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Capítulo 7: La Sombra de la Existencia

Adrian, sumido en la perpetua oscuridad de su nueva existencia, se encontraba cada vez más distante de cualquier semblanza de emoción humana. La aldea, que una vez fue su hogar, ahora se había convertido en un terreno de caza, un lugar para saciar su sed insaciable.

Las noches se deslizaban una tras otra, indistinguibles en su monotonía. Los rostros de aquellos de quienes se alimentaba se mezclaban en una amalgama borrosa de terror y desesperación. No había placer en su acto, solo la necesidad cruda y primordial de alimentarse.

Una noche, mientras deambulaba por las calles desiertas de la aldea, un llanto suave y melódico llegó a sus oídos. Adrian, movido por un impulso que no comprendía completamente, se dirigió hacia el sonido.

En un rincón oscuro, una joven madre sostenía a su hijo muerto en sus brazos, sus sollozos desgarradores perforando la tranquila noche. Adrian observó, su expresión inmutable, mientras ella acunaba al pequeño cuerpo, sus lágrimas caían sobre la piel fría y sin vida del niño.

Algo dentro de Adrian se removió, una punzada de algo que podría haber sido dolor, pero se desvaneció casi tan pronto como apareció. Se acercó a la mujer, su presencia una sombra ominosa en su dolor.

La mujer, al notar a Adrian, levantó la vista, sus ojos, una vez llenos de un dolor insondable, ahora reflejaban un miedo palpable al verlo. Adrian, sin embargo, no se movió para atacarla. En cambio, se agachó a su lado, su voz, un susurro apenas audible, rompió el silencio.

"Vete de aquí", murmuró, su tono carente de la calidez que una vez poseyó.

La mujer, paralizada por el miedo, no se movió, simplemente lo miró, sus ojos suplicantes buscando piedad en los suyos. Adrian, con un suspiro casi imperceptible, se levantó y se alejó, dejándola atrás, su llanto retumbando en la quietud de la noche.

Adrian se retiró a las sombras, su figura se fundió con la oscuridad mientras la noche continuaba, indiferente al dolor y al sufrimiento que se desplegaba bajo su manto estrellado.

Las noches pasaron, y Adrian se sumió más profundamente en su soledad, su existencia reducida a un ciclo interminable de caza y ocultación. La humanidad, con sus emociones y sus dolores, se había convertido en un recuerdo lejano, un eco de algo que una vez fue pero que ya no era más.