A la mañana siguiente, recibo muchas acusaciones de pervertido. Y mucha pasión. A cada una, le dije que tenía una sorpresa para ellas por la mañana. Les he dejado la ropa interior que compré para ellas.
La de Ma Lang hace juego con el vestido de sirvienta. Un tanga negro y unos sujetadores negros y blancos. De encaje. Semitransparentes. Se pone a cuatro patas después de ponérselos. Dejándome que haga con ella lo que quiera.
Los de Liang son un tanga también negro y un sujetador diminuto. Apenas le cubre los pezones. Hacía tiempo que no la veía avergonzada. Aunque se los ha puesto. Me ata como venganza. Y es un tanto salvaje. Aunque no se olvida de besarme.
Los de Shi y Song son parecidos a los de Liang. Aunque de diferente color. Y se ve diferente en los diferentes pechos. Sus miradas son acusadoras. También me atan.
–Te lo mereces. Así aprenderás la lección– me acusa Song.
–Ji, Ji. Tu justo castigo– sentencia Shi.
Aunque no son menos apasionadas. A las dos también se las ve algo avergonzadas. Más que cuando están desnudas. Ha valido la pena.
Para Hong y Shun, bragas de encaje semitransparentes y sujetadores a juego. Aunque estos abiertos en sus pezones. Para fácil acceso. Aunque se quejan, me dejan chuparlos, lamerlos y morderlos. Entre gemidos.
Los de Wan son sujetadores y bragas que solo contienen el contorno. Por dentro, están vacíos. Nada de tela.
–¿Esto no es muy atrevido?– se mira cuando se los pone.
–Mucho– aseguro, acercándome.
Cojo uno de sus pechos. Ataco su entrepierna. Y pronto se olvida de sus reticencias.
Los de las gemelas son bastante conservadores. Si no fuera porque se transparentan al mojarse. Yu me muerde cuando se da cuenta. Duele.
–Te lo merece– me acusa –. ¡¡Aaahh!!
Su hermana los inspecciona con curiosidad. Creo que le ha hecho gracia. Se tira un poco de agua. Mojándolos.
–Pervertida– la acuso mientras me follo a su hermana, ella sentada sobre mí.
Me saca la lengua. Luego se la pasa por los labios provocativa. Cuando llega su turno, le doy una lección. Que parece haber buscado. Me besa sonriendo cuando acabamos.
Los de Hai son como los de las gemelas. Al principio, parece un tanto decepcionada. Se excita cuando se da cuenta de la función extra.
Para Rong y Ning, similares a los de Liang. Muy exagerados con sus enormes pechos. Muy sugerentes. A Ning le encantan. Rong más bien parece querer quejarse.
Para Rui y Bronceada, una ropa interior deportiva. Me parece muy sexy en ellas. Y parecen sentirse cómodas. Aunque les baje las bragas y suba los sujetadores para follarlas.
Al final, acabo llegando a hacer las copias más tarde de lo normal. Me he entretenido demasiado. No me arrepiento de nada.
Cabe decir que Wei está monísima con la ropa a juego con la de su madre. La han vestido así a la hora de comer.
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Después de comer, estoy practicando el nuevo método de mover el qi. Esta vez, con la ayuda de Song. Para intentar iniciar la técnica de Bastón Fantasma con el qi del impacto. No lo acabo de lograr. Aunque noto que me acerco.
–No pensarías que lo ibas a conseguir antes que nosotras, ¿verdad?– me provoca ella.
Ellas están en una situación parecida. También lo están aprendiendo. Tienen menos qi para practicar. Aunque quizás más tiempo. Le sonrió.
–¿Y qué harás si lo consigo?– le pregunto, retándola.
–¿Qué harás si no lo consigues?– me devuelve ella la pregunta –. Oh… Te has salvado, por ahora. Hasta luego.
Señala a la puerta. Es Ai. Le tocaba venir hoy. Envío de vuelta a una arrogante Song. Le encanta jugar así.
Ai está seria, como siempre. Y, como siempre, sonríe cuando entra. Me abraza. Me besa. Sus voluminosos pechos se aprietan contra mí. Sus nalgas son estrujadas por mis manos.
Me separo un momento de ella. Le muestro una cinta de tela.
–¿Puedo ponértelo un momento?– le pido.
–¿Qué tramas?– responde suspicaz.
–Nada bueno– le susurro en el oído.
–Ummh. Haz lo que quieras…– se hace de rogar. Aunque puedo notar que tiene curiosidad.
Le vendo los ojos. Le quito la ropa despacio. Y acaricio un poco su piel. Con qi.
–¡Aaah! ¡Eres un pervertido!– protesta.
