Parte Séptima, Capítulo Decimoquinto.
Mifune observaba a Sumire con una serenidad calculada. La joven, quien vestía un sencillo vestido violeta y medias blancas que resaltaban su piel pálida, parecía demacrada, con las marcas de su reciente sufrimiento aún evidentes en su postura encorvada y el brillo apagado de sus ojos.De pie, frente a todos en la habitación, ella no alzaba la mirada, manteniendo sus ojos fijos en el suelo, como si cargara con un peso que no podía compartir. A su lado, Tsunade mantenía una expresión grave, pero controlada, consciente de que cada palabra que dijera debía ser cuidadosamente seleccionada.— La niña está en recuperación. — Dijo Tsunade con tono firme, sus ojos moviéndose brevemente hacia Mifune. — El estado en el que la ves es resultado de su exposición a la luna, y por eso hemos dispuesto esta habitación para que reciba luz fresca durante el día y luz artificial por la noche. No es algo de lo que tomemos a la ligera.Mifune, a pesar de su compostura acostumbrada, dejó ver un rastro de duda al fruncir ligeramente el ceño. Aunque no apartaba la mirada de Sumire, su voz sonaba cortante cuando habló:— ¿Me estás diciendo que esto no es algún tipo de broma? — Preguntó, aunque su tono dejaba claro que esperaba más de lo que se le estaba mostrando. —Tsunade negó con la cabeza, no con brusquedad, sino con una seriedad inquebrantable. Giró ligeramente la vista hacia Akita, quien estaba al lado de Sumire, con una mano descansando sobre el hombro de la joven en un gesto protector.Akita, con su cabello castaño ligeramente despeinado y el uniforme de médico que usaba, proyectaba una mezcla de fuerza y preocupación. A su lado, su fiel perro, reposaba tranquilamente sobre la cama detrás de ellas, como si comprendiera la tensión de la escena.— Akita es otra sobreviviente de los portales. — Explicó Tsunade. — Ella puede corroborar lo que estamos diciendo.Akita inclinó su cabeza en una reverencia respetuosa hacia Mifune, sin apartar su mano del hombro de Sumire. Cuando se enderezó, su mirada estaba fija en el samurái con una expresión seria, casi desafiante, mientras se presentaba.— Soy Akita. Mi cargo en la misión fue proveer apoyo médico y tecnológico. — Dijo con un tono claro, pero también con una cautela que revelaba que no todo podía ser compartido tan fácilmente. —No mencionó su apellido, un detalle que no pasó desapercibido para Mifune, quien la observaba con una mirada analítica, buscando cualquier rastro de engaño en sus palabras.El silencio que siguió fue denso, solo roto por el sonido casi imperceptible del perro de Akita acomodándose más en la cama. Mifune no respondió de inmediato, evaluando cada gesto, cada palabra.Akita tomó aire con cuidado antes de continuar, consciente de la gravedad del momento.— Sé quién es usted, Mifune-dono. — Dijo Akita, su tono ahora más directo. — Aunque no esperaba que fuera tan pronto, sabía que esta reunión sería inevitable en algún momento.Mifune entrecerró los ojos, su ceño fruncido revelando una preocupación más profunda. El aire en la sala se volvió aún más tenso, y su pregunta fue más una demanda de explicaciones.— ¿Esperabas hablar conmigo? ¿Por qué? — Su voz cortaba el ambiente, cargada de la autoridad que venía de alguien que había visto mucho más de lo que quería admitir. —Akita tragó saliva, pero no desvió la mirada. Sabía que no podía mostrarse débil ante él.— Esperaba que las circunstancias de las otras aldeas se volvieran... incontrolables. — Dijo Akita, con un tono firme, pero que no podía ocultar la implicación detrás de sus palabras. —Mifune se enderezó de inmediato, como si la gravedad de la situación acabara de volverse mucho más clara.Sus ojos, que hasta entonces habían sido fríos y calculadores, mostraron un destello de alarma ante la posibilidad de una amenaza que podría extenderse más allá de Konoha. Las palabras de Akita resonaban con un eco de advertencia, y Mifune entendía que lo que ocurría allí no era un asunto aisladoMifune mantuvo los ojos abiertos, tratando de ocultar cualquier rastro de sorpresa o nerviosismo. Su semblante seguía siendo el de un hombre calmado y en control, pero algo en la atmósfera lo incomodaba, como si la verdad que estaba a punto de escuchar fuera mucho más de lo que esperaba.Sumire, aún con la cabeza baja, se atrevió a hablar por fin, su voz apagada, pero llena de respeto.— Soy Sumire. — Dijo, evitando mencionar su apellido con un tono deliberadamente controlado, como si cada palabra fuera cuidadosamente medida. — Según las reglas del pergamino, no puedo decirle mi apellido, excepto a la Hokage. — Hizo una ligera pausa, levantando la mirada por un momento hacia Mifune. — No quiero que esa información se utilice para malos fines.Mifune la observó detenidamente, sus ojos explorando cada rasgo de la joven mientras ella levantaba lentamente el rostro.Su aspecto demacrado, combinado con su seriedad y la calma en su tono, le hizo entender que no se trataba de una niña cualquiera. Aunque su postura denotaba vulnerabilidad, había algo más profundo en ella, algo que Mifune no podía ignorar.Sumire inspiró profundamente, como si se estuviera preparando para soltar una verdad que pesaba sobre sus hombros.— Los portales... — Comenzó, su voz apenas un susurro que llenó la habitación con su carga emocional. — Una amenaza apareció no solo en Konoha, sino en varios lugares más. Los adultos de mi época no tuvieron opción. Se vieron obligados a abrir el pergamino que nos trajo aquí... hasta su tiempo.Mifune frunció el ceño ligeramente, su mano apretando la funda de su espada como una forma inconsciente de mantener la compostura. Era un hombre de disciplina, pero lo que Sumire decía era algo que ni sus años de experiencia podían haber previsto.