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DÍA 11: Domingo Quince del Seis.-

Fueron a pie a un pub donde ambos fingieron no percatarse de que les tomaban fotografías, en el sector de no fumadores los dos escucharon una banda irlandesa que tocaba con gaitas mientras comían papas fritas y tomaban jugos.

A una audiencia de ebrios con encendedores prendidos alzados al aire Andrea y Cooper cantaron, ella desafinada, él no.

Era la primera vez que los dos cantaban un karaoke, sobrios.

Caía una agradable llovizna y ellos de la mano volvían al departamento bajo los cometarios de simpáticos borrachos que apoyaban su relación compartiéndoles experiencias personales que la pareja no tenía interés en escuchar.

- ¿Qué hiciste durante el día?

- Nada.

- Cómo nada, fuiste a buscar a Conan ¿y el resto del día?

- Dormí.

- Soy el nuevo ministro de salud.

- ¿Cómo pasó eso?

- "Renunció" la ministra actual y me ofrecieron su cargo, mientras tu estés… nerviosa… trabajaré solo unos días a la semana.

- ¿El Ministro de Salud me afirma el pelo cuando vomito?

- El Ministro de Salud estuvo casado por dos días con Snight en Las Vegas.

- ¡¿En serio?!

- Sí… viajé para un simposio y una cosa llevó a la otra…

- …Por favor dime que fue él, tu único.

Él negó sonriéndose y mirando al piso, muy incómodo.

- Es raro pensar en todos los años que perdí estudiando para terminar como político, ya no busco curar nada.

- No lo hagas, encontrarás trabajo en otro lado.

- Sí, pero no con éste horario. Tú tienes que encontrarte con alguien cuando vuelvas del colegio, tengo que pasar tiempo contigo y nuestros siete perros, soy el macho alfa.

- Ridículo.

- Este trabajo consume mi tiempo e insulta mi inteligencia, pero me dará más tiempo para estar contigo, eso me anima.

Andrea no quería ser la responsable de que Cooper a diario viera su vida malgastada en un trabajo al cual describió como uno que consumía su tiempo e inteligencia.

- Pero está bien, esos veinte años me trajeron a este momento, me enseñaron como debo cuidar de ti. Sin importar que tan aburrido sea mi día, volveré a casa para encontrarme contigo.

- No pienses así, puedes mejorar los hospitales públicos y enfrentar a las mafias de la salud, ahora tienes el poder para hacerlo…

- Es agradable verte tan entusiasmada, pero podemos no seguir hablando de esto, al menos no esta noche.

Despertó cerca de las tres por los perros ladrando y aullándole a una ambulancia, luego los posteriores insultos de sus vecinos que al igual que él fueron despertados por los animales mientras que su dueña roncaba a un lado, en un sueño profundo.

Se levantó al baño y luego fue donde los perros a darles comida.

Volvió para encontrar a Andrea de espaldas y destapada, bajó la calefacción y volvió a la habitación.

Se sentó junto a ella y con cuidado de no despertarla tocó su vientre, se acostó en un rinconcito para poder dormirse abrazándolo.

Antes de una hora ahogado y sudado, estaba entre los senos de Andrea quien lo abrazaba con una pierna encima y la mitad del cuerpo sobre él, asumiéndolo como almohada.

Se alejó e intentó dormir en su rincón, pero no podía, se giró y volvió a abrazarla por su suave cintura. Acarició su vientre y luego comenzó a acariciarle sus senos, ella se refregó contra su cuerpo.

- ¿Estamos pensando lo mismo?

- Espero que sí.

- Ya, voy por el ajedrez.

- Ridícula…- dijo tomando su rostro para besarla.

Despertaron en la mañana ignorando una llamada telefónica y se fueron a desayunar, ella quería comer panqueques y él no tenía huevos, así que comieron en un restaurant.

- … Soy yo quien no sabe nada de ti – le respondió Cooper risueño – he sido muy abierto con mi vida y tú eres una pared, todo lo que sé es por supuestos o conclusiones.

- No es que no quiera contarte, es qué, qué tal si te cuento algo personal muy pronto.

- Princesa, con nosotros esas reglas no aplican… estamos pasados ya del "muy pronto" o de lo "personal"… aparte para mí suele ser: "Buenas tardes Doctor Cooper, cuando tenía siete años mi papá me abandonó…" – dijo haciéndola reír – Puedes contarme lo que quieras.