Aunque ni se mueve ni se quita la venda. Se queda de pie. Esperando.
Parece extrañada cuando deslizo algo por sus piernas. Y ajusto las bragas de encaje rojas. Luego unos sujetadores enormes para sus pechos. Está preciosa. Saco un espejo y lo pongo frente a ella. Le quito la venda.
–¿Qué opinas? Esa chica de ahí es realmente atractiva– señalo su imagen del espejo.
–Kong… Pero yo…– quiere protestar.
Supongo que quiere decir algo así como que es una esclava. Que esa ropa no debería comprarla para ella. Le pongo un dedo en sus labios.
–Shhh. Aún no he acabado– le revelo, volviéndole a poner la venda.
–Pero, Kong, no deberías…– aún quiere quejarse.
–Quería verte con eso. Estás preciosa. ¿No me vas a permitir el capricho?– le pido, besándole el cuello.
–Haz lo que quieras…– se rinde –¿Qué estás haciendo ahora?
–Ya lo verás.
Me cuesta un poco más ponerlo el vestido. Tengo más práctica en quitarlos. Finalmente, lo consigo. Y le quito la venda. La veo mirar la imagen sin saber qué decir. ¿Quizás no se reconoce? Está preciosa.
Es un vestido largo rojo. Con tirantes. El escote es modesto. Aunque sus voluminosos pechos se hacen notar. Está ligeramente abierto por debajo. Por los laterales. Por debajo de las rodillas.
–Kong… Esto…
–Lo vi, y quería vértelo puesto. Es tuyo– le aseguro.
–Pero yo no puedo…– vuelve a querer quejarse.
–Es un regalo. Te lo guardaré por ahora, pero es tuyo. Pídelo cuando quieras ponértelo.
–Kong…– vuelve a pronunciar mi nombre.
Esta vez, su voz tiembla. Y sus ojos se humedecen ligeramente
–Además, quería tener sexo contigo vestida así– le confieso.
–¡Pervertido!– me acusa.
Aunque, gracias a ello, parece haber recobrado el control de sus emociones. Debe de ser la primera vez que va vestida así.
Me besa apasionadamente. Aunque con cuidado. Creo que teme romper el vestido. De todas formas, acabo logrando que lo olvide. Apartando pero no quitándole la ropa interior. Subiéndole la falda. Apartando los tirantes y bajándole la parte de arriba. Ella sentada sobre mí. Yo estrujándole mucho sus enormes pechos. Me encantan. Besándola mucho.
–Guárdalo bien– me besa cuando acabamos –. También has comprado para las demás, ¿verdad?
–Sí– reconozco. Me conoce bien.
–¿Qué otra cosa se podía esperar de un pervertido como tú?– gira la cabeza para no mirarme, falsamente enfadada.
–¿Quieres verlos?– la tiento.
–¡Claro!
–Pero no les digas nada– le recuerdo.
–¿¡Quién te crees que soy!?– casi se enfada.
Le muestro el de Shu. Luego el de Ken, que mira con curiosidad. Ríe cuando le explico. También los de Sai y sus hermanas. Y le describo el de Pen.
No nos da tiempo para mucho más. Se quita el vestido y lo dobla con cuidado.
–Guárdalo bien. ¿Podrás lavarlo?– me pide, sobre todo refiriéndose a la ropa interior.
–No te preocupes. Tengo ayuda– le aseguro.
–No les digas que es mío– me amenaza.
La beso. No se lo prometo. Las chicas ya lo saben. Ma Lang se encarga de lavarlos.
Ella se marcha sonriendo. Aunque cambia su expresión en cuanto sale. Es triste que tenga que hacerlo. Pero es mejor que no la vean sonreír. Aunque ahora están mejor, siguen siendo esclavos. Es mejor que no llamen la atención.
Por supuesto, también he absorbido un poco de su yin. Para reforzar mis riñones. Y la he ayudado con su cultivación. Aunque no demasiado. No puedo hacerlas subir muy rápido.
Luego, llamo a Liang, Song y Shi. Me lo han exigido. Tengo que contarles todos los detalles. Bueno, los más íntimos me los perdonan. Pero sí quieren saber cómo ha reaccionado. La echan de menos. Todas ellas la conocen. Y eran amigas.
Como yo, están deseando que llegue el día que puedan hablar con ellas sin problemas. Cuánto deseo secuestrarlas.
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Al día siguiente, entreno con Shi. Y es Shu la que viene. El vestido y la ropa interior son similares a los de Ai. Aunque de un color verde oscuro. Con menos pecho y más culo.
También se emociona. El sexo es un poco más apasionado. Y también tengo que enseñarle la ropa de las demás.
