Roxana se dirigía a casa temiendo que su cuerpo cediera al sueño antes de llegar al barco. Debería haber dormido una siesta más larga antes de ir a su turno de noche. Ahora, a primera hora de la mañana, todo en lo que podía pensar era en el colchón que la esperaba en casa. Cuando llegó al muelle, el tío Benedicto ya estaba preparando sus herramientas para pescar.
—¡Tío Ben! —le saludó con la mano—. Buenos días.
Él se giró. —Buenos días, Rox. ¿De dónde vienes?
—Tomé el trabajo como me dijiste —dijo ella.
—Estoy orgulloso de ti —sonrió él.
Si tan solo supiera, no lo estaría. Ella no era Rox y estaba cansada de mudarse todo el tiempo, de conocer gente buena, de mentirles solo para mudarse otra vez. Amaba este pueblo, a pesar de todos los problemas. Aquí había conocido a las mejores personas.
—Te haré sopa de pescado —dijo él.
—Voy a dormir ahora —ella no quería que se moleste en alimentar a alguien como ella.
—Anda a dormir y descansa. Vendré con la sopa una vez que despiertes.
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