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Capítulo 83: Ecos de un Pasado Lejano

El trío, inmortal y eterno, se aventuró fuera de la mansión, sus pasos resonando en las calles desiertas de lo que una vez fue Atenas. La ciudad, que en su apogeo fue un centro de cultura y sabiduría, ahora era un esqueleto de su antiguo yo, con edificios desmoronados y calles cubiertas de vegetación.

Clio, con sus ojos reflejando una mezcla de curiosidad y melancolía, se movía con una gracia cautelosa, tocando suavemente las piedras desgastadas de los edificios. Cada toque, cada suspiro del viento a través de las ruinas, parecía contar historias de días pasados, de vidas vividas y perdidas.

Lysandra, por otro lado, estaba más enfocada en el presente, sus ojos escaneando el entorno en busca de signos de vida o peligro. Aunque su exterior era tranquilo, había una tensión en sus hombros, una preparación para lo desconocido que podría estar acechando en las sombras.

Adrian lideraba, su figura alta y pálida moviéndose con una autoridad silenciosa. Aunque su expresión era imperturbable, había una suavidad en sus ojos cuando miraba a Clio y Lysandra, una promesa silenciosa de protección y guía.

Mientras caminaban por las ruinas, un sonido suave y melódico flotó hacia ellos, la melodía de una flauta tocando una melodía melancólica y hermosa. Siguiendo el sonido, descubrieron a un anciano sentado entre las ruinas, sus dedos arrugados moviéndose hábilmente sobre la flauta, sus ojos cerrados en una expresión de paz serena.

Clio, movida por la música, se acercó al anciano, su presencia suave y etérea. El anciano abrió los ojos, y por un momento, el tiempo pareció detenerse, sus ojos llenos de una sabiduría y una tristeza que hablaba de años de pérdida y soledad.

Con una voz suave y temblorosa, el anciano habló, sus palabras tejiendo historias de la caída de Atenas, de la invasión romana, y de cómo la ciudad que una vez fue un faro de civilización y conocimiento fue reducida a escombros.

Adrian, Clio y Lysandra escucharon, las palabras del anciano creando imágenes vívidas de batallas, de sacrificio y de la inevitable marcha del tiempo. Habló de cómo los sobrevivientes se dispersaron, de cómo la cultura y el conocimiento de Atenas se difundieron por el mundo, y de cómo, a pesar de la destrucción, la esencia de la ciudad vivió en aquellos que llevaban sus historias y su sabiduría.

Cuando el anciano terminó su relato, la flauta en sus manos volvió a la vida, la melodía elevándose y mezclándose con los susurros del viento a través de las ruinas. Adrian, Clio y Lysandra, movidos por la historia y la música, se unieron al anciano, sus voces elevándose en un canto que era tanto un lamento por lo perdido como una celebración de lo que una vez fue.

En ese momento, en las ruinas de una ciudad olvidada, los ecos del pasado y del presente se entrelazaron, creando un tapestry de memoria y esperanza, un recordatorio de que incluso en la destrucción, la vida, la historia y la cultura encuentran una manera de perdurar.