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— CAPÍTULO 10 — No deberías estar aquí

Hace una semana, en un planeta llamado midgard en la nebulosa de Andrómeda, donde la tecnología ha avanzado tanto que con la manipulación genética apoyada por máquinas especiales pueden curar el cáncer sin provocar perdida de cabello ni debilitamiento físico. En ese planeta vivía un gran médico que estudió todo tipo de medicina, ayudando en un proyecto donde la tecnología ayudaría a almacenar conocimiento en la mente de las personas y ayudando a recordarlas.

— Alberto — ¿Crees que funcione el proyecto? — cuestiona con incertidumbre y un poco de temor.

— Jorge — por supuesto que funcionará, no ha sido en vano toda nuestra investigación — responde con convicción y seguridad — además, por algo hicimos que pudiera retener 128 Exabytes de información en un espacio tan pequeño — comenta alegre y orgulloso de lo que lograron crear — solo necesitamos voluntarios para las pruebas — dice inseguro de que haya alguno o que le permitan ponerlo como cirugía experimental.

— Alberto — si se va a experimentar con gente, yo seré el primero — menciona serio, mirando directamente a los ojos de Jorge con convicción.

— Jorge — ¿Estás seguro de lo que dices? Esto no es cualquier cosa, si algo sale mal, podría tener consecuencias irreversibles — responde con preocupación, mirando fijamente a Alberto.

—Alberto — Lo sé, pero no podemos seguir esperando a que alguien más tome el riesgo — menciona de manera seria y llena de convicción mientras toma a su compañero de los hombros — además, si queremos cambiar el mundo y salvar vidas, tenemos que estar dispuestos a probarlo en nosotros también — afirma decidido, con una mirada firme.

Jorge observa en silencio por un momento a Alberto, sopesando las palabras de su amigo y colega. Sabía que Alberto siempre había sido una persona valiente y entregada a su trabajo, pero esto era distinto, se sentía como si este proyecto fuera más allá de lo profesional. Finalmente, asiente.

— Jorge — Bieeeeeen, si realmente estás decidido, lo haremos — comenta con algo de preocupación e inseguridad por lo que le podría pasar a su amigo —pero con la condición de que antes nos aseguremos de que todo esté en orden y óptimas condiciones — exige con determinación y convicción para disminuir la probabilidad de que algo salga mal en la cirugía — prepararé todo para mañana — concluye con seriedad.

Alberto asiente y se retira a su habitación, sabiendo que su vida podría cambiar radicalmente después de este experimento. Sin embargo, la posibilidad de almacenar vastos conocimientos en la mente humana era un avance que podría revolucionar la medicina y salvar millones de vidas.

A la mañana siguiente, Alberto entra al quirófano, donde lo esperan Jorge y un equipo de especialistas. Las luces brillantes y el sonido de los monitores crean una atmósfera tensa, pero Alberto está decidido. Se acuesta en la camilla mientras el equipo ajusta los dispositivos que se conectarán a su cerebro.

— Jorge — Estamos listos. Iniciemos el proceso — dice, y los demás se mueven con precisión en sus tareas.

A medida que comienza el procedimiento, Alberto siente una leve presión en su cabeza, seguida de una extraña sensación de claridad. Su mente empieza a expandirse, como si cada rincón de su cerebro fuera activado al mismo tiempo.

Dos días después de la cirugía, Alberto había vuelto a leer todos los libros relacionados a la medicina durante estos días, dándose cuenta que el experimento fue un éxito, pero ahora conducía por una carretera solitaria a través de algunas colinas y bosques, el viento acariciando su rostro a través de la ventana entreabierta, dirigiéndose a un chequeo estándar para comprobar el resultado de la cirugía. Sabía que debía centrarse en el camino, pero su mente seguía volviendo a lo que había ocurrido. Mientras sus dedos buscaban con nerviosismo más ositos de goma de una bolsa que descansaba en el asiento del copiloto, una pregunta persistente rondaba su cabeza: ¿Había tomado la decisión correcta?