— Las personas que aparecieron muertas en la Tierra del Hierro... sí eran de Konoha. — Sumire bajó la mirada por un momento, un brillo de tristeza en sus ojos al recordar lo sucedido. — Muchas más personas de Konoha se encuentran dispersas, y el Hokage ordenó que un grupo de Shinobis fueran de incógnito para controlar los portales y tratar de salvar a las personas para que no fueran tragadas hasta perecer.Tsunade, quien hasta ese momento había permanecido firme, no pudo evitar mostrar una expresión de sorpresa.Esa era información nueva para ella, y su reacción no pasó desapercibida para Mifune, quien rápidamente desvió la mirada hacia la Hokage, notando que incluso la líder de Konoha no estaba completamente al tanto de la situación.Los ancianos asesores, Koharu y Homura, intercambiaron miradas rápidas, claramente desconcertados por lo que estaban escuchando.Su expresión de desconfianza se intensificó, y su atención se centró en Sumire. Al notar las miradas inquisitivas de los dos ancianos, Sumire inclinó la cabeza en una profunda reverencia, reconociendo el peso de la situación.— Lamento si mis palabras no resultan creíbles... — Dijo Sumire con una mezcla de humildad y pesar, sus ojos volviendo a fijarse en el suelo. — Sé que soy joven, y que no tienen razón para confiar en mí. Pero lo que digo no lo hago solo por los niños que me acompañan... lo hago para evitar que esto se repita.Mifune permaneció en silencio, observándola mientras procesaba lo que ella le decía. Sumire levantó la vista una vez más, sus ojos llenos de determinación.— No tengo intención de revelar nada innecesario sobre el futuro... pero estoy dispuesta a colaborar con usted, Mifune-dono, para que pueda avisar a las otras aldeas de lo que está ocurriendo. Solo le pido que lo haga con discreción, por el bien de todos.El silencio que siguió fue absoluto. Los ancianos no sabían cómo reaccionar ante tal declaración, y la Hokage seguía con la mirada fija en Sumire, evaluando la veracidad de sus palabras. Mifune, por su parte, estaba estupefacto.La información que acababa de recibir no solo cambiaba su percepción de la situación, sino que también planteaba una amenaza que se extendía mucho más allá de la Tierra del Hierro.El samurái miró a Sumire con una mezcla de asombro y respeto, reconociendo que, aunque ella era joven, había madurado en medio de circunstancias extremas.Tras un largo momento, finalmente habló, su tono firme, pero con una cautela que mostraba que estaba empezando a creer en la gravedad de lo que se le había presentado.Mifune permanecía en completo silencio, su rostro imperturbable como una piedra tallada por el viento a lo largo de los años.La habitación estaba cargada de una tensión sutil pero palpable, como si todos en ella contuvieran el aliento. Solo el sonido ocasional de la respiración del perro de Akita, que se acomodaba aún más en la cama, perturbaba el denso silencio.Los ojos de Mifune, fríos y calculadores, se desviaron brevemente hacia Tsunade, buscando una confirmación, algo más concreto que las palabras de una niña afectada.Sabía que, si todo esto resultaba ser una farsa o una interpretación errónea de los hechos, no solo su credibilidad como líder de la Tierra del Hierro se vería comprometida, sino también la reputación y estabilidad de Konoha.La mirada analítica de Mifune volvía una y otra vez a Sumire, como si tratara de descifrar los secretos que aún podía guardar, pero su verdadero juicio vendría de la Hokage.Con un suspiro apenas perceptible, Mifune finalmente habló, su voz cargada de una calma peligrosa.— Hokage-dono... — Su tono era neutro, pero sus palabras llevaban un peso subyacente. — Lo que estamos discutiendo aquí no es una cuestión menor. Si esto llega a las otras aldeas y se demuestra que no es cierto, Konoha quedaría expuesta, y mi posición como mediador entre las naciones no sería la misma. Necesito que me confirmes la veracidad de lo que dice esta niña, más allá de lo que ya se ha mencionado.Los ancianos, Koharu y Homura, intercambiaron una mirada rápida. Sus años de experiencia les hacían ver el peligro que implicaba la situación, y ambos se tensaron, como si el riesgo que percibían acabara de hacerse mucho más real.Los músculos de Homura se contrajeron, mientras Koharu inclinaba ligeramente la cabeza hacia adelante, una expresión de alerta y desconfianza teñía su rostro.Tsunade, al sentir el cambio en la atmósfera, asintió lentamente, sabiendo que no podía retractarse de lo que ya había dicho. Tomó aire antes de hablar, y en su tono se reflejaba una mezcla de convicción y cautela.— Sumire no está mintiendo. Lo que prueba la veracidad de sus palabras... es la existencia de Trozani, una aldea que mencionó en su relato. — Tsunade hizo una breve pausa, sus ojos recorriendo a los presentes para medir sus reacciones. — No hemos podido establecer contacto con ellos desde que la situación se desató, pero envié a un par de Jōnin para notificar al rey de Trozani sobre la aparición de Sumire y de los otros. Están en camino en este momento.El nombre de Trozani provocó una ligera contracción en el ceño de Mifune. Había oído rumores vagos, leyendas quizás, sobre lugares más allá de las grandes naciones, pero siempre lo había considerado como información no verificable.Sin embargo, la mención directa de la Hokage le dio una razón para reconsiderar. Mifune, aunque sereno, era un hombre profundamente pragmático. No confiaba ciegamente, pero tampoco se negaba a explorar las posibilidades.— Hokage-dono... mencionaste algo antes sobre Trozani. — Mifune entrecerró los ojos, evaluando cada palabra con cuidado. — Dijiste que Trozani había solicitado ayuda a Konoha debido a la desaparición de sus propios ninjas. ¿Sabes algo más al respecto? Porque, de ser así, esto podría cambiar toda la dinámica entre las naciones.Los ancianos bajaron la mirada, claramente tensos por el nuevo giro de los acontecimientos. Tsunade, aunque siempre controlada, dejó ver una pequeña mueca de desconcierto, como si ella misma aún estuviera procesando toda la información.Pero antes de que pudiera responder, Akita, quien había permanecido en un segundo plano, avanzó ligeramente. Sus ojos brillaban con una seriedad que sorprendió a todos, especialmente a Tsunade.