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7 - Recuerdos y Realeza

Dizzy vestía una chaqueta celeste de cuello alto y botones dorados. Era similar a un atuendo que solía usar cuando era una niña, su atuendo favorito el cual usaba en ocasiones especiales como la gran final del derbi de caracoles (un evento anual celebrado atrás de los establos) o la inauguración de la sede de su club secreto, echo de sábanas de seda colgadas sobre una guarida de zorros abandonada.

—Podríamos ir a mi cuarto —sugirió Nic, esforzándose lo mejor que podía para mantener la voz firme y su corazón dentro del pecho. Latía tan rápido que corría el peligro de romperse una costilla.

—En privado —repitió Dizzy. Su boca se redujo a un pequeño capullo de impaciencia.

Nic sonrió. Recordaba muy bien esa expresión. Cuando se encontraba de este humor, no había manera de apaciguarla.

Sus ojos se entrecerraron y Nic borró de inmediato la sonrisa en caso de que ella pensara que se burlaba. Normalmente, intentaría derribarlo para hacerlo comer tierra. Y con gran frecuencia, sería un intento exitoso.

Luchó para evitar que la sonrisa que trataba de mostrarse en sus labios le venciera. Pero cómo extrañaba esas expresiones. Cómo sentía su corazón acelerarse al verlas frente a él como si fueran un popurrí de sus más grandes éxitos.

—Um, de acuerdo. ¿Qué te parece afuera? Hay un estanque cerca que nadie visita. —Señaló torpemente hacia una pequeña arboleda. Los árboles rodeaban un estanque cubierto de hojas de lirios acuáticos y algas. Las nubes de insectos lo hacían poco ideal como punto de reunión pero también disminuía la probabilidad de que sean interrumpidos.

Ella asintió, de manera cortante y seria, luego dio media vuelta y empezó a caminar sin esperarlo.

Nic cerró rápidamente la puerta y la siguió. Corrió para alcanzarla, después se sintió como un tonto por ir correteando tras ella como un cachorrito y bajó el ritmo a un paso más casual. Definitivamente no se sentía casual. Ella desapareció tras el follaje y Nic sintió una punzada de temor de que ya no estuviera ahí cuando llegara, así que apresuró el paso para no perderla de vista.

Sabía que estaba siendo ridículo, pero este era el momento por el que había trabajado tan duro, y en este punto no se parecía en nada a como se lo había imaginado.

Apartó las ramas de un arbusto alto, ignorando los arañazos, y la encontró esperando, mirando fijamente hacia el estanque, de espaldas hacia él.

Se detuvo y trató de calmar su respiración. Los zumbidos de los insectos se escuchaban fuertemente, sus estribillos subían y bajaban. Los anfibios croaban, uniéndose a su concierto. Este no era un lugar de belleza natural abandonado para que crezca a su antojo, era un criadero para una gran variedad de fauna poco amigable que se utilizaba en las clases de zoología. Muchos de los insectos poseían picaduras peligrosas y algunas de las ranas eran venenosas. Eran animales de los cuales era preferible mantenerse alejado, razón por la que habían sido colocados en un lugar alejado del campus principal donde cause la menor molestia e inconveniente. Justo como los Also-Ran.

—Es bueno verte de nuevo, Dizzy.

Ella se dio vuelta, sus ojos radiaban enojo.

—No me llames así. ¿Con quién crees que estás hablando?

Nic se sobresaltó un poco y retrocedió un paso.

—Lo… lo siento. No fue mi intención… ¿cómo debería llamarte?

Ella se acercó hecha una furia hacia él, su expresión enojada no cambió. Nic retrocedió tambaleándose hasta que fue devorado por un arbusto. Saltó hacia adelante cuando las espinas le pincharon. La flora tampoco era tan amigable.

Que Nic se abalanzara tan repentinamente hacia ella detuvo el avance de Dizzy y ahora fue su turno de retroceder, pero él estaba prácticamente cayéndole encima. Nic extendió las manos y la agarró de los hombros para estabilizarse.

—No me toques —dijo, apretando los dientes.

—Lo siento. —La soltó y colocó las manos pegadas a sus lados. Después a su espalda.

Se quedaron de pie cara a cara, sin decir ni una sola palabra. Los zumbidos de los insectos, los cantos de los grillos y el chapoteo de las ranas en el agua llenaron el silencio.