- ¿Qué te gustaría saber?

- Lo que sea que tú me… - ella lo detuvo con un gesto.

- Esto será circular y eterno, mejor pregúntame que quieres saber de mi vida y yo te respondo cuanto me acomode.

- Perfecto, quiero saber tu historia con tus papás – dijo buscando sus lentes y poniéndoselos.

Ella hizo una mueca y asintió, se acomodó y se preparó para un largo relato, pidiendo otro vaso de jugo.

- Mi vida comenzó una madrugada de junio cuando Anais tras una fuerte discusión con mi abuela empezó con trabajo de parto sin entender que le ocurría, pues no sabía que estaba embarazada, según ella era virgen aun; su menstruación nunca se detuvo, su estómago nunca se abultó y su vida nada cambió… por ende sobre mi papá, ni la menor idea quien es…

Cooper no se sorprendió de la historia que la muchacha le contó y le prestó toda la atención que estaba capacitado para dar, escuchando cada detalle, forzándose a no distraerse.

…seguiré contando pues conozco detalles que ella no tiene como saber.

Cuando Cooper tenía veinte años y recibía su primer grado académico: licenciado en medicina, con un título profesional de Médico Cirujano; Anais con fuertes contracciones llegó hasta la araucaria donde se rompió la bolsa, incapaz de continuar caminando comenzó a pujar, era lo único que alivió su dolor. No entendía que pasaba, menos entendió cuando de pronto algo ensangrentado cayó a un charco con agua y ese algo lloraba.

Una criatura fea, peluda y repulsiva; parecía una lagartija azulosa. Un tenebroso adefesio que deseó asesinar. Se persignó y cortó el cordón umbilical con sus dientes y siguió su camino, sin cargarla o tocarla, si quiera una vez.

El Jaibo siendo un adolescente creyó ver a la madre de Andrea desde la ventana del bus cuando venía de vuelta del colegio, aunque la lluvia empeoró y supuso fue sólo una alucinación tenebrosa de una mujer ensangrentada.

Ante el agudo llanto llegó una perra que con pañuelo rosado al cuello que vagaba por las calles esperando a su dueña, la olfateó y se acostó a su lado, dándole su calor como si se tratase de uno de los cachorros que jamás tendría.

Inés divisó a Cholita (su perra) acostada en una posición extraña bajo la araucaria, imaginó lo peor y la desesperación la hizo correr a socorrerla, creía alguien la atropelló y el pobre animal buscó refugio para morir.

Corrió con el corazón en la garganta, culpándose de no dejar el portón bien cerrado pero entonces la vio, su perra estaba bien y con su hocico movía a un bebé silencioso, medio muerto, la perra forzaba al bebé a moverse y así calentar su cuerpo.

Inés tomó a Andrea entre sus brazos y la colocó contra su piel, sin importarle la sangre o el barro, le habló y el bebé reaccionó apenas.

Corrió al burdel seguido por la Cholita y más lejano, por el Jaibo. Con el calor y la agitación el bebé reaccionó, pero no por eso Inés dejó de correr.

Apareció una de las chiquillas con ropa interior y sonriendo, sin hablar Inés le mostró al interior de su ropa.

La impresión fue gigantesca y la mujer gritó pidiendo ayuda.

Todos corrieron para salvar a esa pequeña.

La niña limpia y tomando una leche era observada por un cliente, que durante su servicio militar fue instruido en primeros auxilios y por el resto de clientes, chiquillas, Inés, el Jaibo y la Cholita, que parada en sus dos patas vigilaba que nadie dañase a su cachorra. Andrea abrió sus ojos bajo la mirada atenta de todos, quienes celebraron que la niña estaba bien.

Ninguno de los presentes olvidó tan extrema experiencia, por lo mismo ninguno de los presentes la abandonó durante su infancia diferente.

En la casona las reglas cambiaron, no era la idea pervertir o dañar al angelito. El escandalo estaba prohibido y cliente que no estuviese de acuerdo, bien podía partir buscándose otro lugar.

Fuera de las habitaciones todos usaban ropa y se comportarían con la misma pulcritud con que lo harían en una iglesia. Habilitaron el estacionamiento interior como patio, uno de los clientes que era jardinero plantó árboles, un marino le llevó un columpio de plástico que antes le perteneció a sus hijos; un contador y un ingeniero se coordinaron y le hicieron una casita de dos plantas, desde el segundo piso salía una deslizadera que una de las muchachas mandó a hacer especial, con varias curvas.