–Maldita Ai. No me ha dicho nada– se queja, aunque no hay realmente rastro de enfado.
–No le digas nada a Ken– le recuerdo.
–Claro que no. ¿Quién te crees que soy?– repite la misma frase que su amiga el día anterior.
Y se ríe. Nos reímos los dos. Se queja de que no le ha dicho nada, y piensa hacer lo mismo. Me besa. Mientras acaricio sus abundantes nalgas. Y me acusa de pervertido. Hasta que de nuevo, tengo que verla marchar. Suspiro.
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–Póntelo. Quiero ver cómo te queda. Es para ti– saco el vestido y la ropa interior.
–¿Para mí?– pregunta Di Tao con curiosidad y sorpresa.
–Eso he dicho. ¿Te lo vas a poner?– insisto.
Me dan un poco ganas de reír. La forma en que lo coge. Especialmente la ropa interior. Se empieza desnudar.
–¡No mires!– protesta.
–Vale, vale– me giro.
De verdad, no lo entiendo. La he visto desnuda muchas veces. Y la he sodomizado. Pero no me cuesta nada respetar sus deseos.
–Estas bragas están mal. Solo tapan la parte frontal. La parte de atrás…– se queja, aunque no acaba la frase.
Quizás se ha dado cuenta. Aunque se lo aclaro igualmente.
–Son así. De esa forma, puedo penetrar tu culo sin quitarlas.
–Eso es… muy…– vuelve a no acabar la frase, en voz muy baja –. Los sujetadores también…
Se puede decir que les falta la parte de arriba. Sostienen sus pechos, pero dejan la parte de arriba libres. Incluidos sus pezones. No dice nada más. Puedo oír como se viste.
–Ya… está– anuncia finalmente. Parece algo titubeante.
Me giro. La miro. Por delante es un vestido normal de cuerpo entero. Quizás un poco escotado. Y algo corto.
–Date la vuelta. Déjame verte– le pido.
–Pervertido– apenas la oigo decir. También está un poco roja.
Por detrás, no hay nada. El vestido solo cubre la parte delantera. Se ven sus bragas especiales. La parte de atrás de su sujetador. Y algunos cordeles para sujetar el vestido. Muy sexy.
Me acercó por detrás. Meto mis manos entre el vestido. Ataco sus pezones y su vagina. Con qi.
–¡¡Aaaahh!!– gime, con sorpresa y deseo.
No se resiste. Ni cuando la llevo hasta la mesa. La hago recostarse sobre ella. Su culo contra mí. Manoseando uno de los pechos que está contra la mesa. Besando su oreja. Acariciando su clítoris.
–Abre más las piernas– le ordeno.
Obedece. Siempre es muy obediente. Penetro su ano con un dedo. Añadiendo lubricante. Y qi.
–¡Aaaah! Más…
Como me pide, la penetro con mi miembro cuando acabo de lubricarla. Resulta excitante sodomizarla vestida. Sin quitarle sus bragas, que no cubren su ano. Aunque sí se van mojando por lo que segrega su vagina. Es una tentación desvirgarla. Pero no puedo hacerlo.
La follo a veces agarrando sus nalgas. A veces, tentando su clítoris. A veces, jugueteando con sus pechos entre las ropas. Con sus pezones. Besando sus orejas. Su cuello. Acariciando su espalda descubierta. Empujándola contra la mesa cada vez que llego hasta el fondo.
Me dejo llevar. Corriéndome varias veces en su culo. Llevándola al orgasmo cada vez. Agotándola.
La llevo hasta la cama cuando la lleno por última vez. En brazos. Sin resistencia. Agotada. La dejo apoyarse en mí hasta que recupera el aliento. Pronto tendré que irme. No suele ser buena idea quedarme hasta la mañana. Mejor si nadie me ve.
–Llévate el vestido. No puedo quedármelo, lo siento– me pide entonces.
Hay tristeza y disculpa en su voz. Parece que querría quedárselo.
–¿Por qué?– pregunto, extrañado.
–Él revisa mis pertenencias. Es muy posesivo. Mejor que no lo vea– confiesa.
Es posesivo y quiere matarla para quedarse con su amante. Vaya escoria. Bueno, no puedo obligarla. Ni quiero meterla en más problemas de los que tiene.
–Es tuyo. Te lo guardaré, pero me lo puedes pedir cuando quieras. Lo llevaré siempre que venga a verte– le aseguro.
–Vale…– acepta, esta vez con timidez.
Me quedo con ella hasta que se duerme. La beso en la frente antes de irme.
–Algún día, te haré mía del todo– le prometo antes de marcharme, aunque no pueda oírme.