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Capítulo 65: La Transformación de Clio

Año 416 a.C., Atenas.

La guerra del Peloponeso seguía desgarrando Grecia, y Atenas, aunque aún resistente, mostraba las cicatrices de la prolongada contienda. La mansión de Adrian, sin embargo, permanecía como un bastión de oscuridad y secretos, aislada de los horrores del conflicto exterior.

Las sirvientas que habitaban la mansión, todas ellas mujeres jóvenes y atractivas, servían a Adrian no solo en las tareas domésticas, sino también como fuente de alimento y placer. Cada noche, una o más eran llamadas a su cámara, donde eran sometidas a sus deseos y luego dejadas para recuperarse, solo para ser llamadas nuevamente cuando él lo deseara.

Clio, que una vez había sido un ser de luz y compasión, había cambiado. La eternidad a lado de Adrian, y la constante exposición a su naturaleza depredadora, habían erosionado su humanidad, dejándola cada vez más fría y distante. Aunque aún retenía un vislumbre de la mujer que una vez fue, su ser se estaba volviendo cada vez más oscuro, más parecido al de Adrian.

Una noche, mientras las lágrimas de una sirvienta recién mordida se deslizaban por su rostro, Clio se acercó, sus ojos ya no mostraban la simpatía que una vez poseyeron. En su lugar, había una frialdad, una aceptación de la oscuridad que ahora era parte de ella.

"Silencio," ordenó Clio, su voz carente de calor. La sirvienta, temblando, intentó sofocar sus sollozos, mirando a Clio con ojos llenos de desesperación y miedo.

Clio, sin emoción, la llevó de vuelta a sus aposentos, dejándola allí para lidiar con su dolor y su miedo en soledad. No había consuelo en sus acciones, solo la ejecución de un deber.

Los años pasaron, y la guerra continuó. La mansión, aunque físicamente inalterada, había visto un cambio en su atmósfera. La oscuridad era más profunda, más palpable. Las sirvientas, aunque físicamente intactas, llevaban en sus ojos la marca del terror y la resignación, sabiendo que su existencia estaba ligada a la voluntad de los seres oscuros que las gobernaban.

Adrian, observando a Clio un día mientras ella daba órdenes a las sirvientas, notó la ausencia de su antigua luz, y en su lugar, una sombra que reflejaba la suya propia.

"Te has convertido en lo que siempre estuviste destinada a ser, Clio," murmuró Adrian, su voz un susurro en la oscuridad.

Clio, volviendo su mirada hacia él, no mostró emoción en su respuesta. "La eternidad cambia todas las cosas, amo. Incluso a nosotros."

Y así, en la mansión de oscuridad y sombras, dos seres inmortales existían, sus almas entrelazadas en la eternidad, mientras el mundo mortal se desmoronaba y ardía a su alrededor.