—Eduardo... detente... ¡estamos afuera! —protesté pero mis gemidos no lo hicieron convincente.
—No hay problema si eso te preocupa. No hay nadie alrededor... —dijo Eduardo, desestimando mis preocupaciones.
—Te encanta esto, ¿verdad? Te gusta un poco brusco y crudo... —susurró Eduardo mientras sus labios calientes seguían chupando mi pezón.
—Ah... Eduardo... —gemí sin poder responder ni refutarlo.
—Mira, tus pezones se han puesto tan duros e hinchados —dijo Eduardo mientras cambiaba su boca para provocar mi otro pezón.
—¿Qué tan húmeda tienes que estar para empapar tus jeans, Natalia? —dijo Eduardo mientras me sonreía. Su mano presionando contra mi entrepierna.
—Eduardo, detengámonos... hagámoslo dentro... —susurré. Mi cabeza ya se sentía mareada con el calor de nuestra pasión.
—¿Realmente puedes detenerte? —preguntó y no pude responder ni discutir con él.
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