—¡Que te jodan! —Nikolai se llevó una mano a la cara con la intención de herirlo y comenzó a alejarse furioso, con las manos apretadas en puños.
Román lo observaba con la sonrisa más maliciosa y los ojos entrecerrados. Nadie podía saber qué pasaba por la mente del alfa, pero definitivamente no era nada bueno. Su mirada era dañina.
Adeline subió al segundo piso con César, y al llegar a la puerta del dormitorio principal de César, se detuvo, su expresión decayó.
Vio a César abrir la puerta, y en cuanto el interior de la habitación se hizo visible, algo en ella se sacudió. La sensación de que su corazón se hundía en el estómago era nauseabunda, y ella sabía por qué.
César se dio cuenta de que algo no estaba bien con ella y se giró, levantando una ceja en perplejidad. —Adeline, ¿estás bien?
Adeline asintió en respuesta, y sus pestañas parpadearon vigorosamente mientras tragaba. —Estoy… estoy bien.
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