Nic era más alto que ella, se alegraba por eso. Su cabello era largo y lacio, también tenía una horquilla que evitaba que su pelo cubra sus rostro. Sus ojos…

—Deja de mirarme así —dijo—. Es repugnante.

Esto no se parecía en nada a lo que se había esperado. Fue derrotado antes de tener siquiera una oportunidad. Giró la cabeza, alejando la mirada.

—Eres tú la que quería hablar en privado. ¿De qué querías hablar?

Al darse cuenta de que no respondió, volvió la mirada. Vio que sus mejillas estaban sonrojadas y sus labios muy apretados, prácticamente dibujando una línea recta.

—¿Por qué estás aquí, Nic?

Nic se encogió de hombros.

—Para recibir educación. Escuché cosas buenas sobre este lugar, tienen instalaciones excelentes…

—¡Ya basta! ¿Por qué estás aquí en realidad?

Nic la miró, tenía los puños apretados y su expresión de enojo ahora parecía más de dolor. No quería discutir con ella. No quería hacerla sentir así.

—Te extrañaba. —Ella lo miró como si sus palabras no tuvieran sentido. Tal vez no lo tenían—. Significabas mucho para mí y de repente ya no estabas; no sabía qué más podía hacer aparte de seguirte hasta acá. Trabajé tan duro, por tanto tiempo; hubo días en los que parecía no valer la pena, pero no podía rendirme. No hasta volver a verte.

—Tenías razón —dijo Dizzy—. No valía la pena. No debiste venir. Lo siento si todo tu trabajo duro fue en vano, pero no es culpa mía. Este lugar… no es para ti. Yo también trabajé duro. Tengo una vida aquí. Amigos. No te necesito aquí arruinando las cosas. Jugamos cuando éramos niños. Eras el hijo de mi sirvienta, eso es todo.

Cada palabra fue como un golpe al cuerpo, que le sacaba un poco más de vida con cada impacto. Nic intentó no mostrarlo en su rostro.

—Lo entiendo. No te preocupes, no te pondré en vergüenza; ni siquiera le diré a nadie que te conozco. Solo necesitaba saber, y ahora lo hago. No seré una molestia.

—Bien. —Ella exhalo, lo cual, para Nic, sonó como un suspiro de alivio. ¿Acaso había esperado que trate de forzarla a ser su amiga? ¿Pensó que la amenazaría con revelar su sucio secreto acerca de que alguna vez jugó con un niño muy por debajo de su posición social?

Esta posibilidad no había escapado su consideración. Era la más probable, no era necesario ser bueno en estadística para saberlo, y Nic era un estadístico excelente. Pero había consuelo hasta en el fracaso. ¿Quién querría tener su final feliz a los dieciséis? ¿Qué haría con el resto de su vida?

Miró más allá de ella, hacia el estanque. Las criaturas continuaron con sus actividades diarias, para nada impresionados con el drama inconsecuente que se desarrollaba a su lado.

—¿Aún atrapas ranas? —preguntó sin pensar—. ¿Y las guardas en tus pantalones? —El recuerdo le provocó a Nic una sonrisa.

El rostro de Dizzy volvió a tensarse.

—Quiero que olvides todo sobre mí. Como si nunca hubiera pasado.

Un golpe más, directo a sus entrañas.

—Haré lo que digas, Dizzy, pero no puedes quedarte con mis recuerdos. Me pertenecen, y a ella, no a ti. Y te equivocas: valía la pena, ella lo valía.

—Y te dije que no me llames Dizzy. Solo mi familia puede llamarme así, y tú no eres parte de ella. Si tienes necesidad de dirigirte a mí, llámame Señorita Delcroix, igual que tu madre.

El golpe del nocaut. Lo había puesto en su lugar, y ese lugar era el suelo. A veces lo mejor era quedarse acostado y dejar que el réferi cuente hasta diez que luchar para ponerte de pie solo para volver a ser noqueado. Bajó la cabeza y dejó que la tristeza pase. Cuando levantó de nuevo la cabeza, ella se había ido.