Al pasar por una curva cerrada, la radio, que había dejado en un volumen bajo, empezó a sonar más fuerte sin previo aviso. Era una canción que conocía, un tema viral de "Conejito Malo". La sorpresa le hizo soltar el volante un instante debido a que le parecía que alguien sin una capacidad de habla suficientemente desarrollada cantara, y por la impresión, un osito de goma se deslizó por su garganta de manera equivocada, obstruyendo su respiración. Tosió, tratando de sacarlo, pero el coche ya había empezado a desviarse hacia el borde del camino.

Todo ocurrió en un segundo. Alberto intentó recuperar el control del coche, pero ya era demasiado tarde. Las ruedas perdieron tracción, y con un estruendo, el vehículo salió disparado hacia el vacío. El mundo a su alrededor giró mientras el coche descendía en espiral por el precipicio. En ese momento de caída, con el estómago encogido y los pulmones volando por el aire, Alberto se vio atrapado en una ironía devastadora: todo su conocimiento, toda la tecnología y las respuestas que había buscado, no podían salvarle ahora.

El golpe fue brutal. La naturaleza se cerró a su alrededor en un caos de ramas, hojas y metal retorcido. El coche quedó boca abajo al pie de la pendiente, los sonidos del bosque volviendo lentamente a llenar el aire. Alberto, herido y aturdido, se desmayó con el sonido de la radio aún reproduciendo el eco de la canción que lo había sorprendido.

Sin embargo, en su mente, no había oscuridad. Como si su conciencia se resistiera a abandonar la batalla, fue transportado al plano mental, donde se encontró con Rashlith, en el mismo lugar donde había sucedido el encuentro entre Rashlith y Edmundo. Ahí, de pie frente a la fuente iluminada, escuchó una voz:

— No deberías estar aquí tan pronto — murmuró Rashlith desde las sombras, con un tono menos juguetón que lo de costumbre — No es tu tiempo todavía.

Alberto intentó responder, pero una intensa sensación de tirón lo devolvió al borde de la conciencia. Juntó fuerzas para abrir los ojos, el bosque y la realidad, volvía a tomar forma.

Uno minutos antes de que la conversación con Rashlith tuviera lugar, en el campamento de los cultistas en la jungla, algunos de estos que eran magos estaban experimentando con un hechizo para invocar seres vivos.

¿Cómo está yendo el experimento? — pregunta el líder del campamento mirando directamente al mago supervisor seria y fríamente — estoy esperando los resultados.

Ya casi terminamos el 1er experimento señor — responde aquel mago lleno de emoción y alegría — solo falta realizar el hechizo para la prueba.

Bien, háganlo de una vez entonces— exige el líder con apuro ya que este tipo de hechizo les ayudarían a conseguir más integrantes más fácilmente — ¡Vamos!.

El mago supervisor obedece al líder, reuniendo a todos los magos del campamento para realizar el hechizo experimental. Después de un tiempo pequeño, todos los magos se reunieron y empezaron a seguir las instrucciones del mago supervisor para formar el círculo mágico, con este también ayudando para realizar el hechizo experimental, pero el consumo de mana fue mayor de lo esperado, provocando que usarán el mana de sangre, gastando toda la sangre que podían usar, causando que todos entren en shock y se desmayen. Esto provocó que el hechizo semi-incompleto funcionara, pero el ser invocado no fue transportado al campamento, ya que lo que le faltaba al hechizo era establecer el lugar donde aparecería la invocación.

Todo esto hizo que lo invocado apareciera en alguna parte de la jungla. Alberto había sido invocado. A medida que la conciencia de Alberto se estabilizaba, los sonidos de la jungla comenzaban a hacerse presentes en su entorno. Sentía la tierra fría y húmeda bajo sus manos, y el aroma de vegetación espesa le indicaba que estaba en un lugar completamente diferente. Abrió los ojos con dificultad, parpadeando contra la tenue luz filtrada a través de las copas de los árboles. Estaba rodeado por una vegetación tan densa que apenas podía ver unos metros delante de él.

Aún desorientado, intentó recordar lo último que había visto antes de aparecer allí: la figura de Rashlith en las sombras, y su advertencia de que "no era su tiempo todavía". La frase resonaba en su cabeza como un eco inquietante. Pero ahora, estaba solo, sin una guía, y sin la menor idea de cómo había llegado allí.

