Angélica se recostó en el banco sin tener energía para levantarse y hablar con él hoy. No tenía ganas de hacer nada. Solo había vacío dondequiera que mirara. Pero mientras seguía ignorándolo, de repente pensó en Guillermo y se irguió. ¿Sabía algo? ¿Hizo algo a su hermano? Si fue a su casa, ciertamente sabía que tenía un hermano.
Levantándose de su asiento, fue a escuchar lo que tenía que decir. Cuando se trataba de su hermano, ella era su única y verdadera protectora. Él no tenía a nadie más que a ella.
—Buenas tardes, Mi Señora —la saludó.
—Buenas tardes.
—Te ves exhausta —señaló.
—Bueno, he estado un poco enferma.
Él frunció el ceño.
—Entonces, ¿has estado pensando en mi oferta?
—Realmente no entendí tu oferta, Mi Señor. No sé qué esperas de mí. Siendo la esposa de un demonio, tienes que entender que no confío en ti.
—¿Todavía piensas que quiero hacerte daño porque estás con un demonio?
—No tengo razón para pensar lo contrario.
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