— Sospechamos que esos ninjas fueron tragados por los portales residuales. — Akita hablaba con una firmeza inesperada, y su intervención cortó el aire en la habitación. — Antes de que el pergamino se activara por completo, ya había grietas en la realidad. Creemos que esas grietas aparecieron antes del cataclismo que nos trajo aquí... y es posible que la familia que ayudó a activar el pergamino estuviera directamente implicada.Tsunade alzó una ceja, claramente sorprendida por la seguridad en las palabras de Akita. La joven continuó, sin detenerse, consciente de la gravedad de lo que estaba revelando.— Esa familia es descendiente de personas de la aldea de Trozani... los Ninjas en cuestión pudieron haber sido sacrificados o utilizados como intermediarios. Si bien Trozani solicitó ayuda a Konoha, creemos que esos portales residuales absorbieron a sus Ascendientes. Y, según lo que sabemos, Konoha no es ajena a esta práctica. El pergamino fue activado por un intercambio de vidas, donde las vidas de los pactantes fueron ofrecidas... pero solo se salvaron unos pocos.La mención de los sacrificios hizo que el aire en la habitación se volviera más denso. Incluso Mifune, siempre imperturbable, dejó que una ligera sombra de preocupación cruzara su rostro. Sus pensamientos corrían a toda velocidad, tratando de desentrañar la magnitud de lo que Akita acababa de revelar.Sumire, que hasta entonces había mantenido su postura reservada, alzó lentamente la mirada. Aunque sus ojos mostraban signos de agotamiento, había una determinación firme en ellos.— Es cierto, Mifune-dono... lo que Akita dice es verdad. El pergamino no solo nos trajo aquí... también reclamó vidas en el proceso. Y si no actuamos pronto, puede que no solo Konoha o Trozani estén en peligro. Esto podría extenderse a todas las aldeas.El samurái permaneció en silencio, su rostro inexpresivo. Sabía que la situación requería una acción inmediata, pero también entendía que actuar precipitadamente podría tener consecuencias devastadoras. La mención de sacrificios y portales residuales no era algo que pudiera ser ignorado, y aunque todo en su interior le pedía cautela, también comprendía que había verdades que no podían esperar.Finalmente, después de un largo silencio, Mifune habló, su tono tan firme como siempre, pero ahora con una sombra de preocupación.— Si lo que dices es cierto, Hokage-dono, las otras naciones deben ser advertidas... pero no podemos hacer esto sin pruebas más concretas. — Sus ojos, afilados como su espada, se clavaron en Tsunade. — Debo acompañar a tus Jōnin y verificar la situación en Trozani personalmente. Solo entonces podremos avanzar con la certeza que esta amenaza requiere.La sala se mantenía en un silencio sepulcral, pesado por las palabras no dichas y las emociones reprimidas. Tsunade, con una mueca de incomodidad, tomó aire antes de hablar, sintiendo el peso de lo que iba a revelar.— Mifune-dono... — Comenzó, su voz baja, pero firme. — El Rey de Trozani está bajo restricciones muy específicas. — Sus ojos se encontraron brevemente con los de Mifune antes de desviarse hacia el suelo. — Por diversas razones que no puedo detallar en este momento, tiene prohibido cualquier tipo de comunicación con el exterior. La única vez que pudo pedir ayuda a Konoha fue una excepción... algo que no ocurrirá de nuevo fácilmente.Mifune la observaba con sus ojos oscuros y penetrantes, su expresión impasible como el acero de su catana.No hizo ningún gesto, pero la tensión en su postura revelaba que las palabras de Tsunade no le agradaban. Las reglas de Trozani, el secretismo, no cuadraban con su visión del honor y la transparencia.La complejidad de la situación se hacía evidente, y mientras Tsunade explicaba, sus pensamientos eran interrumpidos.De repente, un movimiento rápido alteró la calma. Sumire se adelantó, dejando caer su cuerpo en una profunda reverencia, sus manos extendidas hacia adelante, con la frente tocando el suelo. El eco del golpe de su cabeza resonó en la sala.La sorpresa se apoderó de todos. Akita, que estaba a su lado, retrocedió instintivamente, sus labios apenas susurrando:— Sumire...La reverencia de Sumire, tan profunda y repentina, parecía romper la rigidez en el aire, desmoronando cualquier expectativa de silencio contenido. Sumire, con la voz temblorosa pero clara, comenzó a hablar, su tono suplicante resonando en cada palabra.— Mifune-dono... — Su voz se quebró levemente al pronunciar su nombre, pero no por miedo, sino por la desesperación que emanaba de su interior. — Por favor... escuche lo que tengo que decir. Yo... yo soy consciente de que no tengo el derecho de pedir mucho, pero... le ruego que me crea. — Sumire levantó un poco la cabeza, y sus ojos buscaban los de Mifune, tratando de conectar con él, de transmitir la verdad de su situación. — De Konoha... solo unos pocos lograron sobrevivir. Los niños, la mayoría... y más allá de sus fronteras, hay otros sobrevivientes. — Sumire tragó saliva, intentando estabilizarse, pero su voz seguía cargada de angustia. — Pero aquellos que quedaron fuera... tienen una misión muy clara: no interferir, no causar más problemas. Deben controlar todo lo que tiene que ver con el futuro.El silencio fue roto nuevamente por los murmullos de los ancianos consejeros, quienes comenzaron a protestar con vehemencia.— ¡Imprudente! — Exclamó Koharu. — ¡No estás en condiciones de hacer tales ofrecimientos!— Estás debilitada, no entiendes lo que estás pidiendo. — Añadió Homura, su tono más severo que de costumbre. Para ellos, Sumire siempre había sido una prioridad baja, alguien que no valía la pena escuchar. —Sin embargo, Sumire no retrocedió ante sus palabras. Se arrodilló completamente, inclinando aún más su cuerpo hacia el suelo, hasta que su frente lo tocó una vez más, esta vez con una intensidad tal que el sonido resonó por la sala. El eco dejó una huella en la atmósfera, silenciando cualquier protesta. Akita dio un paso hacia atrás, incrédula, mientras Tsunade, sorprendida, observaba la determinación de la joven.Mifune, aunque mantenía su expresión seria, no pudo ocultar su sorpresa. Los ojos de Sumire, llenos de lágrimas, reflejaban una honestidad que difícilmente podía ser ignorada.