«Bueno, no fue tan malo», se dijo. Por lo menos no había estallado en llanto. Y ella lo recordaba, eso era un hecho. Había dejado una marca en su vida, una que era casi tan agradable como una mancha fea en ropa blanca, pero ahora tenía su respuesta. Todo lo que le quedaba por hacer era averiguar qué hacer durante los siguientes dos años que estaría atrapado en este lugar. Algo lo picó y se dio una bofetada. Debió haber hecho eso hace cinco años.

—Eso fue intenso.

Nic se dio vuelta y se encontró a Simole de pie a unos pocos metros de distancia. No había hecho ningún ruido al acercarse lo cual no parecía posible. Estaban rodeados por plantas que formaban un muro verde y espeso, sin embargo, ella tenía una apariencia inmaculada. Nic miró a su alrededor y luego hacia arriba. «¿Acaso estaba sentada en una rama del árbol?», pensó .

—Así que ella es la razón por la que te esforzaste tanto para ser aceptado aquí. Debes estar muriendo de ganas de golpearte la cabeza por tu estupidez. Yo sería incapaz de mirarme al espejo después de haber hecho un ridículo de ese calibre. Digo, ella en verdad no tenía ningún interés. En absoluto. Ni siquiera un poco. «Llámame Señorita Delcroix». Brutal.

—No siempre fue así —dijo Nic, de pronto sintiéndose en la necesidad de defender a la chica que acababa de aplastarlo con el pie.

—Claro. Nadie nace siendo tan vanidoso. Se necesita tiempo para ejercitar los músculos correctos, para desarrollar realmente la capacidad de menospreciar a las personas. Debe haberse esforzado mucho para llegar tan rápido a tal nivel de resentimiento.

—No dirás nada al respecto, ¿verdad?

—¿Yo? No. creo que aún hay esperanza.

Nic se sorprendió.

—¿En serio?

—Dos amigos de la infancia, separados por los privilegios y el dinero, reunidos una vez más debido a que el chico se negó a olvidarse de su primer amor. Cuando lo piensas de ese modo, resulta un poco… espeluznante. Básicamente, eres un acosador —dijo Simole y tembló—. Puede que me haya apresurado, quizás víctima es ella.

—No soy un acosador.

—Técnicamente, si nos basamos en la definición del diccionario, sí, lo eres.

Otro mosquito picó a Nic y se dio otro golpe.

—¿Por qué disfrutas tanto de esto? Creo que nunca te he visto divertirte tanto como ahora. Te encanta ver a sufrir a la gente, ¿no es así?

—No lo sé. Aunque es divertido. Cuéntame más de ella, de cuando eran niños.

—Preferiría no hacerlo. Intento dejar todo eso atrás.

—Oh, quizá deba discutirlo con Fanny y Davo.

—¿Me estás chantajeando?

—No —contestó Simole—. Bueno, de hecho, sí. —Su sonrisa era malvada pero traviesa.

Nic le contó algunos de sus recuerdos más preciados a regañadientes, o tal vez no tanto. Le dijo acerca de aquella vez que rescataron a unos corderos que estaban siendo preparados para el matadero y cómo los liberaron en el bosque (todos murieron horriblemente). De la vez que se robaron tartas de fruta con una caña de pescar (ninguno salió de la cocina y la mayoría terminaron salpicando todo el piso). Aquella ocasión en que construyeron un bote grande al atar varios botes más pequeños y zarparon hacia el mar abierto (llegaron hasta la ciudad vecina antes de que una barca de la Marina Real los interceptara).

Como si rememorara en un velatorio, las historias ayudar a aliviar parte del pesar de Nic. Como si se despidiera de un amigo fallecido, lo cual hizo que empezara a sentirse mejor. No culpaba a la chica en la que Dizzy se había convertido de su tonto encaprichamiento. Dejaría el pasado atrás y agradecería la alegría que aquellos momento le otorgaron, independientemente del costo que ahora la vida le cobraba.

Simole le escuchaba y asentía, riéndose de vez en cuando pero sin decir una sola palabra hasta el final. Luego dijo:

—Es extraño lo inquieta que estaba incluso antes de verte. Casi como si se hubiese enojado a propósito para ocultar su falta de confianza en sí misma para mantener la calma frente a ti. Normalmente, las personas que usan el enojo como una máscara ocultan sus verdaderos sentimientos. Me pregunto qué expresiones ocultaba.

Justo cuando aceptaba que el anhelo de toda su vida no resultó como había esperado, las palabras de Simole lo arrojaron de vuelta al centro del pozo de confusión del que estaba a punto de salir.

