes en tratarla así? —preguntó Frederick, su voz sonaba cansada y frustrada.

—¿Compasión por una elfa? —espetó Günter, su tono goteaba veneno—. Los elfos son asesinos sin escrúpulos. Torturaron y mataron a todo mi pueblo. No se merecen nada más que sufrimiento.

Frederick guardó silencio por un momento antes de responder.

—Lo sé, Günter. Esos elfos merecen todo tu desprecio, también odio lo que hicieron. Pero esta elfa parece distinta. No veo en sus ojos la crueldad que vi en los otros.

—No te dejes engañar, Frederick —dijo Günter con amargura—. Todos son iguales. Nos sonreirán y nos apuñalarán en la espalda en cuanto tengan la oportunidad.

Frederick suspiró profundamente.

—Solo digo que tal vez, solo tal vez, no todos los elfos sean así. Y si ella es diferente, deberíamos darle una oportunidad de demostrarlo.

Günter soltó una carcajada fría.

—Si eso te hace sentir mejor, sigue pensando así. Pero no esperes que yo me ablande. Esa elfa pagará por lo que su raza hizo.

Sylvia escuchó cómo los pasos se alejaban, dejando eco en los fríos pasillos de piedra. Sus palabras resonaron en su mente, y una pequeña chispa de esperanza se encendió en su corazón. Quizás, solo quizás, Frederick podría ser un aliado. Pero sabía que, mientras Günter estuviera cerca, su camino no sería fácil.

Sylvia se sentó de nuevo en su catre, su mente revuelta por lo que había oído. "Así que Günter ha sufrido a manos de los elfos," pensó. "Eso explica su odio, pero no justifica su crueldad. ¿Cómo puedo demostrarles que no soy como los otros elfos que conocieron? ¿Cómo puedo hacerles ver que soy diferente?"

La chispa de esperanza que Frederick había encendido en ella creció. "Si puedo ganarme la confianza de Frederick, tal vez pueda sobrevivir a esto," se dijo. "Necesito mostrarles que tengo valor, que puedo contribuir de alguna manera."

La mente de Sylvia trabajaba febrilmente, ideando formas de probar su valía. Sabía que no sería fácil, pero no podía permitirse caer en la desesperación. Cada pequeño acto de resistencia, cada momento de dignidad que lograra mantener, sería un paso hacia su objetivo.

Decidida a no dejarse vencer por el miedo, Sylvia se dirigió hacia los libros que había encontrado en la celda. Eran tomos antiguos, llenos de conocimientos sobre la fe y las leyes de este nuevo mundo.

—Si voy a enfrentarme a un juicio, debo estar preparada —se dijo a sí misma, tomando uno de los libros y comenzando a leer con avidez.

Cada página que pasaba, cada texto que absorbía, la hacía sentirse un poco más preparada. Encontró oraciones y leyes que podrían ser útiles, y tomó nota mental de todo lo que podría ayudarla a defenderse. "No puedo permitir que me vean como una amenaza," pensó. "Debo demostrarles que puedo ser útil, que no soy una enemiga."

Las horas pasaron y Sylvia seguía leyendo, sumergiéndose en los textos antiguos. Aprendió sobre los mandamientos de los dioses, sobre los rituales de purificación y las leyes divinas que regían ese mundo.

—Debo memorizar todo esto —pensó—. Debo ser capaz de recitarlo en el juicio, de mostrar que entiendo y respeto sus costumbres.

A medida que el cansancio la vencía, Sylvia cerró el último libro y se recostó en el catre, sus pensamientos aún girando en torno a lo que había leído.

—Soy fuerte —se dijo una y otra vez—. Voy a salir de esto.

Con esa determinación, finalmente se quedó dormida, lista para enfrentar el juicio que le esperaba.