— Mifune-dono, por favor... — Continuó Sumire, su voz ahora apenas un susurro, pero aún cargada de fuerza. — Yo puedo ayudarle. Puedo probarle lo que digo... pero necesito tiempo. Solo un par de días. — Alzó su mirada hacia él, el rostro humedecido por las lágrimas, pero con una determinación que parecía inquebrantable. — Le suplico... ayúdeme a proteger lo que aún queda. Puedo brindarle información que será crucial para mediar entre las aldeas, pero... debe ser solo entre usted y yo.Mifune la miraba fijamente, su mente procesando cada palabra. Dudaba, pero en lo profundo de su ser, algo le decía que Sumire no mentía. Sin embargo, su pragmatismo y sentido del deber no le permitían actuar sin cuestionar.— Entiendo tu posición, Muchacha. — Dijo finalmente, con una voz que no perdía su autoridad, pero que ahora cargaba una nota más suave. — Pero explícame algo... ¿Cómo se supone que confíe en alguien que ni siquiera es transparente con su propia Hokage?Sumire cerró los ojos con fuerza al escuchar la pregunta, sintiendo el peso de su propia traición, de los secretos que aún guardaba.Los recuerdos comenzaron a inundar su mente como un río desbordado. Volvió a verse a sí misma en la academia, corriendo por los pasillos junto a Boruto, Sarada y el resto del equipo. Recordó las risas, las bromas, las travesuras... la primera vez que habló con Sarada, tímidamente invitándola a ser su amiga en una de las clases. Recordó el InoShikaChou, su unión y fuerza, y cómo solían pasar las tardes entrenando juntos.Y luego, la oscuridad de su traición... cómo había intentado dañar todo lo que amaba, solo para ser perdonada y acogida nuevamente en la academia. Konoha la había aceptado, incluso después de todo.Sumire tragó saliva, sus lágrimas cayendo al suelo mientras su voz se quebraba con cada palabra.No... no lo hago solo por los que están aquí, dentro de la aldea. — Su voz era apenas un hilo de susurros. — Lo hago también por los que están fuera... por aquellos que... alguna vez fueron mis amigos...El recuerdo más doloroso golpeó su mente: la última vez que vio a Boruto, alejándose de la casa que compartía con Eida, Kawaki y Daemon. Había ido a buscar a Kawaki, desaparecido, pero lo que encontró fue un vacío profundo en su corazón.Su rostro decidido, lleno de vida y traición; Boruto había descubierto que Kawaki había fallado en su intento de atrapar al Séptimo Hokage, y huyó luego de que la desgracia cayera sobre Konoha. Sumire habría querido seguirlo; decirle que ella sabía qué era lo que pasaba... pero el plan no funcionaría, y Boruto moriría en el peor de los casos.— Solo quiero... — Sumire apretó los puños, con la voz temblorosa. — Quiero que algún día... pueda volver a ver a mis amigos de nuevo, aunque Konoha ya no sea mi hogar.Las lágrimas se desbordaron, mojando su rostro mientras levantaba lentamente la mirada hacia Mifune. Su frente mostraba un leve moretón por el golpe en el suelo, pero sus ojos, aunque inundados de lágrimas, brillaban con una mezcla de suplicante calma.Mifune, aunque mantenía su seriedad, no pudo evitar sentir una profunda impresión por la sinceridad y el dolor que veía frente a él. Sumire, una niña que había cometido errores, ahora estaba dispuesta a arrodillarse y suplicar con cada fibra de su ser por algo más grande que ella misma.— Por favor, Mifune-dono... — Dijo finalmente, con la voz quebrada, pero con una firmeza casi insoportable. — Necesito de su colaboración... porque si no actuamos, será demasiado tarde.Mifune la observó en silencio, midiendo sus palabras con un juicio frío, pero algo dentro de él sabía que ya había tomado su decisión.La sala estaba sumida en un tenso silencio, roto solo por la pesada respiración de Sumire que aún permanecía con la frente pegada al suelo. Mifune, erguido frente a ella, mantenía su expresión imperturbable, aunque en su interior luchaba con una creciente sensación de inquietud. Su mirada, afilada como su espada, no se apartaba de la joven, pero algo en sus palabras había logrado atravesar la barrera de su rigidez. Respiró hondo antes de hablar.— Has hablado con el corazón, Muchacha. — Dijo, su tono sereno pero lleno de peso. — Pero las palabras sinceras no siempre bastan para garantizar la verdad.Un murmullo de aprobación recorrió a los ancianos del consejo que rodeaban a Mifune. Uno de ellos, un hombre de rostro severo y mirada desconfiada, dio un paso al frente. Se trataba de Homura, que desafiaba a Sumire tras sus anteojos.— Mifune-dono. — Comenzó, inclinando la cabeza levemente. — no podemos permitirnos el lujo de confiar en una niña que actúa sin el conocimiento de la Hokage. ¿Qué nos asegura que no está siendo manipulada? Este asunto es delicado, y no deberíamos dejarnos llevar por emociones. Permítanos arreglar este problema entre nosotros nada más...Koharu asintió, como si aquella intervención les hubiera dado la seguridad que necesitaba para expresar su desaprobación. Una corriente de desconfianza comenzaba a permear el ambiente. Sumire, aún de rodillas, sintió cómo la presión crecía a su alrededor, pero su determinación no flaqueaba. Levantó lentamente la cabeza, sus ojos húmedos pero resueltos, y miró a Mifune directamente.— Si me permite, Mifune-dono. — Dijo con voz temblorosa, pero cargada de sinceridad. — Puedo demostrar mi lealtad. En tres días estaré lista para presentar evidencias de lo que afirmo. Le daré la información que necesita para mediar entre las aldeas, pero solo necesito un poco de tiempo. Le ruego que me otorgue esa oportunidad.El silencio volvió a caer sobre la sala. Mifune entrecerró los ojos, considerando sus palabras. Aunque su rostro seguía inmutable, la duda empezó a manifestarse en forma de un leve sudor frío que perló su frente. Por un momento, cerró los ojos, sumido en un conflicto interno que nadie más podía percibir.