—Shi Qian, creo que brillarás con luz propia en el futuro. Sin embargo, este camino no es necesariamente un mar en calma. Podría estar lleno de espinas. Por eso, no puedes confiar en nadie —dijo—. Un contrato es algo muy importante. Con solo dos palabras mías, ni siquiera lo miras y firmas tu nombre. ¿Qué harás si te vendo?
Shi Qian abrió la boca, pero no salió ninguna respuesta.
Entendió las buenas intenciones del Profesor Ouyang.
Era todo por su bien.
—La fama es una arena cruel. Es un lugar donde no puedes confiar en nadie más que en ti mismo. ¿Entiendes? —preguntó el profesor.
—Entendido —respondió ella.
—Llévate este contrato y léelo con atención antes de firmarlo —le aconsejó.
—Sí —Shi Qian lo tomó de inmediato.
—Vete.
—Adiós, Profesor Ouyang —se despidió Shi Qian.
Shi Qian se llevó el contrato y volvió al dormitorio.
Sintió que el viento era cálido.
El sol brillante la iluminaba. La sonrisa en sus labios era muy luminosa.
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