—Espera, ¿qué quieres decir? ¿Estás diciendo que… ¿Qué estás diciendo?

Simole simplemente sonrió con malicia y caminó de vuelta a la casa, dejándolo boquiabierto y sin saber qué pensar.

Los días siguientes mantuvieron a Nic lo bastante ocupado para no pensar demasiado en lo que Simole había dicho. Si por alguna razón Dizzy había montado un acto o no, realmente no hacía ninguna diferencia; de cualquier modo ella no quería tener nada que ver con él. Era algo que no requería su atención inmediata. Estarían en el mismo lugar por los siguientes dos años. Si había algo más, tendría tiempo para dejar que se hiciera evidente. «Pero probablemente no hay nada», decía Nic para sí.

Con lecciones antes y después de clases, además del horario escolar normal, tenía más que suficiente para distraerse. Continuaba pasando la mayoría de las tardes en la biblioteca, pero se aseguraba de sentarse de espaldas al área central para no sentir la más mínima tentación de mirar hacia el Club Estándar. A pesar de la obsesión de toda la vida hacia la niña que conoció alguna vez, tenía otra obsesión a la cual recurrir. La biblioteca tenía libros que nunca antes había leído y tenía todo el tiempo libre que necesitaba. Además de una llave de la puerta trasera de la misma que todavía no usaba.

Las lecciones adicionales probaron ser de gran utilidad. Nic fue extendiendo lentamente sus preguntas a temas más allá de lo que aprendían en las clases, pero lo hacía de tal manera que parecían derivarse de lo que el profesor en turno trataba de explicar. Con frecuencia, los temas programados quedaban en el olvido a medida que el pequeño grupo iba entrando en un debate acerca de los aspectos más amplios, dejando a Nic con suficiente espacio para realizar preguntas muy abstrusas. Nic sabía que su tiempo era limitado. Tarde o temprano las lecciones serían canceladas y quería obtener tanta información como pudiera. Era probable que algunos de los profesores sospecharan de lo que tramaba, pero parecían disfrutar bastante de las conversaciones acerca de los temas que alguna vez los fascinaron.

La Sra. Finleaves, la profesora de Cálculos Avanzados, era una de aquellas que permitía desviarse de las lecciones que preparaba, para llegar a debatir conceptos sumamente teóricos más allá del espectro de una lección normal. Las clases de Cálculos Avanzados involucraban ecuaciones y fórmulas que conformaban los fundamentos de todo proyecto de índole estructural, desde colocar una tienda de campaña hasta erigir la torre de un mago.

—Entonces algo como, no sé, la Pagoda en el campus, ¿necesitaría el doble de lo necesario según lo establecido por el Coeficiente de Dole si se deseara atraer ondas dimensionales?

—Oh, la Pagoda. Es un edificio interesante, ¿no es así? Desearía que el Sr. Tenner me permitiera inspeccionarla desde el interior. Es muy reservado cuando se trata de lo que ocurre allí dentro. El Coeficiente de Dole no es lo único que sería necesario emplear, también habría que tomar en consideración las ondas de gravitones.

—¿Debido al esfuerzo en la matriz interna?

—¡Así es! Permíteme mostrarte la ecuación. Qué coincidencia, mi tesis trató este tema.

En realidad, no fue una coincidencia. Nic había leído su tesis y solo necesitaba que le aclararan los puntos más sutiles. La Sra. Finleaves estaba más que contenta de complacerlo.

Durante las clases normales, los Also-Ran mantenían un perfil bajo, sentándose siempre en la parte de atrás sin hacer preguntas ni llamando atención innecesaria. Los otros estudiantes los ignoraban y estaban bien con ello. Al menos el aspecto académico de las cosas procedía de manera fructífera, hasta que Nic cometió el error de hablar sin pensar.

Fue durante una clase normal de Cálculos Avanzados con la Sra. Finleaves en la que ella hizo una pregunta la cual nadie podía responder. Por alguna razón, decidió esperar hasta que alguien por lo menos lo intentara pero nadie parecía dispuesto a hacerlo.

En realidad, Nic no estaba prestando atención, todo lo explicado en la clase era material que ya había cubierto, pero cuando la profesora hizo la misma pregunta por tercera ocasión, Nic le dio la respuesta por reflejo.