Él vio con sus propios ojos a las personas muertas salir de aquellos portales. O Bien, las vio posteriormente. Sin embargo, el encuentro era el mismo, y el resultado final era inevitable: Todas estaban muertas.Todas pertenecían a algún lugar, una familia; La aldea que los vio nacer, los había enviado supuestamente a salvar a otros, a costa de sus propias vidas.Como líder, debía tomar una decisión que podría tener repercusiones a nivel internacional.— Tienes tres días. — Respondió al fin, abriendo los ojos lentamente. — Pero si no puedo ver pruebas claras o tener un contacto directo con el rey de Trozani en ese tiempo, buscaré otro camino. El Señor Feudal también quiere llegar al fondo de esto, y no dudaré en informarle lo que está ocurriendo aquí.La decisión de Mifune fue firme, pero Sumire sintió un nudo en el estómago al escuchar las implicaciones. No había previsto que esto escalaría tan rápido. El Señor Feudal, otras aldeas, todo estaba yendo más allá de su control. Su respiración se aceleró mientras su mirada se clavaba en el suelo. Sintió una suave presión en sus hombros; Akita, que hasta entonces había permanecido en silencio, se había acercado para consolarla.— Estaré bien... — Murmuró Sumire, sin mirarla, intentando convencer a ambas de que su resolución no flaqueaba. —— ¿Estás Segura de esto? — Susurró Akita con preocupación, inclinándose hacia ella. — Es una mala idea, estás presionada y no tienes un plan sólido. Podríamos perderlo todo.Los consejeros comenzaron a murmurar entre ellos, cada vez más convencidos de que la joven estaba actuando de manera precipitada. Uno de ellos, con una expresión de disgusto, comentó en voz alta:— ¿Cómo podemos confiar en alguien que apenas sabe lo que está haciendo? Esto es una irresponsabilidad.Tsunade, hasta ahora en silencio, observaba todo con una mezcla de escrutinio y sorpresa. Aunque no quería admitirlo, las palabras de Sumire y su desesperación estaban calando en ella. Si bien la situación era delicada, algo en la entrega de Sumire le hacía dudar de su dureza inicial. Akita, con su constante apoyo a la joven, también era una señal de que quizás había más en esta situación de lo que estaba viendo. ¿Acaso Sumire realmente era capaz de manejar esto sin intervención? El dilema de Tsunade se reflejaba en sus puños apretados, la incertidumbre haciéndose palpable en cada respiración contenida.Sumire, sintiendo el peso de todas las miradas sobre ella, finalmente alzó la cabeza, sus ojos brillando con el rastro de las lágrimas que se secaban lentamente en sus mejillas. A pesar del agotamiento y el miedo, había una llama de convicción en su interior que se negaba a apagarse. Miró a Mifune directamente, su voz más firme esta vez.— Le aseguro, Mifune-dono, que en tres días podrá reunirse con el rey de Trozani. — Declaró con una resolución que sorprendió a todos, incluso a ella misma. — Sé que parece imposible, pero haré lo que sea necesario para cumplir esa promesa.Los consejeros quedaron estupefactos, incapaces de creer lo que acababan de escuchar. Durante décadas, habían sabido de la existencia de Trozani, pero jamás habían intercambiado palabras con su rey. ¿Cómo podría una simple Kunoichi lograr lo que nadie había conseguido antes?Mifune, aunque seguía sin convencerse del todo, cerró los ojos nuevamente. Esta vez, su semblante mostraba una mezcla de resignación y aceptación parcial. Sumire había encendido una chispa de duda en él, pero también una de esperanza. La posibilidad de que todo esto fuera verdad, aunque remota, era suficiente para darle una oportunidad.— Tres días. — Repitió, abriendo los ojos con lentitud. — Es lo que te concedo. No más.La atmósfera se tornó densa, como si todos los presentes estuvieran conteniendo el aliento. Los ancianos del consejo intercambiaban miradas nerviosas y desconcertadas, mientras Tsunade mantenía su atención fija en Sumire, intentando descifrar si su determinación era real o fruto de la desesperación.El silencio en la sala era casi insoportable, hasta que finalmente Sumire inclinó la cabeza una vez más, en señal de respeto y aceptación. Sabía que el peso del mundo recaía ahora sobre sus hombros, pero no tenía otra opción.Y con esas palabras, el destino de todos en la sala quedó suspendido en el aire, incierto, pero cargado de expectativas imposibles.Tsunade se preguntaba si había tomado la decisión correcta al creerle a esta niña. Pero cuando vio a Akita, por un instante divisó una sonrisa orgullosa tras ese semblante serio, utilizado para apoyar a la de cabello violeta frente a Mifune.La Hokage de la babosa soltó un poco de aire, y esa pequeña exhalación fue como liberar una burbuja de veneno que había consumido su alma. Por primera vez en mucho tiempo, comenzaba a respirar sin obstáculos.— Quizás deberíamos aprovechar. — Recordó, en la voz calma y fría de Danzō, resonando desde lo profundo de sus memorias. — Y descubrir quién fue el Hokage que permitió que esto sucediera.Tsunade cerró los ojos por un momento, sumida en sus pensamientos. Aunque en apariencia mantenía una expresión seria, por dentro estaba genuinamente sorprendida por la audacia de Sumire. Había algo en aquella niña, en esa determinación tan firme, que despertaba una chispa de esperanza en ella.¿Y si realmente estaba diciendo la verdad? Tsunade se permitió contemplar aquella posibilidad. Si, en un momento de crisis, un Hokage había logrado salvar a unos pocos de los suyos y, aun después de un cataclismo, seguía dispuesto a ayudar a la aldea... Entonces, ¿Podría ser posible que ese mismo Hokage hubiera depositado su confianza en una niña como Sumire?El conflicto se enredaba en su pecho, una batalla silenciosa entre la lógica y la esperanza. Pero, al mismo tiempo, algo de orgullo comenzó a florecer en ella. Si Konoha había sobrevivido lo suficiente para ver el nacimiento de una niña como Sumire, una joven que, a pesar de todo, no temía enfrentarse a los más grandes líderes, entonces tal vez Konoha nunca estuvo en malas manos.Tsunade entreabrió los ojos, una nueva claridad iluminando su mirada. Si lo que Sumire decía era cierto, si realmente era capaz de cumplir con aquella promesa, entonces Konoha, su Konoha, no solo tenía un futuro, sino que también estaba en las manos correctas.