Mientras tanto, en el campamento, el líder observaba con desaprobación los cuerpos desmayados de los magos. Su rostro mostraba un leve tic de irritación mientras evaluaba las consecuencias del hechizo fallido. Se acercó al mago supervisor, quien apenas tenia fuerzas para estar apenas consciente.

— Explícame lo que sucedió — exigió el líder, con tono afilado como un cuchillo.

El mago supervisor, apenas consciente, intentó hablar — Se-señor… el he-hechizo… consu-sumió más de lo es-esperado. Utiliza-zamos sangre, pe-pero… algo salió ma-mal. No sé do-dónde ha aparecido l-la invocación.

El líder apretó los puños y contuvo su ira. — ¿No sabes dónde? ¿Quieres decir que gastamos una cantidad significativa de recursos en un hechizo sin alguna precisión? — Su voz era una mezcla de desprecio y amenaza. — Será mejor que encuentren a esa criatura, y rápido. No toleraré más errores.

De vuelta en la jungla, Alberto, que aún intentaba recomponerse, sintió una presencia a su alrededor. Escuchó el crujir de ramas y hojas secas detrás de él, girando bruscamente, su instinto de supervivencia lo alertaba al máximo. Su mente intentaba procesar su situación: sabía que estaba solo y posiblemente en un lugar peligroso. Pero esa presencia… era como si algo lo estuviera vigilando, acechando en la penumbra entre los árboles.

Con una mezcla de miedo y convicción, avanzó lentamente, apartando ramas y hojas, tratando de encontrar alguna señal que lo guiara hacia un lugar seguro. Sin embargo, cada paso que daba parecía llevarlo más y más al corazón de la jungla. Sentía que la misma selva parecía querer atraparlo, como si fuera parte de un plan mucho más oscuro.

De pronto, una sombra se movió rápidamente a su derecha, y Alberto se detuvo en seco. Intentó escuchar, pero solo el sonido de su propia respiración agitada rompía el silencio. Dio un paso hacia atrás, sus manos temblaba mientras intentaba estar atento a todo por si algo pasaba.

¿Quién anda ahí? — preguntó con voz temblorosa, tratando de imponer una autoridad que no sentía.

La sombra se detuvo. De entre los árboles emergió una criatura, una figura oscura, deformada, con ojos rojos que brillaban en la penumbra. Su forma no era completamente sólida, sino una amalgama de sombras y energía oscura, como un espectro nacido de un error en el hechizo de invocación. Alberto sintió un escalofrío recorrer su columna al ver a la criatura: no era un ser común de este mundo. Era el resultado fallido del experimento de los cultistas, un ente incompleto, nacido de un hechizo defectuoso.

La criatura lo observó, inclinando la cabeza con curiosidad, como si evaluara a su nuevo "creador". Alberto, ahora completamente en alerta, entendió que estaba frente a algo que escapaba de su control. No sabía si era hostil, pero la sensación de peligro era palpable.

De repente, la criatura avanzó hacia él, lenta pero decididamente, sus ojos rojos clavados en los de Alberto. Sin otra opción, Alberto se preparó para correr por si acaso.

La criatura se detuvo un instante, observando la pose de corredor que Alberto había adoptado. Emitió un sonido gutural, algo entre un gruñido y un susurro, como si estuviera tratando de comunicarse. Alberto al escucharlo hizo que sintiera un miedo mayor, por lo que decidió correr lo más lejos que pudiera de la criatura.

Después de correr por un rato se había agotado y termino por sentarse en el pasto de la jungla, siendo acechado por algunas criaturas ocultas entre las hierbas pero no podía verlas, era casi como, si fueran invisibles, haciendo que Alberto siguiera alerta pero cansado por correr tanto.

Al ver a mi alrededor no encontraba nada pero sin embargo sentía claramente la presencia de criaturas que me causan miedo, porque me sentía como una presa — Jajajaja, parece que así voy a morir en este mundo, aunque no es como si en mi mundo muriera de una mejor manera, de hecho — tome aire y di un pequeño suspiro — creo que fue peor en mi propio mundo.