Toda la clase volteó a mirarlo, y no con admiración. Se dio cuenta de inmediato de su error, pero ya era demasiado tarde. Bajó la mirada, centrándose en su libro, con la esperanza de que la Sra. Finleaves continúe con la lección y su intervención fuese olvidada rápidamente. Por desgracia, los estudiantes no estaban de humor para olvidarlo.

Fue hasta la hora del almuerzo que Nic se enteró de esto. Mientras él y los otros se encontraban sentados en su lugar de almuerzo apartado, un grupo de muchachos aparecieron al otro lado de la mesa. Todos eran compañeros de la clase de Cálculos Avanzados.

—Usted —dijo el líder, un chico alto, rubio y con el cabello peinado hacia atrás pulcramente, en el estilo aparentemente popular en Ransom, pero mucho más lustroso que bien cuidado que cualquier otra cabeza que Nic hubiese visto anteriormente. En su vida.

—¿Hm? —dijo Nic, con la boca llena de sopa.

—¿No cree que es indebido que reciban lecciones adicionales cuando ya han alcanzado al resto de nosotros? Me parece una ventaja injusta.

La media docena de chicos acompañándolo asintieron y mostraron estar de acuerdo.

La pregunta que había respondido en la clase había sido bastante básica. No fue algo para lo cual Nic necesitara lecciones adicionales puesto que había cubierto ese tema incluso antes de entrar a Ransom. En todo caso, decidió que probablemente sería de poco tacto decirle esto al chico.

—Tuvimos una clase adicional con la Sra. Finleaves esta mañana —dijo Nic, lo cual era cierto—. Habló sobre la misma pregunta entonces. Esa es la única razón por la que sabía la respuesta. —Lo cual no era cierto, pero sonaba creíble.

Hubo algunos murmullos entre los chicos. La nueva información parecía tener más sentido para ellos. Por supuesto que no era más inteligente que ellos, solo tuvo suerte.

—Ya veo —dijo el líder—. Pero no creo que estén tan atrasados al punto de tener ocupar el tiempo de los profesores con sus necesidades especiales.

Nic asintió.

—Creo que las lecciones están a punto de terminar, de cualquier modo.

No era un compromiso para hacer algo, pero pareció tranquilizar a los muchachos disgustados, quienes se fueron mientras le lanzaban algunas miradas llenas de sospecha pero nada más.

—¿Sabes quién era ése? —preguntó Davo. Nic negó con la cabeza—. Su Alteza Real el Príncipe Leovek, que ocupa el quinto lugar en la línea de sucesión al trono.

Había muchos miembros de la casa real estudiando en Ransom, la mayoría eran realeza menor. Los profesores no usaban honoríficos ni les daban tratamiento especial en las clases, aunque había alojamientos especiales para los más privilegiados de su tipo. El Príncipe Leovek tenía un lugar elevado en esa lista.

—No lo sabía —contestó Nic, sin saber realmente qué hubiera hecho diferente de haberlo sabido.

—Debes tener cuidado —dijo Davo—. La gente como él tienen al Servicio Secreto siguiéndolos a todos lados. Un paso en falso y desaparecerás más rápido que una doncella embarazada.

Nic miró alrededor, buscando señales del Servicio Secreto. Desde luego, sabía de ellos —hombres y mujeres altamente entrenados a cargo del bienestar de las personas más importantes de las personas más importantes— pero nunca los había visto en carne y hueso. Tampoco veía a ninguno ahora.

Fanny también miraba alrededor.

—¿Dónde están?

—No se quedan a plena vista —dijo Davo—. Los he visto en la tienda de mi padre cuando los nobles más importantes la visitaron. La tienda principal en la capital, ¿saben? —Negó con la cabeza ante los rostros sin expresión—. En verdad necesitan salir más.

—¿Cómo eran? —preguntó Fanny.

—Bueno, no los he visto, solo los sentí. Como sombras.

Parecía una historia fantasiosa, pero eso no significaba que fuera falsa. Con el Servicio Secreto alrededor o no, Nic sabía que le convenía evitar conflictos con alguien en una posición tan alta y se comprometió a mantenerse tan desapercibido como fuere posible.