火La luz de la luna se filtraba entre las ramas de los árboles, iluminando el suelo del terreno del Señor Feudal. El resplandor era apagado, casi opresivo. Todo parecía perfectamente normal y rutinario, como si el brillo constante fuese una parte más de la vigilancia que rodeaba la propiedad.Mirai apoyó la mano en el tronco del árbol. La corteza áspera se sentía real bajo su palma, un recordatorio de que lo que estaba haciendo era absolutamente ilegal. Aún no había cruzado la cerca, pero el simple hecho de estar aquí ya significaba una transgresión. Su corazón latía de manera irregular, un nudo formándose en su estómago.Este árbol está dentro de los terrenos del Señor Feudal, pensó, y aunque no había dado ni un solo paso más allá, ya sentía el peso de la culpa mordiéndole la conciencia. Cerró los ojos un momento, como si al hacerlo pudiera borrar la sensación.El impulso de apretar con fuerza el tronco y romperlo era fuerte, pero no tenía ni la capacidad ni la voluntad de hacerlo. Cualquier ruido, por mínimo que fuera, sería suficiente para alertar a los guardias que patrullaban incansablemente. Si la descubrían ahora, todo sería inútil.Se asomó cuidadosamente desde su posición, oculta en la frondosidad de las ramas. Tenía una vista clara del terreno desde allí, lo había comprobado varias veces. Dos guardias se desplazaban en sus rondas, caminando de izquierda a derecha frente a la puerta principal. Más allá, la habitación del Señor Feudal, diseñada para evitar situaciones como esta.Dar la vuelta completa al edificio sería la única opción, aunque no podía asegurar que no hubiese más vigilantes escondidos en la oscuridad.Sacó la nota del Hombre del "Ocaso Oculto" de su bolsillo. El papel estaba arrugado, gastado por las veces que lo había releído. La instrucción más importante resaltaba en letras torcidas, mal escritas a propósito: "Esta nota debe destruirse antes de la misión".Había leído esas palabras tantas veces que ya no necesitaba leerlas, pero aun así las repasaba en su mente. Cada vez que miraba el papel sentía el peso de lo que estaba a punto de hacer. Era una tarea que exigía silencio, invisibilidad, y una completa indiferencia hacia las consecuencias. El más mínimo error podría significar el final.Un estornudo resonó cerca, un guardia que pasaba demasiado cerca del árbol. Mirai contuvo la respiración, el sudor frío corriendo por su espalda. El miedo estaba siempre presente, como una sombra constante. Aunque los guardias no la habían detectado, su mente seguía imaginando que en cualquier momento alguien la vería, que su presencia sería descubierta.Pensó en lo que su madre le había contado sobre los ninjas encargados de proteger al Señor Feudal: los mejores, entrenados para detectar hasta el más leve indicio de amenaza. Y, sin embargo, aquí estaba ella, escondida a plena vista. O era mucho mejor de lo que se había dado cuenta, o los guardias se habían vuelto complacientes, demasiado acostumbrados a la seguridad que brindaba una mansión vacacional tan poco frecuentada.La modestia no era algo natural para Mirai, pero aun así se le hacía difícil creer que pudiera pasar desapercibida por tanto tiempo. Algo no encajaba, pero no tenía tiempo para especular. Movió la cabeza, apartando esos pensamientos.De nuevo miró la nota. Si debía destruirla, el estado en que se encontraba ya no importaba. "Si me atrapan, la nota debe desaparecer", pensó. Eso decía todo sobre la naturaleza de su misión.El contenido del papel era claro: una descripción vaga del objeto que debía robar, su forma y peso. Mirai arrugó la cara, casi con disgusto. "¿Por qué los ricos invierten tanto en algo tan feo?", pensó.Incluso cubierto de oro, un regalo de bodas tan ridículo no tenía sentido, sobre todo si la pareja terminaba divorciándose después.Mirai guardó la nota de nuevo. El tiempo estaba en su contra, y aún no había avanzado más allá del primer paso. Estaba sola en esto. Y lo sabía.Mirai colgó un pie fuera de la rama, el borde de su sandalia rozando la corteza del árbol. El frío de la noche se aferraba a su piel, y cada parte de su cuerpo parecía resistirse. Dudaba. El vacío bajo sus pies se sentía interminable, una grieta que la separaba de la cerca y de lo que había más allá.Cerró los ojos con fuerza, tan apretados que comenzaron a dolerle los párpados, como si al hacerlo pudiera desaparecer, desvanecerse en la oscuridad sin dejar rastro.— Debo hacerlo. — Se repitió, aunque su mente ya estaba llena de excusas, de formas de volver atrás. — Tengo que hacerlo.El peso de las palabras de aquel hombre, el Hombre del "Ocaso Oculto", le aplastaba los pensamientos. Las imágenes que la había obligado a ver se repetían en su mente, insistentemente. Los rostros de los ninjas del futuro, tranquilos, sonrientes, congelados en el momento exacto antes de su muerte.Rostros conocidos, rostros de países aliados, rostros de aquellos que ella alguna vez había respetado o podría haber admirado. Todos llevaban la misma marca: la palabra "ELIMINADO" estampada sobre sus facciones, en un rojo profundo y cruel, como una sentencia final.Su corazón palpitaba con fuerza, desbocado, empujando su respiración a un ritmo frenético. Un sudor frío le cubría la frente, y la tensión en su cuerpo era insoportable.Podía sentir sus músculos tensarse, como si estuviera atrapada en un estado intermedio, a mitad de camino entre actuar y rendirse.Pero, ¿Qué pasaría si no lo hacía? Si no cruzaba ese muro ahora, si no lograba robar el objeto... sus amigos, Shikadai... todos terminarían como aquellos ninjas en las imágenes. Sonrientes, pero con la muerte sellada en sus rostros.El recuerdo de la promesa que le hizo a Shikamaru volvió a su mente, empujándola a seguir. Proteger a Shikadai y a sus Amigos. Esa promesa la había llevado hasta aquí, y ahora no podía permitirse fallar.Finalmente, apretó los dientes, obligándose a mover su cuerpo. Subió la pierna, la dobló y se enderezó en la rama. El aire se sentía pesado, como si el ambiente mismo quisiera detenerla, pero Mirai se obligó a levantar la cabeza. Si no seguía adelante, no sería solo su futuro el que quedaría marcado con esa palabra maldita. Con manos temblorosas, se dispuso a saltar.Justo en ese momento, un susurro rompió la quietud de la noche.