En el primer piso dormía la Cholita durante el día, quien era la compañera de juegos de Andrea e incluso se sentaba sobre una sillita de plástico a la hora de jugar a tomar el té en el segundo.

- … tengo excelentes recuerdos de esos años, no imagines que vi algo que un niño no debe ver o que alguien me miró con ojos distintos a los que un niño tiene el derecho a ser observado. Tenía tíos frecuentes, hombres mayores, solitarios y trabajólicos o bien hombres tan dañados que les resultaba irrisoria la sola posibilidad de una relación. Mis mamás nunca me dejaron sola con ellos, ellos no se ofendieron, parecían sentirse cómodos con el implícito acuerdo. Luego para mi cumpleaños número ocho conocí a mi mamá…

Cuando Andrea tenía ocho años, Cooper estaba por cumplir treinta y terminaba psiquiatría, llevaba un par de años trabajando en su investigación sobre la esquizofrenia y además terminaba su primera tesis doctoral.

- ..quien estaba recién casada con Pablo y me llevaban a su casa para formar una familia. Mi abuela se opuso cuanto pudo, pero ya estaba muy vieja y enferma. Me arranqué de esa casa antes de cumplir once años, volví donde mi abuela, pero nada era como antes.

Cuando Andrea tenía once años, Cooper ya era neuropsiquiatra y si no se equivocaba, volvía a trabajar en el Centro de Estudios de la Psicosis.

- ¿Le dijiste a tu mamá lo que venía pasando hace años o lo que pasó una vez?

- Estaba pasando… Sí, pero ella se puso a llorar de forma escandalosa, terminé negando todo para que se calmase… solo me fui, sin intención de volver.

Esperó tranquilo por si ella quería contarle algo más, pero ella con una expresión pacífica guardó silencio.

- ¿Quieres comer algo más? – dijo al cabo de un rato.

- No.

- ¿Nos vamos a casa entonces?

Ella asintió y él se levantó al baño.

Salieron al rato y mientras caminaban de vuelta al departamento.

- ¿Cómo conociste a Marcela?

- No en un prostíbulo.

Sonó como una verdad ya que respondió rápido y de forma defensiva, tapándose la boca mientras se rascaba la nariz, como uno suele comportarse cuando dice la verdad.

- Fue en el colegio, pero Marcela ya deliraba así que su versión tiene prostíbulos, espías y sociedades secretas…

- Suena lejos más entretenida que la tuya y es la que quiero escuchar.

Él se río.

- Nos conocimos en segundo o tercero básico, leíamos a García Márquez y Marcela había sido trasladada por problemas conductuales, pero no como los que pueden esperarse de un esquizofrénico, más bien los que podrían esperarse de un niño inquisitivo… las únicas dos que me acuerdo fue una vez que una monja le pidió dibujar a Dios y ella lo dibujó con alas, la monja le dijo que los ángeles tenían alas y no Dios, ella respondió "¿y qué sabe usted, lo ha visto acaso?" y se ganó un reglazo – dijo sonriendo – la otra que me acuerdo fue para el día del descubrimiento de las américas que harían un acto donde Marcela ni si quiera tenía líneas, era una obra teatral y ella se salió de todo libreto diciendo "Sí, celebremos todos la masacre a los pueblos indígenas que de paso, mientras ustedes toman fotografías… sigue pasando en Araucanía"… reglazo otra vez y expulsión.

- ¿Cuántos años tenían allí?

- Yo tenía como cinco y ella debió tener como siete… ocho quizá… Bueno, nunca antes había visto a Marcela pero ella era mi imagen mental de Sierva María, con cara de diabla y largos risos rojos… me acerqué de inmediato y hasta la fecha sigo haciéndolo… recuerdo que cuando la vi pensé que era la mujer más linda que existía… hasta ahora, obviamente – dijo poco convincente, abrazándola.

- Que romántico… Ahora la versión de Marcela.

Cooper suspiró sin ánimo de contarle.

- ¿Sabes que son las kunoichi?

- No.

- Ah, entonces primero tienes que aprender de eso para que tenga sentido la historia – dijo excusándose.

- Explícame tú.