Para su mala suerte, la Sra. Finleaves tenía otros planes. En la siguiente clase de Cálculos Avanzados hizo otra pregunta muy sencilla, al menos sencilla para Nic, a la cual le siguió un silencio sepulcral una vez más. Nic no iba a cometer el mismo error dos veces así que mantuvo la boca cerrada.

Pero la Sra. Finleaves se sintió frustrada por la aparente falta de disposición que sus estudiantes mostraban para cooperar. El que toda la clase no tuviera conocimiento de unos principios básicos hablaba mal de sus métodos de enseñanza.

—Sr. Tutt, quizá pueda contestar esta pregunta como en la clase anterior. —Era evidente que intentaba usar a Nic para avergonzar a la clase. Que la vergüenza de que un Also-Ran sea más inteligente que ellos los motivaría a esforzarse más en sus estudios, sin duda alguna sería lo que pasaba por la mente de la profesora. Nic sospechaba que la vergüenza los motivaría a tomar un rumbo de acción totalmente diferente.

Desde luego, sabía la respuesta. Podría haber dado tres métodos diferentes con citas y referencias completas. Pero eso no hubiera terminado bien.

—Ah, en realidad no estoy… —Nic miró hacia un lado. Davo movía lentamente la cabeza de lado a lado. Miró hacia el otro lado, donde Simole lo ignoraba por completo. Estaba ocupada dibujando algo en su cuaderno. Parecía un dragón con humo saliendo de sus fosas nasales.

—¿Sr. Tutt?

Debió haber dicho que no lo sabía, pero tal acción iría tan en contra de su manera de pensar que le pareció imposible de realizar.

—¿El tercer algoritmo de Nestor? ¿X menos el tercer cuadrante? —contestó, tratando de hacer sonar su respuesta tan vaga e insegura como fuese posible.

Davo se cubrió la cada con las manos.

—Correcto. ¿Alguien puede explicarme por qué un estudiante nuevo puede saber la respuesta, mientras una clase entera de estudiantes Ransom no puede hacerlo?

El Príncipe Leovek se paró al frente de la clase. Parecía un poco ruborizado alrededor de las orejas, notó Nic.

—Quizás se deba a que ha recibido lecciones adicionales —dijo de modo un tanto arrogante.

—Puedo asegurarle que no he cubierto ninguno de estos temas en nuestras clases de refuerzo. Es parte del material básico con el cual esperaría que todos ustedes estuvieran familiarizados. Al parecer no es así. Ahora, por favor tome asiento.

El tono de la profesora no ayudaba, pero Nic no podía pensar en qué decir sin que sus palabras no empeoraran las cosas.

El Príncipe Leovek no se sentó. Caminó con pasos airados hacia la parte de atrás del salón y apuntó con el dedo a Nic.

—Te exijo que te niegues a recibir más lecciones adicionales fuera del horario escolar.

No es que Nic esperara que las clases continuaran para siempre. Si iba a prevenir más momentos desagradables, Nic estaría feliz de seguir la orden de cese. Sin embargo, antes de que pudiera acceder, Simole habló.

—Las lecciones adicionales terminarán cuando los profesores lo decidan, no cuando tú lo hagas.

Se escuchó un grito sofocado. El rubor del Príncipe Leovek se mudó de las orejas hasta el frente de su rostro consternado.

—Bien, es suficiente —dijo la Sra. Finleaves—. Vuelvan todos a sus asientos.

El Príncipe era el único fuera de su asiento, y no estaba listo para volver a ninguna parte.

—Harás lo que yo ordene y puedes decirle a tu puta…

Estaba de espaldas a la clase, pero Nic pudo ver porqué dejó de hablar repentinamente. Su boca se había cerrado con tanta fuerza que parecía que sus labios habían sido sellados con cera. Sus ojos se movían de un lado a otro en sus órbitas, con total confusión, pero el resto de su cuerpo no se movía. Como si estuviera encerrado en una estatua hecha de su propio cuerpo.

Después de desplomó de rodillas al suelo. El crujido sonó fuerte y doloroso, pero su boca se mantuvo cerrada, apenas emitiendo un ligero gemido. Luego su cabeza se aceleró hacia adelante con los brazos pegados a sus costados y su frente golpeó el piso con un sonoro impacto.

Simole continuó dibujando mientras el Príncipe se inclinaba frente a ella.

—Acepto tu disculpa —dijo sin siquiera mirarlo.