— Mirai...Su corazón dio un vuelco. Sus manos se aferraron a la corteza del árbol con desesperación, sus uñas clavándose en la madera mientras intentaba asimilar lo que acababa de escuchar. Alguien la estaba llamando. El sonido suave, casi inaudible, reverberó en sus oídos, haciéndola sentir que un muerto la acechaba. Abrió los ojos bruscamente, un pánico frío recorriéndole el cuerpo, incapaz de moverse.Era un muerto. Tenía que serlo.La voz había sido tan baja, tan calculada, como si se tratara de una sombra queriendo llevársela. No era la voz de un guardia, no era un animal... era algo mucho peor. Lentamente, forzó su cuerpo a girar hacia el suelo, la mano temblando sobre el tronco del árbol.Allí, en la penumbra, justo al pie del árbol, lo vio.Shikadai, con su capa gris envolviéndolo, la miraba desde abajo, con una seriedad que solo había visto en su padre. Su rostro estaba tenso, y en sus ojos no había reproche, solo una comprensión silenciosa. Pero esa mirada lo decía todo: sabía lo que estaba haciendo, y por qué lo hacía.Mirai sintió el peso de la culpa caer sobre ella de golpe.Mirai se quedó paralizada por un momento, observando a Shikadai con un tumulto de emociones, como si una tormenta se desatara dentro de ella. No podía procesarlo.Molestia. Tristeza. Culpa. La furia la devoraba por haber sido atrapada justo antes de cometer algo irreparable. Vergüenza, como un golpe en el estómago, porque fue Shikadai quien la había descubierto.Y en el fondo, un enojo implacable, el mismo enojo que había estado enterrando desde el día en que se despidió de él, maldiciendo el secreto que debía cargar.Lo recordaba perfectamente. Cómo él la había visto escabullirse en la oscuridad, cómo ella le habló de forma hiriente, una voz llena de rudeza que no era propia de ella. Le había dicho que guardara silencio, que no lo mencionara a nadie, que no hiciera que los demás se preocuparan.Se había convencido de que era por su bien, de que mantenerlo al margen lo protegería, pero en su interior sabía que eso no era más que una mentira. Y, aun así, no había querido disculparse. Hasta ahora.Un susurro agudo escapó de sus labios, lleno de enojo reprimido, una mezcla de frustración y tristeza.— ¡¿Qué haces aquí?! — Preguntó, apretando los dientes mientras veía de reojo el otro lado de la cerca. —Sus ojos volaron de vuelta a Shikadai y se deslizó por la rama, aterrizando con fuerza junto a él y el resto. Pero no estaban solos. Boruto, Sarada y Mitsuki los acompañaban, parados a cierta distancia, observando con miradas apesadumbradas. Sabían que la situación era delicada, y aunque no querían involucrarse, ya estaban demasiado dentro.Mirai se llevó ambas manos al pelo, tirando de él mientras un grito de frustración se sofocaba en su garganta. Sus ojos ardían de furia y desconsuelo, y cuando bajó la vista, se dio cuenta de que no solo estaba allí Shikadai con su equipo, sino también el equipo siete. Sarada, Mitsuki, y Boruto la observaban como si hubieran traicionado su confianza, pero con la misma pena que uno siente al ver a alguien caer en desgracia.Mirai, todavía atrapada en su remolino interno, se acercó a Shikadai en un susurro furioso, apenas conteniendo su rabia.— ¡¿Por qué están aquí?! — Espetó, su voz baja pero llena de tensión. — ¡Te dije que regresaras! Que guardaras silencio... ¡No tenías que venir aquí!Shikadai no parecía inmutarse. Su rostro estaba serio, y en sus ojos había una mezcla de determinación y algo más. Molestia.— Namida escuchó todo. —Le dijo, sin rodeos. — Escuchó lo que le dijiste a la Gran Anciana. Que nos dejaste a su cargo para poder hacer estas misiones clandestinas. ¡Nos lo contó todo!Las palabras de Shikadai cayeron como una piedra pesada sobre Mirai. La angustia creció dentro de ella. No solo la habían descubierto, sino que Namida había escuchado todo. Eso significaba que sabían lo de los ninjas del futuro, sabían lo de los papeles, sabían de la amenaza que los acechaba, esa amenaza que ya había comenzado a eliminar a Shinobis que ni siquiera habían llegado a vivir esa vida.Los recuerdos de esos rostros marcados con la palabra "ELIMINADO" volvieron a su mente, aplastándola.Boruto, con una mirada llena de lástima, intervino, como un hermano menor preocupado.— Neechan... — Dijo en un tono suave. — Podemos ayudarte. Sabemos que esto es peligroso. No solo para nosotros, sino para ti también.Mirai cerró los ojos por un momento. El peso de sus palabras, la verdad de todo lo que había estado ocultando, la golpeó con más fuerza de lo que hubiera esperado. La habían descubierto, y ahora no podía seguir pretendiendo que lo hacía solo para protegerlos.Cuando abrió los ojos, su mirada estaba apagada. No miró a Shikadai directamente, pero sus palabras fueron como una daga.— Te pedí que guardaras silencio para no causarle problemas a la Gran Anciana. — Susurró con voz tensa. — Ya ha hecho suficiente por nosotros. No tenías que venir aquí, y menos con tu equipo... ni con el equipo de Boruto-kun.Shikadai se tensó, su mandíbula apretada. La decepción cruzaba su rostro, y por primera vez, levantó un poco la voz, claramente dolido.— Te lo dije esa vez, Mirai. — Replicó, sin poder contener su enojo. — No eres inmortal. Yo también soy un Chunin. Puedo defenderme, ¡No soy un niño indefenso!Mirai intentó callarlo, sus palabras secas y calculadas.