- No seas cómoda, empieza a averiguar las cosas por ti misma ¿y si todo lo que te he dicho son mentiras? Debes aprender a cuestionar todo.

Primera vez que mostraba tanta resistencia a responderle una pregunta, mientras simultáneamente fingía inexistente esa oposición.

Si todo era una mentira de Marcela, no tenía sentido tal grado de secretismo, Andrea supuso tenía relación con la discreción paciente médico, o amigo amiga y dejó de insistir.

Cuando tuviera la oportunidad le preguntaría a ella.

- Palideciste ¿Te duele algo?

No se sentía bien.

Sentía un peso muy fuerte en su vientre, como si algo se le fuera a caer, tenía todo su estómago muy duro y gran dolor en la base posterior de la cintura.

Se la llevó en brazos al dormitorio.

- ¿Te llevo al médico? – preguntó sentándose a su lado y tocándole su vientre, descubriéndolo contraído – Ya no puedes hacer otra cosa más que cuidarte, déjame cuidarte.

Ella no quería eso.

- Anda al baño y me avisas si estás sangrando.

Orinó con un dolor que la hizo levantar los dedos de los pies, al limpiarse encontró unas gotas de sangre y sonrió, no podía estar más feliz, tanto, que el fuerte dolor se volvió tolerable.

Salió del baño para encontrarlo sentado al borde de la cama, con la cabeza agarrada y los codos apoyados en las rodillas.

- ¿Estás sangrando?

- No.

- Te puedes morir.

- No estoy sangrando ¿Quieres que te muestre?

Se fue aun sabiendo que ella mentía.

A media tarde salió a la terraza, lo encontró tomándose un té sentado en la silla de playa, mirando a los perros jugar con los juguetes que les compró. Ella se sentó sobre él y se acomodó en su pecho.

Se sentía mejor y no sangró más.

Tenía mejor aspecto y ánimo.

Él lo notó. No se sorprendió cuando Andrea se echó a llorar sobre su pecho, solo la acogió.

Al anochecer vieron una película mientras Cooper tejía y Andrea dibujaba, con todos los perros echados sobre la cama.

Cooper fue por unas tijeras y terminó el chaleco, con ayuda de Andrea se lo colocó a Misifú, el perro que tenía el pelo más cortito y según el médico pasaba más frío.

- ¿El gato sigue sin salir del canil? Quizá está muerto.

Cooper palideció ante la posibilidad y se fue al punto más cálido de la casa, el canil estaba abierto y el gatito escondido en el fondo, empollando sobre su improvisada caja de arena junto al pote de agua y comida, el pobre se resistía a salir de allí.

- Sácalo no más.

- ¿Crees que los perros lo maten?

- No, ya lo hubieran hecho… debe tener olor a perro, tráelo y lo ponemos encima de Conan, quizá allí se suelta ¿Te gustan los gatos?

- Sí… hay que mantener las ventanas y puertas cerradas hasta que pongamos protecciones – dijo sacándolo y llevándoselo al dormitorio - los gatos siempre cazan polillas y se tiran de cualquier lado… y eso de que caen de pie siempre, es una mentira.

- ¿Cómo sabes eso? – preguntó Andrea sosteniendo de la correa a Conan para que Cooper le pusiera al gatito cerca, atentos ambos al resto de los perros, quienes miraban y olían, sin gruñir o salir de la cama.

- Tuve un gato cuando chico que se accidentó, por suerte sobre unos matorrales, igual hubo que llevarlo al veterinario… se quebró la mandíbula el pobre, pero después vivió el resto de sus días bien.

- ¿Se cayó cazando una polilla?

- No sé, yo no estaba allí, llegué del colegio y mi mamá me contó que estaba en hospitalizado.

- Pobrecito.

- Sí, salvo por ese episodio tuvo una buena vida, tranquila y bastante larga. Andábamos juntos para todos lados. Se me subía al hombro como un perico – recordó con alegría.

Los dos retrocedieron dispuestos a sacar el gato de entre los perros en caso que se pusieron violentos, pero ellos lo olieron y luego volvían a su posición, Eliodoro se puso cerca de Conan y el gato escaló por el pelo, posicionándose para cerrar los ojos.

Esa noche hizo más frío que el resto de las noches, todos durmieron juntos, gatito durmió sobre el cuello de Cooper, estirado como si fuese una bufanda.