La puerta del salón de clases se abrió bruscamente y tres hombres aparecieron. No entraron exactamente a través de la puerta, al menos no de manera que haya sido visible, simplemente estaban ahí de repente. Eran muy altos, vestían de negro del cuello para abajo, y tenían máscaras, cada uno de un color diferente, que cubrían la mitad superior de sus rostros y la mayor parte de su cabello. También tenían espadas, dos cada uno, sujetos a sus espaldas.

Corrieron hacia el fondo del salón, el de máscara roja iba delante del de máscara blanca y verde. Se detuvieron justo detrás del Príncipe, que seguía en posición inclinada, y miraron a Simole.

—Si fuera tan amable, mi señorita. —Su voz era profunda y poderosa, pero extremadamente respetuosa.

Simole asintió con la cabeza y el cuerpo del Príncipe se aflojó visiblemente. Tan pronto como se le devolvió el control de su cuerpo, se levantó, su frente estaba aún más roja que el resto de su cara, y empezó a gritar:

—¡Arréstenla! Quiero que la arrojen a una prisión. ¡Ahora!

Sus exigencias se hicieron más ruidosas e insistentes mientras más eran ignoradas. Los tres hombres, que parecían ser capaces de matar a todos en el salón sin sudar ni una gota, no se movieron en absoluto para aprehender a Simole.

—Me temo que eso no será posible, Su Alteza —dijo el de rojo.

—¿Qué? —Ahora estaba más furioso con su guardaespaldas de lo que estaba con Simole—. Te estoy dando una orden; no me importa qué…

Esta vez, quien calló al Príncipe fue su propio hombre. Colocó una mano en el cuello del Príncipe y éste cayó inconsciente. El hombre lo levantó y colocó sobre su hombro antes que pudiera tocar el suelo y salió, seguido de los otros dos hombres. Una vez que se fueron, cerrando suavemente la puerta tras salir, el salón estalló en parloteos.

—¡Basta! ¡Es suficiente! —La Sra. Finleaves alzó la voz, tratando de restaurar el orden y fracasando en el intento. Solo la campana señalando el final de la clase evitó que se desatara un pandemonio, y solo debido a que Simole se puso de pie. Hubo un silencio inmediato, como si un trapo húmedo cayera sobre una sartén en llamas a la vez que todos en el salón la miraban dirigirse a la puerta y salir. Y después, el alboroto continuó al instante.

Hubo una clase más ese día y el recuento de los eventos se había extendido tanto que había un parloteo constante. El Sr. Coolpo se vio desconcertado por la falta de concentración de sus estudiantes durante su clase de Análisis Económico y, como un ordenancista estricto, comenzó a repartir detenciones rápidamente, lo cual llevó a cierto orden. Simole continuó distraída, o al menos lo aparentaba, aunque debió haberse dado cuenta del efecto que causaba.

Cuando volvieron a la casa de campo, ella simplemente entró a su habitación sin decir una sola palabra sobre los eventos del día.

—Eso fue magia —dijo Fanny—. Estoy seguro de que lo fue.

—Por supuesto que lo fue —dijo Davo—. No necesitas tener a un mago por padre para saberlo. La pregunta es, ¿cómo es que pudo hacerlo?

Los tres estaban en el cuarto de Nic, discutiendo en voz baja lo que habían presenciado.

—No es algo desconocido —dijo Fanny—. A veces hay quienes nacen con ello.

—Sí —contestó Davo—, entonces, ¿por qué se esperó hasta ahora para empezar a estudiar en Ransom? A las personas de ese tipo las adelantan, ¿no? La habrían hecho saltarse algunos años y puesto en el Colegio Real a este punto. ¿Dónde ha estado todo este tiempo?

Fanny se encogió de hombros.

—Y oíste cómo le habló el tipo del Servicio Secreto. ¿Son así de corteses con todos?

Ambos voltearon a ver a Nic, quien se encontraba sentado con un libro en abierto en la mano, en la silla de cuero que Davo había provisto.

—¿Qué opinas, Nic? —le preguntó Davo.

Nic suspiró.

—Que ése fue el final de nuestras lecciones privadas. Parece que estaremos por nuestra cuenta a partir de ahora.

Autor: V. Moody

Traducción: Sin Especialidad

Fecha de publicación del siguiente capítulo: 27/02/2021

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