— Vuelve. Esto no es algo que debas decidir, Shikadai.Pero Shikadai no se contuvo más. Alzó la voz, frustrado, casi herido por lo que veía frente a él.— ¡Tú no eres Nara Shikamaru! — Gritó, haciendo eco en el silencio tenso de la noche. — No puedes con todo el mundo tú sola. ¡Tú eres Sarutobi Mirai!Y entonces, algo en Mirai se rompió.El enojo, la tristeza, la culpa. Todo se entrelazó en una maraña de emociones que la ahogaba. Su mente se oscureció, y el mundo a su alrededor se distorsionó. Cuando miraba a Shikadai, ya no lo veía a él. Veía a su padre, a Shikamaru. Veía a todos los recuerdos de su infancia, la paz de Konoha, los Genin que caminaban por el pueblo sin preocupaciones, las misiones simples, la vida antes de la guerra.Los papeles con la palabra "ELIMINADO" destellaban en su mente, pero en su lugar, aparecían imágenes de su madre, de Kurenai, diciéndole que todo volvería a la normalidad. Que volvería después.De repente, algo la sobrepasó. Antes de poder controlarlo, sus manos se movieron por instinto. Atrapó a Shikadai por el cuello.Un ahogado grito de Boruto resonó en la noche.— ¡Mirai!ChouChou e Inojin gritaron al mismo tiempo.— ¡Shikadai!Shikadai abrió los ojos de par en par, no por miedo, sino por sorpresa. Su expresión era de puro desconcierto, mirando a una Mirai que no reconocía. No era la hermana mayor, no era la amiga que siempre había confiado en él. Era alguien más.Mirai lo sostenía con fuerza, sus dientes apretados, su mirada fija, pero vacía. Levantó su otro puño, como si todo el dolor, la rabia y el miedo hubieran tomado el control. Y, al borde de las lágrimas, lo apuntó directamente al rostro de Shikadai.Pero no lo golpeó. Lo detuvo. Temblaba, presa de un colapso emocional que la hacía sentir más rota que nunca.El puño de Mirai temblaba, aún suspendido en el aire, incapaz de avanzar. La fuerza que ejercía sobre el cuello de Shikadai no era tanto física, sino emocional, como si todas las frustraciones y miedos se hubieran cristalizado en ese momento, apretando, sofocando.Boruto, con la cautela de alguien que se acerca a un animal herido, levantó las manos frente a él, su rostro lleno de preocupación.— ¡Neechan...! — Dijo con una voz suave, pero cargada de alarma. — ¿Sigues siendo tú...? ¡Es Shikadai, por favor, recuerda!Sarada, a su lado, había adoptado una postura defensiva, sus puños apretados en preparación para moverse si era necesario. Pero su rostro estaba lleno de conflicto.¿Qué debía hacer?Shikadai era su amigo, alguien con quien había crecido, y Mirai... Mirai era una compañera que respetaba profundamente, alguien que había tomado el rol de una capitana silenciosa para todos ellos.Intervenir significaba romper algo mucho más profundo que una simple disputa de misión. Era evidente que lo que sucedía entre ellos no era solo una cuestión de jerarquías o de reglas; había algo más.Sarada frunció el ceño, su mirada intensa, examinando cada movimiento de ambos. Y entonces lo vio. Algo que nadie más parecía notar. Los ojos de Mirai no estaban enfocados en Shikadai, ni en su alrededor. Estaban atrapados en otra realidad, en otro tiempo. Sarada abrió los ojos un poco más, con sorpresa, pero también con la serenidad de quien empieza a entender.Antes de poder actuar, su instinto la alertó.Giró sobre sus talones de inmediato, el aire a su alrededor cambiando de una calma tensa a algo más peligroso. Mitsuki, que la observaba con su habitual desapego, se acercó con una pregunta en sus labios, pero Sarada levantó una mano, indicándole que esperara.—¿Qué pasa? — Preguntó Mitsuki en su habitual tono neutro. —Inojin, que había estado observando la escena entre Mirai y Shikadai con creciente preocupación, interrumpió antes de que Sarada pudiera responder.— Hay algo que se avecina. — Dijo con la mirada fija en la dirección del complejo del señor feudal. — Los ninjas de adentro se están dando cuenta... están viniendo hacia nosotros. Puedo sentirlos.El conflicto dentro del grupo se intensificó. Tenían que actuar rápido. No podían dejar que Mirai y Shikadai siguieran en ese enfrentamiento, no con la amenaza acercándose. Pero Mirai aún no había vuelto a la realidad.Seguía atrapada, su mano aferrada a la camisa de Shikadai, quien la miraba con una mezcla de horror y desafío. Sus ojos mostraban tristeza, pero también un reto silencioso, como si estuviera esperando que ella cediera, que intentara golpearlo— ¡Tenemos que sacarlos de aquí! — Dijo Boruto, desesperado, mirando a los demás mientras intentaba acercarse más a Mirai sin desencadenar una reacción violenta. —— ¡Apúrense! — Urgió ChouChou, moviéndose inquieta, como si su cuerpo ya estuviera preparado para correr. —Pero Mirai no reaccionaba. No parpadeaba, no soltaba a Shikadai. Parecía estar atrapada en un lugar del que no sabía cómo salir.Fue entonces cuando un grito fuerte resonó desde el otro lado de la cerca.— ¡¿Quién está allí?!El sonido cortó el aire como un cuchillo, y de inmediato todos los ojos se volvieron hacia la dirección de la voz. Los ninjas del señor feudal. Se acercaban, saltando hacia la cima de la cerca, observando a su alrededor, sus siluetas proyectadas por las luces lejanas del complejo.El tiempo parecía detenerse por un segundo. Todo lo que había sido caos, dudas, y tensiones, se condensó en una sola necesidad: desaparecer.Cuando los ninjas saltaron la cerca y aterrizaron con agilidad en el terreno, lo hicieron en silencio. Sus miradas recorrieron el área en busca de intrusos.Pero, cuando sus ojos finalmente se posaron en el lugar donde Mirai y los demás habían estado... ya no había nadie.El claro del bosque donde se había librado la batalla interna estaba vacío, como si nunca hubiera existido el conflicto que apenas momentos antes amenazaba con explotar.Los ninjas del señor feudal se miraron entre sí, confundidos. Habían sentido algo, estaban seguros de que había alguien allí. Pero ahora, todo estaba en calma.Mirai, Boruto, Shikadai, y los demás, se habían desvanecido en la oscuridad.