webnovel

Capítulo 8: La Eternidad en las Sombras

Adrian, un espectro de desolación y oscuridad, se deslizaba por las sombras de la aldea, su presencia era tan imperceptible como omnipresente. La gente, que alguna vez fue despreocupada y alegre, ahora vivía en un estado de ansiedad perpetua, sus vidas estaban gobernadas por el miedo a la oscuridad que se cernía sobre ellos con la caída del sol.

Las noches en la aldea se habían vuelto un susurro de lo que alguna vez fueron, las risas y las voces habían sido reemplazadas por un silencio opresivo, roto solo por los sonidos ocasionales de puertas cerrándose apresuradamente y ventanas siendo aseguradas.

Adrian, cuyas emociones se habían reducido a simples ecos de ira y deseo, se movía con un propósito claro, sus acciones desprovistas de cualquier remanente de humanidad. Cada noche, seleccionaba a su presa con una indiferencia calculada, su sed de sangre y su deseo carnal siendo las únicas fuerzas impulsoras detrás de su existencia eterna.

Una noche, mientras vagaba sin rumbo por las calles desiertas, una figura solitaria captó su atención. Una mujer, parada sola bajo la luz de la luna, su mirada perdida en la vastedad del desierto que se extendía más allá de la aldea.

Adrian, movido por un deseo primitivo, se acercó, su figura apenas discernible en la penumbra. La mujer, sin embargo, no mostró signos de miedo al enfrentarse a él, sus ojos reflejando una aceptación tranquila de su destino inminente.

"¿Has venido a llevarme, criatura de la oscuridad?", preguntó ella, su voz un murmullo en la noche.

Adrian, sin emoción, la observó, su mirada dorada fija en ella. "Tu vida ya no es tuya", declaró simplemente, su voz carente de cualquier inflexión.

La mujer asintió, su expresión serena incluso ante la faz de la muerte. "Entonces llévame, y que mi sangre te dé lo que buscas."

Adrian no dudó, su ataque fue rápido y sin remordimientos, la vida se deslizó de ella sin un sonido, y su cuerpo cayó al suelo con un susurro suave. Adrian, sin mirar atrás, se desvaneció en la oscuridad desde la que había venido, la noche continuó, indiferente al final de una vida y al continuo vagar de un ser condenado a la eternidad.

La noche se cerró a su alrededor, y Adrian se perdió en las sombras, su figura se fundía con la oscuridad mientras se alejaba de la aldea. La luna, un espectador silencioso en el cielo, iluminaba el camino mientras se adentraba en el vasto desierto, su destino desconocido incluso para él.

Los días se convirtieron en noches y las noches en días mientras Adrian vagaba, moviéndose a través de los desiertos y las ciudades de Egipto como un espectro, un testigo silencioso de la vida y la muerte que se desarrollaba a su alrededor. Observó imperios caer y reyes ascender al trono, vio a los amantes unirse y separarse, y a los niños nacer y crecer en el parpadeo de un ojo.

Aunque estaba rodeado de vida, Adrian estaba perpetuamente solo, su existencia una paradoja de inmortalidad en un mundo definido por su transitoriedad. Y así, los siglos pasaron, las civilizaciones se alzaron y cayeron, y Adrian, el primer vampiro, vagó por la tierra, eternamente joven, eternamente solo, y eternamente perdido entre los susurros del Nilo que una vez le dieron la vida.